La Filosofía de San Agustín y Santo Tomás de Aquino: Conocimiento, Ética y Política

El problema del conocimiento. Agustín de Hipona fue un filósofo griego de la Edad Antigua, perteneciente a la filosofía medieval de entre los siglos IV y V d.C. También conocido como San Agustín, fue un filósofo y teólogo de entre dos épocas y fue el primero en fusionar razón y fe, y filosofía y religión. Su conversión al cristianismo marcó su vida y se le conoce como el padre de la iglesia. San Agustín estaba en contra del escepticismo, el cual defiende que no se puede alcanzar la verdad absoluta. Desarrolló una filosofía que afirma alcanzar el conocimiento verdadero. Ante el escepticismo, argumenta «si fallor, sum» («si me engaño, existo»), lo cual significa que el simple hecho de dudar confirma la existencia de quien duda. Esto establece una certeza de los datos sensibles; Agustín de Hipona afirma que los datos sensibles no engañan, sino el juicio precipitado de las cosas. Por último, defiende que existen verdades universales, necesarias e inmutables que la mente humana puede captar mediante el camino de la escala de los saberes. En la escala de los saberes, San Agustín considera las artes liberales, divididas en el trivium (gramática, retórica, lógica…) y el quadrivium (aritmética, geometría, música…), como preparatorias para la filosofía. Estas disciplinas preparan al individuo para un conocimiento más elevado: la filosofía. La filosofía es un perfeccionamiento interior que prepara para la religión, que se entiende como la culminación del saber y el camino hacia Dios. Agustín de Hipona habla de la relación entre fe y razón. Para él, el lema «cree para entender» refleja que la fe es necesaria para alcanzar la sabiduría y que sin esta, la razón no es suficiente. Afirma que también es posible «entender para creer»; se puede demostrar que es legítimo entender las verdades de la fe a través de la razón. La razón ayuda a profundizar en los contenidos de la fe. El filósofo desarrolla el concepto de las miradas del alma o grados de conocimiento. La primera mirada es el conocimiento sensible; el alma da a los sentidos la capacidad para percibir los objetos exteriores y que formen una imagen sensitiva. La segunda es la memoria, una potencia esencial del alma que permite recordar y comparar percepciones y sensaciones. La tercera es el entendimiento o conocimiento inteligible, mediante la razón inferior. La cuarta y última mirada es la más importante; es la sabiduría o razón superior, un proceso de cuatro pasos donde, mediante la autoconciencia, descubrimos las verdades universales y necesarias para así conocer a Dios, que está dentro de uno, y así llegar a la autotrascendencia. Por último, San Agustín presenta su teoría de la iluminación divina, donde sostiene que el alma recibe de Dios una luz que le permite conocer. Este proceso es una inspiración similar al «Sol de Platón» por la mañana, en el que el amor de Dios mueve al alma hacia las verdades eternas. Dios, como fuente de verdad, ilumina al alma, permitiéndole comprender los conocimientos sensibles y trascender hacia el conocimiento de las verdades eternas.

