La Teoría Platónica de las Ideas: Mundo Sensible e Inteligible
Antecedentes
Son muchos los antecedentes de la filosofía platónica que pueden citarse. Además de los ya mencionados en los anteriores apartados, no podemos dejar de destacar la importancia del pitagorismo, y más concretamente su insistencia en los aspectos formales de la realidad. Esta idea pitagórica, junto con la aspiración socrática de universalidad y la concepción parmenídea de la inteligibilidad no-sensible, son la base de la doctrina central del platonismo: la teoría de las ideas o formas separadas.
Teoría de las Ideas
Brevemente expuesta, podría decirse que consiste en la afirmación de que existen entidades inmateriales, absolutas, inmutables y universales con independencia del mundo físico (sensible): por ejemplo, la justicia en sí, la bondad en sí, el hombre en sí, las entidades matemáticas en sí. De las ideas derivaría todo su ser lo justo, todo lo bueno, todos los hombres, todo lo armonioso y proporcionado que hay en el mundo físico. Por lo tanto, los seres sensibles son reales únicamente en la medida en que participan (o se asemejan) de las realidades o entidades ideales (inteligibles).
Estas ideas (eidos) forman un mundo aparte, al que Platón denomina Kosmos noetós. En el kosmos noetós las ideas constituyen un sistema jerárquicamente organizado, cuyo cumio está representado por la idea del Bien (el sol de las ideas).
Así pues, las ideas platónicas no son construcciones mentales, no son objetos sin existencia fuera de la mente que las concibe. Se trata de realidades, más aún, de realidades en sentido pleno, ya que lo que de realidad hay en el mundo físico deriva, precisamente, de ellas.
Platón habla generalmente de las ideas de un modo más o menos metafórico. En todo caso, cuatro características atribuye Platón con seguridad a las ideas:
- Las ideas son eternas e intemporales.
- Hay tantas ideas como términos generales empleamos para referirnos a las cosas.
- Las ideas son únicas, es decir, a cada término general corresponde una y sólo una idea.
- Las ideas no se componen de partes, son simples.
- Las ideas son inalterables, no sufren cambio ni transformación alguna, permanecen siempre idénticas a sí mismas.
Principales Motivaciones
Por lo que parece, son tres las motivaciones fundamentales que llevaron a Platón a formular la teoría de las ideas o formas separadas:
a) Ética: La preocupación de Platón por dar un fundamento absoluto a los valores éticos y la necesidad de construir un saber firme sobre ellos, fue sin duda, el verdadero motor de la teoría de las ideas. Platón cree que la única forma de salvaguardar la objetividad de la moral consiste en postular la existencia de formas o ideas perfectas del bien, la justicia, etc., separadas y distintas de las instituciones humanas que se limitan a aproximarse a ellas.
b) Política: Los gobernantes deben ser los filósofos, que deben guiarse por las ideas trascendentes y absolutas. De esta forma podrá constituirse un Estado justo.
c) Epistemológica: La ciencia (episteme) sólo puede versar sobre objetos fijos y permanentes. Estos objetos tienen que existir y no pueden ser los de la realidad sensible; por lo tanto, hay que buscar otro tipo de objetos para la ciencia: las ideas. En efecto, según Platón, la seguridad del saber depende de la realidad del objeto sobre el que versa, es decir, sólo se puede tener un conocimiento absoluto de lo que es absolutamente.
Consecuencias
La consecuencia más inmediata de las teorías de las ideas es que la realidad resulta irremediablemente escindida; por un lado, la realidad inteligible (kosmos noetós), por otro, la realidad sensible. Dos mundos irreductibles. Y entre ambos un abismo ontológico difícilmente explicable. Dos mundos a los que se accede a través de dos conductos diversos: por la razón (que descubre lo universal, lo inmutable, lo permanente), al primero; por la opinión (que nos muestra lo incierto, lo fluctuante, lo perecedero), al segundo.
