David Hume: Un Filósofo Empirista y sus Reflexiones sobre el Conocimiento, el Ser, la Ética y la Política
HUME, un filósofo clave de la modernidad, llevó el empirismo a sus últimas consecuencias. Su obra más destacada, Tratado sobre la naturaleza humana, explora la insignificancia del ser humano frente al universo, pero resalta su capacidad única para cuestionar su origen y destino. A lo largo de la historia, la filosofía, la ciencia y la religión han intentado responder a estas preguntas fundamentales, dando lugar a problemas filosóficos centrales.
El Problema del Conocimiento
El problema del conocimiento es fundamental, ya que todo lo que creemos saber depende de cómo lo adquirimos y justificamos. La tradición racionalista, representada por Descartes, postula ideas innatas y la razón como fuente principal del conocimiento. En contraste, el empirismo de Hume afirma que todo conocimiento proviene de la experiencia sensorial, cuestionando la certeza de nuestras creencias y el principio de causalidad. Su escepticismo radical pone en duda la posibilidad del conocimiento absoluto y subraya que las ideas son copias debilitadas de impresiones.
El Problema de Dios
El problema de Dios ha sido objeto de debate filosófico y teológico. San Agustín y Santo Tomás de Aquino intentaron demostrar su existencia mediante la razón, mientras que Hume y Kant criticaron estas pruebas, sosteniendo que la existencia de Dios no puede establecerse racionalmente. Nietzsche, con su proclamación de la «muerte de Dios», marcó un punto de inflexión en la modernidad, planteando que la moral tradicional pierde su fundamento y debe ser redefinida.
El Problema del Ser Humano
El problema del ser humano aborda qué nos define esencialmente. Para Aristóteles, somos «animales racionales»; para Descartes, «sustancias pensantes»; para Marx, seres condicionados por la estructura socioeconómica; y para Freud, impulsados por el inconsciente. Esta cuestión se enlaza con el debate entre libertad y determinismo, preguntándose hasta qué punto nuestras decisiones son autónomas o están condicionadas por factores biológicos, psicológicos y sociales.
El Problema de la Política y la Sociedad
El problema de la política y la sociedad ha sido clave en la historia del pensamiento. Platón propuso una república ideal gobernada por filósofos, mientras que Aristóteles clasificó distintas formas de gobierno. Hobbes defendió un Estado fuerte para evitar el caos, mientras que Locke abogó por un gobierno basado en derechos individuales. Rousseau desarrolló la idea del contrato social como fundamento de la soberanía popular, y Marx criticó el capitalismo, proponiendo una sociedad sin clases. Arendt, por su parte, analizó el totalitarismo y la burocracia como amenazas a la libertad.
El Problema de la Ética y la Moral
El problema de la ética y la moral reflexiona sobre el bien y el mal. Sócrates sostuvo que la virtud es conocimiento, mientras que Kant estableció una ética basada en la razón y el deber. Hume argumentó que la moral es producto de los sentimientos y hábitos, y Nietzsche denunció la moral tradicional como una imposición de los débiles sobre los fuertes. En el siglo XX, el existencialismo de Sartre afirmó la radical libertad humana y la responsabilidad individual en un mundo sin valores absolutos.
Estos problemas siguen abiertos y moldean nuestra comprensión de la realidad, la sociedad y la existencia. La filosofía no solo busca respuestas, sino que nos invita a cuestionar y reflexionar críticamente sobre el mundo y nosotros mismos.
Profundizando en la Filosofía de Hume
El Problema del Ser Humano según Hume
Hume fue un filósofo empirista y escéptico que llevó sus planteamientos hasta las últimas consecuencias, permitiendo al empirismo inglés alcanzar su culminación doctrinal. Fue, además, un filósofo de la modernidad, etapa en la que se produce un giro epistemológico, es decir, la pregunta clave de los pensadores del momento es cómo se puede conocer y a través de qué mecanismos. Sus propuestas epistemológicas las aplica también a la metafísica. Tomando el empirismo como su criterio fundamental, lo emplea en el problema del ser humano, lo que le permite desmoronar el concepto fundamental de la metafísica, convirtiéndola en una ilusión. Hume realiza una crítica a cada una de las tradicionales sustancias cartesianas.
