Rerum Novarum (León XIII, 1891)
Precaución: No dejar al alcance de los niños.
La “cuestión obrera” como problema y como mal
En el año 1891, en la encíclica Rerum Novarum, León XIII expuso la génesis de la «cuestión obrera» y afirmó que un pequeño número de opulentos y adinerados había impuesto un yugo casi de esclavitud a una infinita multitud de proletarios. Esta situación constituía un problema que exigía solución y, desde la perspectiva ético-teológica, un mal moral que reclamaba remedio.
Hacia la solución y el remedio
El gran pontífice se adentró por los caminos de la búsqueda de la solución-remedio. Para conseguirlo, comenzó sentando tres presupuestos:
- El cristianismo y la Iglesia tienen una palabra necesaria y principal que decir.
- La condición humana es desigual.
- El sufrimiento y las adversidades forman parte de la existencia.
No hay salida si, por un lado, se margina la dimensión cristiana de la vida y, por otro, se pretende un mundo de absoluta igualdad y de total felicidad. León XIII prosiguió afirmando que la solución y la cura, viables e inaplazables, radicaban en la convergencia operativa de tres agentes: la Iglesia, el Estado y los mismos interesados, patronos y obreros.
Las aportaciones específicas de la Iglesia, el Estado y de los propios interesados
- La Iglesia aporta una doctrina de la justicia contractual, de comunión amistosa de bienes y de fraternidad cristiana: debemos ser justos, amigos y hermanos; al par que una concreta acción, al educar con vistas a una vida virtuosa y al haber institucionalizado, a través de la historia, una ingente y plural red de beneficencia.
- El Estado tiene que dedicarse preferentemente a la clase obrera, en función de su constitutiva finalidad de servir al bien común, y únicamente lo hará si, protegiendo la propiedad privada contra todo intento de colectivización impuesta, evita en sus fuentes las huelgas, garantiza unas condiciones humanas de trabajo, vela eficazmente por la justicia de los contratos laborales y legisla de cara a posibilitar una universal obtención de la propiedad.
- Los mismos interesados deben organizar libremente instituciones de mutua ayuda y cooperación.
León XIII cerró su histórico documento con un enérgico alegato a favor de una general efusión de la caridad cristiana.
Populorum Progressio (Pablo VI, 1967)
Precaución: No dejar al alcance de los niños.
Exigencias del desarrollo de los hombres y de los pueblos
El desarrollo de los hombres y de los pueblos comporta la subordinación de los derechos de propiedad y de libre comercio al principio de destino universal de los bienes. Requiere asumir la obligación de proceder a determinadas expropiaciones, de llevar a cabo una industrialización que evite los escollos del capitalismo liberal y del colectivismo y de actuar al servicio del hombre en sus necesidades: educativa, familiar, profesional, cultural y trascendente.
Exigencias del desarrollo solidario de la humanidad
Se hace necesario añadir a ello un desarrollo conjunto de la humanidad por el triple camino de la solidaridad entre los pueblos, de la justicia en sus relaciones comerciales y de una caridad que, armónicamente, acoge y aporta. Este desarrollo solidario, justo y fraterno es el nuevo nombre de la paz.
Caritas in Veritate (Benedicto XVI, 2009)
Caritas in Veritate es la primera encíclica social del pontificado de Benedicto XVI y ha visto la luz 18 años después de la última encíclica social de Juan Pablo II, Centesimus Annus, de 1991. Inicialmente se quiso hacer coincidir su aparición con el cuadragésimo aniversario de la Populorum Progressio, la encíclica social de Pablo VI, publicada en 1967.
La encíclica no mira a ofrecer soluciones técnicas a los grandes problemas sociales del mundo actual, pues no es competencia del Magisterio de la Iglesia. Esta recuerda los grandes principios indispensables para construir el desarrollo humano en los próximos años. En primer lugar, destacan la atención a la vida del hombre, considerada como centro de todo verdadero progreso; el respeto del derecho a la libertad religiosa, siempre unido íntimamente al desarrollo del hombre; el rechazo de una visión prometeica del ser humano, que se considera artífice absoluto de su propio destino. Una ilimitada confianza en las posibilidades de la tecnología se revelaría finalmente ilusoria.
La caridad
La caridad debe ser considerada como criterio supremo y universal de la vida social. La convivencia humana resulta ordenada, fecunda en el bien y apropiada a la dignidad del hombre cuando se funda en la verdad, cuando se realiza según justicia, es decir, respetando los derechos y deberes de todos; cuando se realiza en la libertad que corresponde a la dignidad de las personas y cuando es vivificada por el amor. La caridad, por tanto, es la base de la organización social. La caridad presupone y trasciende la justicia. Esta debe complementarse con la caridad. La justicia, por sí misma, no crearía una verdadera realidad humana. Las relaciones humanas no pueden regularse humanamente solo con la medida de la justicia. Ninguna regla o conjunto de reglas, por sí solas, pueden conseguir la unidad de los hombres, la fraternidad y la paz social. Solo la caridad puede animar y plasmar la actuación social para edificar la paz.
La justicia brota de la racionalidad de la naturaleza humana, partiendo del principio de dar a cada uno lo suyo, pero la caridad va más allá y amplía el concepto de justicia en un doble sentido. Por una parte, tiene un alcance universal, llega a todos sin exclusión; por otra, subraya la responsabilidad social sobre las situaciones de injusticia presentes. La caridad nos hace amar el bien común, respetar los derechos de los demás, ceder en nuestros legítimos derechos y situar los bienes en la perspectiva de su destino universal; la caridad es el núcleo sobre el que se construye el proyecto de una nueva civilización, y ello debido a que la caridad es la forma de todas las virtudes, lo que significa que “en la vida cristiana, todo tiende hacia ella y todo encuentra en ella su sentido”.
El bien común
Por bien común se entiende el conjunto de condiciones que permite a las personas alcanzar el desarrollo pleno de sus capacidades y llegar a la realización de su dignidad humana. Las condiciones sociales que la Iglesia tiene en mente presuponen el respeto por la persona, el bienestar social y el desarrollo del grupo y el mantenimiento, por parte de la autoridad pública, de la paz y de la seguridad. Hoy, en una época de interdependencia global, el principio del bien común apunta a la necesidad de estructuras internacionales que puedan promover el justo desarrollo de las personas y familias en el ámbito regional y nacional.
El bien común es un deber de todos los miembros de la sociedad; nadie está exento de colaborar, según sus propias capacidades, para conseguir el adecuado desarrollo de este principio. Siendo todos partícipes del deber de colaborar, también lo son del disfrute de sus beneficios. Por ello, es contraria a él la situación de injusticia que en la actualidad relega a tres cuartas partes de la humanidad a una situación de miseria y pobreza que conculca gravemente la dignidad humana.