El Método Cartesiano: Duda, Dios y Dualismo

El Método Cartesiano

Las Reglas del Método

Tras el hundimiento de la filosofía aristotélico-tomista, el objetivo fundamental de Descartes es encontrar un método que, partiendo de una serie de reglas, garantice el razonamiento correcto y la reconstrucción de todo el saber humano. Las reglas de dicho método son las siguientes:

  1. Regla de la evidencia: Exige rechazar cualquier idea que no sea clara y distinta.
  2. Regla del análisis: Consiste en reducir lo complejo a sus componentes más simples, que pueden conocerse intuitivamente.
  3. Regla de la síntesis: Partiendo de los elementos simples, conocidos por intuición, se construyen argumentos o deducciones más complejas.
  4. Regla de la enumeración: En su aplicación se revisan todos los pasos dados para comprobar que no se han cometido errores en el razonamiento.

La Duda Metódica y el Cogito

Descartes aplica el método a la metafísica, raíz del árbol del conocimiento, para averiguar si existe una primera verdad absolutamente cierta, sobre la que basar el conocimiento. Plantea la duda metódica, que trata de cuestionar nuestros conocimientos para hallar alguno que sea indudable. La duda metódica tiene cuatro niveles:

  1. Desconfianza del conocimiento aportado por los sentidos: Como estos nos engañan a veces, suscitando ideas confusas, podrían engañarnos siempre.
  2. Confusión entre el sueño y la vigilia: Los sueños no se distinguen a veces de la realidad; entonces, la realidad pudiera ser ilusoria.
  3. Hipótesis del «Dios engañador»: Los razonamientos matemáticos tienen validez, incluso en sueños, pero quizá Dios nos ha creado para que nos engañemos siempre.
  4. Hipótesis del «genio maligno»: Suponiendo que Dios no puede engañarnos, porque es bondadoso, podría existir un espíritu que se divirtiese errándonos al razonar.

Sin embargo, si el sujeto duda, es que piensa, y, si piensa, es que existe. «Pienso, luego existo» (Cogito ergo sum) es la primera certeza indudable.

Demostración de la Existencia de Dios

Descartes define el yo como una sustancia pensante, en la que hay ideas, voluntades y juicios. A su vez, las ideas son de tres clases: adventicias, facticias e innatas. Son adventicias aquellas ideas que parecen provenir de los objetos exteriores; las facticias, las crea nuestra imaginación; y las innatas, en cambio, parecen ser connaturales al sujeto.

Ahora bien, entre las ideas innatas encontramos una muy especial: la de un «ser perfecto» (Dios), que no puede haber sido creada por el yo, ya que este es imperfecto; entonces, esa idea ha tenido que ser puesta en el sujeto por un ser realmente infinito, con lo que se demuestra que Dios existe. Descartes añade dos demostraciones más de la existencia de Dios:

  1. Argumento ontológico: Dado que el yo tiene en su mente la idea de un ser infinitamente perfecto, ese ser tiene que incluir entre sus perfecciones la de existir.
  2. Argumento de la contingencia: Si el yo se hubiese dado a sí mismo la existencia, se habría dado todo tipo de perfecciones, entre ellas, la de existir necesariamente, pero se sabe finito, imperfecto y contingente; por tanto, ha tenido que haber sido traído a la existencia por otro ser, que puede ser contingente o necesario. La cadena de seres contingentes no puede ser infinita, pues entonces el yo no existiría, pero como existe, ha de haber un ser necesario, que lo ha creado y lo mantiene en la existencia.

Dios, como ser infinitamente perfecto, tiene que ser bondadoso y no puede engañarnos: Él garantiza, pues, que el mundo exterior existe y que la ciencia matemática es verdadera (siempre que sus razonamientos se ajusten a las reglas del método). La metafísica cartesiana distingue tres sustancias: la infinita (Dios), la pensante (almas) y la extensa (cuerpos físicos).

Antropología Cartesiana

La antropología cartesiana es dualista. En el hombre hay que distinguir el alma (inmortal), caracterizada por el pensamiento, y el cuerpo (que es material y se caracteriza por la extensión). Son independientes, no se necesitan para existir.

El cuerpo es una máquina compleja, construida por Dios. La separación entre alma y cuerpo plantea el problema de la comunicación entre las dos sustancias, resuelto por Descartes mediante la glándula pineal, punto de contacto entre ambas.

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