La Ciudad de Dios y la Ciudad Terrena en la Filosofía de San Agustín
En la filosofía de San Agustín, la crónica de la humanidad se presenta como una lucha entre dos ciudades: la pugna perpetua entre la ciudad del bien (Ciudad de Dios) y la ciudad del mal (ciudad terrena).
Estas dos ciudades se diferencian en el modo de vida de sus habitantes.
La Ciudad Terrena
La ciudad terrena es la ciudad de la condenación terrena. Esta ciudad está generada por el amor a uno mismo, incluso hasta el desprecio de Dios, y sus habitantes viven según los placeres carnales, los valores mundanos, las pasiones egoístas, la ley del más fuerte, la quimera de un hombre sin Dios. Su objetivo es la búsqueda de bienes temporales y la gloria de los hombres.
La Ciudad de Dios
La Ciudad de Dios es la salvación eterna generada por el amor hacia Dios, incluso hasta el desprecio de uno mismo. Es la ciudad de los justos, de la caridad, del orden y del ideal moral. Sus habitantes viven según el espíritu y su objetivo es la búsqueda de los bienes permanentes.
De esta manera, estas dos ciudades representan, en el punto de vista de San Agustín, la lucha entre el bien y el mal, entre la luz y la oscuridad, entre la ciudad celeste y la ciudad terrestre.
Estas dos ciudades están mezcladas en toda la sociedad y no se pueden identificar con el Estado y con la Iglesia respectivamente, ya que representan ideales morales y espirituales, cuyos contenidos no coinciden exactamente con ninguna organización real.
- Estado: Corresponde velar por las cosas temporales y garantizar bienestar, paz, justicia social.
- Iglesia: Debe impregnar al Estado con sus principios.
Eudemonismo = Felicidad
Para San Agustín, el ser humano se caracteriza por una actitud de búsqueda que le lleva a autotrascenderse. Esa actitud no se da solo en el plano del conocimiento, sino que también en el ámbito del querer, de la voluntad. El hombre busca la felicidad, pero la felicidad no se puede encontrar en sí mismo. El hombre fue creado de tal manera que no se puede hacer feliz a sí mismo, por eso va a ser forzado a autotrascenderse, ya que solo algo superior a él le puede hacer feliz, y este algo es Dios.
El Hombre como Ser Libre
El ser humano es libre y tiene que decidir libremente si va a seguir a Dios (en ese caso, usando bien la libertad) o, por lo contrario, le va a dar la espalda (usando mal la libertad). El ser humano solo puede encontrar la felicidad en Dios, pero como carece de visión adecuada del mismo, puede elegir entre bienes mutables o bienes inmutables.
La naturaleza humana, buena por creación, fue corrompida por el pecado original. Así, el ser humano se halla con inclinaciones, la fuerza de la gracia y su naturaleza corrompida.
El ser humano es libre, pero es libre de hacer libremente lo que Dios sabe que hará libremente. Así compagina la libertad con la gracia y con la predestinación.
El Problema del Mal
El problema del mal fue un tema que le preocupó desde joven. La doctrina maniquea defendía la existencia de dos principios: uno para el bien y otro para el mal. Cuando se hace cristiano, intentará dar una solución a la pregunta por el origen del mal en la línea de la filosofía de Plotino.
El mal no es una realidad positiva, sino una privación de bien. No se puede atribuírsela a Dios. El mal, lo mismo que el bien, tienen su origen en el libre albedrío del ser humano.
Razón y Fe en San Agustín
Como para San Agustín lo importante es explicar la relación entre el alma humana y Dios, entonces fe y razón no son más que medios o instrumentos que se exigen para encontrar la verdad.
Por lo tanto, fe y razón no se excluyen, sino que se complementan. Ni creer en algo irracional, ni el conocimiento racional destruye la fe. Para superar estas posiciones excluyentes, San Agustín propone que la fe se sitúe en el comienzo y al final de la especulación racional. Primero, como condición necesaria para que se ponga en marcha una investigación sobre temas que, de otra manera, permanecerían ignorados, la fe es guía y pauta de la razón. Por otro lado, la investigación racional dirige al hombre hacia la fe; este elimina las dudas, consolidando el conocimiento racional.
Razón y Fe en Santo Tomás
Es una herramienta valiosa que Dios nos ha dado, y no debemos renunciar a ella ni considerarla un peligro para la fe. Tomás reclama humildad y delimita los territorios, aunque admitiendo espacios de interacción.
La razón tiene un campo propio y, en este ámbito, nos da verdades de las que la fe no se ocupa. La fe no acepta ser comprendida, sino que son conocidas por revelación. Tomás establece un ámbito propio de la razón del que no se ocupa la fe, un ámbito solo de la fe y un tercer ámbito de verdades compartidas. A diferencia de San Agustín, que no afirma que al conocimiento racional le sea necesaria la fe. Así pues, fe y razón mantienen una relación de colaboración, siempre que no se olvide nunca quién está al mando de la nave: la filosofía es servidora de la fe. La teoría de los averroístas es radicalmente rechazada: “la verdad es única y la razón ha de revisar sus premisas y sus argumentos cuando llegue a conclusiones incompatibles con la verdad revelada”.