Teoría del Conocer (Epistemología)
El conocimiento se expresa en juicios, que consisten en la relación entre dos conceptos, que llamamos sujeto y predicado. Algunos son independientes de la experiencia, universales y necesarios (juicios a priori) y otros dependen de ella (juicios a posteriori). En cuanto a la relación sujeto y predicado, podemos dividir los juicios en analíticos y sintéticos.
Son analíticos los juicios en que el predicado se encuentra contenido en el concepto, en la definición del sujeto. El predicado no hace más que repetir una señal definitoria del sujeto; estos juicios no necesitan una comprobación empírica. En cambio, los juicios sintéticos son extensivos, ya que el predicado amplía nuestro conocimiento añadiendo alguna característica no contenida en la idea del sujeto. Los juicios científicos son siempre universales y necesarios, y por tanto, a priori. Pero su función es ampliar nuestro conocimiento, de manera que estos juicios son sintéticos. Por lo tanto, podemos mencionar un tercer grupo de juicios: los sintéticos a priori, los juicios científicos, que siendo universales y necesarios, amplían nuestro conocimiento.
La sensibilidad es el proceso mediante el cual nos hacemos representaciones perceptivas tanto del mundo exterior como del interior. Kant llama estética a la parte que se ocupa de su análisis. La intuición sensible, el producto de la sensibilidad, es el conocimiento inmediato, que se nos presenta sin nada que actúe como mediador. En las intuiciones, podemos distinguir una materia o un contenido (las sensaciones o impresiones) y una forma. Si consideramos la intuición externa (la percepción sensorial del mundo exterior), descubriremos que no podemos intuir nada si no está ocupando un espacio. El espacio es, por lo tanto, una condición a priori, ya que todo objeto debe ocupar un espacio. El espacio es la forma a priori de la sensibilidad externa.
El análisis del espacio puede reproducirse para el tiempo, pero referido a la sensibilidad interna. Ésta hace posible que nos hagamos representaciones de nuestro mundo interior: son las intuiciones internas. Además, las intuiciones externas, una vez han sido configuradas efectivamente como tales, pasan a formar parte de los estados de conciencia. El tiempo es la forma a priori de la sensibilidad interna.
En la sensibilidad hay una parte de la cosa conocida que no proviene de «la cosa misma», que no nos es dada por la experiencia, sino que ha sido puesta por el sujeto. Los fenómenos (los productos de la sensibilidad) son las cosas tal como se manifiestan a la sensibilidad. En ella, encontramos el verdadero conocimiento: una síntesis entre lo dado por la experiencia y un elemento suministrado por el sujeto que conoce (lo aportado por la sensibilidad).
El espacio y el tiempo no son maneras de ver las cosas, sino maneras a través de las cuales el sujeto capta sensiblemente las cosas; no son objetos. Podemos afirmar que nos es posible su conocimiento de manera completa precisamente porque no forman parte del objeto, porque están presentes en nuestra sensibilidad como formas o condiciones.
Entender significa reunir el material diverso de la intuición bajo una representación común. El entendimiento tiene una función unificadora. El encargado de llevarla a cabo es el juicio. El producto del entendimiento es el concepto. Podemos distinguir conceptos puros y conceptos empíricos, porque el entendimiento aporta al conocimiento condiciones propias, a priori. Los conceptos puros del entendimiento son las categorías, las maneras de ser, los grupos más generales que podían formarse con las cosas. Las categorías kantianas son maneras de entender el ser de las cosas. Son lo que el entendimiento deposita sobre el fenómeno para hacerlo inteligible. En este nivel se produce la síntesis entre el sujeto y el objeto que permite el conocimiento.
Las categorías son las condiciones de cognoscibilidad del entendimiento, principios de unificación de la realidad múltiple que nos permiten tratarla, manejarla intelectualmente. La condición más general que el entendimiento aporta a cualquier fenómeno para que se haga inteligible es lo que Kant llama apercepción trascendental. Se resume en la fórmula Yo lo pienso. No podría tener ni un solo pensamiento sin que yo lo pensara. Sin embargo, este Yo pienso está totalmente vacío, no se puede identificar con lo que pienso, con mis pensamientos. Es una estructura vacía. La apercepción es la representación mejor del sentido de las estructuras a priori de la mente. La ciencia natural integra los contenidos empíricos en estructuras universales y necesarias (síntesis a priori).
En resumen, el orden y la regularidad de los objetos de la naturaleza no son más que las estructuras que el sujeto, al pensar, introduce en la naturaleza. El objeto del conocimiento se constituye de acuerdo con las condiciones que el sujeto aporta. El objeto no es la cosa tal como es en sí misma (noúmeno), sino que es esencialmente fenómeno: el objeto es tal como se me muestra o lo que se me muestra. El mundo de la experiencia es el mundo fenoménico. Las cosas en sí quedan más allá del conocimiento posible. No podemos conocer, sino sólo pensar. La realidad para nosotros es la realidad mental.
El razonamiento se aplica sobre conceptos puros y juicios. La razón no es más que el entendimiento cuando va más allá del horizonte de la experiencia posible. Dos fuerzas mueven a la razón en esta dirección: la necesidad misma de funcionar de la mente y ciertas ansias inseparables de la naturaleza humana, que aspira siempre a saber más. Las ideas (el objeto propio de la razón) representan lo incondicionado, la unidad suprema, lo que ya no tiene ninguna otra condición por encima de sí.
