Metafísica (El Problema de la Realidad)
La teoría de las Ideas representa el núcleo de la filosofía platónica, el eje a través del cual se articula todo su pensamiento. Platón distingue dos modos de realidad: la inteligible y la sensible.
La realidad inteligible, a la que denomina «Idea», es inmaterial, eterna (ingenerada e indestructible) y, por lo tanto, ajena al cambio. Constituye el modelo o arquetipo de la realidad sensible, constituida por las «cosas». Éstas son materiales, corruptas (sometidas al cambio, es decir, a la generación y a la destrucción) y no son más que una copia de la realidad inteligible.
La realidad inteligible, constituida por las Ideas, representaría el verdadero ser, mientras que de la realidad sensible, las realidades materiales o «cosas», hallándose en un constante devenir, nunca podrá decirse que verdaderamente son. Además, solo la Idea es susceptible de un verdadero conocimiento o episteme, mientras que la realidad sensible, las cosas, solo son susceptibles de opinión o doxa.
Una de las primeras consecuencias de esta teoría es la «separación» entre la realidad inteligible (también llamada mundo inteligible) y la realidad sensible o mundo visible, que aboca a la filosofía platónica a un dualismo fuente de numerosos problemas y criticado por Aristóteles.
Las Ideas, como término de la definición universal, representan las «esencias» de los objetos de conocimiento, es decir, aquello que está comprendido en el concepto. Sin embargo, no se pueden confundir con el concepto. Las Ideas platónicas no son contenidos mentales, sino objetos a los que se refieren los contenidos mentales designados por el concepto y que expresamos a través del lenguaje. Esas «esencias» subsisten independientemente de que sean o no pensadas; son algo distinto del pensamiento y, como tales, gozan de características similares a las del ser parmenídeo. Las Ideas son únicas, eternas e inmutables y, al igual que el ser de Parménides, no pueden ser objeto de conocimiento sensible, sino solo cognoscibles por la razón. Al no ser objeto de la sensibilidad, no pueden ser materiales. Además, son el modelo o arquetipo de las cosas, por lo que la realidad sensible es el resultado de la copia o imitación de las Ideas.
Las Ideas están jerarquizadas:
- En primer lugar, la Idea de Bien, que representa el máximo grado de realidad y es la causa de todo lo que existe.
- A continuación, las Ideas de los objetos éticos y estéticos.
- Seguidas de las Ideas de los objetos matemáticos.
- Finalmente, las Ideas de las cosas.
Platón explica la relación entre el ser inmutable y la realidad sometida al cambio (es decir, entre las Ideas y las cosas) como imitación o participación: las cosas imitan a las Ideas o participan de las Ideas. Aquí Platón explica el origen del mundo sensible y el papel del demiurgo, el ordenador del caos primitivo.
Este mundo ha sido hecho por el demiurgo. No se trata de que el demiurgo haya creado el mundo de la nada (el concepto de creación no existe en la cultura griega). El demiurgo, por ser sumamente inteligente y bueno, actúa sobre una materia caótica que existía desde siempre para llevarla a un estado de orden. Por lo tanto, su función es ordenar, organizar y combinar, pero no crear.
La realidad sensible se caracteriza por estar sometida al cambio, a la movilidad, a la generación y a la corrupción. El problema del cambio conduce a Platón a buscar una solución que guarda paralelismos importantes con la propuesta por los filósofos pluralistas: siguiendo a Parménides, hay que reconocer la necesaria inmutabilidad del ser, pero el mundo sensible no se puede ver reducido a una mera ilusión. Aunque su grado de realidad no pueda compararse al de las Ideas, ha de tener alguna consistencia y no puede ser asimilado simplemente a la nada.
Epistemología (El Problema del Conocimiento)
La primera explicación del conocimiento que encontramos en Platón, antes de la teoría de las Ideas, es la teoría de la reminiscencia (anámnesis) que nos ofrece en el Menón. Según ella, el alma, siendo inmortal, lo ha conocido todo en su existencia anterior, por lo que, cuando creemos conocer algo, lo que realmente ocurre es que el alma recuerda lo que ya sabía. Aprender es, por lo tanto, recordar. El contacto con la sensibilidad y el ejercicio de la razón serían los instrumentos que provocarían ese recuerdo en que consiste el conocimiento.
