Racionalismo: La Confianza en la Razón
El racionalismo es un movimiento filosófico, heredero del espíritu racional de la filosofía renacentista. Si en el Renacimiento la razón se había independizado de la fe y comenzaba a hacerlo también del gobierno de los sentidos, es en el racionalismo donde alcanza su máximo poder, pues mantiene una confianza ciega en la razón, como única facultad capaz de acceder a un conocimiento verdadero. El objetivo del racionalismo será el de construir una ciencia segura, basada en un método racional. El racionalismo se extendió por Europa central. Predomina en sus representantes, como Descartes y Leibniz, un espíritu matemático. Por ello, pretenden edificar todo el conocimiento a partir de unos pocos axiomas o principios incuestionables, como se hace en matemáticas. La razón encuentra en sí misma ciertas ideas innatas que conoce intuitivamente (como la idea de substancia) y sobre cuya verdad no es posible dudar, y a partir de ellas se deducen racionalmente todos los conocimientos verdaderos. La ciencia que construyen los racionalistas es así segura y deductiva. Mantienen que las verdades de la metafísica tradicional pueden ser demostradas racionalmente, como la existencia de Dios y la inmortalidad del alma. Su optimismo racional no tiene límites.
René Descartes (1596-1650)
Filósofo y matemático francés, es el fundador del racionalismo y de la filosofía moderna, también es considerado el padre de la geometría moderna, la cual construyó a partir de unos pocos axiomas. Se esforzó por hacer lo mismo en filosofía, para lo cual escribió el “Discurso del Método”, las “Meditaciones Metafísicas” y los “Principios de la Filosofía”. Descartes advirtió que en filosofía no hay nada seguro, que cada filósofo quiere llegar a establecer un método racional con el que poder adquirir conocimientos verdaderos. Con este objetivo, comienza por deshacerse de todos los conocimientos adquiridos, pues cabe dudar de ellos. Su duda es metódica y universal. Los motivos para dudar de los presuntos conocimientos que tenemos son: las falacias de los sentidos, la indiscernibilidad de la vigilia y del sueño, y la hipótesis de un dios engañador o de un genio maligno, que se esfuerzan en engañarnos. De esta manera, la duda metódica desmantela todos nuestros conocimientos. Pero es aquí que Descartes advierte que, queriendo dudar de todo, no podía dudar de su propia existencia. Establece así la primera verdad o axioma, que andaba buscando: “Pienso, luego existo”. De esta primera verdad extrae Descartes el criterio de certeza: todo lo que se conciba de manera clara y distinta ha de ser verdadero. Se trata de una intuición intelectual, de un conocimiento directo de nuestra razón. A partir de otra idea innata, la de perfección, demuestra Descartes la existencia de un ser perfecto, Dios, en una variante del argumento ontológico de San Anselmo. Dios aparece como la garantía del conocimiento en toda la filosofía cartesiana.
El filósofo francés deduce la existencia de tres tipos de substancias: la Substancia Perfecta e Infinita (Dios), la substancia pensante (el alma humana) y la substancia extensa (el cuerpo humano, el universo). El hombre es una substancia finita pensante unida a una substancia finita extensa. En cuanto al universo, es pura extensión, puro espacio, que funciona según las leyes del movimiento, como una gigantesca máquina. La filosofía cartesiana estuvo prohibida en Francia, pero poco a poco se fue extendiendo por toda Europa, fomentándose así el racionalismo.
Baruch Spinoza (1632-1677)
Filósofo holandés que siguió los pasos de Descartes y se ilusionó con el poder de la razón. Su obra principal fue la “Ética demostrada según el orden geométrico”. Spinoza parte de la idea innata de substancia, definida como “lo que existe en sí mismo y por sí mismo”, de lo que deduce que existe una sola substancia, Dios, que se identifica con el todo, la naturaleza, desembocando en un verdadero panteísmo. Los hombres no son sino partes del todo infinito, eslabones de la cadena ordenada y necesaria que es la naturaleza. La independencia y la libertad son ilusiones humanas.
