Sistema Metafísico de Descartes: Razón, Realidad y Deducción de las Tres Sustancias

El Sistema Metafísico de Descartes: Razón y Realidad

Hasta la duda metódica cartesiana, el pensamiento filosófico se relacionaba ingenuamente con la realidad. Se creía que el pensamiento pensaba las cosas del mundo sin más, que las ideas eran un medio transparente a través del cual pensamos el mundo real existente. Pero el “genio maligno”, metáfora cartesiana de la inseguridad y la necesidad de certeza del hombre del siglo XVII, nos hace reflexionar sobre ese intermediario entre el pensamiento y todo lo demás: nuestras ideas.

El pensamiento piensa ideas y no cosas. Las ideas son representaciones de cosas, pero las cosas no están de ninguna manera en el pensamiento. Nada sé fuera de mi pensamiento y de mis ideas. La realidad exterior a mi pensamiento no me es dada. Cuando pienso, tengo certeza absoluta de mi actividad de pensar y de que pienso determinadas ideas (dimensión subjetiva de las ideas), pero no de los referentes reales de esas ideas (dimensión objetiva de las ideas). Si me engaño al pensar ideas, solo puedo estar engañado respecto a lo que las ideas representan, pues, aun errado, pienso ideas.

Por lo tanto, Descartes advertirá de que ninguna falsedad puede haber en las ideas mientras no le atribuyamos a alguna de ellas una realidad extramental. El error solo puede sobrevenir al hacer juicios existenciales, y descansa en la voluntad, que es libre, y no en el entendimiento. Tal tendencia a atribuir realidad fuera de la mente a nuestras percepciones es muy difícil de evitar porque es un prejuicio inherente a nuestra manera natural de percibir.

El pensamiento, buscando seguridad, se ve obligado al ensimismamiento respecto a todo el mundo exterior. El pensamiento piensa ideas, y la realidad exterior al pensamiento es una incógnita. Es el momento idealista de la filosofía.

La Deducción Metafísica de las Tres Sustancias

A) Primer Momento Deductivo: De la Evidencia del Cogito a la Res Cogitans

Recordemos el momento de la investigación en el que nos encontramos: tenemos una primera certeza autoevidente, que yo, que pienso, existo, y la duda extendida sobre todo lo demás. Con eso es con lo que hay que trabajar.

En este punto, dice Descartes: “ya sé que soy, pero no sé con claridad qué soy”. La evidencia del cogito no da certeza respecto a nada que tenga que ver con el cuerpo, como miembros o características del mismo. Solo tengo certeza sobre mi atributo de pensar. Solo eso se puede decir de lo que soy: una cosa que piensa. Voluntad, afecciones y juicios, todo esto es pensar. Quien piensa es una sustancia pensante o res cogitans. El pensamiento es la realidad sustancial por antonomasia.

Descartes, además, identifica esa sustancia pensante con el alma humana, que, por lo tanto, existe y es inmortal. La res cogitans es la realidad primera de la que deberá partir la deducción filosófica, pero nada puede afirmarse aún respecto a toda otra hipotética realidad: existe el yo que piensa y el contenido de su pensamiento, nada más. Somos un conjunto de pensamientos, ideas, representaciones… que fluyen en nuestro yo, pero no tenemos la seguridad de que estas representaciones subjetivas se correspondan necesariamente con hechos del mundo exterior, ya que toda la información sobre el exterior a la mente procede de los sentidos, que están bajo la sospecha de la duda.

El pensamiento no puede salir de su ensimismamiento: es el momento del solipsismo, de la cerrazón del yo en sí mismo. La salida a este enclaustramiento tendrá que partir del propio yo pensante y de su naturaleza, lo único que se tiene como cierto, junto al método y la duda, en este momento de la investigación.

B) Segundo Momento Deductivo: De la Res Cogitans a la Res Infinita

El progreso de la deducción cartesiana tendrá que partir, pues, del contenido del pensamiento, de esas ideas y representaciones, a las que corresponde aplicar el criterio de verdad establecido en la primera regla del método, ya justificada por el propio cogito. Como actos mentales, las ideas tienen todas la misma identidad, pero objetivamente son distintas.

Esas ideas del pensamiento son clasificadas en:

  • Adventicias o adquiridas: parecen provenir de un mundo exterior al pensamiento a través de unos supuestos sentidos del cuerpo (árbol, hierba, perro…).
  • Facticias o artificiales: la mente las construye a partir de otras ideas previas (sirena, centauro…).
  • Ideas innatas: son ideas simples, que ni derivan de la experiencia ni surgen por composición de otras, sino que las posee y las desarrolla la razón por sí misma (pensamiento, existencia, sustancia, duración, número, infinitud…).