En La República, Platón ofrece una nueva explicación: la dialéctica, basada en la teoría de las Ideas. En ella se establece una correspondencia estricta entre los distintos niveles y grados de realidad y los distintos niveles de conocimiento. Fundamentalmente, Platón distingue dos modos de conocimiento: la doxa (o conocimiento sensible) y la episteme (o conocimiento inteligible). A cada uno le corresponde un tipo de realidad: la sensible y la inteligible, respectivamente. El verdadero conocimiento viene representado por la episteme, dado que es el único conocimiento que versa sobre el ser y, por lo tanto, es infalible. Efectivamente, el conocimiento verdadero lo ha de ser de lo universal, de la esencia, de aquello que no está sometido a la fluctuación de la realidad sensible; ha de ser, por lo tanto, conocimiento de las Ideas.
Platón lo explica mediante la alegoría de la línea. Representemos en una línea recta los dominios de lo sensible y lo inteligible, uno de ellos más largo que el otro, y que se encuentre en una relación determinada con él. Dividamos cada uno de dichos segmentos según una misma relación, igual a la precedente. Sobre la parte de la línea que representa el mundo sensible tendremos dos divisiones: la primera correspondiente a las imágenes de los objetos materiales (sombras, reflejos en las aguas o sobre superficies pulidas), la segunda correspondiente a los objetos materiales mismos, a las cosas (obras de la naturaleza o del arte). De igual modo, sobre la parte de la línea que representa el mundo inteligible, la primera división corresponderá a las imágenes (objetos lógicos y matemáticos), y la segunda a los objetos reales, las Ideas.
Las imágenes de los objetos materiales dan lugar a una representación confusa, que llamaremos imaginación (eikasía); los objetos materiales dan lugar a una representación más precisa, que comporta la adhesión del sujeto que las percibe, y a la que llamaremos creencia (pístis); por su parte, en el mundo inteligible, las imágenes de las Ideas (objetos matemáticos) dan lugar a un conocimiento discursivo (diánoia), mientras que las Ideas mismas dan lugar a un conocimiento intelectivo (nóesis), el conocimiento de la pura inteligencia.
La dialéctica es el proceso por el que se asciende gradualmente al verdadero conocimiento, al conocimiento del ser, de lo universal, de la Idea. Es el método, el camino, que va desde la imaginación al conocimiento, desde la visión de las sombras en el interior de la caverna a la contemplación de la luz del sol, tal como lo explica Platón en el “Mito o alegoría de la caverna”. Después de contemplar el sol, es decir, una vez que el hombre ha descubierto el principio de todas las ideas, de todas las realidades, es el camino que ha de seguir para informar a los que todavía se encuentran encadenados sobre cómo es la auténtica realidad. La dialéctica es camino y método en una doble vertiente teórica y práctica: del conocimiento y de la libertad; de la ciencia y de la justicia; saber y conocer es buscar la verdad y liberarse de las opiniones y prejuicios.
Antropología (El Problema del Ser Humano)
La concepción del hombre en Platón está inspirada en la teoría de las Ideas. El hombre es el resultado de una unión «accidental» entre el alma (inmortal) y el cuerpo (material y corruptible), dos realidades distintas que se encuentran unidas en un solo ser de modo provisional. Así, lo más propiamente humano en el hombre es su alma, a la que le corresponde la función de gobernar y dirigir la vida humana.
El alma, según Platón, es inmortal, transmigra de unos cuerpos a otros y es principio de conocimiento. Como conocemos «por» el alma, ésta ha de ser homogénea con el objeto conocido, es decir, con las Ideas, por lo que no puede ser material. La idea de que el alma es inmortal y transmigra le viene a Platón, casi con toda seguridad, de los pitagóricos, quienes probablemente la habían tomado del orfismo, un movimiento religioso y mistérico que se desarrolla en Grecia a partir del siglo VIII, que se proponía alcanzar la purificación a través de rituales ascéticos, en la creencia de la inmortalidad y transmigración (metempsícosis) de las almas, que se encontrarían encerradas en el cuerpo como en una prisión.
En el Fedón, Sócrates demuestra que el verdadero filósofo debe afrontar la muerte con valentía y que puede esperar una vida feliz en el otro mundo. El verdadero filósofo no teme a la muerte porque ella le libera del cuerpo, que es un obstáculo para el alma en la búsqueda de la verdad. Para que el filósofo, liberado del cuerpo, pueda alcanzar la verdad únicamente con su alma, es necesario que ésta sea inmortal. Así, Sócrates se ve obligado a demostrar la inmortalidad.