Gottfried Wilhelm Leibniz (1646-1716)
Filósofo y matemático alemán (descubrió el cálculo infinitesimal, junto con Newton). En su breve obra “Monadología” defiende la existencia de infinitas substancias. A las substancias simples las llama mónadas, y a Dios, al crearlas, estableció una armonía entre ellas. Leibniz estableció el famoso principio de razón suficiente, según el cual todo lo que llega a ser tiene al menos una razón o motivo.
Empirismo: El Conocimiento a Través de la Experiencia
El empirismo es un movimiento filosófico que surge en las Islas Británicas a mediados del siglo XVII, como reacción al racionalismo centroeuropeo y que tiene sus orígenes en la investigación científica del final de la Edad Media. Su precursor es Guillermo de Ockham y su profeta en la filosofía renacentista es Francis Bacon. En los siglos XVII y XVIII los principales filósofos empiristas fueron Locke, Berkeley y Hume, que influyeron poderosamente en la filosofía posterior.
El empirismo es una teoría del conocimiento. Estudia cómo funciona el entendimiento humano, cuál es la fuente de sus ideas o contenidos y cuál es la validez de las ideas metafísicas. Todos los empiristas están de acuerdo en que la única fuente de todos nuestros conocimientos es la experiencia sensible, es decir, las percepciones de nuestros sentidos, pues cuando nacemos nuestra mente está en blanco (teoría de la “tábula rasa”). Niegan que existan ideas innatas. Nuestros sentidos son fiables y el criterio de certeza es la evidencia sensible. Proponen una ciencia experimental, cuyo método es el inductivo, basada en la probabilidad. El problema del conocimiento para los empiristas es la validez de las ideas compuestas que genera la mente. Es el caso de las ideas de substancia, mundo o causa, que parecen rebasar los límites de la experiencia sensible, y que por lo tanto no se pueden constatar empíricamente. Los empiristas rechazan la existencia de los universales, que para ellos son solo nombres, siendo los máximos defensores del Nominalismo.
John Locke (1632-1704)
Fundamentó el empirismo en su obra “Ensayo sobre el entendimiento humano”, donde defiende la teoría de la “tábula rasa”. Defiende también que todo conocimiento es de ideas, que son representaciones de las cosas cuando la mente las percibe o contempla. Admite que existen las cosas reales, que son las que producen nuestras percepciones. Las ideas simples son todas verdaderas (como la idea de verde o de calor). El problema del conocimiento está en la validez de las ideas compuestas que construye nuestra mente, como la idea de substancia con la que nos referimos a un conjunto de ideas simples unidas por la contigüidad, pero de la que no podemos decir que sea (es un “no sé qué”), porque no tenemos ninguna percepción que corresponda a la substancia.
George Berkeley (1685-1753)
Este obispo irlandés escribió una obra titulada “Principios del Conocimiento humano”, con la que pretendía eliminar el materialismo y el ateísmo. Para Berkeley, no hay nada tras nuestras ideas, o sea, no hay “cosas reales” ni “seres materiales”, sino que el ser de nuestras percepciones consiste y termina en ser percibidas. Solamente existen seres espirituales, que perciben, y las ideas percibidas, que no pueden existir sin ser percibidas, no independientemente de la mente que las percibe.
David Hume (1711-1776)
Filósofo escocés que llevó las tesis empiristas a sus últimas consecuencias. Sus obras fundamentales fueron: “Tratado de la naturaleza humana” e “Investigación sobre el conocimiento humano”. Para Hume, nuestra razón no es libre ni puede por sí sola engendrar ninguna idea original, sino que todas nuestras ideas son copias de nuestras impresiones. En este punto Hume distingue entre impresiones e ideas. Las impresiones son producidas por nuestros sentidos externos o internos, se perciben pasivamente y son siempre actuales. Las ideas, sin embargo, son producidas por la mente activamente y son copias de impresiones del pasado (ej: cuando vemos la pizarra, tenemos impresiones, cuando la recordamos o soñamos tenemos ideas). No hay pues ideas innatas.
