Explorando el Pensamiento de San Agustín: Fe, Razón y el Camino del Alma

TEMA III.- San Agustín de Hipona (354-430)

  1. Introducción

San Agustín (354-430) vive en el momento en que se desmorona el Imperio Romano Occidental, amenazado desde fuera por los pueblos bárbaros y desde dentro por una intensa crisis política, económica y social.

Lo más destacable de esta época y del período que le precede, desde el punto de vista que nos interesa, es el encuentro entre filosofía y cristianismo que ha determinado el devenir de nuestra civilización:

  • Con origen en Palestina, el cristianismo se difundió rápidamente por el imperio Romano entre los siglos II y III. Con el edicto de Milán, promulgado por Constantino en 313, los cristianos consiguen una tolerancia que no siempre habían tenido en momentos anteriores. Posteriormente, con Teodosio, llegará a ser la religión oficial del imperio.
  • El triunfo del cristianismo se debió en buena medida al empeño de una minoría de cristianos cultos que, para definir y precisar sus doctrinas, aceptaron el debate con la filosofía griega, elevando el nivel intelectual de esta religión y adaptando algunos de los contenidos de aquella, en especial del platonismo. Una de sus versiones, que conocemos como «neoplatonismo», fue el pensamiento más vigoroso a partir del siglo III.
  • Pero para el cristianismo, la verdad no es el resultado de los logros de la razón, sino de la revelación. Hasta la eclosión de la filosofía moderna, la razón será puesta al servicio de la fe, y la filosofía quedará supeditada a la teología. El debate entre el papel que deben jugar la fe y la razón estará presente hasta nuestros días.

San Agustín es el representante más destacado de la Patrística y tiene una gran influencia en el pensamiento medieval. Sus grandes preocupaciones fueron Dios y el alma, y cómo el hombre libre y con una voluntad firme puede llegar a Dios.

Con su pensamiento no estamos enfrentando el de un filósofo en el sentido contemporáneo del término, sino más bien el de un intelectual cristiano, de un teólogo con importantes intuiciones racionales que influirán fuertemente en el devenir de nuestra cultura.

Aunque la biografía intelectual de San Agustín es compleja, hemos de considerarle como la culminación del platonismo cristiano, pues es desde este desde el que aborda su reflexión, que ya hemos dicho que es de raíz antropológica y religiosa.

  1. El conocimiento: La introspección y la teoría de la iluminación

Esquema

  • Introducción a todas las cuestiones.
  • Fe y razón se complementan.
  • La polémica con el escepticismo.
  • Mediante la introspección podemos conocer las verdades eternas que están en el interior del hombre.
  • La teoría de la iluminación explica por qué tenemos esas verdades eternas en el alma.

Desarrollo

San Agustín es el representante más destacado de la Patrística y tiene una gran influencia en el pensamiento medieval. Sus grandes preocupaciones fueron Dios y el alma, y cómo el hombre libre y con una voluntad firme puede llegar a Dios.

Con su pensamiento no estamos enfrentando el de un filósofo en el sentido contemporáneo del término, sino más bien el de un intelectual cristiano, de un teólogo con importantes intuiciones racionales que influirán fuertemente en el devenir de nuestra cultura.

Aunque la biografía intelectual de San Agustín es compleja, hemos de considerarle como la culminación del platonismo cristiano, pues es desde este desde el que aborda su reflexión, que ya hemos dicho que es de raíz antropológica y religiosa.

La teoría del conocimiento agustiniana, como en general su filosofía, resulta ser una síntesis de elementos cristianos y neoplatónicos. En cuanto cristiano, presenta la verdad a partir de la revelación, desde lo que sabemos por fe. Por otro lado, dice como Platón que la verdad está en el interior del hombre, aunque rechaza la teoría de la reminiscencia como explicación de esa presencia, sustituyéndola por la de la iluminación divina. Las nociones básicas de esta teoría son, pues, las de «introspección», «iluminación» y «verdades eternas». Veámoslo.

La verdad es, pues, la verdad de la fe. La razón, sin embargo, no queda excluida; su función consiste en complementar a aquélla. Fe y razón son así fuentes de conocimiento verdadero, aunque diferentes. La razón, en un principio, debe aproximarnos a aceptar los contenidos de la fe. Posteriormente, la fe orienta la investigación de la razón, y esta contribuirá al esclarecimiento de lo que ya creemos por fe. Consecuentemente, y al contrario de otros autores cristianos, en especial los de la Escolástica, Agustín no hace problema de las relaciones entre razón y fe, sino que estas se complementan.