En el Fedón encontramos una concepción del hombre en la que el dualismo alma/cuerpo es llevado al extremo, estableciendo un divorcio radical entre ambos elementos. Ya desde la introducción se hace hincapié en el carácter de prisión que tiene el cuerpo respecto al alma, por lo que la muerte, al significar la liberación del cuerpo para el alma, se presenta como el fin que debe perseguir el alma filosófica, y la filosofía, en tal sentido, no es más que una preparación para la muerte. El alma es considerada como una realidad simple cuya naturaleza se identifica con la razón o intelecto.
En el Fedón, el alma no solo es inmortal, sino que Platón la identifica fundamentalmente con la mente o intelecto, y se opone frontalmente al cuerpo, siendo de naturaleza afín a las Ideas eternas, inmutables y simples. La separación entre las Ideas y las cosas se reproduce con la misma intensidad entre el alma y el cuerpo.
La forma de referirse al alma nos permite afirmar que Platón no concibe la existencia de tres almas distintas en el hombre, sino la de una sola alma que realiza tres funciones distintas. En el mito del carro alado, el alma es comparada a un carro tirado por dos caballos y controlado por un auriga. El auriga representaría la parte racional del alma, encargada de dirigir el conjunto hacia sus fines; el caballo bueno representaría las tendencias nobles, y el caballo malo representaría las tendencias más materiales.
- La función racional, encargada de dirigir y controlar la actividad del hombre, se sitúa en el cerebro y es el alma que debe predominar en la clase de los gobernantes de la ciudad ideal de La República.
- La función irascible, responsable de los buenos sentimientos del hombre, se coloca en el tórax y es propia de la clase de los guerreros.
- La parte concupiscible, situada en el abdomen, es la que predomina en la clase de los artesanos, que es la que posee la mayoría de la población.
Ética
El verdadero bien del hombre, la felicidad, se alcanza mediante la práctica de la virtud. Pero ¿qué es la virtud? Platón acepta fundamentalmente la identificación socrática entre virtud y conocimiento. Por su propia naturaleza, el hombre busca el bien para sí, pero si desconoce el bien puede tomar como bueno, erróneamente, cualquier cosa y, en consecuencia, actuar incorrectamente; la falta de virtud es equivalente a la ignorancia. Solo quien conoce la Idea de Bien puede actuar correctamente, tanto en lo público como en lo privado, como dice Platón en La República, al terminar la exposición y análisis del mito de la caverna. Cuando alguien elige una actuación manifiestamente mala lo hace, según Platón, creyendo que el tipo de conducta elegida es buena, ya que nadie opta por el mal a sabiendas y adrede. En este sentido, la virtud cardinal sería la prudencia, la capacidad de reconocer lo que es verdaderamente bueno para el hombre y los medios de que dispone para alcanzarlo. La dependencia con respecto al intelectualismo socrático es clara en la reflexión ética de Platón.
En La República, Platón habla de cuatro virtudes principales: la sabiduría, el coraje o fortaleza de ánimo, la templanza y la justicia. Establece una correspondencia entre cada una de las virtudes y las distintas partes del alma para posteriormente relacionarlas con las clases sociales de la ciudad ideal. La función más elevada del alma, la racional, posee como virtud propia la sabiduría; la irascible está orientada por la fortaleza y la concupiscible por la templanza. Por último, la justicia es la virtud general que consiste en que cada parte del alma cumpla su propia función; estableciendo la correspondiente armonía en el hombre, impone los límites o la proporción en que cada una de las virtudes ha de desarrollarse. El hecho de que Platón tenga una concepción absoluta del Bien hace que la función de la parte racional del alma siga siendo fundamental en la organización de la vida práctica del hombre, de su vida moral.
Sociedad y Política
A diferencia de los sofistas, para quienes la sociedad era el resultado de una convención o pacto entre los individuos, para Platón la sociedad es el medio de vida «natural» del hombre. El hombre no es autosuficiente, ni en cuanto a la producción de bienes materiales necesarios para su supervivencia, ni en cuanto a los aspectos morales y espirituales que hacen de la vida del hombre algo propiamente humano.
