Explorando el Racionalismo, Ilustración y Contractualismo: Descartes, Rousseau, Hobbes y Kant

Explorando el Racionalismo, la Ilustración y el Contractualismo

El Racionalismo: Descartes y la Primacía de la Razón

Para el Racionalismo, el hombre es un ser racional, una sustancia cuya cualidad esencial es la razón. En su mente o alma, el ser humano encuentra ideas en las que fundamentar un conocimiento seguro, ideas como las de sustancia, unidad, perfección o infinito. En los racionalistas impera un espíritu matemático que busca una ciencia del todo cierta. El padre de este movimiento filosófico fue el francés René Descartes.

Descartes aplica su «duda metódica» a todos los conocimientos que previamente había adquirido, en su búsqueda de un conocimiento seguro y evidente. Pero queriendo dudar de todo, advirtió que no podía poner en duda que él estaba pensando esto. Llega así a la primera verdad indudable: «Yo pienso, luego existo». De ahí deduce que es una sustancia pensante que para ser no necesita de ninguna otra cosa. Se trata de una mente, espíritu o alma, cuya naturaleza propia es pensar. Después deduce que esta sustancia pensante se halla unida a una sustancia extensa o cuerpo (incluso señala que es a través de la glándula pineal del cerebro). Pero advierte que el alma es eternamente distinta del cuerpo y hasta más fácil de conocer que este y que, aunque el cuerpo dejara de existir, el alma no dejaría de ser lo que es. El cuerpo, por su parte, es una máquina que funciona según las leyes de la física mecanicista, cuya cualidad principal es la extensión, ocupando un lugar y excluyendo de él a cualquier otro cuerpo.

El funcionamiento del cuerpo puede ser descrito como el de una maquinaria de relojería y cualquier órgano o parte de él podría ser sustituido por otro artificial que ejerciese la misma función. El alma, sin embargo, es un ser espiritual consciente de sí mismo y de sus propias operaciones mentales, que percibe el mundo a través de los sentidos del cuerpo y que mueve a este y es su principio de vida.

Descartes advierte que el hombre no es ni perfecto ni causa de su propia existencia, sino que es Dios, el Ser Perfecto, quien lo ha creado y ha puesto en su alma las ideas innatas.

Baruch Spinoza se basará en esto para afirmar que el ser humano no es una verdadera sustancia. Sólo Dios es causa de sí mismo y se identifica con el todo, con la Naturaleza. Cada persona solo es un eslabón del engranaje que constituye el Todo. La libertad del hombre solo es una ilusión.

El Método Cartesiano: Buscando la Certeza

Es objetivo de Descartes construir una ciencia segura para adquirir un conocimiento sobre el que tengamos certeza. Para ello es imprescindible proceder siguiendo un método racional con el que podamos superar nuestras debilidades y vacilaciones. En sus obras «Reglas para una buena dirección del espíritu» y «Discurso del Método» nos expone Descartes su propósito y sus logros con este método. En su Discurso nos da a conocer las cuatro reglas en que consiste su método y que ha resuelto aplicar siempre:

  1. No admitir como verdadera ninguna cosa sin tener evidencia de lo que es y rechazar toda cosa sobre la que nos quepa alguna duda.
  2. Dividir las dificultades en cuantas partes sean necesarias para su solución.
  3. Proceder ordenadamente comenzando por las cuestiones más fáciles y simples para ascender a las más complejas.
  4. Hacer en todo revisiones tan exhaustivas que estemos seguros de no omitir nada.