En cuanto a la realidad material (el mundo), afirma que podemos suponer que el mundo existe porque tiene una continuidad y es la causa de nuestras impresiones, es decir, a través de una inferencia causal. Sin embargo, la realidad es solo una suposición que no se puede comprobar ni justificar racionalmente, aunque sea imprescindible para la vida. En cuanto a la sustancia infinita (Dios), la cuestión de su existencia queda invalidada, ya que no se poseen impresiones sensibles de él y tampoco se puede demostrar su existencia a través del principio de causalidad. Por lo tanto, su argumento concluye que no se puede saber nada de Dios racionalmente. Finalmente, en cuanto a la sustancia pensante (el yo), Hume sostiene que solo tenemos intuiciones de nuestras impresiones, pero ninguna de ellas es permanente, sino que se suceden a lo largo de la vida. Para que la idea del yo fuera verdadera, deberíamos poder señalar una impresión específica a la que correspondiera. Aunque todos ven, sienten y poseen impresiones, parece que no existe una impresión que capture directamente la existencia del yo. Sin embargo, Hume afirma que el yo existe por la causalidad, ya que es el sujeto de impresiones, lo que confirma su existencia.
El Problema de Dios según Hume
Hume aborda el problema de Dios desde su posición fenomenista, basada en su crítica a la idea de sustancia y al principio de causalidad. En la Investigación sobre el entendimiento humano (Sección XI), expone sus ideas sobre Dios y la religión, negando la validez de las demostraciones metafísicas de su existencia, ya que no se derivan de impresiones sensibles. Para Hume, la idea de sustancia es falsa, pues no proviene de la experiencia. Por lo tanto, intentar demostrar la existencia de una sustancia infinita (Dios) basándose en ella es inútil. Tampoco acepta los argumentos «a priori», como el ontológico de San Anselmo, pues se basan en el principio de causalidad, que solo es válido dentro de la experiencia. No podemos aplicar este principio a Dios porque no tenemos ninguna experiencia directa de su existencia.
Lo mismo ocurre con los argumentos «a posteriori», como las cinco vías de Tomás de Aquino, que intentan remontarse de los efectos a la causa. Hume analiza con más detalle el argumento cosmológico, basado en el orden del mundo para inferir una causa inteligente. Sin embargo, señala dos errores:
- Uso ilegítimo del principio de causalidad, pues nunca hemos observado una relación necesaria entre Dios y el mundo.
- Atribución excesiva de cualidades a la causa, asumiendo que debe ser más perfecta que el efecto, cuando solo podemos dotarla de las propiedades que efectivamente observamos en el mundo.
Hume sostiene que es posible inferir la existencia de una causa inteligente, pero no extrapolarle atributos como omnipotencia o perfección moral. El error filosófico proviene de tomar como modelo la relación entre un artesano y su obra, lo cual sí podemos observar en la experiencia. En cambio, la supuesta relación entre el mundo y su creador no puede verificarse empíricamente, por lo que el principio de causalidad no se puede aplicar aquí. En consecuencia, la existencia de Dios no es demostrable racionalmente. No existe una impresión sensible que la sustente, ni es legítimo inferirla a partir de la experiencia. Así, el problema de Dios —al igual que el alma— no es un problema filosófico legítimo, ya que supera los límites del conocimiento humano. La actitud más razonable ante este tema es el escepticismo, que implica reconocer los límites de nuestra razón y evitar el dogmatismo.
Como ilustrado, Hume rechazaba la intolerancia, el fanatismo y la superstición, tradicionalmente ligadas a la religión. Aunque fue considerado ateo en su tiempo, no negó tajantemente la existencia de Dios, sino que insistió en que no podía demostrarse racionalmente. Para él, la religión se basa en el sentimiento, el temor y la ignorancia, no en la razón Su postura se acerca al agnosticismo, defendiendo la libertad de creencia sin imposiciones absolutas. En Historia natural de la religión, expresa que la existencia de Dios es un enigma inexplicable, donde la duda y la incertidumbre son el único resultado de nuestra investigación.
El Problema de la Ética y/o Moral según Hume
Para Hume, los valores morales no existen en los objetos mismos, sino que surgen de la constitución del sentimiento y afecto humano (El escéptico). En sus Investigaciones sobre los principios de la moral, expone su rechazo a los sistemas éticos racionalistas que buscan fundamentar la distinción entre el bien y el mal en la razón.
El origen de la moralidad: ¿razón o sentimiento?
Hume sostiene que la moralidad es un hecho: todos hacemos distinciones morales y observamos que los demás también las hacen. Sin embargo, la controversia radica en su fundamento: ¿provienen de la razón, como afirmaban los filósofos clásicos, o del sentimiento? Para negar que la razón sea la fuente de la moral, Hume aplica su teoría del conocimiento, según la cual solo existen dos tipos de conocimiento:
- Conocimiento de hechos (basado en la experiencia).
