San Agustín de Hipona: Pensamiento y Contexto Histórico

1. Contexto Histórico, Cultural y Filosófico de San Agustín

Marco Histórico

En el 313, el emperador Constantino declara el cristianismo como la religión verdadera mediante el Edicto de Milán. El arrianismo, versión del cristianismo que negaba la divinidad plena de Cristo, fue condenada en el Concilio de Nicea (325).

En el 380, el emperador Flavio Teodosio declara el cristianismo como religión oficial del Imperio Romano y proscribe el paganismo, así como las sectas cristianas que se apartaban de la doctrina del Concilio de Nicea.

Las invasiones bárbaras dieron lugar a numerosos reinos en Occidente. Los emperadores de Bizancio, por su parte, mantuvieron una política orientada a la reunificación del mundo cristiano bajo su mando.

Marco Cultural

La cultura del final de la época Antigua está marcada por la ascensión del cristianismo. Con la conversión del emperador Constantino y la declaración de esta religión como la verdadera a través del Edicto de Milán (313), comienza la persecución de las religiones paganas. Las tesis del arrianismo fueron condenadas y Arrio (+336) fue declarado hereje.

Marco Filosófico

Con la aparición y el paulatino arraigo del cristianismo, doctrina de redención y salvación, surge el problema de las relaciones entre fe y razón, el problema del acuerdo entre la investigación filosófica y la “verdad revelada” del cristianismo.

Aunque los primeros cristianos tendieron a despreciar la filosofía, pronto se verían impelidos a utilizar el pensamiento griego –el de Platón, fundamentalmente- y helenístico -sobre todo, el neoplatonismo- para defender su doctrina.

Los escritos de los autores cristianos de los primeros siglos que contribuyeron a la elaboración de la doctrina y que han sido asumidos por la Iglesia son conocidos en su conjunto como la “literatura patrística”, es decir, la literatura de los “Padres de la Iglesia”, entre los que Agustín de Hipona ocupa una posición destacada, pues sería este autor quien iniciaría la sistemática filosófica cristiana.

La posición de la patrística en torno a la cuestión de las relaciones entre fe y razón como vías para alcanzar la verdad fue la afirmación de la superioridad de la fe. Los Padres de la Iglesia afirmaban que la única verdad era la revelada por Cristo, el Hijo de Dios, y que la fe era necesariamente superior a la razón porque sólo por la fe se podía acceder al misterio de Dios, si bien algunos Padres, como el propio Agustín de Hipona o Juan Damasceno, admitieron que la razón, si estaba iluminada por Dios, podía ayudar a encontrar la verdad.

La patrística estableció como doctrina que Dios es Uno, aunque de naturaleza trinitaria, Bueno, Espíritu y Creador del mundo a partir de la nada.

2. La Existencia de Dios según San Agustín

La vida de Agustín de Hipona fue una búsqueda constante de la perfección y de la sabiduría. Una larga evolución interior le condujo a recibir el bautismo cristiano. La predicación de Ambrosio, obispo de Milán, determinaría su conversión al cristianismo. Todos queremos la verdad y la vida, señala nuestro autor, y, como consta en las Escrituras, Dios es la verdad y la vida.

Así pues, Dios aparece demostrado en la propia tendencia natural del alma humana hacia la verdad y la felicidad pues, para alcanzarlas, es necesario el amor: la voluntad de llegar a Dios.

La existencia de Dios se demuestra también porque tenemos ideas necesarias e inmutables que se revelan en nuestros juicios, cuando consideramos que algo es bello, verdadero o bueno, y que se imponen a la mente, como el principio de no-contradicción o las verdades matemáticas. Estas ideas inmutables y necesarias no pueden proceder ni del mundo ni del alma, pues ambos son mutables.

Dios también es demostrado por el “consentimiento universal”, pues hasta quienes creen que hay numerosos dioses, buscan al “Dios de dioses” si no es que su naturaleza humana está ya muy corrompida.

