La Crisis de 1929 y el Pensamiento de Mounier
La quiebra de Wall Street en 1929 y sus desastrosas repercusiones mundiales impactaron profundamente a Emmanuel Mounier. Ante esta crisis, surgieron dos posturas principales: una que abogaba por cambiar las estructuras sociales y económicas, y otra que proponía una transformación de las personas como base para el cambio estructural. Mounier consideró ambas respuestas insuficientes y propuso una vía intermedia: la necesidad de una revolución personalista y comunitaria que transformara tanto a las personas como a las estructuras.
El Individualismo Capitalista como Origen del Desorden Establecido
Mounier argumentaba que nuestra civilización nació de una revolución, el Renacimiento, que se levantó contra la dominación de la sociedad en nombre de las exigencias legítimas de la persona. Sin embargo, este individualismo del Renacimiento se encarnó en lo que Mounier denominó «el espíritu burgués».
El individualismo burgués engendró el egoísmo capitalista. El capitalismo es el reinado del dinero, de Mammon: asegura la primacía del dividendo sobre el trabajo, la primacía del consumo sobre la producción.
Ante este panorama, Mounier consideraba urgente restablecer la jerarquía moral de las necesidades, en lugar de su exaltación interesada. Esto permitiría una reforma de las estructuras y la creación de una comunidad fraternal basada en el respeto a las personas.
Mounier veía a los cristianos como los más indicados para llevar a cabo esta tarea. Sin embargo, reconocía que ellos también estaban contaminados por el mal, como lo demostraron vigorosamente Nietzsche y Marx.
El burgués, aunque practique su religión, es individualista. Está separado de los demás por su «haber». Cultiva, sobre todo, valores negativos como el instinto de conservación y los reflejos de defensa, y sueña con una «cristiandad» confortable y segura. La persona, en cambio, cultiva los valores opuestos: el peligro, la oposición, la generosidad, el acrecentamiento de su capital ontológico, de su «Ser», y aspira, en una palabra, a la santidad.
Actitud de Mounier ante el Fascismo
El fascismo se presentaba como un movimiento que reaccionaba contra el espíritu burgués y proclamaba la revolución en nombre del espíritu, suscitando esperanzas en muchos. Sin embargo, antes de que mostrara sus peores frutos, Mounier señaló sus límites y sus abiertas maldades. Consideraba al fascismo como la fiebre de un cuerpo enfermo: una reacción explicable, pero que no podía ser asumida. Mounier comprendió y marcó distancias.
La crítica de Mounier al fascismo se centraba en dos puntos esenciales:
El fascismo representa la primacía de lo irracional sobre el pensamiento, de la fuerza sobre el espíritu. Mounier citaba la reflexión de Goering: «Cuando oigo la palabra espíritu, preparo mi revólver».
El fascismo es una caricatura de la comunidad. A pesar de su demagogia socializante, no se ha enemistado con el poder del dinero. Preocupado por la eficacia y por lograr la autarquía económica, se pone al servicio del capitalismo, que, a su vez, lo favorece como un factor «de orden».
Actitud de Mounier ante el Marxismo
Mounier veía el error fundamental del marxismo en su materialismo. El materialismo, que solo cree en la bondad automática de las cosas (economía, tecnocracia, etc.), conduce al sistema marxista al fracaso.
El marxismo solo ve la salvación en un adiestramiento colectivo del hombre por la masa: «es un optimismo del hombre colectivo que recubre un pesimismo radical de la persona».
Mounier, por el contrario, quiere situarse en otro plano, en el plano de la verdad, donde «el interés no cuenta para nada». Lo terrible del marxismo es que mezcla el error y la verdad.
Mounier invitaba a los marxistas a realizar por su propia cuenta esta discriminación urgente y veía el porvenir de la civilización como un enfrentamiento entre un marxismo abierto y el personalismo cristiano.
La Revolución Personalista y Comunitaria de Mounier
Mounier afirmaba que la rebelión del Renacimiento degeneró en individualismo, por lo que era necesario un»nuevo Renacimient» a través de una revolución.
