Monistas
Tales de Mileto. En cuanto al número y la especie de tal principio (arjé), no todos dicen lo mismo. Sin embargo, Tales, iniciador de tal filosofía, dice que es el agua (y por ello también manifestó que la tierra está sobre agua). También dice que, en cierto modo, las cosas inanimadas tienen alma, a partir de la observación del imán y del ámbar. Que el agua es principio de los elementos y que el cosmos está animado y lleno de démones.
Anaximandro de Mileto. Entre los que dicen que es uno, en movimiento e infinito, Anaximandro dijo que el principio y elemento de todas las cosas existentes era el ápeiron [indefinido o infinito], y fue el primero que introdujo este nombre de «principio». Afirma que éste no es agua ni ningún otro de los denominados elementos, sino alguna otra naturaleza ápeiron, a partir de la cual se generan todos los cielos y los mundos que hay en ellos. Ahora bien, a partir de donde hay generación para las cosas, hacia allí también se produce la destrucción, «según la necesidad; en efecto, se pagan mutuamente culpa y retribución por su injusticia, de acuerdo con la disposición del tiempo», hablando así de estas cosas en términos poéticos. Anaximandro, compañero de Tales, dice que el ápeiron es la causa entera de la generación y destrucción de todo.
Anaxímenes de Mileto. Había sido discípulo de Anaximandro y cree también, como aquél, que el principio primordial subyacente y único es infinito; pero no lo afirma indeterminado, como él, sino determinado, manifestando que es el aire. El aire se diferencia en distintas sustancias en virtud de la rarefacción y la condensación. Por la rarefacción se convierte en fuego; en cambio, condensándose, se transforma en viento, después en nube, y, aún más condensado, en agua, en tierra más tarde, y de ahí finalmente en piedra.
Pluralistas
Empédocles. Afirma que existen cuatro elementos o raíces de todas las cosas: agua, aire, fuego y tierra. La multiplicidad puede explicarse por la acción conjunta de dos fuerzas cósmicas de signo contrario, Amor y Odio, sobre estos cuatro elementos. El Amor une a los elementos distintos, y el Odio los separa, en un eterno ciclo cósmico.
Anaxágoras. Permanece también fiel a la doctrina de Parménides: no hay una verdadera generación y corrupción. Pero, por otra parte, igual que Empédocles, acepta el cambio y el movimiento como hechos evidentes. ¿Cómo concilia las dos cosas? Anaxágoras creía que no era posible explicar con cuatro elementos la constitución de las cosas; según él, éstas son agregados de infinidad de elementos primitivos, cuyas características son las mismas que tenían los elementos de Empédocles y el Ser de Parménides: no tienen comienzo ni se extinguen. A estas partículas primitivas las llamó Homeomerías. La doctrina de Anaxágoras significa un cierto cambio respecto de la de Empédocles. Para éste, los elementos primitivos son cuatro; para Anaxágoras, su número era infinito. Mientras que para Empédocles, en el principio existe la armonía pasando luego a la desunión, para Anaxágoras, en el principio, las Homeomerías estaban mezcladas, formando un Caos. El orden, el mundo, se originó de este Caos en un proceso de separación, primero, y de reunión después, de las Homeomerías. El proceso por el que se pasó del Caos al Cosmos se debió a una fuerza exterior, superior y distinta de las Homeomerías, a la que llamó Nous, la mente, una especie de principio que transmite movimiento ordenado pero no confiere finalidad alguna al movimiento del Cosmos.
Demócrito. Distingue dos principios de las cosas: lo Lleno y lo Vacío. Lo Lleno está constituido por partículas pequeñísimas, invisibles, llamadas átomos (a-tomos), que conservan todas las propiedades del Ser de Parménides; son cualitativamente iguales pero difieren entre sí por el peso y la figura. Con la noción de vacío trató de explicar el movimiento. No es lo mismo que el no-ser de Parménides, sino un principio real de la constitución de las cosas. Junto con esta noción, introduce otra novedad en su doctrina: el Azar. Mientras que Empédocles y Anaxágoras acuden a la Amistad-Odio y Nous respectivamente, Demócrito no necesita de ninguna causa externa que organice los átomos, pues éstos se mueven en todas direcciones de modo confuso e irregular a través del vacío. Los átomos se unen de forma muy variada, dando lugar a las cosas del mundo. No hay, pues, una finalidad ya que todo sucede al azar, sin que ello signifique ausencia de causalidad. También se trata de una concepción mecanicista, aún más nítida que la de Anaxágoras.