Descartes, Dios y Hume: Explorando los Límites del Conocimiento

El Conocimiento según Descartes: Método y Certeza

Descartes, en su teoría del conocimiento, sostiene que la certeza depende del método, no del objeto. A diferencia de la filosofía aristotélica, que busca una verdad objetiva, Descartes cree que cualquier persona con el método adecuado puede conocer la verdad. Afirmaba que nuestra mente funciona a través de dos procesos: la intuición (conocimiento inmediato de una idea sin necesidad de razonamiento) y la deducción (razonamiento elaborado donde conectamos varias ideas). Para Descartes, el conocimiento verdadero proviene de la intuición, que no depende de la experiencia externa, sino de la coherencia interna de nuestras percepciones.

Para garantizar que nuestras intuiciones son verdaderas, Descartes propone un método de autoexamen que consta de cuatro pasos:

  1. Evidencia: No dar nada por cierto que no sea evidente, es decir, aquello que no pueda ser puesto en duda racionalmente. La evidencia es la cualidad de ser indubitable y se logra cuando una idea es clara y distinta, es decir, bien definida y diferenciada de otras.
  2. Análisis: Descomponer problemas complejos en partes simples y claras.
  3. Síntesis: Reconstruir el todo a partir de esas partes simples, comprobando que las partes sean coherentes entre sí.
  4. Enumeración: Realizar un recuento de todo lo analizado para asegurarse de que no se ha omitido nada importante.

A pesar de este método, Descartes plantea la duda metódica, que extiende la duda a todas las percepciones, incluso aquellas que parecen evidentes. A través de esta duda radical, cuestiona todo lo que sabemos, incluidos nuestros propios recuerdos y percepciones sensoriales, y plantea tres razones fundamentales para dudar: la posibilidad de error en nuestras percepciones, la dificultad de distinguir entre sueño y vigilia, y la hipótesis de un Dios o genio maligno que podría estar engañándonos. La duda cartesiana busca una certeza indudable y, al llegar a dudar de todo, Descartes se da cuenta de que, al dudar, está pensando; esto hace que sea un ser pensante; como está pensando, existe, lo que le lleva a su famosa conclusión: Cogito, ergo sum («Pienso, luego existo»). Esta es la primera certeza indudable: el hecho de que duda implica que existe.

A partir de esta base, comienza a analizar el contenido de la conciencia y distingue entre distintos tipos de ideas:

  • Ideas adventicias: Están en mi mente pero no dependen de mi voluntad.
  • Ideas facticias: Producidas por mi mente a través de las imágenes que ya conocía (por ejemplo, un unicornio).
  • Ideas innatas: Aparecen en mi mente sin venir del exterior (Dios o perfección).

La Función de Dios en la Filosofía de Descartes

En Descartes, el problema teológico juega un papel central, ya que es la clave para resolver la duda metódica y garantizar la certeza del conocimiento. Después de aplicar su duda radical, Descartes concluye que la única certeza absoluta es que piensa y, por lo tanto, existe. Sin embargo, para que sus percepciones y razonamientos sean fiables, necesita una garantía de que no está siendo engañado, lo cual lo lleva a plantear la cuestión de la existencia de Dios.

Para Descartes, la idea de Dios es una idea clara y distinta, lo que significa que es tan evidente y bien definida que no puede ser puesta en duda, ya que las ideas claras y distintas son las únicas que pueden considerarse verdaderas. Descartes presenta tres argumentos principales para demostrar la existencia de Dios:

  1. Argumento ontológico: La idea de Dios, entendida como un ser perfecto e infinito, es inherentemente clara y distinta. La existencia de Dios es necesaria, ya que si podemos concebir un ser perfecto, entonces ese ser debe existir, pues la existencia es una perfección.
  2. Argumento causal: Toda causa debe ser proporcional a su efecto. Dado que en nuestra mente existe la idea de un ser perfecto e infinito, esa idea debe tener una causa que sea igualmente perfecta e infinita. Como los seres humanos somos finitos e imperfectos, no podemos ser la causa de esa idea. La única causa coherente es un ser que realmente tenga esas cualidades: Dios.
  3. Argumento de la claridad y distinción: Nuestra capacidad para tener ideas claras y distintas proviene de la certeza misma que se encuentra en nuestra naturaleza, la cual es puesta en nosotros por un ser perfecto y no engañoso. Si Dios es perfecto y no engaña, las ideas claras y distintas que poseemos, como la idea de Dios mismo, deben ser verdaderas.

Las implicaciones de estos argumentos son significativas. Descartes demuestra que la existencia de Dios es fundamental para garantizar la verdad de las ideas claras y distintas. Además, al afirmar que nuestra idea de un ser perfecto e infinito no puede ser producto de nuestra mente limitada, Descartes refuerza la idea de que la existencia de Dios es necesaria. La existencia de Dios sirve como garantía de que nuestra percepción de la realidad es confiable.