El problema del conocimiento estriba en la validez que tengan nuestras ideas, pues las impresiones son siempre verdaderas. Como las ideas simples provienen siempre de las impresiones, son también verdaderas (ej: mi recuerdo del color verde de la pizarra es verdadero, porque es una copia de mi impresión del verde de la pizarra). Pero nuestra mente está continuamente asociando ideas y produciendo ideas compuestas. El problema del conocimiento se reduce entonces al de la validez que tengan esas ideas compuestas por nuestra mente. En el caso de las relaciones entre ideas (ej: un cuadrado tiene más lados que un triángulo), el problema se resuelve mentalmente, porque su contrario es imposible, por lo que no hace falta demostrarlo experimentalmente. Pero en el caso de las cuestiones de hecho (ej: el color de la nieve es el blanco) la única forma de solucionar el problema es ir a las impresiones correspondientes, pues su contrario no es imposible.
Hume aplica su teoría a las ideas de la metafísica y de la teología. Cuando decimos que “el alma es inmortal”, “Dios existe”, “el mundo es eterno”, etc., no estamos estableciendo relaciones entre ideas (pues su contrario es posible), sino cuestiones de hecho. El único modo de comprobar su validez sería ir a las impresiones correspondientes. Pero ¿tenemos alguna impresión del alma, de Dios, de la eternidad, etc.? No. Según Hume, se trata de ideas ficticias, creadas o imaginadas por nuestra mente y perpetuadas por el lenguaje. En cuanto a la idea de “substancia”, no tenemos impresión alguna de que sea, pues nuestras impresiones son siempre particulares (ej: no tenemos impresión de la substancia “rasa”, sino solo impresiones simples de su color, su aroma, etc.). También la idea de “yo” es ficticia, pues no tenemos impresión alguna de qué sea el yo. Ni siquiera tenemos impresión de la idea de “causa”, por lo que la ciencia pierde su seguridad, dado que no hay impresión de que algo produzca otra cosa. Solo por el hábito, por costumbre, creemos que estas cosas existen. Pero esta creencia no está fundamentada en un conocimiento cierto y seguro. Como nuestras impresiones son siempre actuales nada podemos asegurar acerca del futuro.
El Empirismo Moral de Hume
Con su “Tratado de la naturaleza humana” Hume no pretendía solo establecer los principios del conocimiento, sino que aplica también su empirismo en la fundamentación de la moral. Contrariamente a los filósofos griegos, que basaban la ética en la razón, en regular la conducta racionalmente, Hume señala que las valoraciones y las máximas morales no provienen de la razón, sino del sentimiento, de las emociones. Según él, la razón no tiene la facultad de conocer la moralidad de las acciones, ni la potestad de regir la conducta conforme a unos principios morales. Es en el sentimiento interior de aprobación o de reprobación, donde basamos las valoraciones morales, y es el propio sentimiento el que nos impulsa a obrar moralmente.
Cuando presenciamos un hecho que despierta en nosotros un sentimiento de reprobación, que puede llegar al propio sufrimiento por empatía y a la total indignación, censuramos moralmente ese hecho y lo calificamos como malo, injusto, odioso o indigno. Por el otro lado, cuando presenciamos un hecho que despierta en nuestro interior un sentimiento de aprobación, que puede llegar a la alegría y al aplauso, alabamos moralmente ese hecho y lo calificamos como bueno, justo, admirable o encomiable. Esos mismos sentimientos son los que nos impulsan a nosotros mismos a realizar los actos que aprobamos y que nos impiden cometer los actos que reprobamos.
En cuanto al origen de los sentimientos morales, Hume observa que es de los demás de quienes los aprendemos, pues los hombres necesitamos vivir en sociedad. Lo que es bueno para la sociedad en su conjunto es lo que aprobamos como justo. Lo que es malo para la sociedad es lo que reprobamos como injusto. Hume advierte que la justicia se practica más entre individuos, pues unos necesitamos de otros, que entre los estados, porque estos son prácticamente autosuficientes. Pero las personas debemos compartir los recursos, de ahí la necesidad de la moral.
