La Ilustración: El Siglo de la Razón
La Ilustración fue un movimiento intelectual que surgió a finales del siglo XVII y alcanzó gran fuerza en el siglo XVIII, especialmente en Inglaterra, Francia y Alemania. Se caracterizó por una confianza absoluta en la Razón como herramienta capaz de resolver todos los problemas humanos, tanto políticos, sociales y religiosos, como científicos. La razón ilustrada se consideraba:
- Autónoma: capaz de guiarse por sí misma.
- Secular: laica, sin depender de la religión.
- Limitada internamente: con límites que provienen de su propia naturaleza.
- Universal: válida para todos los seres humanos.
- Analítica y crítica: capaz de cuestionar prejuicios, supersticiones y tradiciones.
En el ámbito político, los ilustrados intentaron explicar racionalmente el origen de la sociedad y del Estado, defendiendo la libertad y la tolerancia, y criticando el feudalismo y las monarquías absolutas. En lo religioso, la mayoría eran deístas: creían en Dios, pero afirmaban que solo podía conocerse a través de la Razón como causa del mundo, considerando que todas las religiones eran expresiones históricas de una religión natural común a la humanidad. También creían firmemente en el progreso, convencidos de que gracias a los avances científicos y técnicos desde el Renacimiento, la humanidad estaba entrando en una etapa de mejora continua donde la Razón permitiría conocer y dominar la naturaleza para ponerla al servicio del ser humano.
Aunque compartían principios comunes, la Ilustración adoptó matices diferentes según el país:
- En Inglaterra, con un ambiente político estable, se enfocó en cuestiones epistemológicas y científicas.
- En Francia, inmersa en un clima prerevolucionario, se centró en temas políticos, morales, legislativos e históricos.
- En Alemania, se orientó al análisis profundo de la Razón como base del conocimiento, la ética y la acción política.
Immanuel Kant: La Crítica de la Razón
El Problema del Conocimiento en Kant
Tipos de Juicios y la Búsqueda de la Ciencia
Kant plantea el problema del conocimiento como el núcleo de la filosofía, distinguiendo dos facultades esenciales: la Sensibilidad, que es pasiva y se limita a recibir impresiones del exterior, y el Entendimiento, que es activo y produce espontáneamente conceptos sin derivarlos de la experiencia. Influido por Hume, Kant sostiene que nuestro conocimiento sólo tiene validez dentro del ámbito de la experiencia, ya que los conceptos del Entendimiento sólo pueden aplicarse a fenómenos sensibles. En la Crítica de la Razón Pura, Kant se pregunta por la posibilidad de la metafísica como ciencia, es decir, si es posible un conocimiento riguroso sobre Dios, la libertad o el alma. Para resolver esto, primero hay que responder a cómo es posible la ciencia, lo cual exige analizar las condiciones del conocimiento, que pueden ser empíricas (particulares, fácticas, modificables) o a priori (universales, necesarias, previas a la experiencia). Estas condiciones a priori son las condiciones trascendentales que hacen posible la experiencia misma.
Para descubrirlas, Kant analiza los tipos de juicios, entendidos como afirmaciones del tipo “S es P”. Antes de Kant se distinguían:
- Juicios analíticos: donde el predicado está contenido en el sujeto y no se añade conocimiento nuevo (relaciones de ideas, según Hume).
- Juicios sintéticos: en los que el predicado no está contenido en el sujeto y aportan conocimiento (cuestiones de hecho).
A esto se suma la distinción entre:
- Juicios a priori: que no dependen de la experiencia y son universales y necesarios.
- Juicios a posteriori: que sí dependen de la experiencia y no son universales ni necesarios.