Agustín polemizó con el escepticismo (postura filosófica que mantiene la imposibilidad del conocimiento afirmando que de todo es posible dudar), ya que al menos no podemos dudar de la propia existencia («somos, conocemos que somos y amamos este ser y este conocer»), pues aunque me engañe, «si me engaño, existo». Pero la búsqueda de la verdad no se detiene aquí. Ahora bien, las verdades inmutables y eternas no pueden ser facilitadas por el conocimiento de los objetos sensibles, que siempre están cambiando. Estas sólo podrán ser vislumbradas en el interior del hombre, en su alma, mediante la introspección, mediante la autorreflexión: «no salgas fuera, vuélvete a ti mismo; la verdad habita en tu interior». En el interior del hombre, en su alma, descubrimos la presencia de verdades eternas que, aunque no pueden provenir de las cosas sensibles, sí nos permiten juzgar sobre ellas.

Pero ¿cómo han llegado al alma tales verdades? Como hemos dicho, no pueden provenir de la realidad exterior, puesto que los objetos corpóreos son contingentes, cambiantes y temporales. Tampoco podemos ser nosotros quienes las produzcamos, puesto que somos también contingentes y mutables. Platón resolvía un problema semejante mediante la teoría de la reminiscencia: a través de la investigación recordamos el conocimiento de las Ideas adquirido en una existencia anterior. Pero San Agustín, que como cristiano no acepta que el alma tenga esa existencia previa, dice que el alma humana conoce tales verdades por una iluminación divina. Dios actúa como un sol que ilumina nuestras mentes, lo que nos permite percibir tales verdades es la acción del único ser que es necesario, inmutable y eterno, Dios.

Por otro lado, la constatación de la naturaleza mutable del hombre y la presencia en ella de verdades inmutables y necesarias constituye a su juicio una verdadera prueba racional de la existencia de Dios: el fundamento de tal verdad no puede ser nuestra alma mudable, sino la mente divina.


  1. Dios y la creación del mundo

Esquema

  • Introducción a todas las cuestiones.
  • El monoteísmo cristiano: Dios es único, omnipotente, que ha creado el mundo desde la nada y providente.
  • El hombre encuentra a Dios en su interior como el único amor capaz de saciar su ansia de felicidad.
  • El conocimiento que tenemos de Dios es fundamentalmente negativo: es inmutable, perfecto, el sumo bien, simple, único… Dios es el Ser.
  • Dios creó el mundo desde la nada. La creación es simultánea y sucesiva: las Ideas están en la mente de Dios como arquetipos de todas las cosas posibles y en la materia creada depositó los gérmenes de todo ha existido existe o existirá.
  • Las pruebas de la existencia de Dios y el problema del mal.

Desarrollo

San Agustín es el representante más destacado de la Patrística y tiene una  gran influencia en el pensamiento medieval. Sus grandes preocupaciones fueron Dios y el alma, que el hombre libre y con una voluntad firme pueda llegar a Dios.

Con su pensamiento no estamos enfrentando el de un filósofo en el sentido contemporáneo de término, sino más bien el de un intelectual cristiano, de un teólogo con importantes intuiciones racionales que influirán fuertemente en el devenir de nuestra cultura.

Aunque la biografía intelectual de San Agustín es compleja, hemos de considerarle como la culminación del platonismo cristiano, pues es desde éste desde el que aborda su reflexión, que ya hemos dicho que es de raíz antropológica y religiosa.

El Dios del que habla San Agustín es el Dios cristiano, el Dios de la Trinidad. Frente al politeísmo de la cultura clásica, el cristianismo defendió de forma vigorosa el monoteísmo. Este Dios único es todopoderoso y radicalmente distinto del mundo, al que creó desde la nada. Es además providente, es decir, se ocupa del mundo, especialmente de los seres humanos, con quienes se comporta como un padre, interviniendo de modo directo en la historia en socorro de ellos.

Dios se manifiesta en el mundo, en las cosas creadas, pero donde realmente le encuentra el ser humano es en su interior. El hombre encuentra a Dios en su interior como algo a lo que tiende, como una inquietud, como el único amor capaz de saciar su ansia de felicidad. Pero  esta presencia es excesiva para el entendimiento humano; el Dios presente en el alma es incomprensible e inefable. Lo cual no quiere decir que no podamos saber nada de Él. Lo que sabemos de Dios lo sabemos de un modo fundamentalmente negativo. Así, si las criaturas son cambiantes, Dios debe ser inmutable. Y así podemos atribuirle otras perfecciones: es la Perfección pura, es el Bien sumo, es absolutamente simple, es único…

Dios es el Ser: “sólo aquel que no cambia ni puede cambiar es verdaderamente el Ser”. Al contrario, la mutabilidad de las cosas exige que hayan sido creadas por Dios. Dios creó el mundo por amor, para que el hombre tuviera necesidad de Él, para comunicar a sus criaturas el bien que Él posee. Tendemos, pues, hacia lo inmutable y absoluto, hacia Dios: el objetivo en cuanto a la verdad es la contemplación de Dios y de las verdades eternas derivadas de Él.