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El problema de Dios. Agustín de Hipona fue un filósofo griego de la Edad Antigua, perteneciente a la filosofía medieval de entre los siglos IV y V d.C. También conocido como San Agustín, fue un filósofo y teólogo de entre dos épocas y fue el primero en fusionar razón y fe, y filosofía y religión. Su conversión al cristianismo marcó su vida y se le conoce como el padre de la iglesia. En el pensamiento de San Agustín, Dios es el núcleo central y no pretendía crear pruebas que demostraran su existencia. Sin embargo, en sus escritos se pueden encontrar tres evidencias. Primero, la realidad exterior muestra que el orden y la belleza del mundo sugieren que existe un creador, un ser superior. Segundo, el consenso universal; la mayoría de los seres humanos acepta la existencia de un ser sobrenatural. Y tercero, en la realidad interior de la mente humana se encuentran verdades e ideas eternas que, al ser inmutables, remiten a un ser necesario. San Agustín considera que ningún nombre es suficiente para describir a Dios, quien se reveló a Moisés diciendo “Yo soy el que soy”. Dios es inmutable, perfecto, el sumo bien, y su esencia es simple y única. Estos atributos divinos se reflejan en el ser de Parménides, el cual es eterno. Su teoría del ejemplarismo sostiene que Dios tiene en su mente ideas ejemplares o modelos eternos y con ellos creó el mundo. Estas ideas, a diferencia de las de Platón, que consideraba que las Ideas existían separadas del demiurgo y eran superiores a él, según Agustín, las ideas se encuentran en la inteligencia divina y no se distinguen de Dios. En cuanto al creacionismo, Agustín introduce la noción de creatio ex nihilo, la creación desde la nada, lo cual fue una novedad en la filosofía occidental. Todo lo creado es contingente, es decir, depende de Dios, quien es un ser necesario. Agustín explica que Dios, siendo omnipotente, pudo haber decidido crear o no el mundo y decidió hacerlo por amor y sabiduría. Otro concepto importante son las razones seminales. Dios, al crear el mundo, lo hizo de una vez, sin sucesión de tiempos (pasado, presente y futuro) e introdujo unas “semillas” o “raíces” que permitirían a la creación evolucionar y seguir su curso de acuerdo con las leyes y orden previsto por Dios. Agustín se enfrenta al problema del mal, donde, si Dios es bueno, ¿por qué permite el mal? Agustín, en su juventud, trató de solucionarlo con un maniqueísmo, doctrina en la cual existen dos principios: el bien y el mal, pero la abandona y adopta una visión neoplatónica en la que el mal no es una realidad positiva, sino una privación, falta de ser que carece de bien. Distingue entre el mal físico, que el ser humano sufre, y el mal moral, que es el cometido por el ser humano voluntariamente. Dios es causa eficiente del bien, pero no es responsable del mal, pues de él solo procede el ser y la luz. Según el optimismo metafísico de Agustín, todo lo que ha creado Dios es bueno y el mal representa la pérdida de la entidad de las cosas buenas. Mientras hay realidad, hay bondad, pues el mal equivaldría a la nada.


El problema del ser humano. Agustín de Hipona fue un filósofo griego de la Edad Antigua, perteneciente a la filosofía medieval de entre los siglos IV y V d.C. También conocido como San Agustín, fue un filósofo y teólogo de entre dos épocas y fue el primero en fusionar razón y fe, y filosofía y religión. Su conversión al cristianismo marcó su vida y se le conoce como el padre de la iglesia. San Agustín afirma que el ser humano es imagen de Dios (imago Dei) y que hay semejanza entre los atributos de Dios y las facultades humanas. Para él, Dios es Eternidad, Verdad y Amor. Y el ser humano está construido por las potencias de la memoria, inteligencia y voluntad. Esta estructura de facultades conecta al ser humano con Dios y le permite acercarse a lo divino. Agustín interpreta al ser humano según el modelo dualista platónico, donde el ser humano es un alma inmortal que vive en un cuerpo mortal. Agustín piensa que el alma es una sustancia autosuficiente y es la esencia del ser humano. En esta unión, el alma es la esencia superior, intermedia entre Dios (quien es inmutable) y la materia (que cambia en espacio y tiempo). El alma es, por tanto, inmortal y autosuficiente. Sobre el origen del alma, Agustín habla de dos teorías. Al principio considera el traducianismo, que sostiene que el alma es generada por los padres. Sin embargo, luego opta por el creacionismo, proponiendo que cada alma es creada individualmente por Dios, aunque esta postura presenta el reto de explicar la transmisión del pecado original. Para explicar el pecado original, Agustín argumenta que todos los seres humanos heredan de Adán la tendencia al mal, donde el cuerpo domina sobre el alma. Este pecado solo puede ser superado con la ayuda de la gracia divina, que guía al ser humano hacia el bien y la salvación. Agustín se opone al pelagianismo, doctrina que sugiere que las personas pueden salvarse por sus propios méritos, sin ayuda de Dios. Por último, en cuanto al libre albedrío, Agustín afirma que el ser humano tiene la capacidad de decidir libremente entre la elección del bien y el mal. Aunque la naturaleza humana tiende al mal, empujada por el pecado original, la gracia de Dios impulsa hacia el bien sin determinar las acciones del individuo. Agustín distingue entre el liberum arbitrium (capacidad de elegir), que consiste en la capacidad de decidir libremente, y la libertas (auténtica libertad), que consiste en amar el bien supremo, Dios. Para Agustín, el ser humano conserva su libertad y, aunque está inclinado al mal por el pecado, puede aspirar al bien mediante la gracia, sin perder su autonomía en la toma de decisiones.


