El Origen del Estado: Naturalismo y Contractualismo
En general, podemos decir que los filósofos han planteado dos tipos de teorías sobre el origen del Estado:
Teorías Naturalistas
Para las teorías naturalistas, el Estado es algo natural y, en cierto sentido, previo al individuo. Desde este punto de vista, el individuo solo tiene sentido dentro del Estado y para el Estado, por lo que los derechos individuales estarían subordinados a los colectivos (el individuo está al servicio del Estado).
Las teorías naturalistas suelen comparar el Estado con un organismo, defendiendo el origen natural del mismo. Este sencillo ejemplo puede ayudarnos a entender la idea básica: el Estado es como un organismo natural del que cada ser humano no es más que una parte.
- El ser humano aislado no puede sobrevivir, pues es incapaz de satisfacer por sí solo sus necesidades vitales. Necesita asociarse con otros.
- El lenguaje humano. El hecho de que la naturaleza nos haya dado la capacidad de hablar es la prueba de que somos naturalmente sociales y políticos, pues la función del lenguaje es la comunicación, que permite la vida social.
De lo anterior se deduce que el ser humano es por naturaleza social. La finalidad del Estado no es solamente la supervivencia, sino también el vivir bien (en sentido moral) de los individuos.
Teorías Contractualistas
Según las teorías contractualistas, el individuo es anterior al Estado, surgiendo este último como consecuencia de un acuerdo o convención (el contrato) entre los primeros. Desde esta perspectiva, el Estado solo tiene sentido a partir de los intereses de los individuos, por lo que los derechos colectivos no pueden ser prioritarios sobre los individuales (el Estado está al servicio de los individuos).
El Contractualismo
Para las teorías contractualistas, el Estado no tiene un origen natural o divino, sino que es el resultado de un acuerdo o contrato entre las personas. De esta manera, se ponen los fundamentos de una sociedad en la que la obediencia no es algo natural y necesario, sino que debe entenderse dentro de ciertos límites: aquellos que resultan del contrato original que da vida al Estado.
Por tanto, todos los pensadores contractualistas plantearon sus teorías en torno a tres elementos esenciales:
- El estado natural: la forma en que vivían los seres humanos antes de la vida social.
- El contrato social: por algún motivo, los seres humanos deciden salir del estado natural y firman el contrato social, cediendo algo y obteniendo algo a cambio.
- La naturaleza del Estado: de lo anterior resulta un tipo de Estado que tiene como finalidad lo establecido en el contrato.
Los autores contractualistas más importantes son: Thomas Hobbes (1588-1679), John Locke (1632-1704), Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) y, en la actualidad, John Rawls (1921-2002).
Hobbes: el hombre es un lobo para el hombre
El estado natural es una situación en la que cada ser humano solo busca su propio interés, lo que le lleva necesariamente a un permanente conflicto con los demás. Para Hobbes, el ser humano está sometido por naturaleza a dos poderosos impulsos: el de conservación de la propia vida y el de búsqueda de lo placentero (y rechazo de lo doloroso).
Las personas poseen, además, el derecho natural de dar satisfacción a esos instintos utilizando los medios necesarios. Llevados por tales impulsos egoístas, si los seres humanos vivieran en total libertad, el conflicto entre ellos sería inevitable: la guerra de todos contra todos sería su estado natural.
Para Hobbes, el Estado surge como consecuencia de un contrato que los seres humanos firman, movidos por el miedo, para asegurar su supervivencia. Ceden su libertad a cambio de seguridad. El Estado así resultante tiene un poder absoluto, algo necesario para garantizar la convivencia pacífica entre los seres humanos, por naturaleza malvados. La función del Estado es básica según Hobbes: asegurar la convivencia pacífica entre los seres humanos, utilizando para ello los medios necesarios.
Locke: el derecho a la propiedad privada
Locke (1632-1704) no está de acuerdo con su compatriota Hobbes acerca de las características del estado de naturaleza humano. En su obra Segundo tratado sobre el gobierno civil (publicada en 1689), desarrolla un planteamiento similar (estado de naturaleza-contrato-sociedad) en la forma, pero no en el contenido.
En el estado de naturaleza, según Locke, el ser humano poseía ciertos derechos básicos:
- A la conservación de la propia vida (y a hacer uso de la fuerza para defenderla).
- A la libertad (a no tener que obedecer a nadie excepto a sí mismo).
- A la propiedad (de todas aquellas cosas obtenidas con el trabajo).
