Para demostrar que Dios existe, San Anselmo había utilizado el argumento ontológico:
Si Dios es “el mayor ser que existe”, ha de existir tanto en la mente como en la realidad. Frente a esta demostración a priori, Tomás de Aquino propone una demostración a posteriori de la existencia de Dios que parte de los sentidos, y que va del efecto (los seres del mundo) a la causa que los ha producido (Dios).
Tomás de Aquino ofrece cinco demostraciones de la existencia de Dios, llamadas las cinco vías, estas son:
1ª vía:
Vía del movimiento
Va desde el movimiento que observamos en la naturaleza hasta un primer Motor Inmóvil, origen del movimiento que hay en el universo: Dios
2ª vía:
Vía de la causalidad eficiente
Va desde las causas secundarias en el mundo hasta una primera causa incausada del movimiento: Dios
3ª vía:
Vía de la contingencia
Va desde los seres contingentes que hay en el universo, hasta un Primer Ser Necesario: Dios
4ª vía:
Vía de los grados de perfección
Va desde los diversos grados de perfección que existen en el universo hasta un Primer Ser Sumamente Perfecto: Dios
5ª vía:
Vía de la causalidad final o del orden cósmico
Va desde el orden que muestran los seres de la naturaleza hasta una inteligencia suprema que ha organizado el universo: Dios
Seguidamente, Tomás de Aquino para resolver el problema de la creación, distingue entre “esencia” y “existencia”, entre la naturaleza de un ser, entendida como simple potencialidad o posibilidad (esencia), y su existencia efectiva, en acto. Distintamente, en Dios, su esencia y existencia se implican mutuamente, porque su naturaleza implica existir necesariamente, ya que es un ser infinitamente perfecto. En cambio, los demás seres son contingentes:
Su esencia no implica existir necesariamente, por lo tanto, existen gracias al acto creador de Dios. La Creación, por tanto, es el paso de lo posible a la realidad.
La teoría agustiniana del conocimiento esta fuertemente influida por la filosofía de Platón. El conocimiento supone una “búsqueda” en la que intervienen el amor y el intelecto, por tanto, para San Agustín el conocimiento es un proceso afectivo e intelectual.
La búsqueda de la verdad está impulsada por el amor, pero no por el amor egoísta o “desordenado”, sino por un amor espiritual u “ordenado”, que busca la verdad única, inmutable y eterna.
Ésta teoría distingue dos fases: la primera, va de lo exterior a lo interior, parte del conocimiento sensible, que por su variabilidad no garantiza ninguna certeza, y termina en el escepticismo, ano ser que se encuentre alguna verdad indudable, San Agustín considera que esa verdad es la certeza interior que da la autoconciencia:
El sujeto se engaña al razonar, por lo que piensa; y si piensa, existe. Por consiguiente, es en el interior del hombre donde está la verdad; la segunda, va de lo interior a lo superior, se debe emprender un camino de ascensión espiritual que recorre dos grados: el conocimiento discursivo (razón inferior)
Y el conocimiento intuitivo de las “verdades eternas”: belleza, justicia, bondad, etc. (razón superior)
, que el hombre no puede alcanzar por sí solo, sino apoyado de una acción directa ejercida por Dios sobre su mente: la iluminación intelectual.
(igual que el ojo necesita la luz para ver, la mente necesito de la luz divina para conocer la verdad)
Pero, ¿cómo ha de comportarse el hombre en el mundo para vivir bien y alcanzar la felicidad? La respuesta se encuentra en la moral, que para Descartes supone el grado más alto de la sabiduría.
Antes de formular el método y descubrir la verdad, Descartes sostiene que el hombre ha de aplicar una moral provisional, que consta de tres máximas:
1ª) Adaptarse a las costumbres y leyes del país donde se vive; 2ª) Ser firme y resuelto en las acciones que uno emprende; y 3ª) No intentar alterar el orden del mundo.
Pero esta ética, una vez hallado el Cogito y conocida la existencia de Dios, ha de ser sustituida por una auténtica ética filosófica, más sólida y mejor fundamentada, que en Descartes es una moral del buen juicio.
El centro de la ética cartesiana es la libertad del sujeto, el libre albedrío de la voluntad, que es lo que asemeja al hombre a Dios y le diferencia de los animales.
El hombre es tanto más libre cuanto más fuerte es su alma, es decir, cuanto más ejerce el autodominio, controlando las pasiones del cuerpo, y encauzándolas adecuadamente, mediante su razón, hacia el bien.
La auténtica libertad se obtiene, no cuando uno se deja llevar por la fuerza ciega y oscura de las pasiones, sino cuando la voluntad libre es iluminada por la razón y el conocimiento de ideas claras y distintas. De modo que, la clave de la ética cartesiana es juzgar bien.
El autodominio se expresa a través de la virtud más perfecta que es la generosidad (es signo de la independencia del sujeto respecto de sus pasiones inferiores). Se trata de una virtud que garantiza la máxima felicidad y es capaz de dominar sus pasiones más bajas y viles.
En el control de las pasiones ejercido por la virtud juega un papel importantísimo la glándula pineal:
Como es ella la que pone en contacto el alma con el cuerpo, el alma padece cuando recibe a través de dicha glándula la influencia de las pasiones que de él proceden; pero el alma puede mostrarse también activa, dominando tales pasiones. Hay que cambiar la orientación de la glándula pineal, y habituarse a que el alma (la razón) mande sobre el cuerpo (las pasiones).