La Unidad del Saber Humano en Descartes
La noción del método, la teoría del conocimiento y la metafísica se hallan íntimamente enlazadas en la filosofía de Descartes. La idea fundamental de la unidad del saber humano, que Descartes se representa bajo la forma de la geometría, es la que fusiona la metafísica con la lógica, y éstas a su vez con la física y la psicología, en un sistema de verdades enlazadas. El cartesiano Espinosa pudo exponer la filosofía de Descartes en una serie geométrica de axiomas, definiciones y teoremas.
La Duda Metódica como Punto de Partida
El punto de partida es la duda metódica. La duda cartesiana no es escepticismo, sino un procedimiento dialéctico de investigación, encaminado a aislar la primera verdad evidente: la primera idea clara y distinta. La duda, en suma, es la aplicación del método del análisis al problema del conocimiento. El residuo de ese análisis es la verdad fundamental que sirve de base a todas las demás: «Yo soy una cosa o sustancia pensante.»
La Hipótesis del Genio Maligno
Entre las dificultades que plantea la duda metódica, se encuentra la famosa hipótesis del genio o espíritu maligno (que aparece en las Meditaciones). Después de haber examinado las diferentes razones para dudar de todo, quedan todavía en pie las verdades matemáticas, tan simples, claras y evidentes. Pero Descartes también las rechaza, considerando que acaso maneje el mundo un Dios omnipotente, pero lleno de malignidad y astucia, que se complace en engañarnos, aun en las cosas que más evidentes nos parecen.
Esta hipótesis ha sido diversamente interpretada. Hay quien la tacha de fantástica y superflua, suponiendo que Descartes lo dice por juego; otros, la consideran muy seria, hasta el punto de creer que encierra el espíritu en una duda definitiva. En realidad, la hipótesis del genio maligno no es un juego ni un círculo de hierro, sino un movimiento dialéctico, muy importante en el pensamiento cartesiano.
La hipótesis del genio maligno, para ser destruida, necesita la demostración de la existencia de Dios. Sólo cuando sabemos que Dios existe y que Dios es incapaz de engañarnos, queda deshecha la última razón que Descartes adelanta para justificar la duda. Esto significa el planteamiento y solución de un grave problema lógico: el problema de la racionalidad o cognoscibilidad de lo real. El genio maligno y sus artes de engaño simbolizan la duda profunda de si la ciencia es posible. ¿Es lo real cognoscible, racional? Esta interrogación es la que Descartes se hace bajo la hipótesis del genio maligno. Y las demostraciones de la existencia y veracidad de Dios no hacen sino contestar, afirmando la racionalidad del conocimiento, la posibilidad del conocimiento, la confianza en nuestra razón y en la capacidad de los objetos para ser aprehendidos por ella.
El Cogito Ergo Sum como Primer Principio
El primer principio de la filosofía cartesiana es el cogito ergo sum: pienso, luego soy. Dos observaciones sobre este primer eslabón:
- No es el cogito un razonamiento, sino una intuición del yo como primera realidad y como realidad pensante. El yo es la naturaleza simple que se presenta al conocimiento; y el acto por el cual el espíritu conoce las naturalezas simples es una intuición. Se yerra cuando se considera el cogito como un silogismo.
- Al poner Descartes el fundamento de su filosofía en el yo, acude a dar satisfacción a la tendencia del nuevo sentido filosófico que se manifiesta con el Renacimiento. Se trata de explicar racionalmente el universo, es decir, de explicarlo en función del hombre, en función del yo. Era preciso empezar definiendo el hombre, el yo, y definiéndolo de suerte que en él se hallaran los elementos para edificar un sistema del mundo. La filosofía moderna, con Descartes, entra en su fase idealista y racionalista. Los sucesores de Descartes se ocuparán en desenvolver estos gérmenes del idealismo; es decir, de definir la razón como el conjunto de principios y axiomas lógicos necesarios para dar cuenta de la experiencia.
El Criterio de Verdad y la Existencia de Dios
Habiendo hallado el primer principio, Descartes se apresura a sacar de él todo el provecho posible. El cogito es, por una parte, la primera existencia o sustancia conocida; por otra parte, es también la primera intuición. Del cogito puede desprenderse el criterio de toda verdad: toda intuición de naturaleza simple es verdadera, o, en otros términos, toda idea clara y distinta es verdadera.
Con este escaso bagaje, Descartes emprende el problema de la metafísica: la existencia de Dios. De las tres pruebas que da, nos fijaremos en la tercera: el argumento ontológico. El esquema de la demostración es el siguiente: la existencia es una perfección; Dios tiene todas las perfecciones; luego Dios tiene la existencia. Descartes considera la existencia de Dios tan segura como la propiedad del triángulo de tener tres ángulos. Tras él va toda la metafísica de los siglos XVII y XVIII, que, hipnotizada por la geometría, querrá construirse al modo geométrico, apoyándose en el argumento cartesiano.
Así como la existencia del yo ha sido, en el cogito, establecida por una intuición intelectual, también la existencia de Dios queda establecida en el argumento ontológico por medio de una deducción (que para Descartes es una serie de intuiciones intelectuales). La metafísica del cartesianismo tiende a demostrar las existencias mediante actos intelectuales subjetivos. En efecto, siendo el yo su punto de partida, no podrán considerar las realidades fuera del yo como dadas, y necesitarán inferirlas, demostrarlas; pues la inteligencia conoce inmediatamente esencias, definiciones, pero no existencias, cosas exteriores; las existencias son siempre, en el racionalismo, inferidas de las esencias.
Esta distinción bastará a Kant para abrir un nuevo cauce a la filosofía; bastará distinguir la esencia de la existencia; la esencia podrá ser objeto de conocimiento intelectual; pero la existencia no podrá serlo sino de conocimiento sensible. Para conocer una existencia se precisará una intuición no intelectual, sino sensible. El cogito y el argumento ontológico podrán servir para instituir ideas, pero no cosas existentes.