Dios creó el mundo desde la nada. Para explicar la Creación echa mano, modificándola (parte de esa modificación ya está en la filosofía neoplatónica de Plotino), de la teoría platónica de las Ideas., Las Ideas están en la mente de Dios y a ellas acude, como el demiurgo platónico, para crear el mundo. Todos los seres presentes, pasados y futuros preexisten en las Ideas divinas, que se encuentran en su mente como modelos o arquetipos de todas las cosas posibles, como “el plan de un mueble es concebido por el carpintero antes de fabricarlo”.

A partir de ellas Dios creó todo a la vez: creó la materia informe y caótica y con ella creó todos los seres que existieron, existen y existirán, en ella depositó los gérmenes de los que irán saliendo las cosas que posteriormente vayan apareciendo en el mundo. Es así la creación simultánea, puesto que Dios interviene de una vez, y sucesiva, porque sigue ocurriendo en el tiempo según el orden determinado por Dios a través de esos gérmenes, las razones seminales.

No realizó San Agustín un esfuerzo sistemático por elaborar pruebas racionales que demuestren la existencia de Dios, aunque sí hay en su obra diversos argumentos que podemos considerar como tales.  La constatación de la naturaleza mutable del hombre y la presencia en ella de verdades inmutables y necesarias constituye a su juicio una verdadera prueba racional de su existencia: el fundamento de tal verdad no puede ser nuestra alma mudable, sino la mente divina.

Hay todavía otros argumentos en su obra que apelan a Dios como fundamento del orden y la belleza del mundo o al consenso que existe entre los hombres, pues en todos hay un cierto conocimiento de Dios. En cambio, le supone un verdadero reto explicar cómo es compatible la existencia de Dios, sumo Bien, con el mal que hay en el mundo.

  1. El ser humano

Esquema

  • Introducción a todas las cuestiones: La raíz antropológica y religiosa del pensamiento de San Agustín.
  • En su concepción del ser humano intervienen principios de origen cristiano y platónico.
  • El hombre, creado a imagen de Dios, es un alma racional que se sirve de un cuerpo. El alma es inmortal y simple
  • El pecado original y su pesimismo antropológico.
  • El problema del origen del alma: creacionismo o traducianismo.

Desarrollo

San Agustín es el representante más destacado de la Patrística y tiene una  gran influencia en el pensamiento medieval. Sus grandes preocupaciones fueron Dios y el alma, de que el hombre libre y con una voluntad firme pueda llegar a Dios.

Con su pensamiento no estamos enfrentando el de un filósofo en el sentido contemporáneo de término, sino más bien el de un intelectual cristiano, de un teólogo con importantes intuiciones racionales que influirán fuertemente en el devenir de nuestra cultura.

Aunque la biografía intelectual de San Agustín es compleja, hemos de considerarle como la culminación del platonismo cristiano, pues es desde éste desde el que aborda su reflexión, que ya hemos dicho que es de raíz antropológica y religiosa.

Como el resto de su filosofía, su concepción del hombre se encuentra fuertemente teñida de platonismo, del que adopta su dualismo y la primacía del alma sobre el cuerpo: “el hombre es un alma racional que se sirve de un cuerpo mortal y terreno”. Por supuesto, rechaza las teorías platónicas de la preexistencia del alma, la pluralidad de almas en el hombre y que la unión con el cuerpo sea consecuencia de un pecado anterior. En el alma distingue entre la razón inferior (que tiene por objeto el conocimiento de lo sensible para satisfacer nuestras necesidades) y la razón superior (que tiene por objeto la Sabiduría y donde tiene lugar la iluminación que hace posible su elevación hacia Dios).


El hombre fue creado a imagen de Dios. Su alma espiritual es simple e inmortal, pues al no tener partes no se puede corromper ni descomponer. En las tres potencias principales de ella, la memoria, la inteligencia y la voluntad, ve Agustín la imagen de la Trinidad.

Ve al hombre desde el prisma del pecado original, a consecuencia del cual nuestra naturaleza ha quedado incompleta. “En Adán ha pecado toda la humanidad” y el hombre es, así, un ser empecatado, con un fuerte tirón hacia el mal: el género humano es una “masa condenada” y únicamente por la misericordia y la gracia divina puede librarse de la condenación.

