Nietzsche: Vitalismo, Superhombre y Crítica a la Moral

El vitalismo. La voluntad de poder y el superhombre

El vitalismo. La voluntad de poder y el superhombre.

Nietzsche sufrió como enfermo durante muchas ocasiones en su vida. Y sin embargo, o quizá por eso, fue vitalista convencido. Schopenhauer influyó ciertamente en Nietzsche. Schopenhauer había postulado la voluntad de vivir como la fuerza que impulsaba a todos los seres vivos a explayarse en su existencia. Vivir y autoafirmarse eran los grandes impulsos del hombre, pero ni la ascesis ni la experiencia estética que proponía Schopenhauer como soluciones para frenar esa violencia convencieron a Nietzsche. Él propone más bien, la voluntad de poder que es mucho más que la simple voluntad de vivir. La voluntad de poder es la voluntad de imponerse sobre el resto de los seres que le rodean. Todos los seres vivos la experimentan y el hombre es, para Nietzsche, un animal más, con ese instinto poderoso y vital. Pero esa fuerza vital es corporal fundamentalmente y, sin embargo, Nietzsche «denuncia» el error según él de interpretar ese vitalismo en clave espiritual.

Esa energía vital del hombre interpretada de forma espiritual, -equivocadamente para Nietzsche-, le permitirá establecer jerarquías entre personas mediante diversas construcciones como son el conocimiento, la moral, la religión o la política, por ejemplo. No todos los hombres desarrollan el conocimiento de la misma manera y ello da lugar a esa jerarquía entre sabios e ignorantes. Con la moral ocurre otro tanto puesto que ello da lugar a otra jerarquía entre «buenos» y «malos». Y lo mismo con la religión que para Nietzsche es otro modo mucho más «inteligente» de separar los «elegidos», que serían los sacerdotes de cualquier religión y los seguidores obedientes de la misma. Y con la política se podría también separar a los triunfadores encumbrados reyes o presidentes y los ciudadanos de a pie. Pero esas diversas maneras de ejercer la voluntad de poder son para Nietzsche formas viciadas de organización social jerarquizada porque lo que ha dado lugar a esas divisiones no ha sido la fuerza vital, sino la inteligencia, la razón que son instrumentos de los débiles plebeyos que se rebelan contra su suerte y dan la vuelta «indebidamente» a lo «normal» que sería que los fuertes dominaran a los débiles. Esa es llamada por Nietzsche la transmutación de los valores primera a la que opone una segunda transvaloración para devolver a los ricos nobles su «derecho natural».

El ejemplo de encarnación especial de esa voluntad de poder sería el superhombre. El hombre ha de dejar paso al superhombre que encarna todo ese vitalismo corporal y esa fuerza arrolladora que se impone necesariamente, libre ya de toda atadura moral. Más allá del bien y del mal no solo es un título de una obra de Nietzsche, es claramente la expresión de la vida del superhombre que no puede experimentar deber moral alguno, ni tiene por qué seguir religión alguna. Está por encima de todo. Su fuerza es su moral, sus actos son «buenos» porque son actos del superhombre y se imponen por su propia fuerza. Nadie ha de estar por encima de él; sus obras ya son bellas porque son las obras del superhombre. El superhombre ha convertido su vida en obra de arte. Solo haremos unas preguntas entre otras posibles: el superhombre ¿es una profecía de Nietzsche que se cumplirá algún día? ¿es otra metáfora brillante de las muchas que ha formulado? ¿podrían coexistir a la vez muchos superhombres?

Vitalismo, decadencia y Dios en la civilización occidental

Vitalismo, decadencia y Dios en la civilización occidental.

En primer lugar, hay que destacar uno de los rasgos principales del pensamiento de Nietzsche para poder comprender por qué critica a la civilización occidental. Nietzsche se basa en la vida, y esta como voluntad de poder. Una vez tenemos claro que lo principal en el pensamiento de Nietzsche es la vida, habrá que destacar cuál es el tipo de vida que le parece más adecuado, y cuál un insulto mismo a la vida.