Hume y otros reducían todos los juicios a dos: analíticos a priori y sintéticos a posteriori, pero Kant rechaza esta clasificación porque los primeros, aunque universales, no dan conocimiento real, y los segundos, aunque informativos, no ofrecen validez universal. Kant propone una tercera categoría fundamental: los juicios sintéticos a priori, que son extensivos y al mismo tiempo universales y necesarios. Estos son los juicios propios de la ciencia, porque nos dan conocimiento sobre la experiencia sin depender de ella. Así, Kant concluye que el conocimiento científico auténtico debe estar compuesto por juicios sintéticos a priori. Las disciplinas que aspiran a este tipo de conocimiento son las matemáticas, la física y la metafísica, y el verdadero problema del conocimiento en cada una de ellas se reduce a explicar cómo son posibles los juicios sintéticos a priori en su ámbito respectivo.
La Doctrina del Conocimiento: Materia y Forma
Si podemos construir juicios sintéticos a priori es porque no todo en nuestro conocimiento procede de la experiencia. Ha de haber en nuestros juicios algo independiente de ella (esto lo separa del empirismo). La tarea de la Crítica de la Razón Pura consiste en:
- Descubrir esos elementos no empíricos o a priori.
- Justificar su uso.
Para Kant, el Entendimiento no empieza nunca a pensar por sí mismo: algo le debe ser dado desde el exterior para que comience su actividad. Primero somos receptivos, recibimos impresiones o sensaciones. Gracias a ellas tenemos una relación inmediata con un objeto a través de los sentidos (intuición empírica), pero con esto sólo todavía no hay conocimiento; es necesario algo más que es puesto por el sujeto cognoscente que permite unificar y ordenar la materia bruta de las sensaciones. Ese algo más ya no es un elemento empírico sino a priori, que estructura lo dado a través de los sentidos. A lo dado por los sentidos, Kant lo llama materia, y a lo puesto por el sujeto, forma. Así, el objeto del conocimiento será el resultado de la unión entre materia (intuiciones empíricas, datos de los sentidos caóticos), como sostenía el empirismo, y forma (estructuras cognoscentes del sujeto que ordenan la materia), como sostenía el racionalismo. Esta concepción del objeto del conocimiento como constituido de materia y forma le permite superar el realismo ingenuo.
Materia y forma están presentes en las tres facultades que Kant distingue en el hombre: Sensibilidad, Entendimiento y Razón, que se corresponden con las tres partes que dicho autor distingue en su libro: Estética Trascendental, Analítica Trascendental y Dialéctica Trascendental.
Estética Trascendental: Las Formas Puras de la Sensibilidad
Espacio y Tiempo como Condiciones a Priori
La estética, según Kant, estudia cómo funciona nuestra capacidad de conocimiento sensible, ya que el término proviene del griego aisthesis, que significa sensación. Cuando se habla de Estética Trascendental, se refiere al análisis del conocimiento sensible en tanto que contiene elementos a priori (anteriores a la experiencia) que permiten organizar la experiencia. Así, Kant sostiene que existen formas puras de la Sensibilidad, que son el espacio y el tiempo, los cuales no proceden de la experiencia, sino que son condiciones necesarias para que esta pueda darse. Estas formas no son impresiones particulares, sino el modo en que percibimos todas las impresiones. Son intuiciones puras, porque no se derivan del Entendimiento ni se obtienen por abstracción empírica, sino que son únicas y necesarias: solo hay un espacio y un tiempo, y ambos estructuran toda percepción. Cuando percibimos una impresión (como un color o una textura), esta siempre está situada en un espacio y en un tiempo determinados, lo que permite atribuirla a un objeto. Por tanto, la Sensibilidad contiene dos elementos: una materia, que son las impresiones o sensaciones, y una forma, que es el espacio y el tiempo. Al ordenar las sensaciones bajo estas formas, obtenemos lo que Kant llama fenómeno, es decir, el objeto tal como se nos aparece.
Fundamentación de las Matemáticas
Este análisis permite a Kant demostrar que las matemáticas son posibles como ciencia porque sus juicios son sintéticos a priori, es decir, amplían el conocimiento y, aunque no se basan en la experiencia, son válidos para ella. En geometría, se analizan propiedades del espacio puro sin importar su contenido empírico, y en aritmética, se estudian leyes del número, que comparte con el tiempo la estructura de sucesión (1, 2, 3, etc., como el fluir del tiempo). Así, Kant concluye que:
- Como las leyes de la geometría y la aritmética se basan en espacio y tiempo, que son a priori, sus leyes son universales y necesarias, es decir, no dependen de la experiencia ni pueden ser refutadas por ella.
