El Nihilismo en la Filosofía de Nietzsche
1. Nihilismo como Decadencia Vital
Para Nietzsche, toda cultura que cree en la existencia de una realidad absoluta, realidad en la que se sitúan los valores objetivos de la Verdad y el Bien, es una cultura nihilista. En la medida en que el cristianismo concentra esta realidad absoluta en la figura de Dios, a la que le opone el mundo de las cosas naturales, y en la medida en que, según nuestro autor, dicho mundo “superior” es una pura nada, la cultura cristiana, y en definitiva toda la cultura occidental, es nihilista pues dirige toda su pasión y esperanzas a algo inexistente (el Dios cristiano, el Mundo Ideal y Racional de los filósofos), despreciando de modo indirecto la única realidad existente, la realidad del mundo que se ofrece a los sentidos, la realidad de la vida. En “Así habló Zaratustra” Nietzsche representa este modo de mostrarse el espíritu con la figura del camello, símbolo de la aceptación resignada de las mayores cargas.
2. Nihilismo Activo
Es también nihilista la filosofía que intenta mostrar cómo los valores dominantes son una pura nada, una invención; la filosofía nietzscheana es nihilista en este sentido pues propone la destrucción completa de todos los valores vigentes y su sustitución por otros radicalmente nuevos (propone la “transmutación de todos los valores”). Este nihilismo es una fase necesaria para la aparición de un nuevo momento en la historia de la cultura, para el reencuentro con el “sentido de la tierra”, la aparición de una nueva moral y de un nuevo hombre, el superhombre. En “Así habló Zaratustra” representa esta figura del espíritu con la metáfora del león (por su agresividad, su capacidad destructiva).
3. Nihilismo Pasivo
Es una de las consecuencias de la “muerte de Dios”, aparece por la consciencia del carácter radicalmente infundado de la creencia en lo sobrenatural, de la creencia religiosa en el mundo del espíritu. Durante siglos nuestra cultura ha considerado que los valores descansan en algo trascendente, que existe un ámbito objetivo gracias al cual la existencia tiene sentido. La vida tiene un sentido porque algo exterior a ella se lo da. Con la muerte de Dios sobreviene la crisis del sentido y el convencimiento de que la existencia es absolutamente insostenible, vacía, carente de sentido. El “nihilista pasivo” no cree en ningún valor, puesto que considera que todo valor es posible sólo si Dios existe, y Dios no existe; termina en la desesperación, la inacción, la renuncia al deseo, el suicidio. En este momento crítico encontramos el nihilismo en la desesperación de los que consideran que nada tiene sentido ni valor por no existir aquello que debería ser el fundamento de todo sentido y valor, Dios. Aquél que dijese que si Dios no existe todo está permitido, aquél que desesperase de la vida y se levantase en contra de ella por considerar que ésta solo puede tener su fundamento en algo ajeno de ella y que dicho fundamento no existe, ese sería también nihilista.
Lo Dionisiaco y lo Apolíneo en la Filosofía de Nietzsche
Dionisiaco: El dios griego Dionisos (Baco para los romanos) era el dios de la vida vegetal y del vino, fue muy importante para este pueblo, y a él rindieron culto las bacantes. Nietzsche hace una interpretación de este dios que va más allá de su significado ordinario, considerando que con esta figura mítica los griegos representaban una dimensión fundamental de la existencia, que expresaron en la tragedia y que quedó relegado en la cultura occidental: la vida en sus aspectos oscuros, instintivos, irracionales, biológicos. Aunque Nietzsche explica este término en su obra juvenil “El nacimiento de la tragedia”, nunca lo abandonó, y lo podemos utilizar como metáfora de lo que más tarde llamó “voluntad de poder”. El término contrapuesto es lo apolíneo.
