Descartes y el Cogito: Origen y Significado en la Filosofía

El Cogito Cartesiano: Fundamento del Conocimiento y Criterio de Verdad

Para fundar la filosofía, hay que basarse únicamente en evidencias absolutas. Descartes usa la duda metódica, duda de todo para ver si queda algo indubitable y cierto. Pero advierte en seguida que, aun queriendo pensar que todo es falso, era necesario que yo, que lo pensaba, fuese alguna cosa.

“Y al advertir que esta verdad –pienso luego soy (cogito, ergo sum, Je pense, donc je suis)- era tan firme y segura que las suposiciones más extravagantes de los escépticos no eran capaces de conmoverla, juzgué que podía aceptarla sin escrúpulos como el primer principio de la filosofía que buscaba”

El cogito es la primera verdad en el orden del conocimiento; y ello en dos sentidos: por una parte porque es la primera verdad a la que llegamos cuando hacemos uso de la duda metódica, y en segundo lugar porque a partir de ella podemos fundamentar todas las demás. En relación con la famosa frase “pienso, luego existo” es necesario hacer las siguientes precisiones:

Aunque Descartes presenta este conocimiento en forma de razonamiento (“luego…”) no llega a esta verdad a partir de una demostración. No llega de esta manera porque la duda metódica (particularmente la hipótesis del genio maligno) pone en cuestión precisamente el valor de la razón deductiva. Además, como nos dice el propio Descartes en su “Respuesta a las Segundas Objeciones” si esta proposición fuese la conclusión de algún silogismo, habríamos necesitado conocer previamente la mayor “todo lo que piensa es o existe” la cual se fundamenta precisamente en la observación de que uno mismo no puede pensar si no existe, puesto que las proposiciones generales las obtenemos del conocimiento de las particulares. El “cogito, ergo sum” es una intuición.

En Descartes pensar tiene un significado genérico y viene a ser sinónimo de contenido psíquico. El propio Descartes nos dice que con la palabra “pensar” entiende “todo lo que se produce en nosotros de tal suerte que lo percibimos inmediatamente por nosotros mismos; por esto, no sólo entender, querer, imaginar sino también sentir es la misma cosa aquí que pensar”. El rasgo común a entender, querer, pensar, sentir, (y pensar en sentido estricto, pensar como razonar o conceptualizar) es el que de ellos cabe una percepción inmediata, o en nuestro lenguaje, que todas estas vivencias tienen el atributo de la consciencia. Todo acto mental presenta la característica de ser indudable, ninguno de ellos puede ser falso, por lo que valdría tanto decir “recuerdo, luego existo”, “imagino, luego existo”, “deseo, luego existo”, “sufro, luego existo”, que “pienso luego existo”. San Agustín anticipó esta primera verdad con su “si fallor, sum”, si me equivoco, existo; aunque en San Agustín este descubrimiento no tiene la importancia que tiene en la filosofía cartesiana.

El cogito se va a convertir en criterio de verdad: en la proposición “pienso, luego existo” no hay nada que asegure su verdad excepto que se ve con claridad que para pensar es necesario existir. Por eso podemos tomar como regla general que “las cosas que concebimos más claras y más distintamente son todas verdaderas”.

Descartes obtiene el criterio de verdad a partir de la primera verdad descubierta con el ejercicio de la duda metódica. Lo que garantiza la verdad de la proposición “pienso, luego existo” es su claridad y distinción, por lo que podemos aceptar como “una regla general que todas las cosas que percibo muy clara y distintamente son verdaderas” (“Tercera Meditación”).

Como ejemplo de claridad y distinción, y de sus opuestos, oscuridad y confusión, cabe poner ejemplos tomados de la percepción. Cuando decimos “el gato está encima de la cama” mi conocimiento es “claro” si estoy viendo al gato encima de la cama; es “oscuro” si hago dicho juicio sin tener delante de mí a dicho gato. Si miro por la ventana al último árbol del jardín, las ramas que tiene se me presentan de forma “confusa”, ya que no soy capaz de ver con precisión cada una de ellas, las percibo mezcladas unas con otras, no veo con distinción los límites de cada una de ellas. Desde el punto de vista cartesiano también cabe claridad y distinción de conocimientos intelectuales.

Respecto de la proposición “pienso, luego existo”, se tiene un conocimiento “oscuro”, pues, nos limitamos a repetir sin evidencia la frase cartesiana. Si conocemos cada uno de los pasos de la duda metódica, tenemos un conocimiento “claro”. Si no podemos separar nuestros estados emocionales de nuestros pensamientos, tenemos un conocimiento confuso.

Descartes llama intuición a todo acto mental que capta una realidad con claridad y distinción. El error aparece cuando nuestra voluntad nos lleva a asentir a proposiciones que no se muestran con claridad ante nuestra mente. Si sólo aceptásemos como verdadero aquello que se presenta con claridad, nunca nos equivocaríamos. Las demostraciones geométricas tienen precisamente certidumbre porque se fundan sólo en la evidencia, en la claridad. Tenemos evidencia plena de las nociones comunes (verdades eternas que descansan en nuestras propia razón) y de las naturalezas simples: “de la nada no puede hacerse algo”, “una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo”, “el que piensa no puede dejar de ser o de existir mientras piensa”, …

De todos modos este “criterio de verdad” no tiene total garantía hasta que no se demuestra la existencia de Dios y su bondad, y ello, básicamente, por la radicalidad de la duda metódica: la hipótesis del genio maligno pone en cuestión incluso la veracidad de aquello que parece mostrarse como más evidente (con claridad y distinción), por ejemplo que dos más tres sean realmente cinco, y llega a cuestionar la propia matemática, tanto las proposiciones matemáticas a las que se llega por deducción, como las verdades más simples a las que parece llegarse por intuición. Muchos lectores de las “Meditaciones metafísicas” han señalado que en este punto Descartes parece caer en un círculo vicioso: podemos llegar a la demostración de la existencia de Dios si vemos con “claridad y distinción” que cada uno de los pasos que seguimos en la argumentación es verdadero. Pero, a su vez, la claridad y distinción como criterio de verdad para conocimientos que no son los del cogito, sólo queda suficientemente justificada si Dios existe.

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