La Filosofía de Ortega y Gasset: Razón Vital y Perspectiva

Razón Vital y Perspectivismo en la Filosofía de Ortega y Gasset

Tradición Moderna y Razón Vital

La filosofía, según Ortega, se plantea los problemas últimos y se esfuerza en pensarlos de una manera radical. Es una necesidad vital de saber a qué atenernos, lo que implica una búsqueda de clarificación acerca de nosotros mismos y acerca de la realidad globalmente considerada. La filosofía de Ortega se inicia con una crítica de la tradición moderna, esto es, una crítica del racionalismo y del idealismo en los que ha consistido buena parte de dicha tradición de pensamiento, pues la modernidad significa para el filósofo español, ante todo, la toma de conciencia de la subjetividad. Ortega pretende criticar el racionalismo, pero sin caer en el irracionalismo. Ortega no quiere una razón enfrentada a la vida. La razón naturalista o realista, según Ortega, se detiene ante la extraña realidad que es la vida humana, y ello por la sencilla causa de que el ser humano no es una cosa, ni la vida humana es un objeto (por eso no posee naturaleza). Por su parte, el idealismo presenta al mundo como una construcción del sujeto cognoscente, como un contenido de la conciencia que se lo representa. Ortega rechaza la visión de una razón ahistórica y transpersonal, pero sin proponer una actitud vitalista radical, irracionalista, al modo de Nietzsche; su raciovitalismo reivindica una noción de la razón que no sea contraria a la vida, la razón vital. Para la concepción realista, la realidad es independiente de la mente que se la representa, tiene una existencia propia, pues el sujeto cognoscente no construye la realidad que conoce. El idealismo subraya el papel del sujeto y concibe la realidad como un mero contenido de conciencia; la filosofía kantiana defenderá este punto de vista.

Para expresar su propuesta de una nueva idea del mundo, superadora de la modernidad, Ortega nos presenta la metáfora de los «dioses conjuntos», dioses de la antigüedad que eran inseparables y participaban de un destino común; lo mismo ocurre con la realidad; la realidad tiene dos caras, el mundo y el yo, la subjetividad y las cosas, y ambos extremos se necesitan mutuamente y no pueden darse el uno sin el otro. Ni la realidad es una mera construcción del sujeto ni algo independiente y anterior al sujeto. En resumen, para el filósofo español, tanto la naturaleza como el intelecto son relativizados por la única realidad verdaderamente radical, que es la misma vida humana, pues en esta arraigan tanto las cosas como el yo que intenta conocerlas y hacerse cargo de ellas.

La Razón Vital como Realidad y Método

Una de las principales aportaciones de Ortega a la filosofía consiste en su insistencia en que la razón no es algo ajeno a la vida, ni algo que tenga que aspirar a sustituir a la vida; antes bien, la razón es una función vital y Ortega la interpreta como algo que nos ayuda a vivir más plenamente. La razón vital orteguiana no es un modo de razón entre otros, ni solo la razón que comprende la vida, sino que para Ortega es la vida misma como razón. Y esto puede entenderse en dos sentidos: en primer lugar, porque la razón vital es una realidad, ya que es el ser mismo de la vida en cuanto que necesita saber a qué atenerse. Y, en segundo lugar, porque la razón vital es un método que le permite a la vida orientarse. La expresión «razón vital» designa en Ortega el hecho de que la razón no es un reino inteligible en el cual la vida participe, ni tampoco algo simplemente añadido a la vida, o separado de ella, sino que es uno de los constitutivos de la vida humana misma, la cual no puede entenderse sin razón. La razón vital o viviente es una razón histórica, que se hace y se desarrolla en la historia, pues la vida misma es histórica. Toda vida humana es biografía. Solo cuando la vida misma funciona como razón conseguimos entender algo verdaderamente humano. Por eso hemos dicho que la razón vital es la vida misma en tanto que es capaz de dar ‘cuenta de sí misma y de sus propias situaciones’. La razón no es algo heterogéneo a la vida, distinto de la vida, pero tampoco es idéntica a ella. Es función de la vida que puede convertirse en instrumento de comprensión.