Este pesimismo antropológico tiene importantes consecuencias, además de  en su ética y en su filosofía de la historia, en la cuestión del origen del alma. Sobre este punto, su posición osciló entre la afirmación de que Dios crea cada alma individual con ocasión de la concepción de un nuevo ser humano (lo que explica mal cómo se trasmite el pecado original) y la de que las almas de los hijos provienen de las de los padres (traducianismo), doctrina que explicaría con dificultad la simplicidad y espiritualidad del alma. En general, se inclina por esta última respuesta, aunque se confiesa incapaz de dar una solución adecuada.

  1. La ética: el problema del mal y la libertad.

Esquema

  • Introducción a todas las cuestiones.
  • El voluntarismo moral y la libertad
  • La necesidad de felicidad del hombre sólo puede ser satisfecha con el amor a Dios y actuando de acuerdo con sus mandatos. Obramos mal y pecamos cuando elegimos entregarnos a bienes inferiores.
  • El pecado original inclina al hombre al mal, de modo que si no fuera por la gracia divina no podríamos elegir el bien. (Polémica con el pelagianismo).
  • Dios no nos hace libres para que podamos pecar, sino para que podamos elegir vivir rectamente.
  • La naturaleza del mal: el mal no está causado por Dios, ya que simplemente es ausencia de ser o de bien. (Polémica con el maniqueísmo).

Desarrollo

San Agustín es el representante más destacado de la Patrística y tiene una  gran influencia en el pensamiento medieval. Sus grandes preocupaciones fueron Dios y el alma, de que el hombre libre y con una voluntad firme pueda llegar a Dios.

Con su pensamiento no estamos enfrentando el de un filósofo en el sentido contemporáneo de término, sino más bien el de un intelectual cristiano, de un teólogo con importantes intuiciones racionales que influirán fuertemente en el devenir de nuestra cultura.

Aunque la biografía intelectual de San Agustín es compleja, hemos de considerarle como la culminación del platonismo cristiano, pues es desde éste desde el que aborda su reflexión, que ya hemos dicho que es de raíz antropológica y religiosa.

La ética de los filósofos griegos fue intelectualista, pues en lo fundamental relaciona la vida virtuosa con el saber y la educación, de modo que cuando conocemos qué es el bien, no podemos sino elegirlo. En cambio, la ética cristiana, en especial la de San Agustín, afirma que aunque sepamos qué es el bien y qué el mal, es la voluntad libre (el libre albedrío) quien elige uno u otro. Esto plantea el problema del mal y el sentido de la libertad.


La voluntad humana, según San Agustín, tiende necesariamente a la felicidad. La satisfacción de esa necesidad sólo la puede encontrar en el amor a Dios, que es el Bien inmutable, actuando de acuerdo de con la ley divina. Sin embargo, el hombre puede obrar mal alejándose de Dios y entregándose a bienes mudables y materiales. Ese alejamiento es resultado de una elección libre, de modo que cuando el hombre obra mal y se aparta de Dios, verdadero objeto de su felicidad, comete un pecado del que él mismo es responsable y por el que habrá de responder ante la justicia divina.

Además, el hombre tiene su naturaleza viciada por el pecado original, que le inclina hacia el mal, de manera que por sus propias fuerzas no puede realizar el bien y alcanzar la salvación. Frente al daño del pecado original, San Agustín subrayó la absoluta necesidad de la gracia divina para poder hacer el bien y vivir de acuerdo con los mandamientos. La gracia es un don que Dios concede al hombre sin ningún mérito de su parte, gratuitamente (de ahí, precisamente su nombre: gratia). Sin embargo, la acción de la gracia (que no obliga a que actuemos bien, sino que nos da una especial fortaleza para ponernos en el camino de la salvación) no suprime la libertad del hombre

Hay todavía un problema importante relacionado con el sentido de la libertad,  que es abordado en el fragmento de texto de la PAU (Del libre arbitrio), y que es ¿por qué Dios nos ha creado libres si con ello podemos obrar mal y condenarnos?  Según San Agustín, Dios no quiere el mal; no nos hace libres para que podamos elegirlo y pecar, sino para que podamos elegir vivir rectamente y amar a Dios. Sólo si proceden de la voluntad libre del hombre las acciones buenas pueden ser dignas de alabanza y premiadas por la justicia divina y las malas castigadas.