Platón expone su teoría política en La República, obra de su período de madurez. La República tiene por objeto determinar en qué consiste la justicia. Platón recalca la necesidad de que la virtud, en este caso la justicia, sea común al hombre y a la ciudad; propone la creación de una ciudad ideal: siendo una sociedad perfecta, no podrá faltar dicha virtud. Del análisis de las necesidades sociales que debe cubrir una sociedad ideal, deduce la necesaria existencia de tres clases sociales: la de los artesanos, la de los guerreros o auxiliares, y la de los gobernantes o guardianes.
- La clase de los artesanos ha de ser, en la ciudad ideal, la poseedora de la riqueza; será la única clase con derecho a la propiedad privada y a la familia, y se le permitirá disfrutar de los goces materiales que derivan de la posesión de la riqueza.
- La clase de los guerreros, por el contrario, no puede tener acceso a la riqueza, para evitar la tentación de defender sus intereses privados en lugar de los intereses colectivos y terminar utilizando la fuerza contra los ciudadanos; estarán desprovistos de propiedad privada y tampoco tendrán familia; vivirán de forma comunitaria (el llamado comunismo platónico), compartiéndolo todo hombres y mujeres, pues no hay ninguna razón para excluir a las mujeres de ningún tipo de actividad, ya que tanto en el hombre como en la mujer se encuentran similares cualidades naturales útiles para la ciudad.
- La clase de los gobernantes tampoco tendrá acceso a la propiedad privada ni a la familia, debiendo velar únicamente por el buen gobierno de la ciudad; deberán centrarse en el estudio a fin de conocer lo bueno para gobernar adecuadamente la ciudad, por lo que su vida estará alejada de todas las comodidades innecesarias para cumplir su función.
Para determinar quiénes han de pertenecer a cada clase social, será necesario establecer un proceso educativo que permita determinar qué tipo de naturaleza tiene cada hombre y, por lo tanto, a qué clase social ha de pertenecer. Sócrates establece una comparación entre la naturaleza del Estado y la del individuo: del mismo modo que en el estado encontramos tres clases sociales, encontramos en el individuo tres funciones del alma, correspondiéndole una virtud a cada una. El paralelismo entre la moral individual y la moral del Estado permite establecer que la virtud que corresponde a cada clase social ha de corresponder a los individuos que la constituyen. La virtud de la clase de los artesanos es la templanza, es decir, el disfrute con moderación de los bienes materiales; la virtud propia de la clase de los guerreros o defensores es la valentía o coraje; y la virtud propia de los verdaderos guardianes gobernantes es la sabiduría. Aquellos en quienes domine el alma racional han de pertenecer a la clase de los gobernantes; en quienes predomine el alma irascible, a la clase de los guerreros o defensores; y en quienes predomine el alma concupiscible, a la clase de los artesanos.
La justicia consiste en que cada clase social (y cada ciudadano) se ocupe de la tarea que le corresponde. La injusticia consiste en la injerencia arbitraria de una clase social en las funciones de otra: que los auxiliares o los artesanos pretendan gobernar, por ejemplo.
Platón realiza un análisis de las formas de gobierno, graduándolas desde la mejor hasta la peor:
- En primer lugar, la aristocracia (el gobierno de los mejores), representada por el gobierno de la República ideal; en ella, los mejores son los que conocen las Ideas, los filósofos, y su gobierno estaría dominado por la sabiduría.
- La segunda mejor forma de gobierno es la timocracia (el gobierno de la clase de los guardianes), que no estaría dirigida por la sabiduría, abriendo las puertas al desarrollo de la ambición.
- Le sigue la oligarquía (el gobierno de los ricos), cuyo único deseo es la acumulación de riquezas.
- Después encontramos la democracia, cuyo lema es la libertad e igualdad entre todos los individuos y cuyo resultado, según Platón, es la pérdida total del sentido de los valores y de la estabilidad social. Platón tiene en mente la democracia ateniense que tan odiosa le resultó después de la condena de Sócrates, aprovechando para satirizar el predominio de los discípulos de los sofistas en la vida pública.
- Por último, en el lugar más bajo, se encuentra la tiranía, que representa el gobierno del despotismo y de la ignorancia, dominado el tirano por las pasiones de la parte más baja del alma, dando lugar al dominio de la crueldad y de la brutalidad.