Descartes, Existencialismo y Kant: Un Recorrido Filosófico

Duda Metódica y Cogito Ergo Sum

En el Discurso del Método, Descartes compara la sabiduría de su época con un edificio viejo y desordenado, que ya no sirve y necesita ser derribado para construir algo nuevo, organizado y sólido: una filosofía unificada. Para hacerlo, cree que es necesario basarse solo en ideas que sean completamente evidentes, ideas claras y distintas. Para lograr esto, decide dudar de todo lo que no sea absolutamente seguro.

Esta duda no significa que Descartes sea un escéptico que no cree en nada, sino que la usa como una herramienta para cuestionar todo lo que no ofrezca certeza total. Su objetivo es encontrar una base firme sobre la cual construir su nueva filosofía, y esa base es la certeza del «cógito» (el hecho de pensar y, por lo tanto, existir).

Etapas de la Duda Metódica

La duda metódica de Descartes pasa por tres etapas cada vez más profundas:

  1. Los sentidos engañan: A veces, lo que percibimos con los sentidos no es real. Esto demuestra que no podemos confiar completamente en ellos. Por lo tanto, no podemos estar absolutamente seguros de que las cosas son como las vemos o sentimos.

  2. La duda del sueño: Aunque los sentidos a veces parezcan fiables, Descartes plantea que no hay forma de saber con certeza si estamos despiertos o soñando. Lo que vemos, escuchamos o experimentamos podría ser tan irreal como un sueño. Esto pone en duda incluso la existencia de las cosas físicas.

  3. El Genio Maligno: Incluso cuando soñamos, las verdades matemáticas como «2+3=5» parecen siempre ciertas. Sin embargo, Descartes lleva su duda al extremo y propone que podría existir un ser engañador, un «Genio Maligno», que nos haga creer en verdades que no son reales. Esto significa que, incluso en lo que creemos que es completamente seguro, podríamos estar equivocados.

De esta forma, Descartes cuestiona todo para encontrar una base absolutamente indudable para el conocimiento.

Descartes llega a una verdad imposible de dudar: aunque todo lo demás pueda ser falso, si estoy pensando, es seguro que existo como alguien que piensa. Este es el famoso «cogito, ergo sum» (pienso, luego existo). Pero esta certeza se refiere únicamente a mi mente, no a mi cuerpo ni al mundo físico, ya que todo eso aún puede ser cuestionado.

Para Descartes, lo que soy es, esencialmente, un ser que piensa. Eso significa que dudar, entender, afirmar, negar, imaginar y sentir son actividades que definen mi existencia. Esta idea de ser una sustancia pensante (res cogitans) es absolutamente clara y distinta, y por eso es cierta.

A partir de esta base, Descartes establece su criterio de verdad: todo lo que perciba con la misma claridad y distinción será verdadero. Sin embargo, la existencia del cuerpo (res extensa) y de otras cosas materiales tendrá que ser demostrada más adelante.

En sus Meditaciones Metafísicas, Descartes concluye que, además de la sustancia pensante, existen otras dos: la sustancia extensa (lo material) y la sustancia infinita (Dios). Así, construye su sistema filosófico desde la certeza del pensamiento.

El Existencialismo y la Filosofía Analítica

El existencialismo y la filosofía analítica representan dos enfoques muy distintos en la filosofía del siglo XX. El existencialismo, con figuras como Kierkegaard, Nietzsche, Heidegger, Sartre, de Beauvoir y Camus, se centra en la experiencia individual y en la existencia humana concreta. Esta corriente enfatiza la libertad, la elección, la responsabilidad y la angustia que acompañan al ser humano, además de la constante búsqueda de sentido en medio de la finitud y la inevitable muerte.

Para Sartre, por ejemplo, la existencia precede a la esencia, lo que implica que cada persona define su identidad a través de sus decisiones y acciones, estando “condenada a ser libre” y enfrentándose a la angustia existencial. Heidegger profundiza en la idea del “Ser-para-la-muerte”, señalando que la conciencia de nuestra propia mortalidad es esencial para vivir de forma auténtica, en contraposición a una existencia inauténtica en la que se evita la responsabilidad de elegir.

En contraste, la filosofía analítica, representada por Bertrand Russell, Ludwig Wittgenstein y los miembros del Círculo de Viena, adopta un enfoque basado en la lógica y el análisis del lenguaje para abordar problemas filosóficos. Según esta corriente, solo las proposiciones que pueden ser verificadas empíricamente o que son tautológicas tienen sentido, lo que lleva a descartar muchas afirmaciones metafísicas, éticas o religiosas como pseudoproblemas.