Para Nietzsche toda vida se rige por voluntad de poder, que se encuentra presente en todos los hombres de forma natural. Si sabemos que la vida se vive con voluntad de poder, afirmaremos que nuestra forma de actuar será acorde con nuestra vida; a la hora de tomar decisiones nos guiaremos por las consecuencias que esta decisión tiene en nuestra vida. Esto es el vitalismo, el actuar en pro de nuestra vida y voluntad de poder.

El vitalismo es fundamental en el pensamiento de Nietzsche, los que actúan siguiendo las reglas morales preestablecidas y gregarias son los descendentes. Ser un descendente implica llevar una vida de decadencia regida por una moral de esclavos, cristiana en algunos casos. Esta vida decadente se caracteriza por negar la vida, siendo así propia del cristianismo y de la civilización occidental.

Podemos afirmar, pues, que para Nietzsche existe una estrecha relación con la presencia de Dios en Occidente y su propia decadencia. La decadencia niega así los instintos y el devenir. Hay una razón para que los decadentes nieguen el devenir, y esta es el miedo, miedo a que la única verdad sea la no-verdad, miedo al señor que vive su propia vida, por esto son decadentes; el negarse a vivir su propia vida con su propia moral y perspectivas hace que entren en decadencia. En contraposición a los decadentes y la moral de esclavos, están los ascendentes y la moral de señores; estas personas viven su vida en solitario, con sus propios valores y ejerciendo la voluntad de poder, sin preocuparse por buscar una verdad, simplemente si esta verdad es buena o mala para su vida.

Para descubrir el origen del problema de los decadentes y la civilización occidental, utilizamos el método genealógico y nos transportamos al momento en el que se produjo la transmutación de los valores. Este proceso comienza con los primeros filósofos, que deciden que el devenir no existe, el miedo a no conocer, les lleva a inventarse ultramundos ficticios que menosprecian los sentidos en un intento paralizar el movimiento, lo que para Nietzsche equivale a momificar la vida. El cristianismo toma estos valores y crea una moral, el verdadero problema es que ¡la declaran única y verdadera! Es decir, el miedo a la voluntad de poder ha llevado a ciertas personas a crear e imponer una moral de esclavos, tratando de eliminar el devenir de las cosas e imponiendo así una única verdad, creando el arma más malvada de todas al servicio de la razón: el lenguaje. Con el lenguaje lo que consiguen los decadentes es solidificar la razón y el ser, desplazando la vida ascendente y la voluntad de poder a la mediocridad.

Conocer los valores cristianos nos permitirá entender mejor la opinión de Nietzsche sobre el futuro de Occidente. El grave problema de los cristianos, según el filósofo, aparte de negar la vida, es el de intentar imponer sus verdades, lo que hasta cierto punto han conseguido. Los cristianos niegan tres cosas fundamentalmente: la tierra, la menosprecian diciendo que es un paso para llegar al paraíso; la vida, pues la niegan rotundamente; y el cuerpo, ya que desprecian los instintos. Con esto han creado en el señor un sentimiento de culpabilidad y arrepentimiento. Sin embargo, no han conseguido eliminar los sentidos.

Por tanto, nos encontramos en una civilización en la que Dios ha muerto, los sentimientos comienzan a recobrar la importancia perdida, mientras la cultura de los viejos valores muere poco a poco, pues una cultura con cimientos decadentes, tarde o temprano acaba cayendo. El proceso ha comenzado con el nihilismo pasivo. Los enfermos terminales de esta cultura van estando cada vez más muertos, más parecidos a la nada. Pero necesitamos un nihilismo activo que permita superar esa etapa.

En conclusión, para Nietzsche, el vitalismo y la voluntad de poder son los valores que conforman al ser humano; utilizarlos de forma decadente o ascendente depende de cada uno. Pero como nos dice la historia, la vida decadente, caracterizada por la moral cristiana y Dios en el fondo, acabará sucumbiendo a la enfermedad, levantándose así los nuevos hombres ascendentes para la destrucción definitiva de la sociedad occidental y para recomenzar la historia, triunfando la vida y la creación frente al sometimiento y la negación de los instintos. Una nueva vida artísticamente concebida.


