Hipótesis (Descartes): Durante la Revolución Científica, la hipótesis adquirió un papel crucial en la construcción del conocimiento. Descartes, en su Discurso del método (1637), estableció un sistema basado en la **duda metódica**, donde toda afirmación debía ser cuestionada antes de aceptarse como verdadera. Su **método cartesiano** se fundamentaba en la **deducción racional**, donde una hipótesis debía partir de ideas claras y distintas para ser válida. A diferencia de los escolásticos, que confiaban en la autoridad y la tradición, Descartes exigía que las hipótesis fueran sometidas a la razón y a la verificación matemática. Su enfoque influyó en el desarrollo del método científico moderno, sirviendo de base para científicos como Newton y Galileo, quienes aplicaron el razonamiento lógico en sus teorías sobre el mundo natural.
Humanismo (Spinoza): El humanismo, que colocaba al ser humano en el centro del conocimiento, encontró en Spinoza una expresión radical dentro de la Revolución Científica. Su filosofía rechazaba la visión teísta tradicional y afirmaba que la **razón humana** es la única guía confiable para comprender la realidad. En su obra Ética, propuso que el conocimiento racional permite al ser humano alcanzar la libertad y la felicidad, alejándose de supersticiones y dogmas religiosos. A diferencia de Descartes, que mantenía una separación entre mente y cuerpo, Spinoza defendió una **visión monista**, donde el ser humano es parte de la misma sustancia infinita que todo el universo. Su humanismo racionalista influyó en la Ilustración, promoviendo una visión científica y secular del conocimiento y la moral.
Intelecto (Leibniz): Leibniz, dentro de la Revolución Científica, llevó el concepto de intelecto a un nivel matemático y lógico. A diferencia de Descartes, que confiaba en la intuición del cogito, Leibniz defendió la existencia de **verdades necesarias e innatas** en el intelecto humano. Su lógica combinatoria y su cálculo infinitesimal reflejaban su creencia en una razón universal y estructurada matemáticamente. En su sistema filosófico, el intelecto humano participa del orden racional del cosmos, ya que cada **mónada** – su concepto fundamental – es un reflejo del universo. Para Leibniz, el intelecto no solo permitía conocer el mundo, sino también descubrir principios metafísicos esenciales, como la **armonía preestablecida**. Su trabajo sentó las bases de la lógica simbólica moderna y la computación.
Mente (Descartes): La mente fue un concepto clave en la Revolución Científica, y Descartes la definió en su **dualismo cartesiano** como una sustancia separada del cuerpo. En sus Meditaciones metafísicas (1641), argumentó que la mente es el único fundamento seguro del conocimiento, ya que puede dudar de todo excepto de su propia existencia (**cogito, ergo sum**). Según Descartes, la mente interactúa con el cuerpo a través de la glándula pineal, aunque su separación planteó problemas filosóficos sobre la conexión entre lo material y lo inmaterial. Su teoría influyó en la psicología y la neurociencia, estableciendo la distinción entre procesos mentales y físicos. Aunque Spinoza y Leibniz rechazaron su dualismo, su concepción de la mente marcó el inicio de la filosofía moderna y el estudio de la conciencia.
El análisis, como método filosófico y matemático, adquirió un papel clave en la Revolución Científica con Descartes. Su **método analítico** consistía en descomponer los problemas en sus elementos más simples para reconstruirlos de manera racional y ordenada. En matemáticas, su Geometría (1637) introdujo la **geometría analítica**, que permitió representar ecuaciones mediante coordenadas cartesianas. Filosóficamente, el análisis cartesiano se aplicó en la **duda metódica**, examinando cada creencia para aceptar solo aquellas que fueran claras y distintas. Este enfoque influyó en el desarrollo del método científico, utilizado por Newton en su formulación de las leyes del movimiento. La idea de que todo conocimiento puede reducirse a elementos simples y reconstruirse racionalmente se convirtió en una base del racionalismo y la modernidad.
La armonía preestablecida es una teoría desarrollada por Leibniz durante la Revolución Científica para explicar la relación entre la mente y el cuerpo sin recurrir a la interacción física cartesiana. Frente al dualismo de Descartes, que postulaba que mente y cuerpo interactúan, Leibniz propuso que ambos funcionan en paralelo gracias a una sincronización perfecta establecida por Dios desde el inicio del universo. Así, cada **mónada** (unidad indivisible de realidad) actúa de manera autónoma, pero en perfecta correspondencia con las demás. Este concepto responde a la visión racionalista de que el universo opera bajo principios matemáticos y lógicos. La armonía preestablecida influyó en el pensamiento metafísico posterior, sentando las bases para teorías deterministas y el desarrollo de la lógica moderna.
