La vida como realidad radical
Uno de los temas más repetidos de Ortega y Gasset es el de la vida como realidad radical, donde «radical» significa donde radican o arraigan las demás realidades. La vida es un fluido indócil que no se deja retener; mientras va siendo, va dejando de ser irremediablemente. No es una cosa estática que permanece, sino una actividad que se consume a sí misma. Esa actividad actúa sobre las cosas, las forma y reforma, dejando en ellas la huella de su paso. La vida es un hacerse, algo que no es cosa, sino pura actividad que no tiene más remedio que hacerse con las cosas, realizarse con ellas. La vida es el quehacer del yo con las cosas.
Ortega hace una crítica tanto del realismo como del idealismo: a uno por conceder la prioridad de las cosas sobre el yo, y al otro por darle prioridad al yo sobre las cosas, siendo la realidad que la vida es nuestro quehacer continuo con las cosas. La vida no es un factum sino un faciendum.
La vida humana: vitalismo
En un ensayo, Ortega presenta el tema de la vida como realidad radical del hombre y su distinción respecto a la de los demás seres existentes. El animal se mueve y la piedra yace en el suelo, pero ni la piedra ni el animal se percatan de que viven. La vida humana queda caracterizada como vida biográfica individual (vitalismo), definiéndola como un coexistir, un con-vivir.
En su primer libro, Meditaciones del Quijote, pronuncia su famosa frase: «Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo». La circunstancia forma la otra mitad de mi persona; es todo lo que no soy yo, todo con lo que me encuentro, incluso mi psique y mi cuerpo. Así queda mejor delineada la vida como una realidad mía y de mi circunstancia.
Ortega utiliza la metáfora para referirse a «salvarla a ella» y «salvarme yo». No tiene nada que ver con elementos religiosos o escatológicos, sino que se refiere a la comprensión de la circunstancia para mi propia comprensión. Salvarme es comprenderme y, para comprenderme, he de saber de mi circunstancia; si no sé de ella, no sé de mí.
Perspectivismo e historicismo
La comprensión de la realidad ha de tener en cuenta también el hecho de que «cada vida es un punto de vista sobre el universo». Quiere decir que cada vida es una perspectiva, siendo la perspectiva otro de los componentes de la realidad. Es el perspectivismo relacionado con el historicismo de Dilthey.
La comprensión de la vida se convierte en la razón de la vida, en el sentido activo y popular de dar razón de ella. Por eso dice Ortega en El tema de nuestro tiempo que la razón es una forma y función de la vida, y que la razón pura tiene que ceder su imperio a la razón vital.
Razón vital
El concepto de razón como logos es, desde Grecia, el de algo que capta lo inmutable, la esencia eterna de las cosas, pero esta razón no es capaz de captar la realidad cambiante y radical de la vida humana. Esto suena a irracionalismo vitalista, pero Ortega se opone tanto al racionalismo como al vitalismo, por considerarlos ambos visiones parciales de la realidad.
Por un lado, la razón matemática es una parte, una forma particular de la razón vital, capaz de captar la realidad temporal de la vida. Pero la razón vital no es tampoco irracionalista, sino que es concepto preciso y bien delineado. La razón vital es una misma cosa con el vivir, es la misma vida humana funcionando como razón.
El hombre como ser histórico
Otra de las categorías de la razón humana como razón vital es que es histórica, ya que no acepta nada como mero hecho, sino como «fieri«, como «devenir». Este devenir de la vida hace que las categorías en que se pudiera clasificar sean también ocasionales, es decir, que los conceptos que sirvan para captar la vida no significan siempre lo mismo, sino que su sentido depende de la circunstancia, por lo que la razón histórica es narrativa y biográfica, pero también supone una teoría abstracta de la vida humana, es decir, analítica.
Quehacer poético e histórico
Como la vida no está hecha, sino que hay que hacerla, el hombre tiene que determinar lo que va a ser, por lo que la vida es quehacer poético, porque hay que inventar lo que se va a hacer, porque es faena histórica. Este quehacer histórico-poético lleva consigo la forzosidad de elegir. La elección es necesaria y siempre estamos obligados por fuerza a ser libres, a elegir, porque nos encontramos con una serie de posibilidades ante las que forzosamente hemos de optar por una de ellas. Pero esa elección, al ser elección humana, ha de contar con un «proyecto vital«. La vida humana es, además de historia, proyecto de historia; el hombre no puede vivir sin un plan vital. Cuando este falta, el hombre se hunde y va perdiendo la vida todo el sentido para él. Es cuestión de tráfico: no hay sentido sin dirección: cuando la dirección falta, el sentido desaparece y el hombre se pierde sin orientación ni guía.
«El hombre no es, sino que va siendo esto y lo otro. Pero el concepto de ir siendo es absurdo: prometo algo lógico y resulta perfectamente irracional. Ese ir siendo es lo que sin absurdo llamamos vivir. No digamos que el hombre es, sino que vive». Esta visión heracliteana de la vida y de la realidad humana deja bien claro que el hombre no tiene sustancia, sino que su sustancia es el propio cambio. El ser del hombre es mero pasar y pasarle cosas.
Responsabilidad y autenticidad
La vida (la realidad radical), al ser historia, era quehacer y el quehacer era libertad «a la fuerza»: hay que elegir, aunque se elija mal. Al tener que hacer esta elección se presenta la moral, que al ser libre se asume la acción hecha o elegida por nosotros: se es responsable. La vida, por tanto, es responsabilidad por ser forzosamente libertad. La responsabilidad moral se especifica en la autenticidad y la inautenticidad. Estos dos conceptos morales están relacionados con la respuesta del hombre a su destino, a la llamada de su yo, a su vocación: cuando se permanece fiel al proyecto vital se habla de vida auténtica; cuando el hombre se pierde en la comodidad del anonimato, se habla de vida inauténtica.
Temporalidad y generaciones
Otro aspecto derivado de la historicidad del hombre es el de la temporalidad. La historiografía es una estructura de las generaciones. Una generación es una zona de 15 años durante la cual una cierta forma de vida fue vigente. La unidad concreta de la auténtica cronología histórica es que la historia camina y procede por generaciones. Hay que distinguir entre los contemporáneos y los coetáneos: los contemporáneos son los que viven en el mismo tiempo, los coetáneos son los de la misma edad. Hay unas generaciones decisivas, que son las que hacen cambiar las épocas históricas o las que viven el cambio entre las épocas de la historia. Cada generación está determinada por una fecha central y por siete años antes y siete después del año decisivo o fecha central.
El hombre como ser social
El hombre, además de ser histórico, es ser social. Pero la sociabilidad del hombre no es la vida del hombre, sino algo que pasa en su vida. La vida del hombre es radical soledad, es solo suya, y la sociabilidad es convivencia. El sujeto de lo social no es nadie determinado, sino la gente. Ortega distingue dos formas de convivencia:
- Interindividual: relación entre dos o más individuos como tales, que dan origen a afecciones como el amor, la amistad, etc., en las que el individuo no sale de su individualidad, de su esencial carácter de persona.
- Social: establece relaciones impersonales, no espontáneas ni responsables, como el saludo, la relación del conductor de autobús con el pasajero, etc.