En el Tractatus Logico-Philosophicus, Wittgenstein sostiene que “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo” y que aquello que no se puede expresar con claridad debe permanecer en silencio. Posteriormente, en sus Investigaciones Filosóficas, Wittgenstein reinterpreta el lenguaje como un juego en el que las palabras adquieren significado por su uso en contextos específicos, sugiriendo que muchos problemas tradicionales surgen de malentendidos lingüísticos. Por su parte, Russell impulsó el desarrollo de la lógica matemática y propuso la teoría de la descripción definida para clarificar cómo nos referimos a las entidades, defendiendo la precisión y claridad como herramientas fundamentales para resolver problemas filosóficos.

Ambas corrientes han influido profundamente en la filosofía contemporánea: mientras el existencialismo explora la complejidad de la vida humana y la responsabilidad de forjar su propio significado a pesar de la angustia y la incertidumbre, la filosofía analítica busca descomponer y esclarecer el lenguaje para eliminar confusiones y alcanzar un conocimiento objetivo. Este contraste evidencia la diversidad de métodos y objetivos en el pensamiento filosófico actual.

Kant y la Ilustración

Kant (Königsberg 1724-1794): es un pensador ilustrado en cuya obra, a la vez que se intenta integrar y superar las dos corrientes más importantes de la modernidad (racionalismo y empirismo), confluyen todos los temas fundamentales que interesan a la Ilustración. La filosofía kantiana no puede ser comprendida adecuadamente si no es desde la perspectiva de los intereses e ideales de la Ilustración. Su obra ha tenido una influencia profunda en la filosofía occidental y ha dejado un impacto duradero en una variedad de disciplinas, incluyendo la epistemología, la ética, la estética y la metafísica. Sus obras principales son Crítica de la razón pura (1781), ¿Qué es la Ilustración? (1784), Crítica de la razón práctica (1788), Fundamentación de la metafísica de las costumbres (1785), Crítica del juicio (1790), La paz perpetua (1795).

Ideas Principales de Kant

  1. El hombre, y en general todo ser racional, existe como fin en sí mismo, no sólo como medio.
  2. Las inclinaciones tienen un valor condicionado, no en sí, ya que su valor viene de que se desee. Las inclinaciones crean necesidades que dan valor a los objetos deseados.
  3. Las inclinaciones en sí mismas no tienen un valor en sí, lo más racional sería no necesitar nada, no crear necesidades.
  4. Los seres irracionales tienen un valor meramente relativo, como medios, y por eso se llaman cosas.
  5. Las personas son seres racionales y fines en sí mismos con un valor en sí, lo que otorga valor a algo es que esté dotado de razón.

En este texto, Kant recoge el sentir de la tercera formulación del imperativo categórico. Tal formulación nos obliga a tratar a los demás, a nuestro prójimo, siempre como un fin en sí mismo, nunca como un medio, nunca como algo que puedo usar para sacar adelante mis propósitos, mis deseos; toda persona, tanto yo como el otro, merece respeto ya que tiene dignidad. El “respeto” mencionado al final del texto es especialmente importante en la ética kantiana, porque es el fruto de la razón práctica que une a los seres racionales entre sí: un ser humano sentirá respeto (mejor dicho: su razón le dirá que lo contemplado tiene un valor en sí) ante las personas cuando reconozca su racionalidad, y por tanto su carácter de semejante.

El amor a los semejantes que predica el cristianismo, o la empatía con el prójimo que decía Rousseau, se transforman en la ética kantiana en una comunidad de seres racionales que se reconocen como tales en la medida en que cada uno de ellos no se encierra en sus inclinaciones (deseos, costumbres, creencias) particulares, sino que se abre a la racionalidad común, que diseña la conducta de cada uno como la conducta deseable por todos. Vemos aquí que la frecuente crítica fácil a los ilustrados como fanáticos de una razón fría nada tiene que ver con lo que dice Kant. Lo que puede unir a los seres humanos para Kant es la razón, tanto en su uso teórico como en el práctico. Ese respeto no sólo es entre las personas, sino hacia uno mismo cuando actúa siguiendo los dictados del imperativo categórico.

Ese respeto hacia uno mismo es la virtud kantiana, lo único que está en nuestra mano conseguir, pues la felicidad, dado nuestro carácter de seres empíricos, siempre estará sujeta al azar de las circunstancias. El sujeto moral se reconoce como digno de respeto porque libremente sigue los dictados de la razón práctica, es decir, hace lo que debe y esa virtud le lleva a verse a sí mismo como merecedor de una felicidad que muy posiblemente en medio de un mundo injusto no obtenga. Pero el valor de sí mismo como sujeto racional resplandece en medio de la podredumbre de un mundo irracional, y ese valor presupone que no todo es lo que vemos aquí. Tarde o temprano, en este mundo o en el venidero, seremos merecedores de la felicidad por lo que hemos hecho a lo largo de nuestra vida en el mundo terrenal.