El ser humano desea alcanzar la unión y posesión amorosa de Dios, la verdadera felicidad.

El Dios cristiano es personal, eterno, inmutable, incorruptible, infinitamente perfecto y todopoderoso.

3. La Realidad y la Creación en el Pensamiento Agustiniano

La creación desde la nada y su consecuencia inmediata, la ordenación de toda criatura a su creador, son los principios que animan el pensamiento agustiniano. La visión de la realidad que Agustín de Hipona (A.H.) estructura a través de la doctrina creacionista: Dios es el fundamento de todo lo que hay: el mundo es una creación libre de Dios a partir de la nada.

La creación ha tenido lugar por medio de la Palabra de la que habla el Génesis, que no es la palabra sensible, sino que es el Logos o Hijo de Dios, que es eterno con él. El Logos o Hijo tiene en sí las ideas, las formas o razones inmutables de las cosas. Las formas o ideas no constituyen un mundo inteligible como afirmaba Platón, sino que constituyen la eterna e inmutable razón por medio de la cual Dios ha creado el mundo.

En efecto, Dios es creador no sólo de lo que existe en el tiempo, sino del mismo tiempo. Antes de la creación no había tiempo, pues la eternidad está por encima de todo tiempo y, por lo tanto, en Dios nada es pasado ni futuro, pues su ser es inmutable y la inmutabilidad es, por decirlo así, un eterno presente. De nuevo, el replegarse de la conciencia sobre sí misma hace comprensible un problema fundamental: la existencia objetiva del tiempo frente a la inmutabilidad de Dios.

4. El Conocimiento y la Teoría de la Iluminación

Según A.H., el ser humano busca el conocimiento porque busca la felicidad. De ahí que los objetivos del pensamiento agustiniano sean conocer a Dios y al alma. Para lograrlos será necesario buscar en la propia interioridad.

A.H. considera que la verdad se da en lo inmutable, en lo eterno.

Frente a los escépticos, nuestro autor parte de la autoconciencia: sólo en nuestro interior podemos alcanzar la certeza, pues piense lo que piense, incluso si me engaño, soy. El conocimiento, por lo tanto, es posible. Pero todo conocimiento habrá de empezar por el proceso de interiorización, el replegarse el alma sobre sí misma, que posibilita una primera certeza y conduce al descubrimiento de Dios.

El proceso de interiorización tiene el siguiente recorrido:

  • Lo sensible es puro devenir, cambio.
  • Pero en seguida descubrimos que el alma también es mudable, pues en ella están las sensaciones, representaciones de los objetos externos, tan mudables como los objetos que representan.
  • Las reglas no pueden venir del exterior, puro devenir, ni del alma, también mutable; sólo pueden proceder de algo eterno e inmutable: Dios.

A.H. distingue varios tipos de conocimiento y trata de averiguar en qué consiste el conocimiento que nos conduce a la Verdad, Dios.

  • El conocimiento sensible: es el grado más bajo del conocimiento y depende de la sensación.
  • El conocimiento intelectual: la teoría de la Iluminación:

El ser humano se diferencia del resto de los seres vivos por su razón, parte principal del ser humano porque es mediante lo que se acerca a Dios. Según A.H., los humanos no podemos percibir la verdad inmutable de las cosas a no ser que éstas estén iluminadas como por un sol. En efecto, debido a la mutabilidad y temporalidad de la mente humana, lo inmutable y eterno está fuera del alcance de su capacidad. Y así se hace necesaria la luz que procede de Dios, “luz inteligible”, que ilumina el intelecto haciendo visibles a la mente las verdades eternas. La iluminación es necesaria para discernir lo inteligible en lo sensible y para alcanzar la certeza, pues cuando la mente humana juzga según un modelo inmutable, no tiene el modelo, no “recuerda”, como ocurría en Platón.