Filosofía del Renacimiento: Una Introducción
Aunque no existen límites absolutamente definidos en la historia del pensamiento, puede decirse que la filosofía cristiana o medieval termina con Guillermo de Ockham y que la filosofía renacentista comienza con Nicolás de Cusa. La filosofía crítica de Ockham da la impresión de constituir el cierre de una época. En el Renacimiento presenciamos un tiempo de grandes cambios: económicos, como el auge de la burguesía y del incipiente capitalismo; políticos, como el surgimiento de los estados frente al régimen feudal de los pequeños reinos; técnico-científicos, como las mejoras en la navegación o los inventos de las armas de fuego y de la imprenta; religiosos, cismas en la iglesia; o artísticos, el arte sale de la iglesia y se expande por el mundo civil. Acompañando y promoviendo estos cambios, tenemos una profunda transformación ideológica y filosófica.
Si la relación entre la razón y la fe había inspirado ilimitadamente el pensamiento filosófico medieval, desde San Agustín hasta Guillermo de Ockham, la filosofía renacentista se caracteriza por un resurgir de la independencia de la razón, que es considerada ahora como la única facultad capaz para filosofar, sin tener que rendir cuentas a la fe. Esto acarreará problemas a los filósofos y a los científicos, pues la Santa Inquisición muestra en esta época una gran fuerza y los vigilará de cerca, tomando medidas drásticas para acabar con las herejías. Por lo tanto, en el Renacimiento, la filosofía se declara autónoma, recuperando la independencia de la que gozó en la antigua Grecia, y se dedica sobre todo a promover una nueva ciencia que haga progresar al hombre, y también a inspirar a un nuevo modelo de política.
La Nueva Ciencia Renacentista
Nicolás de Cusa (1401-1464)
Es considerado el primer filósofo renacentista. Afirma la infinitud de Dios y que solo Dios puede conocer la verdad absoluta. En su obra “La docta ignorancia” advierte que el hombre debe aceptar su ignorancia (como Sócrates) respecto de la verdad absoluta. De esta manera, el hombre adquiere la docta ignorancia, que es el punto de partida para dedicarse sinceramente al conocimiento. El hombre solo puede aspirar a una verdad humana, y para ello debe establecer conjeturas (hipótesis), que son aproximaciones a la verdad, el medio de que dispone la razón humana para conocer el mundo.
Nicolás Copérnico (1473-1543)
Fue un hombre del Renacimiento, canónigo, médico y astrónomo. Siguió el camino indicado por Nicolás de Cusa y, después de meditadas observaciones astronómicas, estableció una innovadora conjetura de enorme importancia en la historia del conocimiento: el heliocentrismo. En su obra “La revolución de las órbitas celestes” propone un sistema heliocéntrico como una conjetura para explicar y comprender mejor los fenómenos observados en los cielos. En este sistema se otorgaban varios movimientos a la Tierra, uno alrededor del Sol que producía las estaciones y los años, otro entorno a sí misma, una vez cada 24 horas, que producía los días y las noches, así como el aparente movimiento de todo el cielo. Con esta conjetura, la razón se independiza del gobierno de los sentidos, pues estos atestiguan que todo gira en torno a la Tierra, mientras que la razón establece que es nuestro planeta el que se está moviendo.
Giordano Bruno (1548-1600)
Fue un filósofo que llevó una vida llena de incidencias, siempre huyendo de la Inquisición por sus teorías. Bruno condujo la conjetura heliocéntrica a sus últimas consecuencias. Según él, el Sol es solo el centro de nuestro sistema planetario, pero no del universo, porque el universo es infinito y cada estrella que vemos en el cielo es un sol que a su vez tiene su propio sistema planetario. Algunos de estos planetas estarían también habitados. La Santa Inquisición consideraba heréticas esta y otras teorías suyas. Finalmente fue apresado y juzgado. Como no quiso retractarse, fue quemado vivo en Roma en el año 1600.
Francis Bacon (1561-1626)
Fue el filósofo más importante del Renacimiento inglés y un profeta de la ciencia futura. Criticó la ciencia aristotélica, todavía imperante en su época, en su obra “Novum Organum”, en la que habla de los nuevos métodos que ha de tener la ciencia si quiere progresar: la experimentación.