El Nihilismo y la Muerte de Dios en la Filosofía Occidental

El Nihilismo y la Muerte de Dios

De esta manera, nuestra cultura culmina forzosamente en el nihilismo. El nihilismo no es un dogma o una teoría filosófica, sino el destino mismo de Occidente. La crisis de la metafísica, la religión y la moral tiene como consecuencia el advenimiento de un sentimiento de fatalidad y de vacío que sume al hombre, agotado y rendido, en la pesadumbre y la amargura. Nietzsche identifica este sentimiento como nihilismo pasivo: un sentimiento de depreciación de la vida donde el hombre, indolente y abatido, se presenta como un negador de valores que huye constantemente de sí mismo. El nihilismo (de «nihil», nada) es el resultado de la historia de una cultura basada en valores irreales (Idea, Bien, Verdad… Dios) que han perdido su fuerza y se derrumban al no ofrecer respuestas convincentes. Este nihilismo pasivo alcanza su cota más alta con el acontecimiento por excelencia en la historia: la secularización de la cultura y la muerte de Dios.

Dios era la máxima representación de la metafísica y la máxima expresión del lenguaje filosófico. Dios era el aval de nuestros valores, decisiones y metas. Pero ese fundamento y orientación se ha perdido cuando los hombres creyeron prescindir de Dios confiando en el progreso material, en la ciencia, en la moral burguesa y en otros principios cuyas raíces, en el fondo, forman parte de la tradición cultural de Occidente. El hombre sigue anclado sobre el mismo barco, pero sin capitán (Dios) que lo dirija, y, peor aún, sin viento con el que navegar por la vida. Esta muerte natural de Dios lleva sucediendo desde que en el Renacimiento se intentó recuperar la posición central de un hombre confiado en sí mismo, pero envenenado con el dardo de la verdad socrática. Después le siguieron el Racionalismo, la Ilustración y el Positivismo científico, así como las posiciones moderadas, escépticas, agnósticas y materialistas frente al monoteísmo cristiano. Pero todos esconden un dogma moral que impide la superación de estos valores.

Sin embargo, el fracaso de la cultura occidental es, al mismo tiempo, el principio de un cambio para la transmutación de valores. No basta con lamentarse de la pérdida de Dios, sino desear con valentía su muerte sin la hipocresía del llanto y el desconsuelo. Nietzsche invita a recoger los frutos de este acontecimiento para que la superación del hombre sea posible. Al nihilismo pasivo debe seguirle, por lo tanto, un nihilismo activo, donde es imprescindible negar a Dios y asumir enteramente su pérdida, de la que somos plenamente responsables, con voluntad de querer y poder.

El Problema de Dios en Kant

Al mostrar la imposibilidad de una metafísica «científica», la «Crítica de la razón pura» rebaja las substancias del mundo cartesiano (alma, Dios y mundo) a constructos mentales a los que no podemos aplicar las categorías del entendimiento, pues no tenemos experiencia de ellas, o, por usar la terminología kantiana, a «ideas de la razón», conceptos racionales cuyo objeto no nos puede ser dado empíricamente. Estas ideas de la razón no son fenómenos, sino meros objetos en idea construidos por el espíritu para su satisfacción, pero cuya existencia no se puede demostrar y ni siquiera conocer. Atribuir a estas ideas una existencia real o «en sí» es lo que Kant llama «la ilusión trascendental». El fin de la crítica kantiana es, precisamente, advertir y denunciar dicha ilusión.

El análisis de los límites de la razón al que procede Kant en la «dialéctica trascendental», al descubrir el carácter ilusorio de los juicios trascendentes, eliminará a la vez el dogmatismo y el escepticismo. Dios queda reducido, en el orden cognoscitivo, a ser objeto de examen de una teología racional (o «teodicea») que fundamenta la reducción de la religión a los «límites de la mera razón». Justo esta expresión es la que da título al opúsculo que, en vida, mayores problemas de censura -incluida una amonestación real- reportará a Kant.

Pese a haber puesto en evidencia la imposibilidad de un conocimiento objetivo acerca de Dios, Kant afirmará su importante papel en el ámbito de la razón práctica a título de «postulado» (como lo son la libertad o la inmortalidad del alma), es decir, de proposición indemostrable pero que hay que admitir para que sea posible el hecho moral. La originalidad del modo en que Kant lo postula radica en que no lo concibe como un legislador o juez, sino como un referente moral, un agente en el que el «ser» y el «deber ser» se identifican (lo que no deja de recordarnos la exigencia evangélica «Sed perfectos como vuestro padre celestial es perfecto» tan acorde con su religiosidad pietista).

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *