El Absoluto de la Libertad y la Facticidad
La libertad, presentada como un absoluto, se expresa en el cuerpo humano dentro del espacio-tiempo. Sartre argumenta que el pasado no determina nuestras acciones presentes, ya que los hechos adquieren significado a través de la conciencia. No existen «hechos brutos», sino que se presentan imbuidos de un sentido simbólico otorgado por la conciencia.
La Previsibilidad de la Conducta y la Fuerza de los Motivos
La conducta ajena es previsible no por predeterminación, sino porque comprendemos el significado que otorgan a los acontecimientos. Actuamos por el motivo más fuerte, pero estos motivos son fortificados por nosotros mismos, en función de valores. Desde la perspectiva fenomenológica, detrás de cada motivo o valor hay una elección. El valor no es elegido por ser valioso, sino que su peso, capaz de impulsar la acción, proviene de haber sido elegido.
La Angustia de la Libertad y la Mala Fe
Al tomar conciencia de la elección, nos enfrentamos a un vacío de valores que genera angustia. Esta angustia se intensifica ante el futuro, que depende enteramente de nosotros. Sin embargo, preferimos sentirnos obligados por deberes y valores superiores antes que afrontar la angustia de la libertad total. Sartre denomina a esta evasión «mala fe», un autoengaño que implica una doblez de la conciencia, un juego entre la trascendencia del para-sí y la facticidad del en-sí. A veces atribuimos nuestras acciones a las circunstancias, otras nos objetivamos en roles cotidianos.
La Muerte de Dios y la Existencia de los Otros
Sartre afirma que al negar su libertad y afirmar la existencia de Dios, se niega la libertad. La Ilustración intentó suprimir a Dios, pero manteniendo valores morales a priori. «Si Dios no existiese, todo estaría permitido» es el punto de partida del existencialismo. Con la muerte de Dios, desaparece la posibilidad de encontrar valores en un cielo inteligible. Sin embargo, existen los otros. El otro no es una construcción de mi conciencia; mi libertad se reconoce al encontrarse con otras libertades. La timidez es el temor original a la negación de nuestra subjetividad ante la mirada del otro.
La Libertad como Condena
La existencia de buena fe se mantiene en la libertad constantemente renovada respecto al pasado, presente y futuro previsible. Incluso la sinceridad puede ser mala fe, al cosificar el en-sí y eludir la libertad. No ceder al autoengaño determinista implica la facultad de interponer una nada entre el presente y el pasado. Los hechos pasados tienen el sentido que les damos desde la libertad presente. «Estoy condenado a existir para siempre más allá de mi esencia… condenado a ser libre». El hombre, desde el vacío del para-sí, tiende al en-sí, aspira a ser, a tener esencia. «El hombre es fundamentalmente el deseo de ser», un deseo inalcanzable por completo, ya que el para-sí permanece libre respecto al en-sí. La existencia humana anhela ser un en-sí-para-sí, un vacío pleno, una libertad autosuficiente.