Sobre la naturaleza del mal, Agustín siguió siendo joven la doctrina maniquea. El maniqueísmo sostenía que el mundo está gobernado por dos principios antagónicos y eternos que luchan entre sí: el Bien (el reino de la luz) y el Mal (el reino de las tinieblas). De este modo, el mal tendría un carácter positivo y es difícilmente compatible con la existencia de un Bien supremo, Dios. Pero tras su conversión al neoplatonismo y al cristianismo, polemizó con aquél y negó entidad al mal: el mal no es algo positivo, sino una privación, una carencia de Bien. A no ser algo real, el origen del mal no puede ser atribuido a Dios. Dios sólo comunica a las criaturas el ser y la bondad.

Tenemos, por fin,  que diferenciar entre el mal físico y el mal moral. Una enfermedad, por ejemplo, es un mal, pero es un mal físico. Con el mal físico que padecemos la justicia divina castiga el pecado del hombre. Pero el verdadero mal es el mal moral, que consiste la acción del hombre contraria a la ley de Dios, en el pecado, que el hombre realiza libremente.

  1. Las dos ciudades

Esquema

  • Introducción a todas las cuestiones.
  •  “La Ciudad de Dios”.
  • El sentido de la Historia es el desarrollo del plan de salvación.
  • La dinámica de los dos amores.
  • La Ciudad de Dios y el agustinismo político.

Desarrollo

San Agustín es el representante más destacado de la Patrística y tiene una  gran influencia en el pensamiento medieval. Sus grandes preocupaciones fueron Dios y el alma, que el hombre libre y con una voluntad firme pueda llegar a Dios.

Con su pensamiento no estamos enfrentando el de un filósofo en el sentido contemporáneo de término, sino más bien el de un intelectual cristiano, de un teólogo con importantes intuiciones racionales que influirán fuertemente en el devenir de nuestra cultura.


Aunque la biografía intelectual de San Agustín es compleja, hemos de considerarle como la culminación del platonismo cristiano, pues es desde éste desde el que aborda su reflexión, que ya hemos dicho que es de raíz antropológica y religiosa.

La más importante obra de San Agustín, junto con las Confesiones, es La Ciudad de Dios, compuesta por 22 libros que redacta a partir de 412, dos años después del saqueo de Roma realizado por Alarico. En la obra, que destila pesimismo por estas circunstancias, hay un intento de exculpación del cristianismo a propósito de su responsabilidad en la decadencia del imperio.

En La Ciudad de Dios, donde por vez primera un intelectual se ocupa de analizar sistemáticamente el sentido de la Historia Universal, realiza desde los presupuestos cristianos lo que llamamos una filosofía de la historia: el tiempo histórico es el campo en el que se desarrolla el plan de salvación trazado por Dios, al cual hemos de elegir sumarnos individualmente. En cualquier caso, los hombres en su totalidad no podemos escapar al plan previamente establecido por Dios. La Historia se desarrolla linealmente en seis edades, desde la creación hasta el final de los tiempos, guiado por la divina providencia.

El tema central es la dinámica de los dos amores a lo largo de la Historia, el de aquellos que “se aman a sí mismos hasta el desprecio de Dios” y el de aquellos que “aman a Dios hasta el desprecio de sí mismos”. Los primeros constituyen la ciudad terrena y los segundos, la ciudad de Dios.

Algunos autores han relacionado la teocracia medieval (hablan de “agustinismo político”) con la influencia de esta obra en los siglos que siguen. La identificación de la ciudad terrena con el Estado y de la ciudad de Dios con la Iglesia, identificación que no figura en San Agustín, habría tenido consecuencias a lo largo de la Edad Media, pues se toma como una justificación del predominio del poder  religioso (la Iglesia y el papa) sobre el poder civil (el Estado). Estrictamente hablando, San Agustín se refiere al conjunto de los hombres que elige uno de los dos amores, que durante el tiempo histórico se encuentran mezclados y que al final de los tiempos serán definitivamente separados.

  Fíjate en que elimina algunos elementos típicamente platónicos de la Teoría de las Ideas: no hay una materia eterna, pues también es creada por Dios desde la nada; no hay un mundo de las Ideas distinto de la mente divina; no hay un Demiurgo distinto de Dios; no hay sino Dios y el mundo, que procede íntegramente de Aquél por creación

  La noción de “razón seminal” la toma de los estoicos

 El más claramente intelectualista es Sócrates. Las teorías de Platón y Aristóteles introducen importantes matices a ese intelectualismo

 La teoría que aquí se expone sobre las consecuencias del pecado original y la necesidad de la gracia para obrar bien se opone a la expresada por Pelagio (monje inglés que se había establecido en Roma), con la que polemiza Agustín y a la que se opone enérgicamente. El pelagianismo minimizaba la inclinación del hombre al mal, de manera que por sí mismo puede actuar bien y alcanzar la salvación sin la necesidad de la gracia

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