Problema de la ética/moral. Agustín de Hipona fue un filósofo griego de la Edad Antigua, perteneciente a la filosofía medieval de entre los siglos IV y V d.C. También conocido como San Agustín, fue un filósofo y teólogo de entre dos épocas y fue el primero en fusionar razón y fe, y filosofía y religión. Su conversión al cristianismo marcó su vida y se le conoce como el padre de la iglesia. San Agustín sostiene que la voluntad humana busca la felicidad mediante la autotrascendencia. Este impulso no se limita al conocimiento, sino que también tiene lugar en el ámbito de la voluntad. A diferencia de los epicúreos, quienes defienden la búsqueda de la felicidad a través del placer físico, Agustín considera que la verdadera felicidad está en algo superior al ser humano. Esta felicidad plena se alcanza en el amor Dei, es decir, en el amor a Dios. Agustín distingue dos tipos de males: el mal físico y el mal moral. El mal físico es el que sufre el ser humano y el cual es consecuencia del pecado y proviene de la justicia de Dios que nos castiga del pecado original y de los pecados personales. El mal moral, el mal que se comete, es el pecado, y es entendido como un acto voluntario que va en contra de la ley de Dios. Este mal moral es, según Agustín, el verdadero mal que afecta al ser humano. Para Agustín, el pecado es un desorden en la voluntad humana, que elige los bienes inferiores antes que los superiores. Este desorden surge del libre albedrío, el cual otorga al ser humano la capacidad de decidir libremente y, como consecuencia, le hace responsable de sus acciones. Esta responsabilidad implica que el ser humano es merecedor de recompensa, donde alcanzará la salvación, o merecedor del castigo, donde tendrá una condena. Agustín se sitúa en contra del intelectualismo ético de Platón, que atribuía la falta de virtud a la ignorancia, y en cambio habla de la importancia de la voluntad. Dios tuvo la voluntad de crear el mundo con orden y armonía y es la voluntad del ser humano en la que decide amar a Dios y conseguir salvarse o pecar y condenarse. Por lo tanto, si actúas bien es porque lo ha decidido uno mismo. Agustín define la ley eterna como la voluntad de Dios, que sigue el orden natural del universo. El ser humano, si al conocer y actuar conforme con la ley de Dios, puede alcanzar la felicidad. Sin embargo, no basta con la fuerza de la voluntad humana; necesitamos, según Agustín, la gracia de Dios, lo que contrasta con el pelagianismo, que confiaba en la fuerza de voluntad humana para alcanzar la felicidad y la moral.


Problema de la política y sociedad. Agustín de Hipona fue un filósofo griego de la Edad Antigua, perteneciente a la filosofía medieval de entre los siglos IV y V d.C. También conocido como San Agustín, fue un filósofo y teólogo de entre dos épocas y fue el primero en fusionar razón y fe, y filosofía y religión. Su conversión al cristianismo marcó su vida y se le conoce como el padre de la iglesia. Se dedicó a cristianizar a Platón y patentizar el cristianismo. En su obra La ciudad de Dios, en la primera parte, Agustín responde a las acusaciones de los paganos que culpan a los cristianos de la caída del Imperio. Agustín refuta esta acusación y afirma que los paganos no pueden alcanzar la felicidad ni en la vida terrena ni en la vida futura. En la segunda parte, Agustín contrasta dos ciudades: la «ciudad terrena» y la «ciudad de Dios», que permanecerán mezcladas hasta el juicio final, momento en que se revelará cuál es digna de salvación. Para Agustín, la paz es el objetivo último de toda sociedad y solo se puede conseguir mediante el orden y la justicia, que son responsabilidad del Estado. Además, el amor es la base de toda sociedad, pues las personas se agrupan en función de los objetos de su amor compartido. El ser humano es social por naturaleza debido al amor, el sentimiento más profundo que impulsa a la unión y cooperación entre individuos. Agustín presenta dos modelos opuestos de sociedad: la ciudad terrena, donde los individuos se aman a sí mismos, que está caracterizada por la ley del más fuerte y la autoridad impuesta para controlar el individualismo, buscando la paz solo como fin inmediato; y la ciudad de Dios, formada por quienes aman a Dios hasta el olvido de sí mismos, donde predomina la caridad y el amor a Dios, donde aquí la paz es un medio para alcanzar la salvación. Agustín interpreta la historia como una lucha moral continua entre estas dos ciudades, donde se enfrentan el bien (la ciudad de Dios) y el mal (la ciudad terrena). La historia tiene un sentido profundo, que es el triunfo final del bien, ya que la ciudad de Dios se acabará imponiendo en el juicio final. En cuanto a la relación entre Iglesia y Estado, Agustín desarrolla el concepto de agustinismo político, donde la Iglesia, por ser la depositaria de la verdad cristiana, es superior al Estado, guiándose moralmente (teocracia). El Estado, por su parte, se encarga de organizar la convivencia y el bienestar temporal de acuerdo con principios cristianos. Agustín enfatiza que el poder político debe ser entendido como un servicio y responsabilidad: el líder debe gobernar como un padre que cuida y orienta a sus hijos, respetando la dignidad y el bienestar de todos.


