Contexto Histórico
En el siglo XVIII, no existía la nación que actualmente conocemos como Alemania, sino un imperio fragmentado en aproximadamente 300 pequeños Estados, uno de los cuales era Prusia. La Paz de Westfalia, que puso fin a la Guerra de los Treinta Años, había potenciado la hegemonía francesa y el desmembramiento del territorio alemán. La guerra resultó devastadora social y económicamente. A esto se sumaba la carencia de un sentimiento nacional unificador, lo que explica el debilitamiento político de Alemania. Esta ausencia también se reflejaba en el ámbito cultural: no existía una conciencia del valor de la propia lengua ni de las tradiciones autóctonas. La supremacía del francés y el latín como lenguas de cultura ilustra este menosprecio. Leibniz y Wolff, máximos representantes del racionalismo alemán, escribían en latín, y Federico II hablaba y escribía en francés.
La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (1789), la proclamación de la República Francesa (1792) y la ejecución de Luis XVI (1793) provocaron conflictos en Europa. Austria y Prusia llamaron a las monarquías europeas a restablecer el antiguo orden social en Francia, a lo que este país respondió declarando la guerra. Comenzó así una nueva serie de enfrentamientos entre Francia y diversas coaliciones. Los prusianos no pudieron evitar la invasión napoleónica. Gracias a esta invasión, renació el sentimiento nacional. Intelectuales comenzaron a reivindicar el valor de la lengua y la cultura alemanas. Reclamaban una vuelta a las raíces: el retorno a la lengua de Lutero, la recuperación de la poesía popular, la defensa de los valores históricos alemanes y el redescubrimiento de las leyendas y héroes germánicos. Estos fueron importantes precedentes del Romanticismo. Frente a la Ilustración, que promovía la indiferencia hacia las peculiaridades nacionales en nombre de la universalidad, el Romanticismo sería un movimiento unitario de recuperación de la lengua, la cultura y el espíritu alemanes.
Contexto Filosófico
La filosofía de Kant se basa en los ideales de la Ilustración. Este movimiento buscaba culturizar a todas las personas, democratizando el acceso a las artes, las ciencias y las letras, para que cada individuo pudiera ser dueño de su propio destino y del de su sociedad.
La Ilustración se opone a la tradición occidental, rechazando la ciencia teológica, las religiones dogmáticas, la filosofía escolástica y la enseñanza basada en criterios de autoridad. Promovió una cultura humanista, crítica, racional y laica, basada en las facultades humanas y la observación de la naturaleza. Sus temas principales fueron la razón, la naturaleza, el problema de Dios, la idea de la historia, el progreso y el nuevo pensamiento pedagógico, moral y político.
Al igual que el Racionalismo, la Ilustración concibe la razón como una facultad universal para todo el género humano. Sin embargo, influida por el Empirismo, insiste en sus limitaciones. La razón adquiere un carácter universal y autónomo: debe establecer su propio alcance, valor y límites, así como los de otras capacidades humanas. Además, debe someter todos los contenidos a los principios racionales. Utilizando la razón natural como criterio, la Ilustración analizó y discutió todos los aspectos de la vida.
En cuanto a la naturaleza, la visión del mundo basada en principios teológicos y bíblicos se rompe. Surge una nueva interpretación experimental y racional, y comienza un periodo de avance científico. Las ciencias físicas y naturales se desarrollan a partir de la observación empírica y la inducción. En este contexto, destacan figuras como Buffon, D’Alembert, D’Holbach y La Mettrie.
Ante el problema de Dios, la Ilustración se inclinó hacia posiciones agnósticas y deístas, defendiendo una religión racional y natural. Rechazó la interferencia eclesiástica y buscó subordinar la religión a las exigencias científicas y las normas morales naturales, manteniéndola dentro de los límites de la razón y la moral. Defendió la tolerancia y la religión natural, argumentando que la verdadera oposición a la fe no es la incredulidad, sino la superstición.
La idea de progreso surgió del debate entre antiguos y modernos, que tendía a ver la historia como una degradación progresiva. Fontelle invirtió esta creencia, argumentando que la naturaleza humana avanza hacia su perfección en el futuro.
Esta idea de progreso tuvo un carácter naturalista. Los ilustrados se preguntaron sobre la degradación de las fuerzas de la naturaleza, tendiendo a creer que ésta no se degrada.
Pensadores como Montesquieu, Voltaire, Turgot y D’Alembert confiaron en la razón como medio para la mejora constante de la humanidad. Insistieron en la libertad y la maleabilidad de las personas. La historia de la humanidad está en manos de los individuos, y su éxito o fracaso dependerá de si prevalecen las luces de la razón o la oscuridad de las fuerzas dogmáticas e irracionales.
Por lo tanto, la Ilustración insistió en la necesidad de culturizar a todos, ya que un pueblo culto rechazará la superstición y el dogmatismo, dirigirá su propia conducta moral y podrá acabar con el absolutismo, colaborando en el establecimiento de un sistema político justo y democrático.