- Aunque espacio y tiempo no vengan de la experiencia, sí se aplican a ella, organizando las impresiones, por lo que las leyes descubiertas en estos análisis también son válidas para los fenómenos.
De este modo, Kant fundamenta científicamente las matemáticas y demuestra cómo son posibles los juicios sintéticos a priori en este campo.
Analítica Trascendental: El Entendimiento y las Categorías
Sensibilidad y Entendimiento
Según Kant, la Sensibilidad nos proporciona una serie de datos empíricos o fenómenos, pero para comprenderlos necesitamos del Entendimiento, que se encarga de pensar esos objetos sensibles y darles unidad mediante conceptos. Sensibilidad y Entendimiento son facultades complementarias: la primera recibe las impresiones, pero es el Entendimiento el que las organiza y las convierte en conocimiento.
Conceptos Puros (Categorías)
Para ello, necesitamos conceptos bajo los cuales subsumir los fenómenos. Kant distingue entre conceptos empíricos, obtenidos a posteriori por experiencia, y conceptos puros o categorías, que son a priori, es decir, anteriores a la experiencia y la hacen posible. Estas categorías son estructuras innatas del pensamiento, gracias a las cuales podemos emitir juicios y pensar los objetos. Las categorías, al igual que el espacio y el tiempo (formas puras de la Sensibilidad), están vacías si no se aplican a fenómenos sensibles, y sólo tienen validez dentro de la experiencia. Kant establece que hay doce categorías, clasificadas según los tipos de juicio:
- Por cantidad: unidad, pluralidad, totalidad.
- Por cualidad: realidad, negación, limitación.
- Por relación: sustancia-accidente, causa-efecto, comunidad.
- Por modalidad: posibilidad, existencia, necesidad.
Idealismo Trascendental y Giro Copernicano
Por tanto, el Entendimiento conoce aplicando las categorías al fenómeno, pero éstas no sirven para conocer lo que está más allá de la experiencia, es decir, el noúmeno o la cosa en sí, a la cual no podemos acceder porque solo tenemos intuiciones sensibles. Esta idea lleva a Kant a formular su idealismo trascendental, según el cual los elementos que hacen posible el conocimiento (espacio, tiempo y categorías) son aportados por el sujeto, pero sólo tienen sentido si se aplican a lo dado en la experiencia, que viene del exterior a través de los sentidos. Este planteamiento supone un giro copernicano en la teoría del conocimiento, ya que, frente al realismo anterior que intentaba conocer la realidad tal cual es en sí misma, Kant sostiene que solo conocemos los fenómenos tal como aparecen ante nosotros organizados por nuestras propias estructuras mentales.
Dialéctica Trascendental: La Razón y sus Límites
Las Ideas Trascendentales (Alma, Mundo, Dios)
Kant afirma que el conocimiento intelectual no solo formula juicios sino que los conecta formando razonamientos, como el silogismo, y esta tarea corresponde a la Razón, facultad encargada de unificar el conocimiento del Entendimiento reduciendo la diversidad de juicios a principios más generales. Sin embargo, la Razón no aporta nuevos contenidos, sino que busca una unidad suprema a través de las ideas trascendentales:
- Alma: que unifica la experiencia interna.
- Mundo: que organiza la experiencia externa.
- Dios: que reúne ambas.
La Ilusión Trascendental y la Crítica a la Metafísica
Estas ideas, aunque permiten pensar la totalidad de los fenómenos, no se pueden aplicar a la experiencia, por lo tanto, no generan conocimiento real, ya que no tienen objeto empírico. Su función es regulativa, es decir:
- Negativamente: marcan los límites del conocimiento.
