El inicio de la Edad Moderna significó el advenimiento de un periodo marcado por profundas crisis y transformaciones: la desintegración del sistema feudal, la fractura del cristianismo impulsada por la Reforma Protestante, la creciente secularización del Estado y la ruptura con la tradición escolástica basada en Aristóteles. Este escenario abrió el camino para el surgimiento de una Nueva Ciencia y de una filosofía innovadora, centradas en la Naturaleza y en el ser humano, relegando a un segundo plano la revelación divina como fuente exclusiva de verdad. En este contexto, la necesidad de fundamentar el conocimiento se convirtió en la principal preocupación tanto de la filosofía como de la ciencia. Un ejemplo emblemático es el de Descartes, quien, en su Discurso del Método, criticó la educación que no fomentaba el debate, impulsando así la reflexión sobre el origen del saber, sus límites, el criterio de certeza y el método científico. Este proceso dio lugar a dos corrientes filosóficas fundamentales: el Racionalismo y el Empirismo.
El redescubrimiento de las obras clásicas grecorromanas durante el Renacimiento impulsó, además, el escepticismo, una postura que cuestionaba la posibilidad de alcanzar certezas absolutas. Filósofos como Montaigne, Francisco Sánchez y Erasmo de Róterdam promovieron la suspensión del juicio en tiempos de crisis, argumentando que, al evitar debates estériles, se podía alcanzar una mayor tranquilidad mental. Sin embargo, el avance de la Nueva Ciencia introdujo una visión renovada: la matematización de la realidad, el auge de la razón y el método experimental dejaron atrás la búsqueda de esencias inmutables o causas últimas. En este marco, autores como Bacon, Galileo y, especialmente, Descartes, se dedicaron a reformular el método científico, estableciendo nuevos procedimientos para la investigación.
El Racionalismo: La Razón como Base del Conocimiento
Dentro del racionalismo, Descartes se erige como figura central. El filósofo francés afirmó que la razón, inherente y universal en el ser humano, es la base primordial del conocimiento, y defendió la existencia de ideas innatas. Inspirado en la certeza que brindan las demostraciones matemáticas, desarrolló un método basado en la deducción y la evidencia racional, lo que le permitió exponer su célebre “Pienso, luego existo”. Con este fundamento, procedió a demostrar la existencia de Dios y la realidad del mundo, organizando la existencia en tres sustancias: el pensamiento (alma), la extensión (mundo físico) y Dios (la sustancia infinita). Expandiendo la discusión cartesiana, Spinoza llegó a la conclusión de que solo existe una sustancia única, identificada tanto con Dios como con la Naturaleza, lo cual implicaba un universo determinado por leyes inmutables y sin espacio para el libre albedrío. En otra línea, Leibniz introdujo el concepto de mónadas, concebidas como entidades indivisibles e inmateriales, fundamentales para estructurar la realidad en un universo compuesto de infinitas sustancias.
El Empirismo: La Experiencia como Fuente del Saber
En contraste, el empirismo, arraigado en la tradición anglosajona, sostiene que el conocimiento se origina exclusivamente de la experiencia y rechaza la idea de ideas innatas. Locke comparaba la mente con una “tabla rasa”, en la que se van imprimiendo las impresiones sensoriales que constituyen nuestras ideas. Berkeley profundizó esta postura afirmando que lo que llamamos “cosas” son simplemente nuestras percepciones, una visión que lo llevó a una forma de idealismo subjetivo. Hume, por su parte, sostuvo que el conocimiento está confinado a lo que se experimenta a través de los sentidos, negando la existencia de entidades metafísicas como el Yo o Dios. Además, Hume cuestionó la noción de causalidad, argumentando que la relación entre causa y efecto es fruto de la costumbre derivada de la repetición de fenómenos, lo que convierte la certeza en una cuestión de probabilidad y limita las inferencias inductivas en la ciencia.
El debate sobre el origen y los límites del conocimiento alcanzó una nueva dimensión con el criticismo kantiano, que intentó sintetizar los postulados del racionalismo y del empirismo. Para Kant, la experiencia es la materia prima del conocimiento, pero no constituye el conocimiento en sí mismo, ya que el sujeto aporta, mediante estructuras a priori (como el espacio, el tiempo y las categorías), el marco organizador que da sentido a dicha experiencia. Así, su filosofía integra la contribución de la razón innata con la influencia de la experiencia, ofreciendo una visión más completa y equilibrada del proceso cognitivo.
Reflexión Actual: La Importancia de Cuestionar la Verdad en el Siglo XXI
En la actualidad, la sociedad se encuentra inmersa en un entorno saturado de información, donde las redes sociales, los medios digitales, los influencers y la inteligencia artificial difunden datos de manera masiva. Este escenario propicia la circulación de noticias falsas, propaganda ideológica y manipulaciones mediáticas, generando incertidumbre sobre lo que realmente es verdadero. Mientras que en el pasado los racionalistas confiaban en la capacidad de la razón para alcanzar certezas y los empiristas apostaban por la experiencia como única fuente de conocimiento, hoy se evidencia una crisis en la definición misma de la verdad. Con demasiada facilidad se acepta sin análisis crítico aquello que refuerza prejuicios preexistentes, lo que conduce a un relativismo extremo o a un dogmatismo rígido. Este fenómeno, además, intensifica la polarización social y fomenta una “lucha por el relato” entre distintos actores políticos y sociales. La noción de posverdad, entendida como una construcción interesada, se distancia radicalmente del espíritu crítico que promovieron los filósofos modernos. Por ello, es indispensable continuar interrogándonos sobre qué es verdad, ya que solo a través del pensamiento crítico y el análisis riguroso podemos evitar caer en extremos que empobrezcan la capacidad de discernimiento y, en última instancia, arruinen el tejido del pensamiento filosófico. En tiempos de tanta información, la filosofía se erige como una herramienta esencial para construir un conocimiento sólido y fundamentado, necesario para la convivencia y el progreso en la sociedad contemporánea.