Si Dios es perfecto, no podría ser un engañador. Este principio es esencial para resolver la duda metódica. La existencia de un Dios perfecto, que no nos engaña, asegura que nuestras facultades cognitivas son confiables. Descartes utiliza la existencia de Dios como una garantía última de que el conocimiento que obtenemos a través de la razón es verdadero.

El argumento ontológico también juega un papel importante. Si podemos concebir a Dios como un ser perfecto, entonces debe existir necesariamente, porque la existencia es una cualidad inherente a la perfección.

En resumen, el problema de Dios en Descartes se convierte en la piedra angular de su filosofía. La existencia de Dios no solo da origen a la idea de un ser perfecto e infinito en nuestra mente, sino que también actúa como la base para garantizar que nuestras percepciones y razonamientos, cuando son claros y distintos, son verdaderos. Esto permite a Descartes superar la duda metódica.

El Conocimiento según Hume: Empirismo y Escepticismo

David Hume se centra en la naturaleza y los límites de lo que podemos conocer, y está profundamente vinculado a su teoría empirista. Hume argumenta que todo conocimiento proviene de la experiencia sensorial, es decir, de lo que percibimos a través de los sentidos. Para él, no existen ideas innatas ni conocimientos a priori. Según Hume, todo lo que sabemos tiene su origen en dos tipos de percepciones: las impresiones y las ideas.

Las impresiones son percepciones directas y vívidas, las cuales se dividen en sensaciones (como el sonido de una explosión) y reflexiones (como las reacciones emocionales a esas sensaciones). Las ideas, en cambio, son copias menos intensas de las impresiones. Son las representaciones mentales que tenemos de las percepciones, y pueden ser simples (como cuando imaginas un objeto que has visto antes) o complejas (como una idea compuesta de varias ideas simples, por ejemplo, un centauro).

Hume señala que, al mirar nuestra propia mente, solo vemos pensamientos individuales y nunca el «yo» que los observa. Según él, no hay un «yo estable» que perciba todo, sino solo una serie de pensamientos cambiantes. Así, la identidad personal se describe como un haz de percepciones en flujo continuo. Este cuestionamiento del «yo» es fundamental en su crítica al conocimiento. No percibimos un «yo» fijo, sino que nuestra conciencia está en constante cambio.

A partir de este análisis, Hume plantea un problema crucial: ¿cómo podemos tener certeza sobre algo que no hemos experimentado directamente? Este es el núcleo de su escepticismo. En cuanto a la causalidad, Hume se muestra particularmente crítico. Para él, la causalidad no es algo que podamos percibir directamente en el mundo. La idea de que un evento produce necesariamente otro no está basada en una percepción directa de esa conexión, sino en la repetición de hechos. No podemos afirmar con certeza que el futuro será igual al pasado, ya que la causalidad es solo un hábito de la mente.

Este razonamiento inductivo, en el que generalizamos a partir de experiencias pasadas, no tiene una justificación lógica sólida para Hume. Distingue tres grados de probabilidad:

  1. Prueba completa (certeza): Algo que ha ocurrido siempre sin excepción (por ejemplo, el sol sale todos los días).
  2. Prueba imperfecta (probabilidad alta): Algo que ha ocurrido la mayoría de veces, pero con posibilidad de error (como «si como pescado fresco no me enfermo», aunque podría enfermarme).
  3. Experiencias conflictivas (incertidumbre): Evidencias contradictorias que no permiten saber cuál prevalecerá (por ejemplo, si llueve, ¿se suspende el partido?).

Además, Hume distingue entre dos tipos de conocimientos:

  1. Relaciones de ideas: Verdades necesarias y a priori, como las matemáticas y la lógica, que no dependen de la realidad sino de la forma en que se definen. Son inmutables y ciertas, como «2 + 2 = 4».
  2. Cuestiones de hecho: Se basan en la experiencia y pueden verificarse a través de la observación, como «el sol sale todos los días». Sin embargo, no son necesariamente ciertas, ya que dependen de la observación y pueden cambiar.

Así, Hume enfrenta el problema de la justificación del conocimiento empírico. Aunque las relaciones de ideas nos proporcionan un conocimiento seguro, las cuestiones de hecho no pueden ser conocidas con la misma certeza. Esto lleva a una forma de escepticismo moderado: aunque podemos tener conocimiento práctico sobre el mundo, nunca podremos tener un conocimiento completamente seguro.

La causalidad y la inducción, fundamentales para el conocimiento empírico, no se basan en una certeza lógica, sino en hábitos mentales formados por la repetición de eventos. Por ejemplo, aunque el sol haya salido todos los días, no podemos justificar lógicamente que siempre lo hará.

En resumen, el problema del conocimiento en Hume se encuentra en los límites de lo que podemos conocer con certeza. Si bien nuestras percepciones nos permiten adquirir conocimientos útiles, no podemos justificar lógicamente las inferencias que hacemos, como la causalidad o las generalizaciones inductivas. Esto deja el conocimiento humano dependiente de la experiencia, pero también vulnerable al error y la incertidumbre.

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