La Doctrina del Punto de Vista

En Verdad y perspectiva, un breve escrito de 1916 que abre su primer tomo de El Espectador, Ortega nos explica que en la tradición filosófica se han dado dos interpretaciones opuestas del conocimiento: el objetivismo o dogmatismo y el escepticismo o subjetivismo. El primero declara que la realidad existe en sí misma y que nos es posible su conocimiento; a la vez, defiende la idea de que la verdad sólo puede ser una y la misma siempre, con independencia de las peculiaridades, cultura y época a la que pertenezca el individuo que la alcance. Desde esta interpretación de la verdad, todo lo que tenga que ver con la influencia de la individualidad y subjetividad llevaría inevitablemente al error: sólo sería posible el conocimiento cuando la verdad se haga presente en el mundo humano sin ser deformada por el sujeto que conoce; de ahí que el sujeto cognoscente deba carecer de peculiaridades, textura o rasgos propios, tenga que ser extrahistórico (estar fuera de la historia) y estar más allá de la vida, puesto que la vida es historia, cambio, peculiaridad. La mayor parte de autores han defendido este punto de vista, particularmente Platón. Frente a esta doctrina tenemos el subjetivismo: es imposible el conocimiento objetivo puesto que los rasgos del sujeto cognoscente, sus peculiaridades, influyen de manera decisiva en el conocimiento. El subjetivismo implica relativismo y termina negando la posibilidad de la verdad (escepticismo), del acceso al mundo, concluyendo en la idea de que nuestro conocimiento se refiere a la apariencia de las cosas. Los partidarios más importantes del subjetivismo han sido en la antigüedad los sofistas y, posteriormente, Nietzsche.

Objetivismo vs. Subjetivismo

Estas dos doctrinas opuestas tienen, sin embargo, un mismo fundamento, parten de un mismo principio; ambas admiten una tesis errónea: la creencia en la falsedad del punto de vista del individuo. Veamos cómo se forman y separan a partir de este mismo principio: dado que no existe más que un punto de vista individual y que las peculiaridades del individuo deforman la verdad, la verdad no existe, y así tenemos el subjetivismo, relativismo o escepticismo (que en este contexto Ortega tiende a identificar); en oposición, alegan los defensores del objetivismo, dogmatismo o racionalismo (que también en este contexto tiende a identificar) la verdad existe y si existe tiene que existir igualmente un punto de vista sobre individual, que está por encima del individuo. Ortega insiste con frecuencia en el error de este presupuesto: el punto de vista individual es legítimo porque es el único posible, es el único desde el que puede verse el mundo en su verdad; la realidad, si es tal, siempre se muestra de ese modo. La perspectiva queda determinada por el lugar que cada uno ocupa en el Universo, y sólo desde esa posición puede captarse la realidad. La mirada y el Universo, el yo y la circunstancia son correlativos, se requieren mutuamente: la realidad no es una invención, pero tampoco algo independiente de la mirada pues no se puede eliminar el punto de vista. Cada vida trae consigo un acceso peculiar e insustituible al universo, pues lo que desde ella se capta o comprende no se puede captar o comprender desde otra. Lo que cada uno ve es un aspecto real del mundo. Ortega propone la integración, en colaboración generosa, de las diferentes visiones.

