Dualismo Metafísico Platonico y su Influencia en Nietzsche

Una referencia directa del dualismo metafísico platónico, tal como aparece en la alegoría de la caverna, la encontramos en Nietzsche, que ataca tanto a sus aspectos ontológicos y epistemológicos como el planteamiento ético que lleva consigo.

Nietzsche sostiene que la concepción del ser como algo opuesto al devenir, que fundamentaba el mundo inteligible platónico, es una «ficción vacía» y por tanto se trata de un mundo fingido construido con categorías, utilizadas para describir el ser de las cosas, que no son más que mentiras nacidas de prejuicios filosóficos. Sus características ontológicas son signos distintos del no ser, porque no existe otro tipo de realidad que la que corresponde al mundo aparente. Además, con este dualismo, la metafísica platónica inicia un camino que ha conducido al pensamiento occidental al nihilismo, porque ha edificado el sentido de la existencia sobre algo que no existe y, cuando se ha descubierto esa mentira, se ha pensado que el mundo tal como es carece de sentido.

Su concepción de un Estado perfectamente justo constituye una gran aportación, porque, aunque no se alcanzara nunca, puede servir como alternativa a lo existente y como instancia crítica para enjuiciar la injusticia del presente y, a la vez, podría constituir un arquetipo político para, como dice Kant, «aproximar progresivamente la constitución jurídica de los hombres a mayor perfección posible». Pero esto significa eliminar la concepción de la política como una ciencia, idea que está en los fundamentos del Estado perfecto propuesto por Platón. Finalmente, también es muy problemática la unidad del Estado en los términos excluyentes en los que plantea Platón, porque podría pensarse, como ha ocurrido en el pasado, que los individuos han sacrificado su dicha y sus derechos a la felicidad y a las exigencias del Estado.

Contexto Histórico-Cultural

Platón nace en el 427 a. C. en medio de una confrontación que mantenían Atenas y sus aliados frente a Esparta y los suyos, la Guerra del Peloponeso. La derrota acentúa la crisis ateniense iniciada con la guerra. Aprovechando la derrota y con el apoyo de los espartanos, los aristocratas instauran la tiranía de los Treinta, encabezada por familiares de Platón. Es un gobierno que acaba con los derechos democráticos y que desemboca en una guerra civil. Reinstaurada la democracia, un jurado popular condena a muerte a Sócrates. Durante la primera mitad del siglo IV a. C., el marco político sigue inestable. Continúa el enfrentamiento entre los tres Estados más poderosos: Esparta, Tebas y Atenas. La crisis se extiende al ámbito cultural. Debido a la decadencia económica provocada por la guerra ya no se acometen proyectos arquitectónicos semejantes a los del siglo V a. C. Ante esta situación, Platón se pregunta por qué los gobernantes conducen a los Estados al enfrentamiento, por qué ni el sistema democrático ni la tiranía habían mejorado a los ciudadanos, por qué el jurado no fue capaz de ver que tenía en frente a sí al hombre más justo y lo condenó a muerte. Platón responde: los ciudadanos no saben qué es la justicia y sus gobernantes tampoco. Por eso nuestro autor cree que la política, a la que hasta la muerte de Sócrates tenía intención de dedicarse, no es el modo de superar la crisis sino la educación de los gobernantes para que sean capaces de organizar un Estado justo.

Contexto Filosófico

Su fracaso en Siracusa le lleva a fundar en Atenas un centro para educar a ciudadanos gobernantes, la Academia. La democracia permitía que los ciudadanos accedieran por sorteo a cargos públicos retribuidos y que los políticos influyeran en el Estado convenciendo a la asamblea. Este nuevo sistema había convertido a los sofistas en educadores de quienes querían ascender políticamente. Para ellos, por tanto, la educación tiene una finalidad práctica e inmediata y consiste esencialmente en enseñar retórica. Sin embargo, Platón entiende la educación de modo distinto, que desembocará en una crítica a la corrupción que, a su juicio, suponían tanto la concepción sofística de la educación como la democracia ateniense. Este enfrentamiento no será sencillo. Para acometerla, Platón combatirá el fenomenismo, el subjetivismo y el relativismo. Así, la ontología platónica debe entenderse como la búsqueda de un fundamento, así como una propuesta antropológica y ético-política. Platón continuará la crítica al pensamiento sofista y al mecanicismo iniciada por su maestro Sócrates. Este propuso el concepto y el razonamiento inductivo para superar el relativismo y el subjetivismo. La segunda fuente que alimenta la propuesta platónica es la presocrática. En primer lugar, de la escuela pitagórica incorporará la importancia de las matemáticas, su dualismo lógico, la identificación del ser humano con su alma racional y la reencarnación. En segundo lugar, las ideas de Platón tendrán las principales características que Parménides atribuyó al ser. En tercer lugar, Platón recibe de Heráclito la visión del mundo sensible como un mundo en perpetuo fluir, aunque Platón no aceptará que ese ámbito fuera auténticamente real.