Esta revolución, para combatir a la vez las deficiencias del individualismo y del colectivismo, ha de ser personalista y comunitaria. Mounier añadía que solo la «pobreza del lenguaje» nos obliga a este doble adjetivo, porque la comunidad es una dimensión indispensable de la persona.
La Persona en Mounier
La persona es distinta del falso personaje que con frecuencia representamos exteriormente. La persona se enraíza en el individuo, pero lo trasciende. Es, en lo más profundo de nuestro ser, una llamada, una unidad que hay que alcanzar.
La «vocación» es la llamada a una «superación» en el sentido de una elevación, de una «trascendencia».
El hombre escucha esta llamada con todo su ser, cuerpo y alma, porque es un ser encarnado. El personalismo rechaza a la vez el materialismo, que rebaja al hombre a la categoría de objeto, y el falso espiritualismo, que lo reduce a una idea: es un «realismo espiritual».
Mounier considera lo absoluto de la persona, pero también su «misterio», siguiendo la línea existencialista.
Las Exigencias de la Persona
a) Interiorización
El hombre no es solamente cuerpo y espíritu, vive incorporado en diversas sociedades.
Para responder a su vocación, debe saber romper el contacto y reaccionar, con objeto de recogerse en sí para unificarse. Esta respuesta se inicia por un movimiento, indispensable y continuo, de «conversión», que es a la vez introspección y concentración, que se oponen a la dispersión, tentación del individuo. Sigue «la interiorización» (presencia de sí mismo) y la «meditación» (reflexión profunda), que son, como la «vocación», las estructuras del universo personal.
La «conversión» no es desprecio de las realidades externas: el hombre que se recoge las trae a su interior para rumiarlas, hacerlas suyas y personalizarlas: es la «apropiación» por la cual el «tener» enriquece al «ser»: el saber se convierte en cultura, la estima en amistad.
b) Exteriorización
Pero la «meditación» puede degenerar en introspección morbosa, y la «interioridad» en soledad avara y estéril; entonces el «tener» entorpece al «ser».
De aquí la necesidad de otro movimiento que engendre las dimensiones complementarias de la persona: «la exteriorización» (que hace salir de sí mismo); más profundamente, la «desapropiación», que enseña a desprenderse de sí mismo para darse mejor, y la «comunión» (que supone el diálogo de persona a persona). Estos dos movimientos se llaman el uno al otro, en una constante interacción.
El orgullo de ser persona debe, pues, merecerse, porque la persona se conquista: no está nunca completa y no puede subsistir sin la «generosidad»: «la vida personal es afirmación y negación sucesivas de sí».
La filosofía del personalismo, según Mounier, satisface a todos los hombres de buena voluntad, invitándolos a una amplia «fraternidad». Pero «la noción definitiva de la persona» se descubre solo en el cristianismo.
La Comunidad en Mounier
El movimiento profundo del ser que empuja al hombre hacia una «comunión» con los demás coincide con una experiencia fundamental que Mounier llama la «comunicación». Cuando el niño va a la escuela, experimenta su primera sociedad.
- Masa anónima, o «mundo impersonal»
- Sociedades cerradas, o «mundo nuestro» (partidos políticos, iglesias-ghetto)
- Familia, la nación, «sociedades vitales»
Así como la persona debe conquistarse, la comunidad debe construirse. Para que una sociedad sea una auténtica comunidad, ha de ayudar a sus miembros a ser «personas». Mounier analiza, a la luz de este criterio, las diversas sociedades; enumera sus debilidades y sus cualidades; establece incluso, con detallada precisión, las «estructuras maestras de un régimen personalista».
Sus conclusiones coinciden con las reivindicaciones actuales y legítimas de la mayoría de los hombres: respeto a la vida privada, igualdad de la mujer, escuela educadora, democracia, economía al servicio del hombre, derecho de todos a la cultura, paz social, racial e internacional.