El problema del conocimiento. Tomás de Aquino fue un filósofo de la Edad Antigua, perteneciente a la filosofía medieval del siglo XIII. Se le conoce como el doctor de la iglesia y se dedicó a cristianizar a Aristóteles y aristotelizar el cristianismo. Fue un gran representante de la escuela escolástica, enseñanza que une filosofía y teología, y le nombraron teólogo del papa. La verdad es la adecuación o correspondencia entre el entendimiento humano y las cosas, concepto central en el realismo. Existen las verdades naturales, en las que el ser humano puede acceder a través de la luz de la razón natural (filosofía), y verdades reveladas, entendidas mediante la fe (teología). Los preámbulos de la fe son verdades que pertenecen tanto a la razón como a la fe; es la intersección entre ambas y no se contradicen entre sí. Las verdades son la introducción a los dogmas, puesto que las verdades puramente de fe son indemostrables. Sirven como fundamentos de que las verdades demostradas racionalmente no son dogmas. Fe y razón son fuentes autónomas de conocimiento que llevan a la misma conclusión: a la búsqueda de la verdad. Van en contra del averroísmo, que defiende que la verdad filosófica se alcanza a través de la razón y la fe y a menudo tienen un conflicto entre sí. La razón colabora con la fe, donde la teología como ciencia aclara los contenidos de la fe. Y la fe colabora con la razón y es el criterio de verdad, puesto que la razón se puede equivocar. El conocimiento sigue un proceso que comienza con el conocimiento sensible, captado a través de los sentidos, y nos introduce a los objetos individuales. Luego, el conocimiento intelectual transforma esas impresiones en conceptos universales, en base de la ciencia y del lenguaje. Este proceso ocurre mediante la abstracción, que parte de lo sensible, después en la imaginación que se da una imagen, y finalmente el entendimiento reconoce esas imágenes. El entendimiento agente prescinde de lo sensible y particular y universaliza los conceptos. Y el paciente recibe estos conceptos y los aplica a otros individuos. Esta estructura refleja la luz agustiniana, que permite al intelecto trascender lo particular hacia lo universal.


