Filosofía Helenística: Transformación Cultural y del Saber

La Filosofía Helenística

Las conquistas militares de Alejandro Magno supusieron una revolución política y cultural en todo el mundo griego y el Próximo Oriente. Cuando Alejandro murió en el año 323 a. C., aunque su imperio se dividió entre sus generales, se dieron características comunes a todos los reinos helenísticos que permiten definir la transformación histórica que tuvo lugar. Tales características podrían resumirse en los siguientes puntos:

  • Las polis que, como Atenas o Esparta, dominaban un pequeño territorio y combatían por su hegemonía, perdieron sentido como modelo.
  • Frente a las polis se extendió el enorme territorio conquistado por Alejandro, que necesariamente había que configurar de manera distinta a la polis.
  • La política, que Aristóteles había llamado «la más arquitectónica de las ciencias», no podía constituirse ya sobre los cimientos de la ciudad-estado.
  • El poder del modelo griego no iba a ser ya «político», sino cultural. «Helenismo» significaría, por ello, vivir, imitar, reproducir una «idea de lo griego» que, de una manera imprecisa, se extendería por todo el mundo conquistado por Alejandro y sus sucesores.
  • Todo ello implicó la pérdida de cultura «nacional» ejemplificada en la democracia ateniense o en la oligarquía espartana.

Características Culturales del Helenismo

Se da un cosmopolitismo en función del nuevo territorio, no solo real sino ideal, donde ha de plantearse la vida humana.

La especialización en distintas ciencias experimentales y matemáticas va adquiriendo cada vez más importancia. Hay interés por los estudios filológicos como consecuencia del predominio de la escritura sobre el lenguaje hablado. La manera de comunicarse no podía ser ya el encuentro inmediato en el ágora o plaza pública ateniense. Consecuencia también de ello será el nacimiento de un lenguaje griego (Koiné) que, por encima de las variaciones dialectales, manifestaba en sus rasgos comunes y «populares» esas necesidades de expansión y homogeneización.

En algunos de los palacios de los monarcas helenísticos se establecen bibliotecas y centros de investigación que, en cierto sentido, amplían y perfeccionan la idea de «comunidad científica» iniciada ya en la Academia platónica y, sobre todo, en el Liceo aristotélico.

La biblioteca Alejandrina, que empieza a formarse bajo el mandato de Tolomeo I (305-285), en el museo o centro cultural establecido en su palacio, es ejemplo de la nueva concepción del saber y la investigación.

Sabiduría y Política

Una característica esencial de estos cambios en la organización y orientación del saber va a ser también la pérdida de significación de algunos de los conceptos centrales de la cultura griega. El empeño por crear concepciones globales del mundo desaparece. La mayoría de los que se dedican a la filosofía serán comentaristas o divulgadores de Platón y Aristóteles. Las «nuevas» filosofías que surgen tendrán principalmente un carácter práctico. Se trata, pues, de salvar al hombre y dar sentido a su vida individual fuera de los muros de la polis destruida o en decadencia. La tarea del filósofo va a ser distinta. Abandonado ya el sueño platónico de un «filósofo-rey», es decir, de un poder político que expresase la sabiduría de un pensamiento proyectado hacia una «ciudad ideal», los filósofos se ocuparán en empresas aparentemente más modestas. No hay ya el empeño por crear concepciones globales del mundo.

El Estoicismo

La doctrina estoica se extiende a lo largo de seis siglos, desde el siglo IV a. C. hasta el II d. C. Su fundador fue Zenón de Citio (336-264 a. C.), que nació en la isla de Chipre.

Primer Estoicismo

  • Zenón de Citio (336-264 a. C.)
  • Cleantes de Assos (330-232 a. C.)
  • Crisipo de Soli (227-204 a. C.)

Estoicismo Medio

  • Panecio de Rodas (180-110 a. C.)
  • Posidonio de Apamea (135-51 a. C.)

Estoicismo Romano

  • Séneca de Córdoba (4-65)
  • Epicteto de Hierápolis (5-125)
  • Marco Aurelio de Roma (121-180)

La Ética Estoica: La Eudaimonía

El nombre de estoicismo ha entrado en la historia con la aureola de ser una especie de resistencia ante la adversidad y la mala suerte. Esta opinión responde más a la verdad que la consideración del epicureísmo como sinónimo de vida placentera.

La ética estoica también establece la felicidad o eudaimonía como principio fundamental. La expresión mayor de la virtud es vivir conforme a la naturaleza y eso nos llena de felicidad. Esta conformidad es algo racional que nos hace coincidir con la razón o logos de la naturaleza y de la vida. Pero esa naturaleza, con la que hay que identificarse, es el universo entero, con su armonía y plenitud (Diógenes Laercio, VII, 87). Este punto marca una importante diferencia con el epicureísmo. Mientras que este parece afirmar el sentido de la vida aceptando exclusivamente las condiciones del más acá, el estoicismo propugna una identificación con un logos que reside más allá de la naturaleza humana. La concordancia se hace sumergiendo al individuo en una armonía universal. La felicidad queda así establecida en otros niveles más teóricos que aquella concreta proyección hacia los límites del propio cuerpo, como habían pretendido los epicúreos. Ser feliz es, pues, ser virtuoso y entender el momento supremo del hombre en la adecuación con el logos o razón universal. Eso proporciona la autarquía o independencia. Quien la consigue es sabio. El hombre autárquico que alcanza a entender el más allá de las cosas se contrapone al ignorante.

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