Política Platónica

El Estado nace porque ninguno de nosotros es autárquico, no se basta de sí mismo y tiene necesidad de la ayuda de otros hombres: de todos aquellos que satisfacen las necesidades materiales, desde el alimento hasta el vestido y la vivienda; de algunos hombres que se dedican a la custodia y a la defensa de la ciudad; de unos cuantos hombres que sepan ordenar todo de forma adecuada. Por consiguiente, la ciudad tiene necesidad de tres estamentos: el de los campesinos, el de los guardianes y el de los gobernantes. El primer estamento está constituido por hombres en los que predomina el alma más elemental. Los guardianes han de vigilar no solo los peligros que provengan del exterior, sino también aquellos que proceden del interior. Tendrán que evitar en la primera de las clases sociales que se produzca excesiva riqueza o demasiada pobreza. Los gobernantes son aquellos que saben amar a la ciudad más que los demás, cumpliendo con celo sus obligaciones y conociendo y contemplando el bien. La ciudad perfecta es aquella en la que predomina la templanza de la primera clase, el valor de la segunda y la sabiduría de la tercera.

Hablábamos antes del Estado como aplicación del alma. En cada hombre se hallan las tres facultades del alma que se encuentran en los tres estamentos de la ciudad. He aquí la prueba de ello. Frente a los mismos objetos existe en nosotros: a) una tendencia que nos impulsa a ellos, el deseo; b) otra que, en cambio, nos enfrenta entre ellos y domina el deseo, esto es, la razón; c) y una tercera tendencia, aquella por la cual nos airamos y enardecemos, y que no es ni razón ni deseo. En consecuencia, al igual que en la ciudad hay tres estamentos, también son tres las partes del alma:

  • La concupiscible
  • La irascible
  • La racional

La irascible, ya por su naturaleza, suele ponerse de lado de la razón, pero también puede aliarse con la parte inferior del alma. Por tanto, habrá una perfecta correspondencia entre las virtudes de la ciudad y del individuo. Este es templado cuando las partes inferiores armonizan con las superiores y obedecen. Es fuerte o valeroso cuando la parte irascible del alma sabe mantener con firmeza los dictados de la razón a través de cualquier peligro. Es justo cuando la parte racional del alma posee la verdadera ciencia acerca de lo que conviene a todas las partes. La justicia será aquella disposición del alma según la cual cada parte de esta hace lo que debe hacer y como lo debe hacer. Este es, pues, el concepto de justicia según la naturaleza: que cada uno haga lo que le corresponda hacer: los ciudadanos de los estamentos en la ciudad, las partes del alma en el alma.

4) El mito también manifiesta una concepción política típicamente platónica. En efecto, el filósofo nos habla de un regreso a la caverna por parte de aquel que se había liberado de las cadenas y tal regreso tiene como objetivo la liberación de las cadenas que sujetan a quienes habían sido antes sus compañeros de esclavitud. Dicho regreso es, sin duda, el retorno del filósofo político. Quien se limitase a seguir sus propios deseos permanecería contemplando lo verdadero. Sin embargo, el hombre que haya visto el verdadero bien tendrá que correr este riesgo y sabrá hacerlo, ya que es el que otorga sentido a su existencia.

El Mito de la Caverna

En el centro de la República se halla un mito celebérrimo, el de la caverna. El mito ha sido interpretado a lo largo del tiempo como símbolo de la metafísica, la gnoseología y la dialéctica, e incluso de la ética y la mística platónica. Imaginemos unos hombres que viven en una caverna cuya entrada está abierta hacia la luz en toda su anchura y un largo vestíbulo de acceso. Imaginemos, por último, que en la caverna hay eco y que los hombres que pasan más allá del muro hablan entre sí, de modo que, por efecto del eco, retumban sus voces desde el fondo de la caverna. Si tales cosas ocurriesen, aquellos prisioneros no podrían ver más que las sombras de las estatuas que se proyectan sobre el fondo de la caverna y oirían el eco de las voces. Ahora bien, supongamos que uno de estos prisioneros logre, con gran esfuerzo, zafarse de sus ligaduras. Al principio, quedaría deslumbrado por la gran luminosidad; luego, al acostumbrarse, vería las cosas en sí mismas y, por último, vería que el Sol es la causa de todas las cosas visibles.

