Las Fases del Nihilismo Pasivo: Crítica de la Cultura Occidental
Nietzsche menciona una serie de maneras de valorar nihilistas que, aunque pueden concebirse sucesivamente, como la “historia” del nihilismo europeo, también pueden coexistir a diferentes niveles. Indican el proceso que ha llevado a la cultura occidental a su ocaso y justifican la necesidad de superarla. Estas fases de “formación” del nihilismo son, en lo que se refiere al nihilismo pasivo, las siguientes.
1ª) El Resentimiento
Se resume en una letanía que, según Nietzsche, identifica al tipo psicológico del sacerdote judío: “Por tu culpa”. La estrategia del débil para vencer al fuerte no es oponerle una fuerza que no tiene, sino intentar volver contra el fuerte su propia fuerza, intentar que se avergüence de su fuerza. Así, el nihilismo procede de un modo inteligente e inventivo. El débil interpreta la acción del fuerte como querida, voluntaria, consciente, malvada. En esto hay una especie de “mala fe”: el fuerte está determinado (por sus instintos nobles) a ser fuerte, no ha elegido ser fuerte.
Es necesario distinguir entre malo (aquello que es malo-para-mí, que me hace daño, que no me conviene), y malvado (aquel que, pudiendo hacerme el bien, me hiere). El fuerte es malo para el débil en el sentido “naturalista” de la palabra (como una comida demasiado fuerte es mala para un estómago delicado), pero no malvado (no es dueño de hacer otra cosa que lo que hace). La estrategia sinuosa del débil es reprochar al fuerte ser malvado, intentar que se sienta culpable de su propia fuerza, crear una especie de doble del instinto que sería la intención, un ser (sujeto consciente y libre) que se añade al Hacer y lo falsifica. El débil interpreta la debilidad como renuncia voluntaria y consciente a la acción, y, por tanto, como bondad y sacrificio querido. El débil abriga un deseo de venganza (en el otro mundo) contra el fuerte. Así, el sentido pagano de virtus (=fuerza) se invierte por completo: el fuerte, el activo, es visto como malvado, mientras que el débil y reactivo aparece como “virtuoso”.
2ª) La Mala Conciencia
La letanía que aquí corresponde es “Por mi culpa” (el instinto de venganza vuelto contra sí mismo, como el aguijón del escorpión), y corresponde al tipo psicológico del sacerdote cristiano. La mala conciencia es una planta mucho más venenosa que el resentimiento, porque ahora el débil siente el sufrimiento como castigo del pecado: sufro por mi culpa, por mi grandísima culpa, merezco sufrir según los designios (para mí, incognoscibles) de Dios. El sufrimiento se vuelve un mérito, y se convierte en algo bueno: no hay que resistirse, sino resignarse, los que sufren resignados son los buenos, los que se resisten, los malos. El deseo del débil es sufrir (cuento más, mejor) en este mundo, porque al sufrir se redime, expía su culpa, se salva.
3ª) El Ideal Ascético
El débil ya solo ama la vida débil, la vida que ha renunciado a sí misma (al cuerpo, a la alegría, a los instintos), y ama a los débiles y reactivos, a los “infelices” por los que siente misericordia y compasión. Compasión: no basta con padecer, hay además que padecer-con los otros, ya que este mundo es pálido reflejo del otro, más allá. El deseo del débil es ahora deseo de negar la vida. La única felicidad es la vida lo más débil posible: el “reposo” el “descanso”, la narcosis, nirvana, reducción de la vida a la nada-de-vida, nada-de-deseo, nada- de-instinto, porque todo impulso y todo deseo son malvados. Esta vida ascética implica una sed de verdad (tendencia a alcanzar ese mundo verdaderamente auténtico que está más allá)
4ª) La Muerte de Dios
Pero esta sed-de-verdad impulsa el ideal científico de la razón occidental en su lucha por la certidumbre absoluta y la realidad auténtica. Y este mismo impulso acaba por expulsar a Dios de nuestra visión del mundo. Dios muere asesinado por el hombre sediento de verdad que la propia religión ha creado, y este hombre, el asesino de Dios, es el más feo de todos los hombres, porque arrastra a la nada, con su crimen, todo aquello en lo que la humanidad ha creído como verdadero. Sin embargo, el lugar que Dios deja vacante es enseguida ocupado por la moral, que reemplaza a la religión, y por los valores humanos (Progreso, Historia, Utilidad) que sustituyen a los divinos. El hombre ocupa el lugar de Dios como justificador de la vida: pero no cambia nada, puesto que lo “malo” era el lugar mismo, la creencia en que haya que justificar la vida con una meta, un objetivo o un “sentido” exteriores a la propia fuerza de autoafirmación de la vida. (NOTA.-En Nietzsche hay otras versiones de la muerte de Dios; ésta es la última y definitiva. La primera escena o episodio de esa muerte es la misma crucifixión).
5ª) El Último Hombre
El último hombre es el europeo contemporáneo que ha dejado de confiar incluso en los valores humanos y en la verdad, es el hombre que quiere perecer, autodestruirse, y que camina hacia esa autodestrucción: Al no existir modelo, la copia es copia de nada, simulacro, ya no hay verdad para la razón ni sentido para la existencia que se convierte así en una copia- sin-valor, sin sentido ni finalidad, error e ilusión sin solución. El deseo que alimenta este último hombre es deseo de nada, deseo de muerte, ante la amarga evidencia de que “Todo es en vano”. Esta es la última etapa (¡por ahora!) del nihilismo pasivo. Para Nietzsche, puede ser también la primera de un Nihilismo activo, no pesimista, anuncio de una próxima mutación histórica; “como una especie de dicha, de alivio, de serenidad, de aliento, de aurora […]; nuestras naves pueden darse de nuevo a la vela y bogar hacia el peligro.”