Estas reglas o preceptos han recibido los nombres de Evidencia, Análisis, Síntesis y Enumeración, respectivamente. El primero de los preceptos es el de mayor importancia, pues se relaciona íntimamente con la «Duda Metódica» y con el «Criterio de Certeza». En efecto, la duda metódica nos hace poner en tela de juicio todo conocimiento con el propósito de alcanzar alguno que sea verdadero. Y es el criterio de certeza el que nos induce a admitir como verdaderos aquellos conocimientos que concebimos de manera clara y distinta. La verdad descansa por lo tanto en la certeza. Los conocimientos verdaderos se nos presentan ciertos y evidentes porque los intuimos intelectualmente. Gracias a la aplicación rigurosa del método llegamos al establecimiento de unos pocos axiomas incuestionables, sobre los que edificaremos deductivamente el conocimiento. De esta manera, Descartes construyó el edificio entero de las Matemáticas, del Álgebra y la Geometría. Después intentó hacer lo mismo en Filosofía, buscando las bases de la Metafísica. Siguiendo la duda metódica, se deshace de todos los conocimientos adquiridos para llegar a una verdad indudable, que tomará como cimiento de la Metafísica: «Pienso, luego existo».

Rousseau y el Contrato Social: La Vuelta a la Naturaleza

Jean-Jacques Rousseau (1712-1778 d.C.) nació en Ginebra (Suiza). De espíritu rebelde, abandonó muy joven a su familia y no siguió estudios sistemáticos. Defendió siempre la libertad de la naturaleza humana, la espontaneidad del instinto frente al condicionamiento de la razón. Aunque pertenece a la Ilustración, fue crítico con ella y antecesor del Romanticismo. Su pensamiento, expresado en obras como «Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres», «Emilio» o «Contrato Social», despertó un gran rechazo en las autoridades, siendo condenado por la Iglesia católica. Por ello Rousseau fue perseguido y vivió errante. Murió en 1778.

Para Rousseau el hombre europeo está desnaturalizado, se le ha privado de su auténtica naturaleza por medio de una rígida educación que la poda y la envilece. En el estado de naturaleza pre-social, los hombres eran seres pre-racionales, sin lenguaje, impulsados por sus instintos, libres de ataduras, animados por su amor propio, buenos y felices. Esta visión de Rousseau se ha llamado «mito del buen salvaje». La característica principal del ser humano era, además de la libertad, su perfectibilidad, su capacidad de desarrollarse y hacerse mejor. Por eso pudo desarrollar la razón. El paso a la sociedad política tuvo que ser escalonado, produciéndose a través de una serie de revoluciones sociales, facilitadas por su evolución propia y por los avances tecnológicos. Pero cada evolución sucesiva creaba un mayor grado de desigualdad entre los hombres, debido al desarrollo cada vez más complejo de la sociedad. La ambición y la desigualdad van creando una minoría de hombres ricos y poderosos frente a una mayoría de hombres pobres y reprimidos. Al establecerse el contrato social se hizo sobre esta desigualdad de partida y esta circunstancia ha perdurado desde entonces y se ha agudizado. La sociedad política resultante del contrato social es la causante de la maldad humana, la causa de los conflictos y las guerras entre los hombres.

En sus obras, Rousseau defiende una «vuelta a la naturaleza», es decir, una reforma integral de la sociedad dirigida a restablecer y respetar la auténtica naturaleza humana, empezando por la educación, que debe ser individualizada y benigna para los niños, para que desarrollen plenamente sus capacidades. En cuanto a la política, debe respetarse la voluntad general, que es el resultado de la soberanía popular. Por eso Rousseau está a favor de la democracia directa y de la república. Los gobernantes deben limitarse a servir a la voluntad general porque el pueblo es soberano.

La Ilustración: Razón, Libertad y Progreso

La Ilustración es un movimiento histórico, cultural y filosófico que se desarrolla en Europa en el siglo XVIII. Comienza en Inglaterra, con la revolución de 1688 y después se expande fundamentalmente por Francia y Alemania. La Ilustración es impulsada tanto por filósofos empiristas como por racionalistas (como Locke y Montesquieu, respectivamente). El siglo XVIII es el siglo de las luces, por la constante metáfora entre luz y razón, por lo que la Ilustración recibe también el nombre de Iluminismo. La Ilustración es una corriente ideológica optimista, que pone su confianza en la razón y en la ciencia, y que quiere romper todas las limitaciones impuestas al libre ejercicio de la razón, que lleva su crítica a campos hasta entonces velados, como el de la religión y el de la política. La Ilustración es la primera cultura laica y se presenta opuesta a la tradición, reaccionando frente a los prejuicios y a la superstición. Su estandarte es la libertad, por eso se muestra rebelde ante lo establecido. Pero bajo el lema del progreso de la humanidad se esconde la ambición de la clase social que la lleva a cabo, que no podía ser otra que la burguesía, que persigue intereses económicos y poder político. El «Antiguo Régimen» se tambalea y los monarcas europeos reciclan el absolutismo en «despotismo ilustrado», acometiendo profundas reformas sociales pero reteniendo el poder.