- Positivamente: estimulan la investigación científica hacia una mayor conexión de los conocimientos.
Cuando se pretende aplicar las categorías más allá de la experiencia, la Razón cae en la ilusión trascendental, dando lugar a juicios sin fundamento empírico, como los paralogismos (errores al aplicar categorías al alma o al “yo pienso”), las antinomias (contradicciones al pensar el mundo como totalidad) y el ideal de la Razón pura (la idea de Dios).
Las Antinomias de la Razón Pura
Kant identifica cuatro antinomias:
- La 1.ª sobre el comienzo del mundo en el tiempo y su límite en el espacio (resuelta distinguiendo entre fenómeno y noúmeno).
- La 2.ª sobre si existen partes simples en las cosas compuestas (ambas posiciones fallan al aplicar conceptos más allá de la experiencia).
- La 3.ª sobre si hay libertad o todo está regido por la causalidad (ambas pueden ser verdaderas si se distingue entre el mundo fenoménico y nouménico).
- La 4.ª sobre si existe un ser necesario (válido como idea regulativa pero no como realidad empírica).
Crítica a las Pruebas de la Existencia de Dios
En cuanto a Dios, Kant critica las tres pruebas tradicionales:
- La ontológica: no se puede deducir la existencia de la esencia.
- La cosmológica: presupone la ontológica y aplica erróneamente la categoría de causa más allá de la experiencia.
- La físico-teológica: sólo prueba un orden pero no un creador, y también usa mal la categoría de causa.
En conclusión, la Razón no conoce, solo piensa, y las ideas trascendentales no son objetos reales sino principios que sirven para unificar el conocimiento sin referirse a la experiencia. Por eso, el conocimiento de los noúmenos (alma, mundo y Dios) es imposible, ya que no poseemos intuiciones de ellos, sólo sensibles. Así, Kant concluye que la metafísica como ciencia es imposible, aunque como tendencia natural es inevitable porque la Razón busca siempre explicaciones últimas. Sin embargo, esta metafísica solo puede analizar conceptos y clarificarlos, sin alcanzar la realidad.
La Filosofía Crítica y la Emancipación Humana
En su período crítico, Kant reacciona ante la diversidad de interpretaciones de la Razón y los conflictos filosóficos de su época, proponiéndose como tarea fundamental someter a juicio la Razón. Esto significa un análisis crítico necesario tanto por la confusión teórica como por la situación práctica de los hombres de su tiempo, quienes, según él, viven en una minoría de edad, es decir, en una falta de verdadera libertad. El dogmatismo racionalista consideraba que la Razón podía conocer toda la realidad por sí sola; el positivismo y el escepticismo, por el contrario, descartaban la Razón y reducían el conocimiento a lo dado empíricamente; mientras que el irracionalismo directamente negaba la Razón y exaltaba el sentimiento. Frente a esto, Kant cree que la crítica de la Razón debe ser el camino para lograr tanto la emancipación del ser humano como la realización de la libertad, superando tanto la minoría de edad civil como la de conciencia. Así, la filosofía, en sentido kantiano, se convierte en un ejercicio de clarificación sobre el ser humano, sus fines últimos y los intereses de su Razón.
Esta crítica implica dos objetivos principales:
- Por un lado, denunciar las desnaturalizaciones de la Razón.
- Por otro, proyectar un nuevo estado de humanidad en libertad.
Para lograrlo, es necesario descubrir y establecer las leyes y fines últimos que la Razón impone desde su propia naturaleza. Así, la Razón pura es entendida como aquella facultad que determina por sí misma: los principios del conocimiento científico de la naturaleza, las leyes morales que rigen la acción libre, y los fines últimos del ser humano, junto con las condiciones necesarias para alcanzarlos. Desde este punto de vista, la filosofía se define como la ciencia de la relación de todos los conocimientos con los fines esenciales de la Razón humana (concepto mundano), aunque también existe un concepto académico, según el cual la filosofía se ocupa de la unidad interna de sus conocimientos y su sistematización global.
