San Agustín: Fe, Razón y la Influencia del Platonismo en el Cristianismo

San Agustín y su Contexto Histórico

San Agustín de Hipona vivió entre los siglos IV y V después de Cristo, siendo testigo del final del mundo antiguo y del inicio de una nueva etapa de la Historia: la Edad Media. Nació en el año 354, cuando el cristianismo ya era la religión oficial del Imperio Romano (Edicto de Milán, 313). Aunque el emperador Juliano el Apóstata intentó la restauración pagana, los césares posteriores volvieron a declarar el cristianismo como única religión imperial (Edicto de Tesalónica, 380). De esta forma, en menos de un siglo, el cristianismo pasó de ser una religión perseguida a ser defendida por la ley.

En los siglos anteriores, la nueva religión, originada en Palestina como una secta judía más, se fue infiltrando en el Imperio y asentando doctrinalmente en confluencia con la filosofía griega (el neoplatonismo es un intento de síntesis de ambas) y otras doctrinas paganas. Finalmente, el emperador Constantino apoyó el cristianismo. Sin embargo, como su mayor preocupación era la paz religiosa en el Imperio, una de sus primeras medidas fue acabar con las divisiones internas dentro del cristianismo e imponer una ortodoxia única: esta sería la establecida en el Concilio de Nicea (rechazando el arrianismo como herético) y, posteriormente, ya bajo Teodosio, en el de Constantinopla. El resultado se ha llamado Credo niceno-constantinopolitano, que es, todavía hoy, la principal referencia doctrinal de todas las iglesias que se reconocen como cristianas.

Según avanzaba el cristianismo, el Imperio Romano dejaba de ser la estructura sólida de antaño y amenazaba con desmoronarse. Dividido en dos partes (Oriente y Occidente) desde fines del siglo III, debió tolerar la presencia de pueblos «bárbaros» (extranjeros) dentro de sus fronteras. Bajo Alarico, los godos rompen su pacto con Roma y se alzan en rebelión militar; son derrotados en Pollentia (403), pero a costa de retirar el ejército romano de la frontera del Rin. El propio Alarico dirigirá el saqueo de Roma en el 410. Los paganos acusan al cristianismo de esta desgracia, y San Agustín les replicará escribiendo nada menos que La ciudad de Dios.

No será este el único saqueo de Roma del siglo V. San Agustín moriría en 430 en una Hipona asediada por los vándalos, que, tras asentarse en el norte de África, atacaron y volvieron a saquear Roma en 455. Unos años antes, Atila había sido detenido a las puertas de Roma por los ruegos del papa León Magno, la única autoridad que quedaba en la ciudad tras el abandono de esta por los emperadores. Desde este momento, y hasta su desaparición en el año 476, el título imperial en Occidente fue puramente nominal, sin representar ningún poder efectivo. Los pueblos antes llamados “bárbaros” establecieron reinos en los diferentes territorios del Imperio, mientras que los monasterios guardaban en sus bibliotecas todo lo que pudieron salvar de la cultura antigua. Comenzaba la Edad Media.

La Filosofía de San Agustín: Platonismo Cristiano

San Agustín es el principal representante de la corriente filosófica denominada platonismo cristiano, que atraviesa el final de la Antigüedad y prácticamente toda la Edad Media hasta el siglo XIII. La Filosofía Cristiana se asienta, ante todo, sobre la Fe (creencias religiosas cristianas), pero autores como San Agustín intentan sistematizar y racionalizar sus dogmas (hasta donde sea posible) a través de teorías filosóficas griegas.

Ruptura con el Necesitarismo Griego

Con la Filosofía Cristiana se producen dos cambios radicales respecto a la filosofía griega:

  • Se rompe con el «necesitarismo» griego en favor de un «contingentismo» radical: Dios ha creado el mundo de la Nada (incluida la “materia”). El mundo es casi nada, podría haber sido de otra forma si Dios hubiera querido; es una obra «gratuita» de Dios (de la Gracia de Dios).
  • Se modifica la noción de Razón subrogándola (subordinándola) a Dios (entendido como “persona infinita”). Para San Agustín, por ejemplo, la «razón» divina, aunque no puedan entenderla los hombres, está en todo el universo a través de rationes seminales copiadas de las Ideas presentes en su Mente (ejemplarismo) providencial e implantadas en las cosas.

Por tanto, el cristianismo introduce una escisión radical entre dos órdenes reales: el reino de la Naturaleza y el reino de la Gracia (sobrenaturaleza espiritual). Correlativamente, la antropología agustiniana considerará que el hombre es un «compuesto» de dos principios radicalmente separados: cuerpo (natural) y alma (espiritual, que depende de la Gracia divina para persistir, para salvarse después de la muerte).