Esto tendrá consecuencias importantes: por una parte (por lo que el ser humano tiene de malo), se hace necesario el contrato para asegurar el disfrute de los derechos naturales (sobre todo el derecho a la propiedad) amenazados en el estado natural; por otra (por lo que el ser humano tiene de bueno), será posible confiar en que el ser humano es capaz de gestionar adecuadamente cierta libertad, por lo que no es necesario un poder absoluto.
De lo anterior podemos deducir dos consecuencias importantes acerca de la idea que Locke defiende sobre el contrato social:
- Que el ser humano no renuncia a toda su libertad, sino solo a parte de ella (al poder que tiene para castigar las transgresiones de los otros).
- Que el contrato se firma tanto entre los individuos como entre éstos y el Estado, por lo que este último está obligado a cumplir también las cláusulas del mismo: su poder solo será legítimo cuando es empleado para asegurar la paz y la propiedad de los hombres.
El poder del Estado tiene, por tanto, los límites de los derechos individuales que ha de proteger. Si el Estado no cumple con dicha finalidad, la desobediencia estaría justificada.
Rousseau: el buen salvaje
En la época en la que vive Rousseau (Ginebra, 1712 – Ermenonville, 1778), el mito del buen salvaje se encuentra plenamente vigente y representa muy bien lo que el autor ginebrino pensaba del estado de naturaleza humano. Para Rousseau, los hombres son por naturaleza buenos, compasivos, libres e iguales, tal y como nos describe en su obra Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres. Es la sociedad la que ha pervertido al ser humano, generando las desigualdades y las injusticias.
De esta forma, Rousseau hace una crítica de la sociedad de su época (la Ilustración) en la que los avances científicos no se han visto acompañados, según su criterio, por los avances morales.
La solución para Rousseau no es volver al estado de naturaleza, lo cual sabe que es imposible, sino firmar un nuevo contrato sobre unas bases absolutamente distintas, para dar lugar a una nueva sociedad en la que las injusticias y las desigualdades no tengan lugar.
Ese nuevo contrato, que Rousseau describe en su obra El contrato social, debería ser firmado por todos los seres humanos con total libertad e igualdad: por él, los seres humanos se comprometen a someterse a las leyes que sean expresión de la voluntad general. Pero este sometimiento es un acto libre, por lo que, en el fondo, cada persona, obedeciendo a la voluntad general, en realidad solo se obedece a sí misma. La voluntad general se forma de manera democrática, pero con una democracia directa y asamblearia (en asambleas en las que todos los ciudadanos pueden hablar y votar) y no mediante representantes en un parlamento, lo que a Rousseau le parece un engaño de democracia.
De ese contrato debería surgir una sociedad de seres humanos libres e iguales. Una sociedad en la que el poder estaría verdaderamente encarnado en la soberanía popular, pues funcionaría democráticamente de forma directa y asamblearia.
Rawls: el velo de la ignorancia
Rawls considera el estado de naturaleza como un experimento mental, al que denomina la «posición original». En dicha posición, piensa Rawls, los seres humanos no son ni esencialmente buenos ni malos, viven en una situación de moderada escasez (eso quiere decir que habrán de reflexionar acerca de cómo se distribuyen bienes que son escasos) y son capaces de tomar decisiones racionales.
Para superar este inconveniente, Rawls propone lo siguiente: que todos los individuos, en la posición original, estén bajo un «velo de ignorancia» que les impida saber el lugar que ocuparán en la sociedad, así como cuál es su punto de partida (cuáles son sus cualidades naturales, si son inteligentes, fuertes o creativos…).
Es decir, si de ninguna forma pueden saber ni intuir cuál va a ser la posición que ocupen en la sociedad, entonces establecerán normas realmente equitativas y justas, pues tratarán de asegurar que su posición, sea la que sea, esté en igualdad de condiciones con cualquier otra. El «velo de ignorancia» asegura que cada individuo tenga en cuenta la posible posición de cualquier otro, es decir, nos obliga a elegir teniendo en cuenta todos los puntos de vista posibles, por lo que nuestra elección será racional y justa.
Rawls propone que, si los individuos firman el contrato bajo las condiciones impuestas por el «velo de ignorancia», estarían de acuerdo en dos principios básicos:
- Principio de libertad: todas las personas deben tener el derecho a gozar de las mismas libertades y en la mayor medida posible, siempre que éstas sean compatibles con las libertades de los demás.
- Principio de la diferencia: las desigualdades sociales y económicas solo están justificadas si benefician a los miembros menos aventajados de la sociedad (algo parecido a lo que hoy se denomina «discriminación positiva»). Esto debe asegurar que cualquier posición social debe estar abierta a cualquier miembro en igualdad de condiciones, es decir, que debe existir una justa igualdad de oportunidades.