Descartes concluye que estas ideas innatas pertenecen al pensamiento mismo y son la base de todo conocimiento. De ellas destaca la idea innata de infinitud o perfección, que identifica con la idea de Dios, que va a ser fundamental en el sistema filosófico cartesiano: si a partir de ella se demuestra la existencia real de Dios, se estaría completando la deducción metafísica iniciada por Descartes.

El problema va a ser ahora demostrar que tal Dios existe, cuando de momento solo tenemos una idea en la mente sobre él. Así, Descartes, a quien le parecen inválidas las vías tomistas, ofrecerá tres pruebas de la existencia de Dios. Esas pruebas se agrupan en:

a) Pruebas gnoseológicas o por los efectos:

a.1. Prueba por la causa de la idea de perfección: Aplica en esta prueba Descartes una serie de presupuestos escolásticos sobre la causalidad: todo lo que existe tiene que tener una causa eficiente de su existencia, y la causa de algo no puede ser inferior a lo causado. A partir de aquí, razona de la siguiente manera: cuando el sujeto piensa y piensa que duda, se reconoce como imperfecto y finito, puesto que hay más perfección en conocer que en dudar. No me conocería imperfecto si no estuviese en mí antes la idea de perfección, que no es mera negación de lo imperfecto. Si me pregunto por el origen de esa idea, comprendo que no puede venir de mi experiencia sensible, si es que esta fuese válida, pues no hay nada infinito en ella; ni de la nada, ni de mí mismo, que soy imperfecto y limitado. La realidad objetiva infinita a la que remite esta idea requiere una explicación o causa proporcionada: la causa no puede ser inferior al efecto, por lo tanto, requiere una realidad exterior al pensamiento que sea infinita y contenga todas las perfecciones: Dios.

a.2. Prueba por la causa de la existencia de Dios: Parte una vez más de la idea de un ser perfecto, y procede del siguiente modo: yo, que tengo la idea de un ser perfecto, no tengo en mí las perfecciones que encuentro en ella. Si fuese yo mismo la causa de mi propia existencia, me habría dado a mí esas perfecciones que soy capaz de pensar, porque la voluntad siempre es movida por el bien claramente conocido. Por lo tanto, tiene que existir un ser que me produjo en un tiempo pasado y me conserva en la existencia en el momento presente y siguiente: Dios.

b) Prueba ontológica o por la idea de Dios: Recoge Descartes el argumento ontológico propuesto ya en la Escolástica por Anselmo de Canterbury, añadiéndole un matiz matemático: no se puede concebir un ser perfecto que no exista realmente, del mismo modo que la idea de triángulo es inseparable de sus propiedades (por ejemplo, que la suma de sus ángulos es igual a 180º). La idea de triángulo, su esencia, implica ese rasgo; del mismo modo, la idea de ser perfecto es inseparable de la propiedad de su existencia como realidad. Por consiguiente, de la idea de Dios que encuentra el yo en sí mismo, clara y distinta, se demuestra que existe Dios como ser infinito, perfecto, creador y conservador del propio ser pensante.

Pero aún hay más. Si Dios existe y es perfecto, tiene los atributos de la sabiduría infinita, del poder infinito, de la veracidad infinita, de la bondad infinita. Por lo tanto, es incompatible con la existencia del genio maligno, o sea, garantiza la validez de las leyes del entendimiento para el mundo. Dios no puede haberme creado de tal modo que me engañe si uso adecuadamente mi entendimiento: puedo estar seguro de aquello que conozco como cierto. Dios, que es infinita perfección, no puede obrar de mala fe y permitir que cuando concibo con claridad y distinción las ideas, estas estén erradas, ni que yo pueda equivocarme cuando concibo referentes de esas ideas. Dios se erige como la fundamentación definitiva del criterio de certeza, como su fundamentación gnoseológica y ontológica: mis ideas claras y distintas son, efectivamente, verdaderas, y les corresponden realidades si remiten a estas.

C) Tercer Momento Deductivo: De la Res Infinita a la Res Extensa

La duda le permitió a Descartes afirmar la existencia de una primera sustancia o yo pensante, el alma. Y el yo pensante descubre una segunda sustancia, Dios, ser con todas las perfecciones, entre ellas la veracidad. Es la misma demostración de la existencia de Dios la que elimina deductivamente aquella hipótesis de la duda extrema o del genio maligno, puesto que este Dios infinito en perfecciones, todo bondad, no puede dejar que yo sea engañado, por un supuesto poder maligno, en cuanto a algo tan claro como que existe el mundo de los cuerpos fuera de mi pensamiento, como que a las ideas claras y distintas les corresponden referentes reales.