El Perspectivismo como Solución

Vemos que Ortega se enfrenta a las dos interpretaciones tradicionales de la verdad: por un lado, el objetivismo es para él una teoría incorrecta ya que todo conocimiento se alcanza desde una posición, desde un punto de vista; es imposible el conocimiento que no sea una consecuencia de la circunstancia en la que se inscribe el sujeto que conoce. Pero ello no le lleva al subjetivismo puesto que esta doctrina también le parece falsa, porque en el fondo el subjetivismo aún sigue creyendo en la realidad una e inmutable, sólo que inalcanzable para nosotros. La realidad es sin embargo múltiple, no existe un mundo en sí mismo, existen tantos como perspectivas; y cada una de ellas permite una verdad: la verdad es aquella descripción del mundo que sea fiel a la propia perspectiva. La única perspectiva falsa es la que quiere presentarse como única, la que se declara como no fundándose en punto de vista alguno.

En El tema de nuestro tiempo, Ortega defiende el perspectivismo alegando que el sujeto no es un medio trasparente, ni idéntico e invariable en todos los casos. Con sus propias palabras, es más bien un «aparato receptor» capaz de captar cierto tipo de realidad y no otro. En la experiencia de conocimiento se produce una selección de la información: de la totalidad de cosas que componen el mundo (fenómenos, hechos, verdades) muchas son ignoradas por el sujeto cognoscente por no disponer de órganos o «mallas de su retícula sensible» adecuados para captarlas, y otras pasan por éstas a su interior. La percepción visual y la auditiva, continúa nuestro autor, es un claro ejemplo de lo que se quiere indicar con esta idea, pues aunque existen un innumerable número de colores y sonidos reales nos es imposible percibirlos todos dadas las limitaciones de nuestros sentidos. Y lo mismo ocurre con las verdades: en cada individuo su psiquismo, y en cada pueblo y época su «alma», actúa como un «órgano receptor» que faculta en cada caso la comprensión de ciertas verdades e impide la recepción de otras. Por ello la pretensión de poseer una verdad absoluta y excluir de ésta a otras épocas y otros pueblos es gratuita. Cada perspectiva capta una parte de la realidad, de ahí la importancia de todo hombre y toda cultura; todos ellos son insustituibles pues cada uno tiene como tarea mostrar, hacer patente el mundo que se le ofrece en virtud de su circunstancia.

La Perspectiva como Esencia de la Realidad

En muchos textos ilustra el filósofo madrileño su tesis presentando el ejemplo de la perspectiva espacial: el mismo paisaje es distinto visto desde dos puntos de vista; la posición del espectador hace que el paisaje se organice de distinto modo y que haya objetos que desde una posición se aprecien y desde otra no. Carecería de sentido que uno de los espectadores declarase falso el paisaje visto por la otra persona, pues tan real es uno como el otro; pero tampoco nos serviría declarar los dos paisajes ilusorios, por aparentemente contradictorios, puesto que ello exigiría la existencia de un tercer paisaje auténtico, verdadero. Pero tal paisaje no visto desde ningún lugar carece de sentido. La perspectiva es condición de posibilidad de la realidad misma. La propia esencia de la realidad es perspectivística, multiforme; todo conocimiento está anclado en un punto de vista, en una situación, puesto que, en función de su constitución orgánica y psicológica y de su pertenencia a un momento histórico y cultural, todo sujeto de conocimiento está situado en una perspectiva, en un lugar vital concreto. Una realidad que vista desde cualquier punto de vista sea siempre igual es un puro absurdo. El conocimiento absoluto, objetivo e independiente del sujeto cognoscente no existe, es ficticio, irreal. Esta dimensión perspectivística no se limita al mundo físico y espacial, se da también en las dimensiones más abstractas de la realidad como los valores y las propias verdades.

«La realidad, precisamente por serlo y hallarse fuera de nuestras mentes individuales, sólo puede llegar a éstas multiplicándose en mil caras o haces», escribe Ortega. De este modo, el perspectivismo le permite a nuestro filósofo superar tanto el objetivismo como el subjetivismo. Pero precisamos de una idea de la razón que sea capaz de recoger las dimensiones perspectivísticas de la realidad, y para ello no nos sirve la razón del racionalismo, que sólo es un tipo de razón, sino la razón vital e histórica.

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