- Conocimiento de relaciones de ideas (lógico-matemático)
Si la moralidad proviniera de la razón, debería pertenecer a uno de estos dos tipos, pero no ocurre así.
A) La moral no proviene del conocimiento de hechos… Los valores morales no son cualidades objetivas de las acciones. Al analizar un crimen, podemos describir los hechos involucrados, pero no encontraremos en ellos lo «bueno» o lo «malo»; estas categorías son sentimientos de aprobación o desaprobación ante la acción (Investigación sobre los principios de la moral). Además, la moralidad no describe lo que es, sino lo que debe ser. No se puede extraer un juicio moral a partir de la simple observación de los hechos, pues esto implicaría cometer la falacia naturalista, es decir, el paso ilegítimo del ser al deber ser.
B) La moral no proviene del conocimiento de relaciones de ideas… Si la moralidad no es una cuestión de hechos, podría tratarse de una relación entre ideas, como semejanza o proporción. Sin embargo, estas relaciones también existen en los animales y la naturaleza, pero no consideramos sus acciones como morales o inmorales. Un terremoto que causa muertes o un animal con conducta incestuosa no son juzgados moralmente, porque el bien y el mal no existen en las relaciones entre cosas.
C) La moralidad se basa en el sentimiento… Si la moral no se funda en la razón, su origen debe estar en el sentimiento. Cuando aprobamos o condenamos una acción, no es porque percibamos en ella una cualidad intrínseca, sino porque nuestro sentimiento nos lleva a valorarla positivamente o negativamente (El escéptico). Pero, si la moral es subjetiva, ¿cómo evitamos el relativismo? Aunque la moral es subjetiva, la naturaleza humana común asegura patrones morales compartidos. La utilidad es un criterio clave de la moral y fundamento de virtudes como la benevolencia y la justicia. Hume sostiene que la moral se basa en la utilidad y el beneficio social, no en la razón ni en principios absolutos. Destaca que las cualidades más valoradas son las que favorecen a la sociedad, adoptando un enfoque emocional y proto-utilitarista.
El Problema de la Política y/o Sociedad según Hume
La teoría política de Hume se basa en el análisis de los hechos y en el rechazo de hipótesis abstractas o principios filosóficos no sustentados en la experiencia. Para él, la utilidad es el fundamento de la vida social y de las instituciones que la regulan. Este enfoque empírico le lleva a considerar la política como una ciencia, similar a la física o la química. Hume sostiene que las formas de gobierno no dependen de los «humores y temperamentos» de las personas, sino que pueden analizarse empíricamente para extraer conocimientos generales sobre la sociedad, como ocurre en las ciencias naturales. Su concepción científica de la política lo aleja de especulaciones utópicas sobre sociedades ideales, como las de Platón o Tomás Moro, y de teorías que intentan justificar el poder con principios abstractos. Para Hume, la política no trata del “deber ser”, sino de los efectos concretos de las instituciones y sus beneficios prácticos. Si reflexiona sobre la mejora de una organización social, lo hace desde un enfoque pragmático, evaluando la utilidad de determinadas medidas, como la reforma de la constitución.
Las teorías del contrato social suponen que antes de la sociedad existía un estado de naturaleza, en el que los individuos vivían aislados, sin relaciones comunitarias. La sociedad surgiría cuando, mediante un pacto, las personas decidieran abandonar esa condición y aceptar normas colectivas. Hume rechaza esta idea, considerándola una ficción filosófica sin base real. Para él, la sociedad no surge de un acuerdo racional, sino de un deseo natural de unión, que se manifiesta en la familia como núcleo básico. La convivencia social no es una elección consciente, sino una extensión de la vida en común, impulsada por la necesidad de criar a los descendientes y por la constatación de los beneficios de la asociación. Sin embargo, esto no significa que las instituciones sean «naturales». No derivan su legitimidad de la naturaleza humana, sino de convenciones basadas en su utilidad. Las instituciones existen porque benefician a la sociedad, pero no forman parte esencial de ella. De hecho, es posible imaginar una sociedad sin gobierno coactivo. Según Hume (Tratado, 3, 2, 8), las tribus americanas son un ejemplo empírico de que la sociedad puede existir sin un Estado. El gobierno surge con el aumento de las riquezas y la propiedad privada, pues se vuelve necesario proteger los bienes individuales y administrar la justicia. No hay un contrato original que legitime el gobierno; su existencia se justifica únicamente por la utilidad que proporciona. En consecuencia, la obediencia al gobierno no es incondicional, sino que depende del beneficio que aporta. Si deja de ser útil para la sociedad, desaparece la obligación de obedecerlo (Of the Original Contract)