El conjunto de todos los fenómenos internos encuentra la unidad suprema en la idea de un yo no solamente entendido a la manera del entendimiento como una forma vacía, unificadora de todo el contenido mental, sino como un «yo sustantivo», un alma, sustrato de nuestra realidad interior. Ésta es la idea psicológica. El conjunto de los fenómenos externos tiene la representación última de su unidad en la idea de «mundo» (idea cosmológica), el todo integrado de lo que consideramos la realidad externa. La unidad absoluta de todo lo que hay, fundamento tanto del yo como del mundo, es la idea teológica: «Dios».
La razón no trabaja sobre el fenómeno. Las ideas de la razón escapan al ámbito fenoménico; no constituyen verdadero conocimiento. Como la cosa en sí misma, constituyen el límite negativo de lo que nos está permitido decir que conocemos.
El conjunto de nuestros estados de conciencia y sentimientos tienen una unidad; no son, según la metáfora de Hume, como escenas que se suceden sin sentido en la conciencia. Para comprender lo que pasa y lo que nos pasa, parece que necesitamos referirlo a una unidad de un alcance aún mayor que llamamos el «sentido último»: Dios. Necesitamos las ideas de la razón para entender. Las ideas responden a las necesidades derivadas de nuestro entendimiento. La función de las ideas de la razón es regulativa: ayudan al entendimiento en su tarea unificadora. El pensamiento humano tiene una tendencia natural e irrefrenable a ir más allá del ámbito de la experiencia.
La idea psicológica da lugar a paralogismos, error consistente en identificar realidades plurales como una sola. Al referirnos al «yo» confundimos el «yo» empírico (conjunto de nuestras impresiones internas), el «yo» lógico de la apercepción trascendental y el «yo sustantivo» o alma. Como no los distinguimos, pasamos de uno a otro indebidamente, e inferimos la realidad sustantiva del yo de la necesidad lógica de la apercepción. El problema reside en la aplicación indebida de la categoría sustancia.
Teoría Ética
Según Kant, lo que hace que una acción sea buena o mala no es la acción en sí, sino la intención, la voluntad con la que se realiza. Aunque el resultado de una acción sea negativo o malo, Kant considera que la acción es moralmente buena si se ha hecho con «buena voluntad», ya que lo único que puede considerarse bueno o malo es la voluntad con la que se hace una acción y no lo que se hace. Podemos considerar que la voluntad es buena cuando lo que hace únicamente lo hace porque cree que es su deber. Una acción podrá no tener mérito moral si se hace solo por obediencia o por otras razones. La acción podría incluso ser moralmente mala si solo se hace para obtener algo a cambio; por lo tanto, las acciones solo serán moralmente buenas si se hacen porque creemos que estamos cumpliendo con nuestro deber y no por otro motivo.
El deber no está condicionado por nada. El deber se expresa siempre en forma imperativa. Kant distingue dos tipos de imperativos: imperativo hipotético (aquel que está condicionado por la obtención de un fin) y el imperativo categórico (aquel que obliga sin ninguna condición). Los imperativos morales son categóricos: debemos cumplir nuestro deber simplemente porque es nuestro deber, no para conseguir otra cosa.
El propio imperativo moral es autónomo, no está condicionado por nada: hay que cumplir el deber simplemente porque es el deber, no para alcanzar la felicidad. Es más, los que actúan por el cumplimiento del deber, normalmente no tienen éxito en la vida. Por tanto, Kant distingue los conceptos de bondad y felicidad y reconoce que lo racional es que la persona buena sea feliz y esto, al parecer, no ocurre en esta vida. Según la antinomia de la razón pura práctica, al no coincidir aquí aquello que debería coincidir (bondad y felicidad), Kant concluye que debe existir otro mundo donde sea aquello que deber ser, y esto implica la inmortalidad del alma y también la existencia de Dios, como aquel ser en quien coinciden la bondad y la felicidad. Pero esto es un postulado; teóricamente, no podemos demostrar que sea así.
Teoría del Vivir (Política)
La idea dominante en Kant es la superación de la guerra y el establecimiento de una paz perpetua. La guerra es vista por Kant como el gran mal político, que define como «el mayor obstáculo de lo moral».
La paz es el sentido último del progreso y de la historia. El individuo es movido por una «insociable sociabilidad» que le inclina a entrar en sociedad y oponer resistencia egoísta a los demás. La esperanza de Kant es el establecimiento de «una gran federación de naciones» y la paz perpetua: «Todas las guerras son otros tantos intentos de procurar nuevas relaciones entre los Estados y formar nuevos cuerpos».
El contenido de este opúsculo de 1784 se sintetiza en los siguientes principios:
- En el hombre, las disposiciones naturales deben desarrollarse completamente sólo en la especie y no en los individuos.
- La naturaleza ha querido que el hombre desarrolle de sí mismo aquello que sobrepasa su instinto y se procure su propia razón.
- La naturaleza se sirve del antagonismo de sus disposiciones en la sociedad; este antagonismo se convierte finalmente en un orden legal de las disposiciones.
- El problema del género humano es la consecución de una sociedad civil.
- Este problema es el que más tardíamente resolverá la especie humana.