La crisis de la razón en el siglo XIX y el pensamiento de Nietzsche
El pensamiento del filósofo alemán Friedrich Nietzsche debe enmarcarse dentro de la crisis de la razón humana en el siglo XIX. La cultura occidental, nacida en Grecia con el paso del mito al «logos», había confiado desde sus inicios en las posibilidades de la razón para alcanzar sus objetivos. La razón parecía poder dar un sentido unitario a la vida humana. Sin embargo, fue en el siglo XIX cuando esta confianza se rompe, siendo sustituida por un pesimismo y una desconfianza hacia ella. Así pues, algunos autores denominados los «filósofos de la sospecha» coincidieron en una misma actitud de pesimismo y desconfianza en la razón humana, ofreciendo diferentes visiones y soluciones. Entre estos destaca Karl Marx, el psicoanalista Sigmund Freud, pero sobre todo Nietzsche, en quien la desconfianza en la razón sería absoluta. También habría que destacar el pesimismo ante la vida de Schopenhauer (uno de los autores que más le influiría), al que Nietzsche dará la vuelta reivindicando la voluntad de vivir y su realización práctica.
Por todo ello, Nietzsche se centrará en desmontar la estructura intelectual en que se ha apoyado la cultura occidental para sobrevivir. Para realizar esta crítica, utilizará el método genealógico, con el que pretende mostrar el fraude, el origen de la decadencia de Occidente. Así pondrá al descubierto el engaño de una cultura que se ofrece al mundo como garantía de progreso, de verdad y de justicia, y que no es más que una cultura gregaria. Una cultura que defendía los intereses de unos hombres que no supieron estar a la altura de la realidad y que configuraron a través de la razón un mundo alternativo (el «mundo verdadero»); un ultramundo ficticio en el que vivir con seguridad y comodidad. El miedo a perder este mundo seguro es el que provoca el interés filosófico y moral por justificar y fundamentar, es decir, por ocultar, el comienzo de la civilización. De esta manera, la razón es la causa de la enfermedad de Occidente, que tiene como objetivo anular los impulsos y crear ese ultramundo. A lo largo de «El crepúsculo de los ídolos», Nietzsche calificará a los filósofos de Occidente como enfermos en decadencia. Ante esta enfermedad, propone una alternativa que se basa en la interrelación entre las nociones cruciales de voluntad de poder y vida. La voluntad de poder es la energía vital que nos conduce a actuar con el fin de autoafirmarnos, es el entusiasmo o la pasión que nos empuja a realizar determinadas acciones. No es querer el poder sobre otros, sino adquirir poder sobre uno mismo. Por otro lado, interrelacionada con esta voluntad de poder estará la vida, que se convertirá en el criterio para valorar las acciones humanas. Por esta afirmación ante la vida, podemos calificar su teoría como vitalista.
Crítica a la metafísica occidental y la reivindicación del devenir
Centrándonos en la crítica a la filosofía de Occidente, para la mayoría de los filósofos desde Sócrates, la realidad es inaccesible al conocimiento humano; podemos experimentarla, pero no conocerla, ya que en ella no hay cosas, solo aconteceres, sucesos que experimentamos. Además, afirman que los sentidos nos engañan y nos conducen al error. Por ello, la realidad que nos muestran, la del devenir (la única para Nietzsche), es pura apariencia. Tras ella se encuentra la verdadera realidad, la auténtica, aquella que alcanzamos gracias a la razón. De esta forma, se han creado dos mundos: por un lado, el mundo del devenir y, por otro, el mundo del ser, de lo auténtico (dualismo ontológico que defendía Platón y se mantendría a lo largo de la historia de la filosofía). Nietzsche calificaría a todos estos filósofos como filósofos-momia, por analogía a lo que los egipcios hacían con sus muertos. Unos filósofos que confiaban en los conceptos abstractos tanto como desconfían de los sentidos. Este término será muy utilizado por Nietzsche en «El crepúsculo de los ídolos», sobre todo en «La ‘razón’ en la filosofía».
La superación del dualismo ontológico y la afirmación del devenir
Ante la insistencia de los filósofos por defender el par asimétrico de realidad y la prioridad del mundo verdadero frente al aparente, Nietzsche responderá que solo hay devenir, cambio. Lo aparente se puede experimentar, pero lo «verdadero» no es más que una construcción de la razón, y esta no es más que un elemento secundario que no puede establecerse como valor supremo de la existencia. Por lo tanto, lo real es la multiplicidad y el cambio. De esta forma, Nietzsche terminará con el dualismo ontológico, concluyendo que la única realidad que queda es el llamado «mundo aparente». Del «mundo verdadero» afirmará que es un síntoma de una vida descendente (de un hombre enfermo) que el ser humano ha inventado a su imagen y necesidad para sobrevivir; es, por tanto, antropomórfico.
El lenguaje como herramienta de creación del mundo metafísico y el perspectivismo
Para poder crear este mundo ficticio, los filósofos dogmáticos han utilizado como principal herramienta el lenguaje. El resultado de la utilización de este instrumento ha sido la dificultad de percibir el cambio, el devenir. Nietzsche afirma que la fe en la gramática ha permitido crear este mundo metafísico. Un mundo que no existe, ya que no hay verdad, solo interpretaciones diversas, multitud de perspectivas, todas ellas igualmente válidas porque ninguna responde a la verdad, sino a la experiencia de cada uno. El mundo metafísico es solo la interpretación de los enfermos, donde se sitúa el error de querer imponer su interpretación como verdad universal, la única válida para todos. Es por ello que Nietzsche defiende un perspectivismo: no hay hechos, solo interpretaciones, y todas son igualmente válidas.