La Jerarquía del Mundo de las Ideas
Platón se refiere muchas veces a las ideas éticas (la idea del bien, de la justicia, etc.), estéticas (la idea de belleza), matemáticas (la idea de círculo, de diámetro, del dos, etc.) y a una serie de ideas muy generales (idea de lo mismo, de lo diferente, de lo uno, de lo múltiple, del ser, del no ser). Platón no parece que dudase de la existencia de estas ideas. Pero, respecto de la cuestión de si también para los nombres de especies de cosas sensibles (hombre, piedra, lama, etc.) existen ideas, la opinión de Platón parece haber cambiado, aunque en el Parménides (una de sus obras más críticas) parece inclinarse a pensar que para todo término general (incluso tan humilde como cabello o lama) existe una idea. Así pues, parece que puede haber ideas de cualquier cosa. Sin embargo, resulta problemático afirmar que pueda haber ideas de cosas viles o de cosas insignificantes. Algunos autores afirman en Platón una cierta tendencia a reducir las ideas a ideas de objetos matemáticos y de ciertas calidades que consideramos valores (bondad, justicia, belleza, etc.). Parece lógico que sea así ya que la vileza y la insignificancia denotan la ausencia de alguna perfección. Y la imperfección es ajena a la naturaleza inteligible de las ideas.
Respecto de las ideas que no suponen problema alguno y cuya existencia no contradice la propia teoría, Platón es poco preciso. Aunque afirma la disposición jerárquica de las ideas, no proporciona criterio alguno para establecer el predominio de unas ideas sobre otras.
Sin embargo, suele admitirse que son tres las ideas supremas: la idea del bien, la de justicia y la de belleza (concediendo cierto predominio a la primera). Estas tres ideas responden a un patrón común: las tres expresan orden, armonía, proporción. El bien en Platón significa algo así como aquello que está en su sitio, en la debida relación con lo otro. Lo bueno es, por lo tanto, lo sujeto a proporción y a medida. Respecto de la belleza, baste recordar que para Platón el universo es bello porque es algo ordenado, y el orden es resultado de la proporción y medida. Del mismo modo, la justicia consiste, según Platón, en la disposición armónica de las diferentes partes de un todo.
El Problema de la Participación
Habíamos dicho que los seres sensibles son reales únicamente en la medida en que participan de las formas inteligibles. Dicho de otro modo: siempre que una cosa es algo, posee una propiedad, lo es por participación de esa propiedad. Por lo tanto, todas las cosas que participan de una idea se asemejan entre sí en cierto aspecto, precisamente respecto de esa idea. Y siempre que hay cosas que se asemejan entre sí, hay una idea de la cual todas ellas participan y por la cual se asemejan.
Platón caracteriza a veces (sobre todo en su última época) esta participación como semejanza, como imitación, como realización de la misma propiedad en distintos grados. La idea sería un modelo que los individuos imitan y al que más o menos se aproximan, pero que nunca alcanzan plenamente. Así, los hombres justos o las mujeres bellas son más o menos justos o bellas, pero nunca llegan a ser la justicia o la belleza en sí.
En este punto nos encontramos con una gran contradicción en el pensamiento platónico. Esta contradicción fue señalada por Aristóteles, aunque el propio Platón parece que fue consciente de la misma. Según hemos visto, dos cosas se asemejan entre sí por su participación de una idea común. Ahora bien, si una cosa se asemeja a la idea de la que participa, entonces habrá otra idea de la que ambas, la cosa y la correspondiente idea, participen y que dé cuenta de esa semejanza. Pero, al participar en esa segunda idea serán semejantes a ella y será necesario suponer la existencia de una tercera idea para dar cuenta de esta nueva semejanza. Y así, hasta el infinito. Porque de este modo no llegamos nunca a una idea última. Entonces, o bien son todos los miembros de esta serie infinita ideas y hay un número infinito de ideas para cada término general (bondad, justicia, etc.) en contradicción con la tesis de la unicidad de las ideas, o bien, ningún miembro de la serie es una idea y entonces las ideas no existen, en contradicción también con la doctrina explícita.
Ideas y Entes Matemáticos
Como comentamos más arriba, es característico de la ontología platónica la división de cuanto existe en dos mundos (dualismo ontológico): el mundo inteligible o mundo de las ideas (kosmos noetós), cuyos elementos son eternos e inalterables, y el mundo sensible y material, cuyos elementos son cambiantes y perecederos, sujetos al perpetuo flujo del devenir.