El problema de Dios. Tomás de Aquino fue un filósofo de la Edad Antigua, perteneciente a la filosofía medieval del siglo XIII. Se le conoce como el doctor de la iglesia y se dedicó a cristianizar a Aristóteles y aristotelizar el cristianismo. Fue un gran representante de la escuela escolástica, enseñanza que une filosofía y teología, y le nombraron teólogo del papa. Santo Tomás de Aquino afirma que la existencia de Dios no es evidente y que es necesaria su demostración. Esto contrasta con Agustín de Hipona, que ve a Dios como evidente y no necesita explicación. Para Aquino, es posible demostrar la existencia de Dios mediante argumentos a posteriori, es decir, partiendo de la observación de las cosas sensibles. Santo Tomás presenta cinco vías para demostrar la existencia de Dios. Por el movimiento: todo lo que se mueve es movido por otro, y esto lleva a la necesidad de un Primer Motor Inmóvil, que es Dios. Por la causalidad eficiente: toda causa tiene otra causa, pero no es posible un infinito de causas, por ello debe existir una Causa Incausada trascendente, es decir, Dios. Por la contingencia: los seres contingentes existen, pero podrían no existir. Esto implica la existencia de un ser necesario, que sea la base de todos los seres contingentes; Dios es el Ser necesario. Por los grados de perfección: se pueden ver diversos grados de perfección en los seres, pero debe existir un Ser perfectísimo que sea el fundamento de toda perfección; ese ser es Dios. Y por último, por el orden y la finalidad: en la naturaleza, las cosas tienden a un fin. Esto implica la existencia de un Ser inteligente que dirige todas las cosas hacia sus fines; Dios es el Ser inteligentísimo. Las cinco vías comparten una estructura común basada en tres pasos: la experiencia sensible mediante la observación del mundo y sus fenómenos, el principio de causalidad (toda causa requiere un efecto) y la imposibilidad del infinito (no puede haber una cadena infinita de causas). Esto concluye con la necesidad de un ser supremo, Dios. La ontología de Santo Tomás está influida por Aristóteles, de quien adopta categorías como sustancia-accidente, materia-forma, acto-potencia y la analogía del ser. E introduce una novedad: la esencia de un ser pura potencia y, para que exista realmente, hace falta su actualización. Santo Tomás propone dos vías para conocer a Dios. La vía de la negación, que excluye a Dios de todo lo que sea incompatible con su esencia. Por ejemplo, Dios no es material ni mutable. Y la vía de la atribución, donde las perfecciones de las criaturas (bondad, sabiduría) existen en Dios en un grado máximo y perfecto. En Dios, esencia y existencia son lo mismo, lo que implica que su existencia es necesaria. Dios es infinito, no le falta nada y no depende de nada. Y es acto puro; Dios no tiene ningún tipo de potencia ni potencialidad y es pensamiento autopensante. Al igual que en Aristóteles, Dios es pensamiento puro que se piensa a sí mismo. Contra el aristotelismo, Santo Tomás rechaza la eternidad del mundo y afirma que Dios creó el mundo ex nihilo (de la nada). Los seres creados existen porque Dios lo quiere; son seres participados, que reciben su existencia de Dios. Influenciado por el ejemplarismo de Agustín (las ideas están en la mente divina), Santo Tomás evita el riesgo de herejía del «necesitarismo», es decir, no considera que Dios esté obligado a crear.


El problema del ser humano. Tomás de Aquino fue un filósofo de la Edad Antigua, perteneciente a la filosofía medieval del siglo XIII. Se le conoce como el doctor de la iglesia y se dedicó a cristianizar a Aristóteles y aristotelizar el cristianismo. Fue un gran representante de la escuela escolástica, enseñanza que une filosofía y teología, y le nombraron teólogo del papa. Tomás de Aquino defiende la unión sustancial entre alma y cuerpo, donde ambos actúan de manera inseparable, al contrario que el agustinismo, que veía al alma y el cuerpo como sustancias separadas. Además, su concepción habla de la aceptación de la resurrección de la carne, puesto que el cuerpo es una única sustancia; la carne resucita. Tomás sostiene que el alma es única y actúa como la forma sustancial del cuerpo, es decir, es el principio vital que determina las acciones del ser humano. El alma humana posee cinco potencias específicas: la vegetativa, sensitiva, apetitiva, motriz e intelectiva, única de los seres humanos. Cada una de estas potencias tiene una función particular en la vida humana, donde la potencia intelectiva es la más importante para la actividad racional. Para Tomás de Aquino, la función intelectual es exclusiva del ser humano, ya que solo los humanos tienen entendimiento y voluntad. La voluntad tiende hacia el bien, pero debido a que somos libres, podemos equivocarnos en nuestras elecciones, aunque siempre elijamos lo que consideremos como un bien. Aquino sostiene que el alma humana es creada por Dios y no es heredada. Es individual, lo que significa que comunica su individualidad al cuerpo; esto va en contra de la reencarnación. El alma tiene conciencia y permite al ser humano reconocerse a lo largo de la vida. Es simple y no material; es espiritual e incorruptible. El alma es espiritual porque se conoce a sí misma, puesto que pensamos que pensamos.