Nietzsche presenta este concepto en su primer escrito importante, «El nacimiento de la tragedia«, obra que será superada posteriormente en algunos aspectos, pero no en lo que se refiere a una de sus tesis centrales: el papel de la filosofía griega clásica (particularmente Sócrates y Platón) en el triunfo de la concepción apolínea de la vida y el olvido de la dionisíaca. En «El nacimiento de la tragedia» el joven Nietzsche trataba, aparentemente, cuestiones de historia de la cultura griega y reflexiones de estética. La obra escandalizó a sus contemporáneos pues cuestionaba la valoración tradicional y dominante del mundo griego, valoración según la cual la Grecia clásica, la Grecia del siglo de Pericles era el momento de esplendor de la cultura griega, y Sócrates y Platón los iniciadores de lo mejor de la tradición occidental, la racionalidad. Frente a esta interpretación, Nietzsche da más importancia a la Grecia arcaica, la Grecia del tiempo de Homero, y sitúa en el siglo V a. C. el inicio de la crisis vital del espíritu griego. Nietzsche defiende una concepción metafísica del arte: el valor del arte no está en la mera complacencia subjetiva que provoca en el espectador, no atañe solo a la esfera del gusto; es algo más profundo, puesto que con él una cultura expresa toda una concepción del mundo y de la existencia. El sentido del mundo se puede describir racionalmente, en conceptos precisos y argumentaciones rigurosas, pero también mediante la metáfora y los recursos estéticos que permiten la depuración de la sensibilidad para aprehender intuitivamente la realidad y trasladarla a los demás mediante la sugerencia, la belleza y el símbolo. Esta apreciación nunca le abandonó, y se manifiesta en varios aspectos de su filosofía, particularmente en su estilo expresivo, más próximo a la literatura (incluso a la poesía, como en “Así habló Zaratustra”) que a las formas precisas y objetivas de la filosofía tradicional. Pues bien, dice Nietzsche, el pueblo griego antiguo supo captar las dos dimensiones fundamentales de la realidad sin ocultarse ninguna de ellas, dimensiones que este pueblo expresó de forma mítica con el culto a Apolo y a Dionisos. La auténtica grandeza griega culmina en la tragedia ática, género artístico con el que consiguieron representar de modo armónico lo apolíneo y lo dionisíaco de la existencia.
La Crítica de Nietzsche a la Moral Tradicional
1. El Dogmatismo Moral
El dogmatismo moral presenta las dos características siguientes: consideración de los valores morales como valores objetivos y universalidad de los valores morales:
Crítica a la consideración objetiva de la moral
Platón situó los valores en el mundo eterno e inmutable de las Ideas, el cristianismo los sitúa en el ámbito eterno e inmutable de la mente de Dios. Pero la moral tradicional, dice Nietzsche, se equivoca totalmente: los valores morales no tienen una existencia objetiva, no existe un ámbito en el que se encuentren los valores como realidades independientes de las personas, no existen los valores como una de las dimensiones de las cosas, ni como realidades que estén más allá de éstas, en un supuesto mundo objetivo. Los valores los crean las personas, son proyecciones de nuestra subjetividad, de nuestras pasiones, sentimientos e intereses, los inventamos, existen porque nosotros los hemos creado. Sin embargo, es frecuente olvidar este hecho, de ahí que habitualmente los vivamos como objetivos y los sintamos como mandatos, como exigencias que vienen de fuera (de la ley de Dios, de la Naturaleza o de la conciencia moral). El dogmatismo moral consiste precisamente en olvidar que los valores dependen de nosotros, consiste en mantener que tienen una existencia objetiva.
Universalidad de los valores
Como consecuencia de la creencia en el carácter independiente de los valores, la moral tradicional creyó también que las leyes morales valen para todos los hombres: si algo es bueno es bueno para todos, si algo no se debe hacer no es correcto que lo haga nadie. Esto es, precisamente, lo que indicaba el imperativo categórico kantiano y la conclusión a la que se podía llegar también a partir de la consideración tomista de la ley moral como consecuencia de la ley natural, y ésta de la ley eterna. Nietzsche niega este segundo rasgo del dogmatismo moral: si realmente los valores existiesen en un Mundo Verdadero y Objetivo podríamos pensar en su universidad, pero no existe dicho Mundo, por lo que en realidad los valores se crean, y por ello cambian y son distintos a lo largo del tiempo y en cada cultura. Una vez criticado el fundamento absoluto que sirve de soporte a la validez de la moral, no se puede pensar en su universalidad.