La Ética Formal Kantiana
Crítica a las Éticas Materiales
Hasta Kant, las éticas eran materiales, lo que significa que partían de la existencia de bienes concretos y de un bien supremo como fin último (como la felicidad, el placer, la virtud, etc.) y elaboraban normas o preceptos dirigidos a alcanzarlo; por tanto, siempre tenían contenido concreto y eran empíricas, ya que se basaban en la experiencia. Kant critica este tipo de ética por tres razones:
- Por ser empírica, ya que los principios que derivan de la experiencia no pueden ser universales ni necesarios.
- Por ser hipotética, ya que sus normas tienen forma condicional (“si quieres X, haz Y”) y dependen de los fines del sujeto, lo que las convierte en juicios de experiencia y no en auténticos imperativos morales.
- Por ser heterónoma, ya que la voluntad se deja guiar por inclinaciones o deseos externos y no por la Razón autónoma.
El Imperativo Categórico y la Autonomía
Frente a esto, Kant propone una ética formal, sin contenido determinado, que no dice qué fines se deben perseguir, sino cómo debe actuar la voluntad: siempre por respeto al deber y desde principios a priori, universales y autónomos. Para él, las únicas acciones con valor moral son las hechas por deber, no por conveniencia ni inclinación. Esta moral se basa en el imperativo categórico, que se formula de tres maneras:
- Obra solo según máximas que puedas querer como ley universal.
- Trata siempre a la humanidad, tanto en ti como en los demás, como un fin y nunca como un medio, lo que destaca la dignidad intrínseca del ser humano.
- Obra como si tu voluntad fuera una legisladora universal, es decir, actúa como si tus normas pudieran regir racionalmente para todos.
Así, la ética de Kant es autónoma, racional y universal, y define el ámbito de la moral como el “reino de los fines”, donde cada ser racional se respeta como fin en sí mismo y actúa desde su propia Razón, sin depender de deseos externos ni resultados.
Razón Práctica y sus Postulados
Libertad, Inmortalidad y Dios como Condiciones Morales
Para que la moral sea posible, según Kant, es necesario que el campo de la experiencia tenga límites, ya que este está determinado por el espacio, el tiempo y las categorías, y todo en él sucede según relaciones causales. Si solo existiera este mundo fenoménico, no habría libertad ni moralidad, porque todo estaría determinado. Sin embargo, la existencia del noúmeno o cosa en sí (demostrada en la Analítica Trascendental) abre la posibilidad de un ámbito más allá de la experiencia, donde puede tener sentido hablar de libertad y moral. Esta es la condición negativa para que la moral sea posible, pero también son necesarias condiciones positivas: la libertad, la inmortalidad del alma y la existencia de Dios.
- La libertad es indispensable porque la moral exige que podamos actuar por respeto al deber, superando deseos e inclinaciones.
- La existencia del alma se requiere porque si el ser humano solo fuera cuerpo, estaría sometido a las leyes de la naturaleza, sin posibilidad de libertad; y su inmortalidad es necesaria porque la moral nos exige aspirar a una perfección ética (virtud) inalcanzable en una vida limitada, lo que implica que la vida moral requiere una existencia ilimitada.
- Por su parte, la existencia de Dios se postula como garantía de la armonía entre felicidad y virtud, ya que el ser humano, como ser corporal, busca la felicidad, y como ser racional, busca el bien moral, y ambas aspiraciones solo pueden reconciliarse si existe un Dios que asegure que quien actúe moralmente pueda también alcanzar la felicidad.
Estos tres elementos —libertad, inmortalidad del alma y Dios— son postulados de la Razón práctica: no pueden demostrarse teóricamente, pero son necesarios para que la moral tenga sentido. Así, aunque la metafísica no tiene sentido como ciencia (pues no podemos conocer los objetos que trata), sí tiene fundamento en el ámbito de la Razón práctica, que responde a la gran cuestión “¿Qué me cabe esperar?” a partir del hecho de que la moral existe.