El problema de la ética/moral. Tomás de Aquino fue un filósofo de la Edad Antigua, perteneciente a la filosofía medieval del siglo XIII. Se le conoce como el doctor de la iglesia y se dedicó a cristianizar a Aristóteles y aristotelizar el cristianismo. Fue un gran representante de la escuela escolástica, enseñanza que une filosofía y teología, y le nombraron teólogo del papa. Tomás de Aquino adopta una visión intelectualista teológica de la felicidad, influenciado por Aristóteles. La felicidad (la bienaventuranza) consiste en la contemplación de Dios, lo que se logra en la vida futura y no en la vida terrenal. Es el fin último. Para conseguirla, necesitamos la gracia, el fin sobrenatural, las virtudes y la ley. La felicidad en esta vida es solo imperfecta y temporal. Tomás de Aquino distingue tres tipos de leyes. La ley eterna, que es el orden dado por Dios para que todo en el universo alcance sus fines propios, representa la teleología divina. La ley natural, que es la ley eterna referida a los seres humanos. Y la ley positiva, que son leyes concretas creadas por el ser humano, como el código legal concreto de una comunidad. La ley moral deriva de la ley natural en el ser humano. Tomás sostiene que la ley natural en el ser humano puede conocer sus fines y deducir las normas de conducta. Debido a que el ser humano tiene libertad para actuar contra la ley natural, esas normas se pueden incumplir, pero no las leyes físicas. Tomás establece unos preceptos morales. El principio de la ley moral natural dice que “el bien ha de buscarse, el mal ha de evitarse”. Los preceptos comunes se dividen en tres grupos según las inclinaciones naturales del ser humano. El precepto por ser sustancia tiende al ser humano a conservar la vida; por ser animal, lleva al ser humano a procrear y formar una familia; y por ser racional, el ser humano debe buscar la verdad y vivir en sociedad. Tomás adopta un intelectualismo moderado, lo que significa que el ser humano puede elegir no dirigirse hacia el bien, pero no decidir lo que es bueno. A veces pensamos que es bueno algo que no lo es porque nuestro intelecto es limitado y nos equivocamos al elegir. Las virtudes en Tomás de Aquino son hábitos adquiridos por la repetición de actos que no se perfeccionan. Las virtudes intelectuales (dianoéticas), como la inteligencia, sabiduría y prudencia, nos guían a las acciones correctas. Las virtudes morales, como la prudencia, la justicia, fortaleza y templanza, inculcan al ser humano hacia el bien. Y por último, las virtudes teologales, como la fe, la esperanza y la caridad, que permiten al ser humano orientarse hacia Dios.


El problema de la política/sociedad. Tomás de Aquino fue un filósofo de la Edad Antigua, perteneciente a la filosofía medieval del siglo XIII. Se le conoce como el doctor de la iglesia y se dedicó a cristianizar a Aristóteles y aristotelizar el cristianismo. Fue un gran representante de la escuela escolástica, enseñanza que une filosofía y teología, y le nombraron teólogo del papa. La ley positiva, para Tomás de Aquino, es una exigencia de la ley natural que impone vivir en sociedad con normas que regulen la convivencia. Es una prolongación de la ley natural, es posible mediante normas legales que regulen la convivencia humana. Además, el derecho está integrado en la moral, así la justicia política es una exigencia moral que debe garantizar el bien común. Tomás afirma que el ser humano es social por naturaleza, siguiendo así a Aristóteles. La sociedad es la aplicación de la ley natural, por lo que es natural y necesario que haya Estado. Además, dado que la naturaleza humana es obra de Dios, Él es el fundamento último de la sociedad, y por tanto, la sociedad y su organización deben estar alineadas con la voluntad divina. El bien común es el fin del Estado. Para que el Estado sea legítimo, se debe basar en buscar el bien común. Esto incluye garantizar la paz, el bienestar y la felicidad de los ciudadanos, donde el Estado se encarga de la protección y de fomentar la educación. Además, el Estado debe fomentar la vida virtuosa y encaminar a los ciudadanos a alcanzar la contemplación de Dios como el fin último de la vida humana. Este fin último es sobrenatural y se refiere a la salvación eterna, que es responsabilidad de la Iglesia (teocracia). El reflejo de la ley natural de Tomás de Aquino sostiene la obligación de cumplir solo las leyes positivas y justas. Y por ello necesitamos que la gente esté de acuerdo con esas leyes. Tomás subraya la legitimación de la autoridad por su acción justa y el respeto al pueblo, y la monarquía como forma de gobierno deseable. El monarca debe ser virtuoso, como el alma lo es para el cuerpo. Y para evitar los abusos del poder, Tomás propone limitar el poder del monarca mediante magistrados elegidos por el pueblo. Además, si las leyes son injustas, el pueblo tiene derecho a derrocar al tirano, siempre y cuando no causen males mayores.

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