2. La Moral Tradicional es Anti vital
Podría parecer que con la descripción anterior Nietzsche está justificando toda apreciación moral, sea cual sea, ya que todas en el fondo valen lo mismo: nada. Pero esto no es así: aunque la defensa de un criterio de verdad moral puede parecer algo paradójico desde su punto de vista, Nietzsche nos propone uno pues todas las tablas de valores son inventadas, pero hay algunas mejores que otras; el criterio utilizado para esta apreciación es el de la fidelidad a la vida: los valores de la moral tradicional son valores contrarios a la vida, contrarios a las categorías básicas que parecen estar involucradas en la vida. La moral tradicional (la moral cristiana) es “antinatural” pues presenta leyes que van en contra de las tendencias primordiales de la vida, es una moral de resentimiento contra los instintos y el mundo biológico y natural. Esto se ve claramente en la obsesión de la moral occidental por limitar el papel del cuerpo y la sexualidad.
El dogmatismo moral tiene varias implicaciones (para Nietzsche “patológicas”): la idea de pecado y de culpa, y la de la libertad. La idea de pecado es una de las ideas más enfermizas inventadas por la cultura occidental: con ella el sujeto sufre y se aniquila a partir, sin embargo, de algo ficticio; no existe ningún Dios al que tengamos que rendir cuentas por nuestra conducta, sin embargo el cristiano se siente culpable ante los ojos de Dios, se siente observado, cuestionado, valorado por un Dios inexistente, del que incluso espera un castigo; situación paradójica por cuanto este Dios y los propios valores morales son una creación de él mismo. El cristianismo (y todo el moralismo occidental) tiene necesidad de la noción de libertad: para poder hacer culpables a las personas es necesario antes hacerlas responsables de sus acciones. El cristianismo cree en la libertad de las personas para poder castigarlas.
El Mundo Aparente y la Crítica al Platonismo
Mundo Aparente: Toda la filosofía nietzscheana es como una melodía que repite un mismo tema: el tema es la reivindicación de la vida y la crítica a la actitud contraria a la vida, el platonismo; las variaciones a este tema son sus tesis relativas al superhombre, la voluntad de poder y la tesis del eterno retorno, y sus críticas a las manifestaciones particulares del platonismo en la filosofía, la ética, la religión y la ciencia. En definitiva, su filosofía es el intento más radical de toda la historia del pensamiento de superar el platonismo y defender la tesis opuesta: la existencia de un mundo irracional y carente de sentido trascendente, la vida.
El platonismo no se limita a la filosofía de Platón, lo encontramos antes y después de ella, y tal vez se puede identificar con la tarea de la filosofía misma. La filosofía occidental está recorrida de un extremo al otro por el platonismo. Platón articuló con precisión y llevó hasta el final esta tesis consustancial al pensamiento occidental. Pero el platonismo no es tampoco un asunto que comprometa exclusivamente al mundo de los profesionales de la filosofía, el platonismo se ha instalado en la cultura y viene a ser la actitud de todos los hombres de nuestra civilización (que como se sabe tiene su origen en el mundo griego), y ello fundamentalmente porque este punto de vista se instala en las mentes de las personas mediante los mejores publicistas que ha podido tener Platón: los cristianos (“el cristianismo es platonismo para el pueblo”).
¿En qué consiste el gran error que Nietzsche atribuye a este punto de vista? Lo podemos entender si recordamos algunos tópicos fundamentales de la historia de la filosofía: la filosofía nace como paso del mito al logos, como superación de las descripciones del mundo que apelan a la imaginación y la narración metafórica por las descripciones que apelan a la racionalidad y la narración precisa y objetiva. Y comienza precisamente señalando una serie de conceptos antitéticos: el concepto de ser frente al de apariencia, el de razón frente a los sentidos, el del espíritu o alma frente al cuerpo, el de lo permanente frente al cambio, el de la unidad frente a la multiplicidad. Estas creencias no comienzan con Platón, están incluso en los filósofos presocráticos –con la excepción de Heráclito al que el propio Nietzsche dice reverenciar– pero adquieren su más radical expresión en Sócrates y en Platón. No es extraño que una consecuencia de estas apreciaciones sea que para casi toda la cultura occidental (presocráticos, Platón, cristianismo, …) la muerte tal y como la vivimos en la experiencia ordinaria sea una mera apariencia, la auténtica realidad nunca muere, es eterna, lo que nosotros experimentamos como muerte se encuentra en el nivel de la apariencia, en el nivel de lo que se ofrece a los sentidos.
La Transmutación de los Valores
Transmutación de valores: Momento necesario para el final de la moral tradicional (o moral de esclavos) y la aparición del superhombre.
