La Filosofía de Nietzsche: Decadencia y Superación

Crítica a la Cultura Occidental

La filosofía de Nietzsche es una crítica a la cultura occidental, pues todas sus manifestaciones revelan una vitalidad decadente que es incapaz de avanzar a través de trazar nuevas metas a la humanidad. La vida es para él voluntad de poder, un impulso inconsciente de todo lo viviente a superarse, para mejorar la vida. Al definir la voluntad de poder como tal, se opone a la concepción en la que el ser viviente se caracterizaría por el instinto de conservación, el cual conduce a un estancamiento y este a la decadencia. La decadencia representa la renuncia a superarse a uno mismo, aferrándose a la felicidad y pequeños placeres, así como huyendo del dolor, síntomas característicos de la cultura occidental.

Tres tipos de decadencia o nihilismo:

1) Hombre moderno:

»Último hombre», actualmente el »hombre-masa». También, los grandes sabios (coinciden en su racionalismo y desprecio al instinto – característico de Sócrates). Por el contrario, Nietzsche se opone a lo dionisiaco, a diferencia del socratismo, que es la afirmación del devenir y el rechazo radical del ser.

2) Cristiano:

Decadente por su actitud ante la vida, religión creada a partir de la filosofía platónica (acentúa su decadencia filosófica). Nietzsche aplica el método genealógico para criticar una determinada moral o sistema filosófico; así, rastrea si tras las manifestaciones se encuentra una actitud vital o enferma, y si niegan o afirman la vida. Nietzsche encuentra decadencia y nihilismo, pues en el origen está el miedo de unos hombres al devenir y al cambio de las cosas. El método sacará a la superficie un mundo alternativo donde vivir con seguridad y comodidad.

Crítica a la moral

Identifica moral con moral cristiana. En la mayoría de las lenguas la pareja de palabras «bueno-malo» no significaban originariamente adjetivos para calificar acciones humanas, sino que designaban dos tipos opuestos de hombres. «Bueno» designaba al hombre distinguido en rango social, al noble, al privilegiado. «Malo», por el contrario, designaba al inferior en rango social, al plebeyo, al vulgar. Posteriormente se da una trasposición de significados, para pasar de designar a los hombres a designar las acciones que llevaban a cabo: los nobles llamaban buenas a sus acciones y malas a las acciones de los plebeyos.

En la evolución moral de la cultura occidental se ha dado una inversión de ese significado originario, que ha consistido en calificar como malo aquello que va contra la cohesión del grupo, aquella expresión de la vitalidad que puede poner en peligro los intereses de la mayoría. Lo que históricamente ha ocurrido es que los esclavos, los débiles, los plebeyos, ayunos de fuerza física y vital han tenido que desarrollar la inteligencia y la astucia para sobrevivir, siendo su mayor logro haber pasado a invertir el significado originario de lo bueno y de lo malo.

Antes, los nobles, que amaban la lucha y entendían la vida como continua creación, actuaban con absoluta libertad, creando sus propios valores en los que se afirmaban en la plenitud de su fuerza y vigor, despreocupándose de si perjudicaban a alguien o no. Su moral era una moral originaria, expresión de la vida misma. Los esclavos han ido elaborando una moral reactiva frente a la moral de los señores, una moral que privilegia todos los valores que les permiten seguir existiendo y que son los contrarios de los valores del noble. Valores como la tolerancia, la compasión, la paciencia, el desinterés, el altruismo, la igualdad, la resignación, expresan solamente una actitud vital de miedo a la existencia, una moral del rebaño e hija del resentimiento hacia los fuertes.

El éxito de la moral de los esclavos frente a la de los fuertes está en que los débiles, llevados por el instinto de conservación y no por el de vivir plenamente, ha desarrollado mecanismos para sobrevivir frente a los fuertes. Como no pueden enfrentarse abiertamente contra los fuertes, buscan la venganza en su mundo interior. El débil, al contrario del fuerte que se expande, crece hacia dentro, explorando los campos de la inteligencia y haciéndose cada vez más astuto. La astucia de los muchos débiles acaba por rendir la inocencia de los fuertes, que son pocos, y por someterles a sus valores.

