Concepto de Persona: Razón, Voluntad y Libertad a lo Largo de la Historia

Evolución del Concepto de Persona: De Cicerón a Kant

El concepto de persona ha sido objeto de una larga elaboración histórica, siendo uno de los conceptos básicos de la ética y la política. La primera elaboración importante es de Cicerón, para quien persona tiene múltiples significados, pero un fondo unitario. Llama persona a la función social que desempeñan los ciudadanos. Estos significados proceden de trasladar metafóricamente el papel que representa un actor al papel o función social que alguien desempeña realmente, y también al carácter de cada persona, pues un papel teatral es un cierto carácter. Ahora bien, Cicerón añade que persona es también el sujeto de derechos y deberes, o sea, en cuanto que tiene derechos y obligaciones (puede reclamar una herencia, debe pagar sus deudas). Esto es lo que se llama persona jurídica. Y dado que, en general, los hombres viven en sociedad y tienen derechos y deberes, es fácil entender que al hombre mismo – al sujeto sin más- también se le puede llamar persona.

En consecuencia, Cicerón resume su pensamiento señalando que “por así decir, la naturaleza nos ha revestido de dos personas: una es común a todos, porque participamos de la razón, que es en lo que superamos a los animales… La otra es algo propio de cada uno (su carácter, sus cualidades, su función social, su dimensión jurídica…).

Los Estoicos Romanos y los Teólogos Cristianos

Los estoicos romanos utilizan continuamente el concepto de persona para expresar que cada hombre tiene un papel que cumplir en este mundo y es ciudadano del mundo. Con esto refuerzan una igualdad básica entre todos: todos somos igualmente ciudadanos y desempeñamos un papel, aunque cada uno el suyo. Atendiendo a esa igualdad, el lenguaje jurídico nombra sistemáticamente a los hombres como personas (personae) y los diferencia de las cosas.

Por otro lado, los teólogos cristianos usan el concepto de persona para denominar lo que en la Trinidad son tres: insisten en que cada Persona divina es un sujeto de naturaleza intelectual, aunque sin olvidar que tiene una dimensión social o relacional. En esta línea, Boecio da su famosa definición de persona subrayando el aspecto ontológico: “Substancia individual de naturaleza racional”.

Kant y la Dignidad de la Persona

Ya en la modernidad, Kant ha propuesto el concepto de persona: ”La humanidad misma es una dignidad, porque el hombre no puede ser tratado por ningún hombre como un simple medio, sino siempre, a la vez, como un fin, y en ello estriba precisamente su dignidad (ser persona)”.

Tras este recorrido histórico, podemos considerar que en tal concepto se reúnen los tres aspectos del hombre, del viviente racional civil:

Razón, Voluntad y Libertad: Pilares de la Condición Humana

Razón, voluntad, libertad. “Todos los hombres desean por naturaleza saber”. Con esta frase inicia Aristóteles su Metafísica. Y eso ocurre por naturaleza, a partir de una realidad dada por nacimiento, antes de toda elección o circunstancia. Y, además, esa igualdad radical se basa en el deseo de saber: en la posesión de una capacidad intelectiva que permite el conocimiento de la realidad tal como es en sí, y no sólo tal como afecta a mi sensibilidad, o como a mi deseo le apetece o de cualquier otro modo. Y, en consecuencia, puedo actuar ateniéndome a la realidad conocida.

La Racionalidad como Distintivo Humano

Por eso, los griegos consideraron al hombre (al ser humano) como el viviente racional. La racionalidad y su expresión a través del lenguaje es lo propio del hombre, lo que lo distingue del resto de los vivientes: “El lenguaje –escribe Aristóteles- tiene el fin de indicar lo provechoso y lo nocivo y, por tanto, lo justo y lo injusto, ya que es particular propiedad del hombre –y lo distingue de los animales-, ser el único que tiene la percepción del bien y del mal, de lo justo y lo injusto y de las demás cualidades morales.

Voluntad y Libre Albedrío

Es importante notar que, en este planteamiento, lo decisivo es el conocimiento y, por tanto, el discernir entre el bien y el mal, y así puede poner en marcha sus capacidades conativo-racionales, o sea, la voluntad o capacidad de poner en práctica los dictados de la razón (o de apartarnos de ellos). Por eso, se habla de la voluntad o libre albedrío: la capacidad de elegir entre el bien y el mal.

La Libertad y la Responsabilidad

En consecuencia, llamamos libres a las acciones que nacen de nuestro intelecto y voluntad. Eso no quiere decir que no estén influidas por otros elementos o aspectos. Frente a esta posición se halla la de los filósofos empiristas que niegan la capacidad de la razón y la voluntad para guiar nuestra conducta. De este modo, anulan de raíz la diferencia entre el hombre y el animal, y suprimen la ética en sentido estricto. Sólo queda la acción que brota espontáneamente de las pasiones, cuyo único límite es puramente exterior: el miedo al más fuerte. La libertad, por el contrario, se apoya en la racionalidad. Somos libres porque somos racionales: ante cada situación comprendemos, con más o menos claridad, lo que debemos hacer o evitar y por qué. Por todo ello, nosotros somos responsables de nuestros actos: se nos puede exigir cuenta de ellos.

En resumen, podemos caracterizar la libertad como la capacidad que tenemos de producir nuestros actos en modo consciente y voluntario. Los animales, al contrario, no son dueños de sus actos, sino que su conducta va guiada por el instinto.

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