Las Exigencias de la Comunidad
La realización del ideal comunitario exige una revolución, por la violencia si fuere necesario.
Si la libertad es el ideal de la comunidad y de la persona, es, no obstante, una «libertad condicionada». Estas condiciones se realizan en un triple movimiento que constituye las exigencias de la comunidad personalista.
a) «LA OPOSICIÓN». Mounier es realista y no se le oculta que la «comunicación» se revela, al principio, en términos de oposición.
«Oposición» contra nuestro propio cuerpo y contra la naturaleza.
«Oposición» sobre todo contra los otros hombres: misterio de las personas, egoísmo de los individuos y de las sociedades, a los cuales responden nuestra propia deficiencia y opacidad.
La «oposición» es necesaria. La elección puede acabar en un «sí» que entonces es personal, o al contrario, puede acabar en una «protesta» o en una «repulsa».
En este texto, Mounier, a la inversa de Sartre, nos demuestra que la oposición no es dar con la cabeza contra el muro.
La «oposición» frente a los demás resulta beneficiosa si acaba en «diálogo», si es un paso del YO al TU, antes de llegar al NOSOTROS comunitario.
Pero lograr un diálogo no es fácil. Para conseguirlo, y hacer posible con ello una sociedad de personas, se requieren una serie de actos originales de la persona que no tienen su equivalente en ninguna otra parte del universo:
1- Salir de sí.
2- Comprender.
3- Tomar sobre sí, asumir.
4- Dar. La fuerza viva del impulso personal no es ni la reivindicación (individualismo pequeño burgués), ni la lucha a muerte (existencialismo), sino la generosidad o la gratuidad, es decir, en última instancia, el don sin medida y sin esperanza de devolución.
5- Ser fiel.
El diálogo se despliega en el amor. «El amor realiza la unidad de la comunidad, como la vocación realiza la unidad de la persona».
b) LA COOPERACIÓN: Consiste en una acción concreta, sin olvidar la «primacía de lo espiritual», porque el hombre es un ser encarnado en cuerpo y alma.
Mounier es un filósofo y un intelectual en el sentido noble de la palabra. Para que una acción pueda ser válida ha de ir precedida y acompañada de una reflexión; si no, no pasa de una simple actividad refleja.
Esta colaboración entre el pensamiento y la acción no existe sin lucha, sin una tensión, que Mounier llama «la dramática de la inteligencia».
Esta participación activa requiere la virtud de la FORTALEZA, que no es ni coacción ni brutalidad.
c) LA ACCIÓN PROFÉTICA
El personalismo es demasiado realista para no aspirar a ella y la recomienda al técnico y al político; pero el «realismo espiritual» se sitúa en un nivel más elevado y a fin de cuentas más eficaz, puesto que redunda en beneficio del técnico y del político: a nivel de profeta.
Porque el «profeta» es un testigo de lo trascendente: con él, el fracaso, el sufrimiento, incluso la muerte, si es el «don de sí que corona todos los demás», adquieren un valor absoluto.
En esa misma perspectiva, la concentración espiritual de las fuerzas, aunque sólo sea de un pequeño núcleo, es más urgente y eficaz que la agrupación puramente numérica de masas inorgánicas y mecanizadas.
Mounier sitúa la «contemplación» en la cumbre de esta lucha incesante consigo mismo, con la naturaleza y con los demás, como un fin que alcanzar, y que buscar también, en el seno mismo de la acción.
El Problema del Fundamento de la Realidad
Las Dimensiones del Hombre
La reflexión acerca del hombre pone de relieve que éste tiene diversas dimensiones:
- Dimensión biológica: el hombre es un cuerpo físico, un ser viviente, un animal entroncado con el resto de la naturaleza.
Se estudia en Biología y en el tema “Aspectos filosóficos del evolucionismo”.
- Dimensión psicológica: el ser humano despliega una conducta elaborada desde su mente.
Se estudia en la asignatura de “Psicología y Sociología”.
- Dimensión personal: por ser una realidad racional y libre.