La razón ilustrada es crítica, también autocrítica, a la vez que rebelde y reformista. Quiere imponer el pensamiento científico, materialista, y por otro lado ensalzar la libertad moral, la tolerancia y la racionalidad aplicada a la sociedad política. Así, los ilustrados ingleses imponen el pensamiento científico y el constitucionalismo liberal, los ilustrados franceses se dedican a la elaboración de la «Enciclopedia», la obra que recogiese todos los frutos de la razón, y promueven la Revolución Francesa de 1789, y los alemanes, como Kant, fundamentan la ética autónoma y una visión racional de la religión. Entre los ilustrados ingleses destacan Newton, Shaftesbury y Locke; entre los franceses, Montesquieu, Diderot, Voltaire y Rousseau; y entre los alemanes destacan Wolff, Lessing y Kant. Toda la obra de Inmanuel Kant puede considerarse la plasmación de un vasto programa ilustrado, que pretende llevar la luz de la razón a todos los campos del conocimiento humano y que se resume en el intento de responder a las cuatro preguntas básicas a las que se reduce la Filosofía.

El Contractualismo: Hobbes, Locke y Rousseau

Es una corriente de pensamiento que tiene su auge en la Filosofía Moderna y que estudia el origen del Estado y fundamenta el poder político. Su precursor fue Platón, quien en su obra «La República» estudió el origen y la constitución del Estado, así como justificó el poder de éste sobre los intereses propios de todos los ciudadanos, incluyendo a los gobernantes. El contractualismo de los siglos XVII y XVIII presupone la existencia de un «estado de naturaleza» de los hombres anterior al contrato social que dio origen al Estado y a la sociedad política. Esta corriente de pensamiento establece que el poder político del Estado se fundamenta en el acuerdo al que llegaron los hombres (contrato social), dejando atrás el estado de naturaleza, para garantizar unos derechos. En lo que se diferencian los contractualistas es en cómo era ese estado de naturaleza previo y en las condiciones del contrato social, lo cual les lleva a justificar o proponer cierto modelo de Estado. Los principales contractualistas fueron Hobbes, Locke y Rousseau.

Teoría Contractualista de Thomas Hobbes (1588-1679)

Según Hobbes, en ese hipotético «estado de naturaleza» previo al contrato social los hombres eran libres, egoístas y antisociales (de ahí su célebre cita «el hombre es un lobo para el hombre») y cada uno usa su propio poder como quiere, triunfando la discordia («la guerra de todos contra todos»). En este estado de competencia y lucha, los hombres se dan cuenta de que si no se avienen a un acuerdo estarán siempre a expensas del egoísmo de los otros, y deciden establecer un pacto y llegar a un acuerdo, por lo que el contrato social es un tratado de paz, por el cual los individuos renuncian a sus anteriores derechos y depositan su poder en el soberano, que será quien dirija el Estado. El soberano conserva todos sus derechos y está por encima de la ley, convirtiéndose el Estado en el dragón «Leviatán» (que es el título de la obra de Hobbes). El contrato entre los hombres genera el Estado, de manera que el origen del poder no es divino sino popular, pero la renuncia de los individuos a sus derechos anteriores es irrevocable y definitiva. A cambio, los ciudadanos reciben protección del Estado. En la sociedad política resultante del pacto, el soberano tendrá el poder absoluto y lo impondrá a través de las leyes o de la fuerza. Hobbes justifica de este modo la Monarquía Absoluta y el orden del conservadurismo, convencido de la maldad natural de los individuos.

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