¿Dónde colocaría Platón el objeto de la matemática? Sin duda alguna en el mundo inteligible. Platón mantiene explícitamente la existencia de formas o ideas matemáticas. Con lo que podría pensarse que ellas constituyen el objeto exclusivo de las matemáticas. Sin embargo, Aristóteles explica que según Platón el objeto de la ciencia matemática no se limita a las formas o ideas matemáticas, sino que en el dominio de lo inteligible existen otros entes, los llamados entes matemáticos, que son intermediarios entre las ideas y las cosas sensibles. Son copias perfectas de las formas o ideas matemáticas. Son múltiples como las cosas sensibles, pero eternos e inmutables como las ideas.
Así, al lado de las ideas de los números y de las formas geométricas hay una cantidad infinita de copias perfectas inteligibles de ellas. Y estos seres matemáticos constituyen el objeto propio de las matemáticas.
Aristóteles criticaba esta doctrina platónica con el famoso argumento del tercer hombre: los platónicos consideran a los entes matemáticos como algo intermediario entre las cosas matemáticas sensibles y las ideas, como una tercera especie de entes, aparte de las ideas y de las cosas de aquí abajo, mientras que no reconocen la existencia de un tercer hombre o un tercer caballo, aparte del hombre en sí y del hombre individual o del caballo en sí y el caballo individual.
¿Qué razón pudo tener Platón para introducir esta multitud de copias ideales en el mundo de las ideas? Al parecer, la siguiente: el matemático habla de varios círculos que se cortan, de varias unidades que se suman, etc. Pero, no se refiere a los dibujos o cifras de las que se vale, sino a objetos inteligibles. Ahora bien, estos objetos inteligibles no pueden ser las ideas, pues estas son únicas: sólo hay una idea de círculo, de unidad, etc. La introducción de los entes matemáticos inteligibles, pero varios, representa la solución a este problema.
Mundo Sensible y Mundo Inteligible
Como más arriba, la consecuencia más inmediata de la teoría de las ideas es que la realidad resulta irremediablemente escindida; por un lado, la realidad inteligible (kosmos noetós), por otro, la realidad sensible. Dos mundos irreductibles. Y entre ambos un abismo ontológico difícilmente explicable. Dos mundos a los que se accede a través de dos conductos diversos: por la razón (que descubre lo universal, lo inmutable, lo permanente), al primero; por la opinión (que nos muestra lo incierto, lo fluctuante, lo perecedero), al segundo.
Platón tratará de explicar la relación entre ambas regiones por medio de la noción de participación, pero, como puso de manifiesto posteriormente Aristóteles y como sugiere el propio Platón en su obra Parménides, la participación conduce a consecuencias que contradicen la propia teoría.
Posteriormente, en uno de los diálogos del llamado período de vejez, el Timeo, Platón nos proporciona una nueva explicación de esa imposible relación introduciendo la figura del Demiurgo. En este diálogo, Platón insiste en interpretar la relación entre el mundo sensible y el inteligible en términos de copia y modelo. Centrémonos, ya que luego, en el contenido del Timeo.
El Timeo es el diálogo más importante de la última etapa de Platón, el más lleno de contenido, el más influyente y comentado, el único que, traducido al latín, fue conocido en la Europa medieval. El Timeo es una verdadera enciclopedia de los conocimientos científicos de su tiempo, resumidos por Platón en una síntesis grandiosa y fascinante. La mayor parte del Timeo está ocupada por una larga lección de cosmogonía que contiene la más detallada y extensa presentación de la cosmovisión platónica.
El Timeo reafirma con más fuerza que nunca la teoría de las ideas. Hay que distinguir claramente entre lo existente de verdad, eterno, inmutable y objeto de la inteligencia, por una banda, y lo sujeto al devenir, cambiante, sólo a medias real y objeto de la sensación, por otra. Sólo de lo primero, de las ideas, puede haber un conocimiento seguro. Respecto al mundo sensible hay que conformarse con resultados aproximados, con un mito verosímil que nos describa cómo las cosas probablemente sucedieron. Platón sostiene que el conocimiento es proporcionado a su objeto. Y de lo que es por sí cambiante y fugaz no puede haber conocimiento sólido, sino sólo opinión probable, a la que no puede pedirse excesiva exactitud.
La cosmogonía del Timeo nos presenta la formación del mundo como la obra de un artesano divino, el Demiurgo, que construye el mundo a partir de la materia preexistente y según el modelo de las formas eternas (ideas). Este mundo sensible, obra del Demiurgo, no es sino la copia del mundo inteligible de las ideas, que constituye el modelo imitado, aunque sólo imperfectamente alcanzado. En efecto, las operaciones de la inteligencia divina, del Demiurgo bondadoso, siempre tienden a la realización de lo mejor, a la copia perfecta del modelo eterno, pero la materia introduce el desorden en sus designios y la copia resulta siempre imperfecta.