Nietzsche no propone vivir sin valores (llega a considerar incluso que esto es imposible); propone más bien invertir la tabla de valores: superar la moral occidental, moral de renuncia y resentimiento hacia la vida, mediante una nueva tabla en la que estén situados los valores que supongan un sí radical a la vida. Con una expresión excesivamente retórica Nietzsche llama “rebelión de los esclavos” a la situación que se crea con el triunfo del cristianismo: el cristianismo y el judaísmo sustituyen la moral aristocrática (que Nietzsche cree encontrar en el mundo griego antiguo) por la moral de los esclavos. Con el cristianismo prospera la moral de los débiles, de los que quieren huir del rigor de la vida inventándose un mundo objetivo, de reposo, de justicia.
La transmutación de los valores es la superación de esta moral de esclavos para recuperar de nuevo la moral aristócrata, y permite el triunfo del código moral del superhombre.
La Inocencia del Devenir y la Voluntad de Poder
Inocencia del devenir: Nietzsche cree que en todas las cosas encontramos un afán por la existencia, desde el mundo inorgánico hasta el mundo humano, pasando por todos los distintos niveles de seres vivos. Todas las cosas son expresión de un fondo primordial que pugna por existir y por existir siendo más.
En los años previos al acceso de locura que le sobrevino en 1890, Nietzsche redactó lo que consideraba iba a ser su obra más acabada, que pensaba titular precisamente “La voluntad de poder”. Todos sus escritos anteriores eran esencialmente críticos, con ellos intentó echar por tierra los esquemas mentales que han dominado toda nuestra cultura desde sus mismos orígenes (desde Sócrates), esquemas que Nietzsche resume en el concepto de platonismo. Sin embargo, en esta última obra (inconclusa y publicada tras su muerte) intentó describir su visión positiva de la realidad, visión que coincide con la que él mismo presentó ya en su primera obra, “El nacimiento de la tragedia”, con la noción de lo dionisíaco. Dada la repugnancia que parece despertar en él todo lo metafísico, todo discurso relativo al ser, puede resultar extraño sugerir que con la voluntad de poder Nietzsche nos presenta su noción de ser, su “metafísica”, pero en cierto modo así es. Las características que parece tener para él la realidad, el ser (por lo tanto, la voluntad de poder) son las siguientes:
- Irracionalidad: la razón es sólo una dimensión de la realidad, pero no la más verdadera ni la más profunda; y ello tanto en el sentido de que en el hombre la razón no tiene –ni debe tener– la última palabra, puesto que siempre está al servicio de otras instancias más básicas como los instintos o la mera eficacia en el control de la realidad (es decir su mera utilidad, que no su verdad), como en el sentido de que el mundo mismo no es racional: nosotros lo creemos racional, intentamos someter a un orden y a una legalidad lo que en sí mismo no es otra cosa que caos, multiplicidad, diferencia, variación y muerte;
- Inconsciencia: la fuerza primordial que determina el curso de todas las cosas no es consciente, aunque esporádica y fugazmente se manifiesta de este modo precisamente en nosotros, los seres humanos; pero incluso en este caso la consciencia no tiene carácter sustantivo, ni crea un nivel de realidad nuevo o independiente. Nietzsche considera la consciencia como algo superfluo, que perfectamente podría no darse y que de ningún modo añade mayor perfección ni realidad;
- Falta de finalidad: las distintas manifestaciones que toman las fuerzas de la vida, sus distintas modificaciones, los resultados de su actuación, no tienen ningún objetivo o fin, no buscan nada, son así pero nada hay en su interior que les marque un destino. Dado que lo que nosotros percibimos, y que todo con lo que tratamos (objetos físicos, mundo espiritual, social y cultural) es expresión de esta realidad sin sentido, Nietzsche declara con ello el carácter gratuito de la existencia (tesis totalmente idéntica al existencialismo sartriano para el que todo ente “está de más”);
- Impersonalidad: es una consecuencia de las dos características anteriores (inconsciencia y ausencia de conducta final o intencional); esta fuerza no puede identificarse con un ser personal –mucho menos puede pensarse que con ella Nietzsche intenta introducir sutilmente la noción de Dios–; incluso los textos sugieren que en realidad tenemos propiamente un cúmulo de fuerzas, no una básica que supuestamente esté a la base de todas las visibles; un cúmulo de fuerzas que buscan la existencia y el ser más, compitiendo en dicho afán entre sí, enfrentándose y aniquilándose.