Con Dios se interrumpe la vía idealista abierta con el cogito. Se llega al conocimiento filosófico del mundo desde la existencia de Dios. Existen, pues, además de la sustancia pensante y de la sustancia infinita o Dios, los cuerpos, la sustancia material o res extensa. Mundo y extensión (carácter de la situación de algo en el espacio) son lo mismo. El mundo descubierto es el mundo matemáticamente formulable, lo cuantificable, puramente extensión. De hecho, no son los sentidos, sino una inspección del espíritu lo que da a conocer el mundo físico. El estudio de la res extensa corresponderá a la Física.

La Física Cartesiana: Mecanicismo y Determinismo

Descartes reduce todo el universo material a su atributo de extensión, en virtud de la voluntad deductiva metódica, y elimina, como carente de relevancia, toda la riqueza cualitativa del mundo que los sentidos nos ofrecen. El universo se concibe como un gigantesco mecanismo que puede definirse parte a parte algebraicamente en ecuaciones a partir de los ejes cartesianos. La afirmación intuitiva de los científicos de la nueva ciencia de que el universo está escrito en lenguaje matemático queda ahora fundamentada metafísicamente.

La Física será entonces la deducción y desarrollo matemático de la explicación de los fenómenos naturales a partir de principios metafísicos. Desde la idea inicial cartesiana de la unidad de la ciencia, esta viene a ser “como un árbol del que las raíces son la metafísica, el tronco es la física y las ramas son la medicina, la mecánica y la moral”. Esa física es la Física de la extensión, fundamentalmente cinemática, puesto que la figura y el movimiento son los modos fundamentales de la materia.

Esta ciencia empírica creció espectacularmente a partir de la modernidad, especialmente en su vertiente tecnológica, y abrió un futuro a la civilización occidental. Se trata de una física mecanicista y determinista.

  • Mecanicista: porque todo lo concerniente al mundo externo se puede explicar a partir de los cuerpos, su movimiento y la causalidad eficiente. Los cambios siempre se producen por un desplazamiento de la materia (materia gruesa, éter y partículas de luz). No existe el vacío. Por otra parte, para que una cosa provoque un cambio en otra, debe incidir sobre ella directamente (por contacto). Consecuentemente, todo en el mundo es explicado en términos mecánicos. Todos los seres son máquinas muy complejas.
  • Determinista: porque toda esa gigantesca máquina que es el mundo está regida por leyes mecánicas, no hay libertad, ni azar. Tales leyes son las leyes fundamentales de la Física: principio de inercia, tendencia al movimiento rectilíneo y principio de conservación de la cantidad de movimiento.

En este cosmos, el Dios cartesiano vuelve a jugar una tercera función: es la primera causa de movimiento y de su conservación.

La Psicología Cartesiana: El Dualismo Antropológico

Descartes va a reactivar la concepción del dualismo antropológico. Hace del alma, el yo, una sustancia espiritual, esencialmente libre e independiente. Pero el ser humano también tiene cuerpo. Cuerpo y alma son dos sustancias separadas, aunque unidas accidentalmente, puesto que los fenómenos corporales tienen repercusión en el alma, así como las decisiones del espíritu se ejecutan por el cuerpo.

Para explicar esta interacción entre el alma y el cuerpo, recurre el filósofo a la curiosa teoría de los espíritus animales de materia sutil o partículas que recorren venas y nervios, haciendo de mecanismos de comunicación entre las dos sustancias, res cogitans y res extensa. Dicha interacción tendría lugar en la glándula pineal, que está en la base del cerebro y que sería la epífisis.

Aunque las explicaciónes cartesianas no se sostienen, conviene matizar que tal vez el interés del filósofo era la defensa de la libertad humana. El cuerpo, extenso y material, está gobernado por leyes mecánicas. Solo el alma puede ser libre. El alma es una sustancia que de ninguna manera se puede someter a las leyes mecánicas y deterministas que rigen el cuerpo. El mecanicismo que se desprende del dualismo antropológico tuvo implicaciones de todo tipo, positivas y negativas. Por una parte, estimuló la búsqueda biológica, fisiológica y médica (disecciones del cuerpo como cualquier máquina en sus piezas). Por otra parte, la naturaleza queda al servicio y disposición del hombre: postura antiecológica.

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