El Demiurgo es, como diría Aristóteles, la causa eficiente del universo físico. Para explicar el cambio, los filósofos pluralistas supusieron la existencia de una fuerza activa (amor-odio en Empédocles, Noûs en Anaxágoras), pero, según Platón, los filósofos naturales se olvidaron de atribuir inteligencia, bondad y finalidad a esa fuerza. El divino artesano del Timeo, el Demiurgo, posee estas calidades. El Demiurgo siempre hace lo mejor, lo óptimo, siendo como es divinamente inteligente y bueno. Si el resultado no es perfecto, se debe a la resistencia que la materia opone. El Demiurgo platónico no es un creador, sino un artesano, que impone orden y estructura en el caos preexistente de la materia primigenia de acuerdo con un modelo también preexistente.
El Demiurgo inicia la construcción del mundo físico por el principio de su movimiento. En el Timeo, Platón define el alma como principio de movimiento y la identifica con el cielo. Las cosas se mueven porque una alma las mueve. Sólo el alma se mueve a sí misma. El alma del mundo será la que explique los movimientos de los cuerpos celestes. El Demiurgo construye directamente el alma del mundo -en definitiva, el cielo- y la parte inmortal o inteligible de las almas de los hombres. A partir de ahí se retira y confía a los dioses secundarios -los dioses astrales creados- la tarea de proseguir con la construcción del mundo.
Además del artesano (el Demiurgo), el modelo (las formas separadas o ideas) y la copia (el mundo), hace falta el receptáculo de todo devenir, lo que en el Filebo se llama Lo Ilimitado, lo que algunos han comparado con la materia prima de Aristóteles y otros con el espacio extenso de Descartes; en definitiva, el sustrato material. Aunque Platón acepta la caracterización de Empédocles de los elementos -agua, aire, fuego y tierra- como constitutivos de todas las cosas materiales, afirma, sin embargo, que los elementos no son el sustrato último. El receptáculo o sustrato material carece de forma y calidad, aunque es capaz de recibir todas las formas y calidades. Cuando la forma del fuego lo informa, se inflama y deviene en fuego. Cuando la forma del agua, se hace húmedo y deviene en agua. Pero el receptáculo mismo no es ni fuego ni agua.
En este punto conviene insistir en la influencia del formalismo pitagórico en la elaboración de la cosmovisión platónica. Esta influencia se pone de manifiesto en la identificación entre cuerpo físico (los cuatro elementos) y cuerpo geométrico (poliedros regulares). Según el relato platónico del Timeo, previamente a la intervención del Demiurgo, los elementos estaban confusos y abandonados en el caos del receptáculo. El Demiurgo les dio forma, número y medida, hasta convertirlos en lo que son ahora: sólidos limitados por superficies planas, compuestos por triángulos rectángulos. Con la ayuda de estos triángulos (y de los cuadrados y pentágonos formados a partir de ellos), el Demiurgo construye las mínimas porciones de los elementos en forma de poliedros regulares: los tetraedros o pirámides forman el fuego; los octaedros, el aire; los icosaedros, el agua, y los cubos, la tierra. Aún queda un poliedro regular, el dodecaedro, y el dios lo empleó para la decoración del universo (Timeo, 54 c.). Cada uno de estos sólidos o poliedros regulares es de por sí invisible, pero sus agregaciones son visibles.
El descubrimiento de los cinco poliedros regulares (pues hay cinco y sólo cinco), iniciado por los pitagóricos, había sido completado por Teeteto en la Academia platónica. Platón está exponiendo, por lo tanto, descubrimientos de última hora.
Lo más característico de la cosmovisión del Timeo es su carácter absolutamente teleológico o finalista (telos: fin). La explicación teleológica del universo aparece aquí con toda contundencia e incluso en los más mínimos detalles. De hecho, Platón distingue en el Timeo dos tipos de causas: la causa principal, que es la final, aquello que una inteligencia divina persigue con algo, y la causa auxiliar, que es el conjunto de condiciones físicas necesarias para que ese algo ocurra.