Teoría del Conocimiento y la Búsqueda de la Verdad

La Teoría del Conocimiento de San Agustín parte de estos principios. La razón humana es impotente, de manera natural, para alcanzar la verdad (teniendo en cuenta su recaída con el pecado original de Adán, que precisará de Cristo para redimirla y salvarla). Basándose en que Platón decía que los sentidos no proporcionan el verdadero conocimiento, San Agustín busca la fuente de la Verdad en Dios, que ilumina el alma proporcionándole los principios que necesita para conocer la Verdad (teoría) y para salvarse (vida práctica). Solo con la Fe la Razón puede salvar su oscuridad y degradación. Nuestra búsqueda de la verdad estaría impulsada por el amor, pero no por el amor egoísta y carnal, sino por el amor espiritual u ordenado (caridad), que busca elevarse hasta la verdad única, inmutable y eterna de Dios (volver al Dios que nos salva).

La Existencia de Dios

Dado que toda la filosofía de San Agustín depende de Dios (conocimiento, moral), necesitará demostrar su existencia. Partiendo de la “evidencia” de las verdades eternas, San Agustín pretende “demostrar” que dichas “verdades inmutables” no podrían ser una invención del hombre, imperfecto, sino que deberían fundamentarse en un ser eterno y semejante a las mismas. Otro intento, más fideísta, de demostrar la existencia de Dios se basa en “confiar” (fe) en lo que dicen los “sabios” de su época (argumento de Autoridad).

Moral, Libre Albedrío y la Ciudad de Dios

Por lo que se refiere a la moral y la política, San Agustín cree que existe el libre albedrío, aunque la auténtica libertad consistiría en elegir necesariamente el bien. Sin embargo, la inclinación al mal que arrastramos por el pecado original produce a veces malas consecuencias (así quedaría justificada la existencia del mal sin negar que Dios y su obra son buenos, en contra de los maniqueos). A pesar de esta imperfección ontológica particular, el Universo en su conjunto sería bueno, y el hombre sería responsable de sus obras (virtuosas o viciosas –mal moral–), pues podría elegir el bien superior, frente a bienes inferiores –o males–, aceptando la Gracia de Dios, que nos sería donada como un regalo. Solo si existe la “responsabilidad” (causal) tiene sentido la Justicia para premiar y castigar nuestros actos (en la tierra o en el más allá).

Según Pelagio, su contemporáneo, la voluntad humana puede elegir siempre el bien, y salvarse, incluso sin la Gracia divina. Pero Agustín rechaza esta teoría diciendo que el hombre sin Gracia posee libre albedrío, pero su naturaleza caída le llevaría a pecar. La «libertad» consistiría en el uso racional del libre albedrío, teniendo en cuenta el conjunto de nuestra conducta, de nuestra vida; y quien elige actuar movido por sus caprichos pasajeros acabaría siendo “esclavo de sus pasiones”.

La historia sería, por tanto, el resultado de las acciones libres de los hombres; pero, al mismo tiempo, también lo sería de un plan divino. De la misma forma que cada hombre puede elegir un bien inferior despreciando un bien superior o al contrario, el género humano se ha dividido en dos grandes grupos: mies y cizaña, «dos ciudades». La primera, «La ciudad de Dios», está formada por los que están en Gracia de Dios, «los que aman a Dios hasta el desprecio de sí mismos» y la segunda, «la ciudad terrenal», «por los que se aman a sí mismos hasta el desprecio de Dios». El orden y la paz política solo se podría alcanzar si los gobernantes asumen los planes de Dios (agustinismo político) presentes en la Iglesia Militante que, en el fin de los tiempos, será Triunfante.

Influencia del Platonismo y la Patrística

En cuanto a la filosofía, el platonismo cristiano de San Agustín y otros santos padres (patrística) es una derivación del platonismo judío de autores como Filón de Alejandría, que tradujo el platónico «mundo de las ideas» en una especie de «sombra» de la divinidad, perteneciente a su mismo ser, a la que llamó Logos (término que también aparece, con el mismo significado de «razón divina», en Heráclito y los estoicos). En el evangelio de San Juan este Logos se identifica con Jesucristo, que existía junto a Dios antes de la creación del mundo. Platonismo y cristianismo dieron lugar, al mezclarse, a gran cantidad de construcciones ideológicas: la mayoría de ellas, autodenominadas como «gnosis», fueron rechazadas como heréticas, pero otras como las de Orígenes, Clemente de Alejandría o el propio Agustín de Hipona pasaron a formar parte de la doctrina ortodoxa.

En los primeros siglos de la era cristiana las escuelas filosóficas no se mantienen puras, sino que tienden al eclecticismo: elementos platónicos, aristotélicos y estoicos se mezclan en distintas proporciones; son también filosofías que, a semejanza de la religión, aparecen como saberes de salvación y aproximaciones a la divinidad. Los estoicos mantienen un concepto panteísta en el que cada hombre aparece como una «célula» de ese gran cuerpo vivo que es el Universo, cuya conciencia se identifica con el Logos. Y en el siglo III, el neoplatónico Plotino intentará una síntesis de la filosofía clásica anterior con el cristianismo. La patrística introducirá nuevos problemas ajenos al mundo griego clásico: la relación entre razón y fe, la demostración de la existencia de Dios, la Creación, el problema de la libertad humana (ligados a la “culpa” y el “pecado”) y el papel de Dios en la Historia (teología política).

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