René Descartes: Fundamentos del Pensamiento Moderno

René Descartes (1596-1650) fue un filósofo, matemático y científico francés, considerado el padre de la filosofía moderna. Contribuyó significativamente al, influyó en campos tan diversos como la filosofía, las matemáticas (desarrollo de la geometría analítica), la ciencia (formulación del pensamiento científico moderno) y la psicología. Su enfoque riguroso y metódico sentó las bases para la filosofía moderna y su legado continúa siendo objeto de estudio y debate en la actualidad.

En su obra más famosa, Discurso del Método (1637), Descartes introdujo su famoso principio de duda metódica: dudar de todo lo que se pueda dudar para llegar a una verdad indiscutible: «Cogito, ergo sum» («Pienso, luego existo»). En su obra Principios de la filosofía (1644), expuso sus teorías sobre la dualidad entre la mente y el cuerpo (la famosa distinción mente-cuerpo) y postuló la idea de que los fenómenos físicos pueden explicarse mediante principios matemáticos. Además, su trabajo Meditaciones Metafísicas (1641) es una obra central en la historia de la filosofía, donde profundiza en temas como la existencia de Dios, la verdad y la naturaleza de la realidad.

La Búsqueda de la Certeza en Descartes

En su búsqueda de un principio firme para la filosofía, Descartes duda de las certezas comúnmente aceptadas. Concluye que «pienso, luego existo» es ese principio.

  • Dado que los sentidos, en ocasiones, nos engañan, pongo en duda la validez de las sensaciones.
  • Como a veces nos equivocamos en los razonamientos matemáticos, supongo que mis demostraciones son falsas.
  • No siempre está clara la distinción entre los sueños y la realidad.
  • «Pienso, luego existo» es una verdad firme y segura que sirve como primer principio de la filosofía.

El Racionalismo de Descartes

El Racionalismo puede considerarse como una reacción frente al escepticismo y frente a la dispersión de escuelas y opiniones filosóficas, una reacción que deposita una plena confianza en el poder de la Razón. De ahí que Descartes comience la construcción de su sistema con la duda (metódica), esforzándose por dudar de todo lo posible. Se trata de una estrategia consciente y deliberada (“quise suponer” …” quería pensar” …) mediante la cual intenta dudar de todo, pero una duda esperanzada en que es posible hallar la verdad. Se trata también de una estrategia en la que Descartes fuerza y “exagera” voluntariamente las posibles causas de duda, pues cuanto más se esfuerce en dudar, si encuentra alguna verdad que resista esa duda forzada, tanto más “firme y segura” será dicha verdad, así lo plantea en el texto.

Efectivamente, puesto que los sentidos me engañan algunas veces, ya no sé si lo hacen siempre; por tanto, tengo que dudar de si las cosas son como los sentidos me enseñan. Como no dispongo de un criterio seguro para distinguir entre el sueño y la vigilia, no tengo más remedio que dudar también de la existencia misma de esas cosas que percibo, de si existen realmente o son sólo “ilusiones”. Y como a veces, en los razonamientos más sencillos me equivoco, puede que me esté equivocando siempre. En las Meditaciones Metafísicas utiliza Descartes el recurso del genio maligno, para poner en duda las “verdades matemáticas”, pues pudiera ser que ese genio maligno me manipulase de tal modo que yo creyese estar en la verdad, cuando en realidad estoy en el error.

En resumen, nos plantea en el texto que no tengo seguridad de si las cosas son como me dicen los sentidos (esencia), ni si existen tales cosas (existencia), ni si estoy siendo manipulado (incluso en el terreno de los razonamientos de la matemática). Todo parece ser susceptible de duda. Una duda que en Descartes es metódica, universal, provisional y teorética.

Pero, aunque “quiera pensar que todo sea falso”, si pienso, yo soy algo. Pienso, luego existo. Aunque todos mis pensamientos sean falsos, tengo que admitir que existo.

Ha logrado Descartes descubrir una verdad indubitable, una verdad “firme y segura”, la “primera piedra” sobre la que edificar su sistema, puesto que cumple perfectamente la primera regla de su método, la de la evidencia: Precepto de la evidencia: “El primero consistiría en no recibir ninguna cosa por verdadera que no la conociese con evidencia que era tal; es decir, evitar con todo cuidado la precipitación, y no comprender en mis juicios nada más que lo que se presentara tan clara y distintamente a mi espíritu que no tuviese ocasión alguna para ponerlo en duda”.

Pero como Descartes concebía la Ciencia como un saber de carácter deductivo, se ve ahora obligado a deducir desde esa primera verdad todo el sistema. Descartes se va a ver obligado a sacar del yo las cosas, no sin dificultades y apoyándose únicamente en la razón.

Como se ve, la confianza de Descartes en el poder de la razón es plena. La información de los sentidos de entrada es para Descartes poco fiable, y aunque luego la recupera, dicha información sólo será válida si confirma las deducciones que la razón ha llevado a cabo desde las ideas innatas. La experiencia sólo interviene para comprobar las suposiciones deductivas más concretas.

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