1) Antes que nada, los distintos grados ontológicos de la realidad, los géneros del ser sensible y suprasensible, junto con sus subdivisiones. Las sombras son las meras apariencias sensibles de las cosas y las estatuas son las cosas sensibles; el muro es la línea divisoria entre las cosas sensibles y las suprasensibles. Más allá del muro, las cosas verdaderas simbolizan el verdadero ser y las ideas, y el Sol simboliza la idea del bien.

2) El mito simboliza los grados del conocimiento, en sus dos fases: la eikasia o imaginación (la visión de las estatuas) y la pistis o creencia (la visión de los objetos verdaderos y la visión del Sol).


ideas: seres inmateriales, inmutables, necesarios, universales y absolutos, pues son independientes del mundo sensible. Las ideas son realidades objetivas; más aún, son, junto a los objetos matemáticos, los únicos seres en sentido pleno, ya que de ellas deriva, gracias a la participación, todo lo que de real hay en el mundo sensible. Las ideas dan lugar a la ciencia más elevada, la dialéctica. Están estructuradas en forma de pirámide, pues las inferiores suponen la existencia de las superiores. La idea del bien forma la cúspide de esa pirámide porque es la causa de la esencia y existencia de las demás.
ignorancia: en la alegoría de la caverna, la ignorancia es la situación en la que se encuentran los prisioneros. Son ignorantes porque creen conocer seres reales cuando solo conocen sombras. Esta imagen representa la situación del alma que cree que el mundo sensible es el real.
imágenes: seres que forman el nivel inferior de seres sensibles. Producen el grado inferior de opinión, llamado conjetura. Las imágenes son las sombras, reflejos en el agua o cualquier otra superficie, de los seres naturales y artificiales. Dentro de las imágenes se incluyen las suposiciones, rumores, dichos, mitos…, lo que en general conocemos de oídas.
inteligencia: expresión con tres acepciones: en la mayoría de las ocasiones significa la facultad más elevada del alma racional, destinada al conocimiento de las ideas. En otros casos, inteligencia significa el conocimiento resultado de esa facultad (ciencia dialéctica). Este uso es menos frecuente.
real: expresión con dos sentidos: en unos casos se refiere a los seres inteligibles. Se llaman reales porque son verdaderos frente a los seres sensibles, que son lo que cambia y, por ello, lo aparente. En otros casos, real tiene un sentido relativo: los seres sensibles superiores son más reales que sus imágenes, es decir, son ontológicamente superiores a ellas.
verdad: los seres inteligibles, lo que es igual que decir que son cognoscibles o productores de un saber verdadero. Ellos conforman el ámbito de la verdad porque son inmutables. En la alegoría de la línea, verdad se usa en sentido relativo. Se dice que los seres sensibles superiores son la verdad en relación con las imágenes, que son ontológicamente inferiores. Pero, en relación con los seres inteligibles, unos y otras son la no verdad.
creencia: saber que se obtiene a partir de las percepciones de los seres naturales y artificiales. Es el grado superior de opinión. Propiamente no es conocimiento, ya que se elabora sin superar el ámbito de la experiencia sensible y sin la intervención de la razón.
educación: ejercicio por el que el maestro guía al alma para que recuerde por sí misma la verdad que ya tiene en sí (innatismo). Por ello, la educación es el arte de dirigir la capacidad de conocer del alma para que supere su ignorancia. Esa concepción se opone a la sofista, que la concibe como la transmisión de unos contenidos técnicos.
en sí: ser en sí es un rasgo que se opone a ser en otro. Los seres inteligibles son en sí porque son completamente todo lo que su ser les permite ser: la idea de belleza es la belleza absoluta, sin limitaciones. Sin embargo, las cualidades de los seres sensibles no existen en ellos como son en sí, sino que aparecen limitadas por el carácter material, mutable y particular de lo corpóreo. La belleza de un hombre no es la belleza en sí, ya que es imposible que en ese hombre la belleza se exprese de manera absoluta. Por esa misma razón, en un cuerpo triangular tampoco podrá aparecer la triangularidad perfecta.
esencia: lo que hace que una cosa sea esa cosa a pesar de sus cambios de apariencia o estado. Para Platón, las esencias son las ideas. La esencia de un ser, cuando es conocida, se recoge en un concepto. La idea del bien es el único ser que no es una esencia.
ideal del bien: ocupa la cúspide del ser. Es causa de la bondad de las acciones privadas y de las públicas. Es la causa última de la existencia y bondad de los seres sensibles. También es causa de la esencia y existencia de las ideas y de su verdad (su ser cognoscibles). Finalmente, es causa de que nuestra alma llegue a conocer las ideas, es decir, de que tenga inteligencia. La idea del bien no es completamente cognoscible, ya que su ser no se reduce a una esencia.

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