El Pensamiento de San Agustín
Teoría del Conocimiento
San Agustín de Hipona busca conciliar la verdad de la razón con la verdad de la fe a través de su teoría del conocimiento. Aunque logra esta conciliación, argumenta que la verdad de la fe se subordina a la racional. San Agustín postula dos tipos de conocimiento:
- Conocimiento sensible: Captado a través de los sentidos, almacenado en la memoria y utilizado gracias a la imaginación. San Agustín lo considera un conocimiento no fiable ni verdadero, el nivel más bajo, propio de humanos y animales.
- Conocimiento racional: Exclusivo del hombre, una elaboración de la razón a partir de los conocimientos sensibles. Se divide en dos:
- Conocimiento racional inferior: Referido a la ciencia, depende del alma, pero se produce a raíz del contacto con el mundo sensible.
- Conocimiento racional superior: El máximo grado de conocimiento, a través del cual se conocen las verdades reveladas. Para alcanzarlas, se requieren dos procedimientos:
- Interiorización: Volver la vista hacia el interior de uno mismo, el único lugar donde se encuentran las verdades.
- Iluminación: Dios colocó las verdades en el interior del hombre para que, a través de la interiorización, podamos encontrarlas.
En casos de conflicto entre la ciencia y las verdades reveladas, San Agustín afirma la primacía de los textos sagrados sobre la ciencia.
La Existencia de Dios y la Creación
Para San Agustín, la única manera de conocer a Dios es conociendo la verdad. Explica la existencia de Dios a través de la prueba gnoética: si la verdad es auténtica, eterna y necesaria, no puede provenir del ser humano, sino que reside en la mente divina. La verdad es dada al hombre a través de la iluminación.
San Agustín adhiere a la teoría del ejemplarismo, que sostiene que Dios creó todo a imagen y semejanza de las ideas arquetípicas presentes en su mente divina.
Sostiene que Dios creó todo en un único acto creador, ex nihilo (de la nada), incluyendo las rationes seminales, que germinarían y se desarrollarían posteriormente. En este mismo acto, Dios creó el tiempo, introduciendo la concepción lineal que prevalece hoy en día.
El Ser Humano, el Mal y la Libertad
Dios creó al hombre a imagen y semejanza de sí mismo. San Agustín, al igual que Platón y Aristóteles, concibe al ser humano de forma dualista: cuerpo (material y mortal) y alma (espiritual y eterna). El alma dirige al cuerpo.
Ante la existencia del mal, San Agustín oscila entre el creacionismo (Dios crea las almas en cada nacimiento) y el generacionismo (el alma se transmite de padres a hijos). Sostiene que Dios crea las almas a imagen del alma de Adán, pero también que las almas se transmiten, explicando así el pecado original. Las almas humanas son almas caídas, pero no condenadas al pecado. La gracia divina otorga libertad para elegir el bien, el camino hacia Dios. San Agustín supera el intelectualismo moral al afirmar que el alma no solo alberga conocimiento, sino también voluntad.
Para San Agustín, el mal es una privación del bien, carente de entidad ontológica. Distingue varios tipos de mal:
- Mal metafísico: Catástrofes naturales, consideradas males por el hombre, pero que son males necesarios.
- Mal físico: Dolor y muerte, males pasajeros.
- Mal moral: El que el ser humano elige al desviarse del camino de Dios.
Finalmente, San Agustín postula el providencialismo: Dios conoce nuestras decisiones antes de que las tomemos, a pesar de nuestra libertad.
El Fin Último del Hombre y la Felicidad
Para San Agustín, el fin último del hombre es el bien, que se alcanza amando a Dios por encima de todo. Siendo eudemonista, identifica el bien con la felicidad, alcanzable a través de la visión beatífica de Dios. «Ama y haz lo que quieras».
La Ciudad de Dios y la Política
San Agustín divide a la humanidad en dos grupos: «hombres que aman a Dios» y «hombres que se aman a sí mismos», en constante lucha. Esta lucha inspira sus ideas políticas, plasmadas en La Ciudad de Dios, que describe dos ciudades hipotéticas:
- Ciudad de Dios: Habitada por creyentes.
- Ciudad terrena: Habitada por no creyentes.
Ambas ciudades están en conflicto perpetuo hasta el triunfo final de la Ciudad de Dios en el apocalipsis.
Para San Agustín, un Estado justo prioriza el poder eclesiástico sobre el político. La Iglesia debe someter al Estado, incluso imponiendo el cristianismo por la fuerza si es necesario.