El concepto de felicidad en Aristóteles: La búsqueda de la virtud

Eudaimonía

Nociones como satisfacción, suficiencia, impasibilidad (que contienen elementos hedonistas).

Veremos, como un planteamiento novedoso, que la felicidad personal, aunque deba buscarse y conseguirse en relación con otros seres humanos y en el ejercicio de la ciudadanía, no se encontrará directamente ligada a la polis en el sentido radical de Platón (a la cosa pública; concepción republicana de la ciudadanía); sino que va a ser más bien una cuestión individual, que las formas políticas pueden favorecer (concepción liberal de la ciudadanía).

Como es habitual en él, Aristóteles pasa revista empíricamente a las distintas concepciones de la eudaimonía, para ir descartándolas de forma consecutiva. Apreciaremos con qué facilidad echa por tierra toda la tradición anterior de pensamiento ético:

1. El placer

No sirve como modelo de felicidad, porque lejos de hacernos libres, nos esclaviza a los placeres. No es una felicidad digna de seres humanos, sino de gochos.

2. El honor

Tampoco sirve, pero por motivos muy diferentes. Buscar la felicidad en la opinión de los demás nos hace esclavos de ellos; y depende de su criterio, que puede no ser bueno y no hacernos justicia, si es que somos dignos de esos honores. Además, si nos consideramos dignos de ellos, es en función de alguna virtud, superior a ellos, que nos hace acreedores de ellos, como la generosidad o la honradez. En ese caso, la felicidad debería buscarse entonces en esas virtudes, y no en los honores.

3. La riqueza

No es un verdadero fin; la riqueza es un medio para conseguir placeres y honores, así que podemos aplicarle las dos críticas anteriores.

4. La Idea de Bien

Es un modelo de felicidad trascendente, no inmanente, y lo que estamos buscando es una felicidad a la medida de los hombres, no de los dioses; un modelo de felicidad realista.

La virtud, excelencia o areté

Así pues, la felicidad ha de consistir en el supremo bien accesible al ser humano, inmanente, realizable y alcanzable por el individuo de forma autónoma. La felicidad ha de consistir, en el caso del ser humano, en cultivar, desarrollar, llevar a fin, actualizar… la cualidad que le es propia, su verdadero fin, su potencialidad más elevada. Como vemos, siempre el mismo esquema de razonamiento en función de sus concepciones metafísicas. La virtud de algo es desarrollar su excelencia; no la entendamos, pues, en el sentido cristiano, como resistencia a la tentación y al pecado.

En conclusión: ¿qué es lo excelente en el ser humano? La razón. ¿En qué ha de consistir por tanto la felicidad? “En la actividad del alma según la razón”. La felicidad consiste en la vida racional. La felicidad consiste en la excelencia, en la “areté”, en la vida excelente y virtuosa de quien vive racionalmente.

Aristóteles no descarta los modelos anteriores de felicidad, siempre que los sometamos a la actividad racional. Una vida carente de placer sexual, para nuestro autor, es una vida irracional, y por tanto, infeliz. Lo mismo puede decirse del dinero: es irracional esclavizarse a él y no vivir la vida; pero es irracional intentar ser feliz sin dinero. De hecho, llegó a afirmar que por cuestiones como estas, los esclavos, los pobres y las mujeres no podrían alcanzar la (plena) felicidad: por no ser independientes económicamente, o por no ser libres o no poder desarrollar la razón.

Ahora bien: la areté, virtud o excelencia, no es una cualidad con la que se nace. Es una capacidad que se debe adquirir mediante la responsabilidad personal, de tal forma que se llegue a convertir en una disposición del alma, en una tendencia a comportarse de una manera determinada y no de otra. Conocer el bien no es lo que nos hace buenos; conocer la virtud no nos hace virtuosos: es preciso ejercitar al alma en la virtud para que se convierta en virtuosa y alcance la excelencia. Aquí hay una clarísima crítica del intelectualismo moral.

Pongamos un ejemplo: Alfonso es un vago; nunca hace los ejercicios. Pero un día los hace; otro también; y otro también (no importa cómo, aunque se supone que a palos). Un día sucede algo increíble: los hace por su propia voluntad. En adelante, volverá a ser así; algún día se le olvidarán, pero en general, procura hacerlos. Su carácter moral ha cambiado. Era vago y ya no lo es. Ahora es trabajador, ha alcanzado la virtud y es un ser humano más excelente.

Así pues, la virtud o la excelencia respecto de algo (el trabajo, en este caso) es una tendencia del alma que se adquiere con el ejercicio y el hábito, y la ayuda de la voluntad (ajena o propia); de tal forma que esa adquisición modifica el carácter moral del individuo. No nacemos virtuosos; la virtud, como tantas otras cosas, se enseña y se aprende; aunque sí es cierto que las tendencias naturales ayudan o estorban, igual que las circunstancias prácticas.

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