El Cogito y el Criterio de Verdad
Una vez que Descartes ha expuesto las diversas fases por las que pasa la duda, la cuestión es si hay alguna posibilidad de encontrar algo que sea indudable: la acción de pensar. Por pensar entiende Descartes cualquier actividad de la mente (los razonamientos y las pasiones). “Pienso, luego soy” constituye una certeza que ni las más extravagantes suposiciones de los escépticos pueden socavar.
Descartes es escéptico a la manera de Pirrón y Sexto Empírico en el planteamiento de su filosofía, pero no en su desenlace en cuanto considera incuestionable la existencia de un sujeto pensante.
La diferencia con respecto a estos antecedentes del cogito radica en el planteamiento original en el que se problematiza la existencia de cualquier realidad distinta del yo (el yo se convierte en el primer y fundamental principio de la filosofía sobre la que poder asentar todo conocimiento). Cuatro aspectos importantes:
- La naturaleza de ese yo es la de una cosa pensante. El cuerpo en cuanto cosa extensa es completamente distinto de la mente.
- La afirmación “Pienso, luego soy” no es la conclusión del silogismo, sino que el cogito es conocido mediante un acto mental simple (intuición) por el que reconocemos como verdad la conciencia de uno mismo.
- El cogito es el primer principio de la filosofía comprendida en ella la física.
- La afirmación “pienso, luego soy” tampoco es una premisa a partir de la cual deducir otras verdades que serían conclusiones o consecuencias de la misma. Por ello a continuación Descartes reflexiona sobre el criterio que en general le podría servir para encontrar otras certezas.
Este criterio es la claridad y distinción; claro es el juicio o la idea que se impone a la mente y distintos son aquellos conocimientos que están perfectamente separados de los demás. El conocimiento que se expresa en juicios puede ser claro sin ser distinto, pero no viceversa.
En El discurso del método y en las Meditaciones metafísicas, después de enunciar el criterio, Descartes señala una dificultad: es difícil dar lo que es conocimiento claro y distinto, a diferencia de lo que nosotros creemos que lo es sin serlo. Los juicios matemáticos, que podían ser erróneos pese a nuestra creencia en su claridad y distinción, como consecuencia de la existencia de un genio maligno que hubiese creado una mente defectuosa.
La única garantía la proporciona la demostración de la existencia de un Dios bueno que acabe con la hipótesis de un genio maligno. Pero entonces nos encontramos con la acusación de Gassendi: admite que una idea clara y distinta es verdadera, porque Dios existe, porque es el autor de esa idea y porque es veraz; y admite que Dios existe, que es creador. Descartes responde que el conocimiento intuitivo no necesita de la garantía divina, sino sólo el discursivo.
Las Demostraciones de la Existencia de Dios
Al dudar de todos los conocimientos, Descartes establece algunas hipótesis de duda. Una de ellas es la posible existencia de un genio maligno: lo que yo percibo clara y distintamente podría ser falso, por influjo de un ser mucho más poderoso que yo que provocara tal situación. Si hay un ser omnipotente y bueno, él impedirá que el genio maligno me engañe. Por eso, es enorme la importancia de Dios.
Descartes da tres argumentos para demostrar la existencia de Dios. Dos por el principio de causalidad, y el tercero denominado, desde Kant, argumento ontológico. Los dos primeros se apoyan en tesis de la filosofía anterior: parte de una realidad que conocemos (cogito, pienso) y llega a Dios basándose en el principio de causalidad; Descartes parte del yo con sus ideas.
1ª Prueba (Argumento Cosmológico)
Descartes afirma que hay en su mente dos clases de ideas: 1) las que se refieren a seres exteriores como el cielo, la tierra… y 2) la idea del ser perfecto. Al primer tipo de ideas las llamará «adventicias». Descartes no sabe si la causa de esas ideas está en algo exterior a él, puesto que no ve inconveniente en que él mismo las hubiera causado (podrían ser mero producto suyo).
También tenemos la idea de un ser perfecto, por el solo hecho de darnos cuenta de que hay más perfección en conocer que en dudar. Esa idea no puede proceder de mí. Admitir que lo más perfecto proceda de lo menos perfecto, sería admitir que algo proviene de la nada. La causa de mi idea de perfección no puede ser otra que el mismo Ser perfecto.
2ª Prueba (Argumento Cosmológico)
Soy imperfecto, puesto que dudo, y tengo la idea de perfección. La poca perfección que poseo no viene de mí, pues si fuera capaz de darme una perfección, me habría dado todas las perfecciones que concibo. Dependo de una causa que posee por sí misma todas las perfecciones y ese es Dios.
3ª Prueba (Argumento Ontológico)
Es una prolongación de la intuición de la existencia del yo. Esta prueba comienza con la consideración de que hay ideas que él considera innatas: la idea de extensión infinita o cuerpo continuo. Construimos cuerpos geométricos y podemos demostrar las propiedades de esas figuras pero nada asegura que esos objetos posean existencia exterior a nuestra mente.
Pero si tomamos como punto de partida la idea de ser perfecto la idea de triángulo no permite afirmar la existencia de ningún triángulo, pero el análisis de la idea de ser perfecto obliga a afirmar su existencia.
El argumento de Descartes sería criticado por Gassendi y luego por Kant (s. XVIII). Santo Tomás y Kant coinciden: no se puede deducir la existencia real por el simple análisis de una esencia. En defensa de Descartes hay que decir que él no pretende partir de un concepto abstraído: Dios es una idea innata que para él equivale a una cierta intuición de la esencia divina.
Tras demostrar que Dios existe, Descartes se encarga de deducir sus atributos o perfecciones. Se centrará fundamentalmente en dos: Dios es causa de toda la realidad y absolutamente veraz. Se trata de un Dios bueno que no nos puede engañar ni permite el engaño del hipotético genio maligno. De este modo, el papel de Dios en el sistema cartesiano es capital.