Crítica de la moral y la religión

Crítica de la moral y la religión.

Moral y religión son, para nuestro autor, dos elementos que buscan someter a los hombres a determinadas pautas de comportamiento social. Una sociedad será mucho más ordenada si se apoya en alguna moral y determinada religión. Eso explica el éxito que han tenido a lo largo de la historia. Todos los gobiernos han buscado el modo de aglutinar a sus súbditos mediante leyes, pero el sometimiento a las mismas se hace mucho más eficaz si, además de los medios con los que cuenta el gobernante para hacer que se cumplan, se cuenta con una moral y una religión que convenzan de que el sometimiento a las leyes es «muy bueno». De esa manera se logra que los sometidos no se vean sometidos porque serán recompensados con una buena vida futura. Esta interpretación es lógica a partir del significado que Nietzsche otorga a la «voluntad de poder». Como todos poseen esa voluntad de poder, de imponerse, los que mandan en una determinada sociedad necesitan que los sometidos no se den cuenta de la ausencia total de libertad en la que viven, refugiándose en el mérito de cumplir una moral y una religión. El contribuyente, la persona socialmente responsable, es así un ciudadano ejemplar del que las autoridades ya no tienen que preocuparse. Ese hombre cumple las leyes sin coacción alguna y alberga la esperanza de que su recompensa es el reino de los cielos.

Toda moral depende de una metafísica por lo que rechazando la primera quedaría suprimida la segunda. Sin metafísica no hay ética. Ya lo había advertido Dostoiesvki: si Dios no existe, todo me está permitido. Pero el novelista ruso había continuado su razonamiento diciendo que dado que no todo me está permitido, entonces es que Dios existe. Hay que hacer notar que ese Dios al que se refiere el autor no es el Dios de la religión pues no especifica obligaciones concretas de culto. Es el Dios que todo lo ve y por tanto juzga nuestros actos. Pues todo este modo de ver la relación absoluta entre metafísica y ética es respetada por Niezsche pero dándole la vuelta completamente. Ahora se afirma que como Dios no existe, todo me está permitido, es decir, no hay ética que valga. Únicamente valores de distinto cuño pero en absoluto objetivos. Los valores son modos de entender el mundo que nos rodea. Otorgamos valor a ciertas formas de actuar y luego generalizamos pretendiendo que otros sigan esas pautas arbitrarias de conducta. Dando un paso más, Nietzsche advierte que los únicos valores son los de los señores y los de los esclavos. Los primeros son la soberbia, la fuerza, la creatividad, la energía de aquellos que se atreven a enfrentarse a una vida apasionante, pero sin Normas absolutas. Los valores de los esclavos son la humildad, la compasión, la debilidad, el gregarismo, en general, todos los valores cristianos.

Según Nietzsche, las religiones son el invento humano en el que se ha expresado la voluntad de poder, de modo más sagaz. También las religiones son expresión de una fuerza «débil» que trata de imponerse de modo indirecto. Los sacerdotes son los más inteligentes, los más sagaces, los más falsos, según Nietzsche, porque tratan de imponer su voluntad de poder de una forma subrepticia. Los judíos, y posteriormente los cristianos vencieron a la fuerza de los romanos con la debilidad de una religión «amable» y «humilde» en apariencia. Evidentemente ese juicio de Nietzsche sobre las religiones y especialmente la cristiana parte de un postulado ateo. Partiendo de la inexistencia de Dios, es fácil explicar psicológicamente los modos de conducta de esos cristianos. Si Dios no existe, en efecto, la forma de comportamiento de los cristianos, interpretada mediante expresión de voluntad de poder, es desde luego la que señala Nietzsche. Los pobres cristianos imponen sus valores plebeyos a los nobles romanos.

Nietzsche (1844). Filósofo alemán, nacionalizado suizo. Su abuelo y su padre fueron pastores protestantes, por lo que se educó en un ambiente religioso. Tras estudiar filología clásica, obtuvo la cátedra extraordinaria pero  pocos años después abandonó la docencia, decepcionado por el academicismo universitario.

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