Sin embargo, aunque la iluminación es algo comunicado por Dios, Él ha creado el alma humana como es: racional e intelectual. Y es esta racionalidad lo que hace que el alma pueda participar de su luz. Es decir, la posibilidad que tiene el ser humano de alcanzar la Verdad que se identifica con Dios se da por su propia naturaleza.

5. El Ser Humano: Alma y Cuerpo

Para A.H. el ser humano es animalidad y racionalidad, alma y cuerpo, pero su esencia es el alma.

En sentido genérico, el alma, para A.H., es un principio vital, pues no puede haber organismo vivo sin su alma.

En sentido estricto, la noción de alma se aplica al alma racional, exclusiva de los seres humanos. El alma racional es consciente de su ordenación a Dios y, separándose del hombre exterior e interiorizándose, tiende a lo más alto.

En La ciudad de Dios, A.H. señala que la posibilidad de buscar a Dios está fundada en la misma naturaleza del ser humano. Pero los humanos hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, la Eternidad y el Amor verdaderos, la eterna Verdad. La memoria, la inteligencia y la voluntad son las tres facultades del alma humana (ser, conocer y querer) que reflejan la naturaleza trinitaria de Dios.

Dios ha creado al hombre para que sea, pues es el ser es un bien y el Bien Supremo es el Ser Supremo. Pero el hombre es libre. La soberbia de la voluntad, el no querer adherirse al Ser, a Dios, es el origen del pecado, que no es una realización sino una defección: es renuncia a lo sumo para adaptarse a lo inferior.

Para hacer el bien es necesario el don divino de la gracia y el libre arbitrio, pues sin libre arbitrio no habría pecado y sin la gracia el libre arbitrio o no querría la gracia o no sería capaz de obrar para lograrlo debido al pecado original.

Uno de los principales problemas del pensamiento agustiniano sobre el ser humano fue el del origen del alma. Rechazó la idea de la preexistencia del alma y de la transmigración, pues afirmaba estar seguro de que las almas eran creadas por Dios.

El traducianismo fue la doctrina según la cual el alma humana procedía por generación de los padres a los hijos y era transmitida conjuntamente con el cuerpo.

A.H., por su parte, no superará cierta ambigüedad: por una parte admite el traducianismo para explicar el pecado original pero, por otra parte, ve en peligro la tesis de la espiritualidad del alma ya que, según los traducianistas, el alma derivaría del semen material –esta fue, por ejemplo, la posición de Tertuliano-. Está seguro de que Dios crea el alma singular, pero duda si la crea sacándola del alma del progenitor o haciéndola surgir de la nada, como en el caso de Adán, el primer hombre. En cualquier caso, el que crea es Dios y no puede hablarse de que el alma surja de la materia.

6. La Sociedad y la Historia: Ciudad de Dios y Ciudad Terrena

La historia de la humanidad, como la vida del ser humano individual, está dominada por la alternativa fundamental de vivir según la carne o vivir según el espíritu. Así, el reino de la carne o ciudad terrena –que es la ciudad del diablo- y el reino del espíritu, ciudad celestial o ciudad de Dios, luchan en la historia humana.

Ninguna de estas dos ciudades logra dominar por completo en ningún periodo de la historia, pues dependen de lo que cada individuo elige: el amor de sí mismo llevado hasta el desprecio de Dios engendra la ciudad terrena; el amor de Dios llevado hasta el desprecio de sí mismo engendra la ciudad celestial.

Con A. la historia adquiere un sentido desconocido para los griegos: comienza con la creación y acaba con el fin del mundo. Es decir, la ciudad de Dios se realizará plenamente con la posesión de Dios, objeto de amor de sus súbditos.

Dado que la salvación de las almas es el objetivo de A. El triunfo del amor de Dios erradicará el mal y, por lo tanto, el dominio egoísta de unos hombres sobre otros, pues Dios hizo al hombre a su imagen y quiso que dominara a los irracionales, no que unos hombres dominaran a otros. La sociedad queda, pues, justificada por y para el desarrollo de la ciudad de Dios, fin de la historia humana.

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