Crítica a la religión

Nietzsche nos dice que a los trece años ya era ateo, estando convencido de que Dios era el causante de todo el mal del mundo.

La religión cristiana es un platonismo para el pueblo, una filosofía en versión divulgativa. La actitud vital desde la que nace es la misma que la de la filosofía platónica: todo lo bueno y lo que merece la pena se pone en el mundo del más allá, despreciando las cosas de este mundo. El miedo a dejarse llevar por los impulsos de la vida y a cargar con sus consecuencias es la fuente de donde nacen los valores que predica la religión: renuncia y humillación. Los actos de una vida plena en la que la voluntad de poder se expresase, como crear, valorar, ser original, castigar, ser libre, etc. son atribuidos sólo a Dios y juzgados como pecados cuando los realiza el hombre, es decir, como impedimentos para salvarse.

La muerte de Dios

Dios no es más que una invención del hombre que le ha servido para huir de la vida y de esta tierra. Mientras exista Dios, la vida terrenal no tendrá más que un valor secundario; no un fin, sino un medio; no la patria del hombre, sino un valle de lágrimas. Mientras Dios exista, no existirá la libertad del hombre, su voluntad de poder no actuará como fuerza creadora y valoradora. La muerte de Dios es la condición primera para que el hombre se sitúe más allá del bien y del mal y sea él el que establezca el bien y el mal.

No basta con matar a Dios: a fin de cuentas no es más que un símbolo o un nombre, síntoma de una actitud vital decadente. Si ésta actitud decadente no se elimina, otros símbolos ocuparán el puesto de Dios. Es verdad que una ola de ateísmo invade a Occidente, pero es sólo un ateísmo aparente; ahora son la razón, la ciencia, las instituciones, las que siguen dispensando el alimento a su vida cobarde: orden, seguridad, consuelo, providencia, sentido. La muerte de Dios y de sus sucedáneos, debería sustituir el «tú debes» por el «yo quiero».

Cuando el hombre occidental se dé cuenta de que tras esos sucedáneos de Dios se esconde la misma actitud vital que tras el concepto de Dios, se instalará el nihilismo, como una actitud vital sin valores de ningún tipo. La incapacidad creadora del hombre occidental le impedirá tener la fuerza necesaria para situarse más allá del bien y del mal, para ser él legislador de su propia vida. El nihilismo es la muestra del naufragio de la cultura occidental.

Superhombre

La cultura occidental ha llegado a su máximo estado de decadencia en el nihilismo, que es la actitud de desengaño hacia todos los valores tradicionales, pero que en realidad no es otra cosa que la manifestación de esos propios valores: en el nihilismo los valores occidentales aparecen como la valoración de la nada.

Nietzsche, tras su crítica destructiva, también ofrece una propuesta de regeneración de la cultura, no en el sentido de paliar las deficiencias de la existente, sino en el de crearla desde unos instintos vitales fuertes, asentándola en la voluntad de poder, como fuerza vital expansiva y creadora, resucitando lo dionisíaco. Los nuevos valores se encarnan en la figura del superhombre.

El mérito del hombre está sólo en ser puente y no meta, puente hacia el superhombre, que es al hombre lo que el hombre al mono. El superhombre es un ser que no necesita inventar mundos ideales, que supera el nihilismo, que al crear sus propios valores está más allá del bien y del mal, y que sus valores son valores que potencian la vida en vez de negarla o empobrecerla.

Algunas características del superhombre son:

  1. Ansia de vivir, que se plasma en una valoración de todo lo corporal, la salud, el placer, las pasiones, los instintos. Las virtudes que ama son la fuerza física, el poder, la libertad del fuerte y del poderoso. Los nuevos valores son la antítesis de la moral de los esclavos: no a la trascendencia, sí a esta vida.
  2. Libertad, en el sentido de despreciar los valores de la cultura tradicional y tomar como única norma moral la propia fuerza que se expresa en la voluntad de vivir. Esto le hace ir más allá de la moral, al convertirse él en el criterio del bien y del mal.
  3. Rechaza el igualitarismo, que es propio de los rebaños y acepta las jerarquías entre los hombres, jerarquía basada en la voluntad de poder.

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