Uso teórico y uso práctico de la razón
Aunque Descartes no lo expresó así, podemos distinguir dos usos de la razón humana: el uso teórico y el uso práctico. Por el primero se entiende el uso de la razón cuando pretende conocer, es decir, el uso del entendimiento cuando, mediante juicios, aspira a la verdad. Como sabemos, éste es el uso de la razón que, según Descartes, exige de la duda metódica.
El uso práctico de la razón, en cambio, es el que empleamos cada vez que nuestra voluntad decide una acción. Es el uso cotidiano que afecta a nuestras costumbres y hábitos. Mediante la voluntad producimos acciones, y lo hacemos constantemente. A diferencia del uso teórico, cuando razonamos en la práctica tenemos la urgencia de decidir. Y esa urgencia nos hace a veces ser precipitados o demasiado prevenidos. A este ámbito de la razón pertenece la moral, es decir, los valores que fundamentan las decisiones de la voluntad, y también la política, los valores que rigen la sociedad. En el uso práctico de la razón, y a diferencia del uso teórico, no podemos permitirnos la duda, porque la acción nos urge a decidir. Así, puesto que decidir es urgente, y las decisiones comportan valores morales, necesitamos alguna moral que nos ayude a decidir. Por eso dice Descartes que, mientras en el ámbito teórico había puesto todo en duda, en el práctico “hube de arreglarme una moral provisional”
La moral provisional
Que su moral sea “provisional” o “a modo de provisión” puede entenderse en dos sentidos: 1) Es una “moral provisional” porque en su reflexión teórica Descartes se halla inmerso en la duda, y sabe que el proyecto filosófico y científico precisa tiempo para ser desarrollado. Sin embargo, mientras desarrolla ese proyecto, debe seguir viviendo y tomando decisiones (para las que no tiene tanto tiempo). Por eso,“mientras tanto”, precisa algunas “recetas morales”, que además tal vez puedan ser desarrolladas en un futuro, cuando la ciencia aplique el método con éxito. 2) Es una “moral a modo de provisión” en el sentido de ser una “moral mínima”, una moral suficiente para las necesidades de la vida. Descartes concibe la moral como ciertos principios de los que no se puede dudar si se quiere vivir lo más feliz posible. Podemos decir que para Descartes la moral siempre es provisional, pero que necesitamos ciertas máximas de prudencia “a modo de provisión” para aplicar en los diferentes problemas morales concretos.
Aunque sabe que se puede equivocar, en la práctica necesita actuar y por tanto correr ese riesgo. Porque además el mundo práctico es el mundo de la libertad, y por tanto de la posibilidad del error; ese error podrá limitarse con ciertas reglas de prudencia, pero nunca podremos aspirar a la certeza absoluta en el terreno de la voluntad. Por esa razón, un espíritu reflexivo (razonable) no puede ni debe pretender el mismo grado de verdad en la ciencia que en la moral. Ahora bien, que la moral no tenga la certeza de la ciencia, no significa que no tenga valor. La certidumbre (práctica) que nos proporcionan las máximas o principios de la moral es suficiente para vivir.
Máximas de moral provisional
Siguiendo en buena medida las propuestas de la ética estoica, Descartes establece tres reglas o máximas que debe aceptar en la vida práctica quien quiera ser feliz. No se trata de mandamientos o dogmas, sino de criterios generales ante la necesidad de tomar decisiones. Todos ellos están presididos por la prudencia necesaria para evitar la precipitación y la prevención, y por tanto, aunque no se derivan del método, son coherentes con él.
Regla primera: “Seguir las leyes y las costumbres de mi país. . y las opiniones más moderadas.” Entrando en aparente contradicción con apartados anteriores, ahora Descartes afirma querer seguir, en el plano práctico, las leyes y costumbres e incluso la religión en que había estado educado desde la infancia. La voluntad puede ser inconstante y débil, y por eso necesitamos leyes y costumbres que nos ayuden a decidir. Descartes no nos está proponiendo aceptar pasivamente “cualquier opinión”, sino sólo aquéllas más sensatas. ¿Y cómo sabemos cuáles son las opiniones más sensatas? Reconociendo las que, por su prudencia, más probablemente serán mejores en la práctica. Podemos decir que la moral de Descartes es probabilista y pragmática. Confía tanto Descartes en el criterio de la práctica, que nos propone estar más atentos a lo que la gente hace que a lo que dice, es decir, es más sensato seguir lo que las gentes hacen habitualmente (cuando está regido por la experiencia y la prudencia) que lo que las gentes dicen creer (que a menudo se contradice con lo que hacen).
Regla segunda: “Ser en mis acciones lo más firme y resuelto que pudiera”. Una vez hemos tomado una decisión, según Descartes, debemos ser firmes en la aplicación de la misma. Aunque las opiniones siempre pueden ser dudosas, debemos seguirlas, una vez aceptadas, como si fuesen segurísimas. Y eso debe ser así porque si no la voluntad permanece inconstante, y eso nos genera angustias y debilidades. Las voluntades débiles se dejan arrastrar, por eso la constancia es condición para la virtud. Por eso, aunque nunca tendremos las opiniones mejores, debemos aceptar las más probables y seguirlas con firmeza como si fueran muy verdaderas y muy ciertas.
Regla tercera: “Procurar siempre vencerme a mí mismo antes que a la fortuna, y alterar mis deseos antes que el orden del mundo”.Esta máxima es de clara inspiración estoica. Así, Epicteto, el filósofo estoico y esclavo romano, afirmaba: “No pretendas que las cosas sean como las deseas, deséalas como son”. Es decir, cambiar mis deseos sobre el mundo resulta más fácil y provechoso que pretender cambiar el mundo. Los estoicos distinguían entre las cosas que no dependen de nosotros (las cosas externas) y las que sí dependen de nosotros, como los pensamientos. La felicidad consiste en utilizar correctamente los pensamientos, y así aceptar que respecto a lo externo no puedo dominarlo ni saberlo todo. La felicidad consiste en no querer más de lo que puedes, ése es el ideal de sabiduría: que nada hay enteramente en nuestro poder sino nuestros propios pensamientos. Se trata, por lo tanto, de controlar nuestras pasiones y deseos mediante la razón.
Conclusión: “Emplear toda mi vida en cultivar mi razón y avanzar en el conocimiento de la verdad, siguiendo el método”. La moral de Descartes, aunque no puede aspirar a la certeza de la razón teórica, es coherente con el racionalismo cartesiano. Su finalidad última es la “tranquilidad de espíritu”, y eso es la felicidad para Descartes. La seguridad moral que le ofrecen las tres máximas le permitirá seguir su reflexión teórica, aplicar la duda metódica en el terreno del conocimiento y desarrollar el método. Y mientras tanto, en la práctica, la duda no afectará a esas reglas ni tampoco a las “verdades de fe”, es decir, a las creencias religiosas que van más allá de la razón (la voluntad ha de afirmarlas pero el entendimiento no puede ofrecer un conocimiento claro y distinto de las mismas).
Y tal vez cuando la ciencia desarrolle el método y las investigaciones permitan un mayor dominio del mundo, estas máximas se puedan concretar en una ética apoyada por las luces del saber. Mientras tanto (y en cualquier caso), estas reglas de sabiduría moral son necesarias y suficientes para vivir bien.