Estudiado en el capítulo titulado “La persona humana”.
- Dimensión de apertura al mundo: el hombre no se puede concebir sin él: es un “ser-en-el-mundo”.
Se estudiaba en el antiguo 3º de B.U.P., en el capítulo “El hombre y su mundo”.
- Dimensión social: de apertura a los demás, sin los cuales no es posible una vida personal.
Se estudia en el tema “Sociedad y Estado”, en el personalismo de Mounier, y en la asignatura “Psicología y Sociología”.
- Dimensión moral: el hombre»se hac» a sí mismo en cada uno de sus actos, y se hace mejor o peor según sean sus acciones.
Se estudia en el tema “Ética” y en la asignatura de Ética de 4º de ESO.
- Dimensión histórica: ese hacerse del hombre no se realiza en un instante, sino a lo largo de una historia, tanto colectiva como individual.
Se estudia en las asignaturas de Historia, así como en la Historia de la Filosofía de 2º de Bachillerato.
- Dimensión de absoluto: de apertura del ser humano a una realidad absoluta, generalmente percibida como el fundamento absoluto de toda realidad. Cuando esta realidad absoluta es reconocida como Dios, esta dimensión es reconocida como dimensión religiosa.
Se estudia en este capítulo.
Los Grandes Enigmas y el Hecho Religioso
Los Grandes Enigmas
El hombre ha llegado a plantearse el problema de Dios a partir de dos grandes enigmas: el enigma de la realidad y el enigma del propio hombre. Desde ellos se plantea un tercer enigma: el enigma de lo Absoluto.
El Enigma de la Realidad
Cuando el hombre se enfrenta reflexiva y críticamente con la realidad tomada en su conjunto, surgen interrogantes:
- ¿Por qué hay ser más bien que nada?
- ¿De dónde surge la realidad?
- ¿Hacia dónde va esa realidad, es decir, qué sentido tiene?
El Enigma del Hombre
Si la realidad es enigmática, aún más enigmático es el hombre para sí mismo.
Hombre, ¿quién eres?
¿De dónde vienes?
¿A dónde vas?
¿Qué respondería cada uno de nosotros a estas preguntas? ¿No es cierto que muchos no estaríamos del todo seguros de qué contestar? Si no sabemos con claridad quiénes somos, ni de dónde venimos, ni hacia dónde vamos, ¿qué de extraño tiene que tampoco sepamos qué hacer, puesto que no sabemos el sentido que tiene nuestra existencia?
El Enigma de lo Absoluto
El hombre es un ser abierto a algo fundamental, algo que trasciende a él mismo, a los demás y al mundo, algo que funda todo, un»pol» superior que está por encima de nosotros, y que nos da el ser y la fuerza de obrar, en una palabra: un ser absoluto.
En un sentido amplio, se podría decir que todas las filosofías están más o menos de acuerdo en que existe una realidad absoluta, eterna, respecto de la cual todas las demás cosas son dependientes y relativas.
Se le ha llamado: Ser (Parménides), Absoluto (Hegel), Acto Puro (Aristóteles), Causa Primera (Tomás de Aquino), naturaleza (Spinoza),»lo incognoscibl» (Spencer),»lo numinos» (Otto) o la materia (Marx).
El verdadero problema empieza cuando nos preguntamos cómo debe ser concebido ese Absoluto, y qué relación hay entre él y el mundo:
- ¿Se trata de un solo ser o de varios?
- ¿Es una realidad distinta del mundo y superior a él, o es el mismo mundo?
- ¿Es un ser personal (inteligente y libre) o no lo es?
Una línea de pensamiento, que arranca de algunos grandes filósofos griegos (Anaxágoras, Aristóteles, Plotino) y recoge la herencia de la tradición religiosa judeocristiana, concibe al Absoluto como un Ser único, personal, distinto del mundo, absolutamente perfecto y creador del mundo y del hombre. Así entendido, el Absoluto recibe el nombre de Dios.
El problema es: entendido así, ¿existe Dios?