El axioma es un principio fundamental que se acepta como verdadero sin necesidad de demostración. Durante la Revolución Científica, Descartes utilizó axiomas en su sistema racionalista, formulando ideas claras y distintas como punto de partida, siendo el **cogito, ergo sum** uno de ellos. Leibniz, por su parte, llevó el concepto más allá en su lógica y matemáticas, estableciendo axiomas universales basados en la razón, como el **principio de razón suficiente**, según el cual nada ocurre sin una causa o explicación. Su trabajo en lógica matemática anticipó el desarrollo de los lenguajes formales y la computación. Los axiomas, en este contexto, fueron esenciales para construir sistemas filosóficos y científicos basados en la certeza racional y la demostración deductiva.
El cartesianismo es la corriente filosófica basada en el pensamiento de Descartes, que dominó la Revolución Científica y el racionalismo moderno. Su enfoque se basaba en la **duda metódica**, el **dualismo mente-cuerpo** y el uso del **análisis racional** para alcanzar verdades indudables. Los cartesianos defendieron la primacía del intelecto sobre los sentidos y aplicaron el método matemático al conocimiento filosófico. Autores como Malebranche y Spinoza reinterpretaron su pensamiento, mientras que Leibniz criticó y reformuló su metafísica. En ciencias, el cartesianismo influyó en la mecánica y en la noción de leyes universales. Aunque perdió relevancia con el empirismo de Locke y Newton, su énfasis en la razón y la estructura lógica del conocimiento marcó el pensamiento moderno.
El cogito es el punto de partida del racionalismo cartesiano y de la Revolución Científica. Descartes, en sus Meditaciones metafísicas (1641), estableció que la única verdad indudable es el pensamiento mismo: **cogito, ergo sum** («pienso, luego existo»). Ante la duda metódica, que cuestionaba incluso la realidad del mundo externo, la existencia del pensamiento se mostraba como una certeza innegable. El cogito fundamentó el cartesianismo al situar la razón y la conciencia como base del conocimiento. Influenció a racionalistas como Leibniz y a filósofos posteriores en la construcción de teorías sobre la mente y la subjetividad. Aunque criticado por empiristas como Locke, el cogito marcó el inicio de la filosofía moderna al priorizar la introspección racional sobre la percepción sensorial.
La deducción es un método de razonamiento esencial en el racionalismo y la Revolución Científica. Descartes la consideraba clave en su método filosófico, afirmando que el conocimiento verdadero debía derivarse lógicamente de principios evidentes (**axiomas**). En matemáticas, aplicó la deducción en su geometría analítica. Leibniz perfeccionó este enfoque con su lógica y cálculo infinitesimal, defendiendo que el universo opera según principios racionales deducibles. La deducción contrastaba con la inducción empírica de Bacon y Newton, que enfatizaban la observación en la ciencia. Sin embargo, la combinación de deducción y método experimental permitió el desarrollo del pensamiento científico moderno, consolidando la idea de que el conocimiento debía estructurarse mediante reglas lógicas y demostraciones rigurosas.
El entendimiento es la facultad de la mente para captar verdades y generar conocimiento. Durante la Revolución Científica, los racionalistas lo consideraron superior a la experiencia sensorial. Leibniz afirmó que el entendimiento posee verdades innatas y que su desarrollo permite descubrir principios universales, como en su Teodicea. Spinoza, en su Ética, distinguió tres niveles de conocimiento: el imaginativo, el racional y el intuitivo, siendo el entendimiento racional el más fiable para alcanzar la verdad. Mientras Descartes creía en ideas claras y distintas, Leibniz y Spinoza veían el entendimiento como un proceso continuo de perfección intelectual. Este concepto influyó en Kant y en el desarrollo de la epistemología moderna, consolidando la importancia de la razón en la ciencia.
La epistemología es la rama de la filosofía que estudia el conocimiento. Durante la Revolución Científica, Descartes reformuló la epistemología al basarla en la razón y la certeza del cogito. Su **método cartesiano** influyó en la búsqueda de principios seguros para el conocimiento. Spinoza y Leibniz expandieron esta idea, estableciendo sistemas racionalistas donde el conocimiento es estructurado matemáticamente. La epistemología cartesiana contrastó con la empirista de Locke y Hume, quienes argumentaban que todo conocimiento proviene de la experiencia. Sin embargo, el racionalismo epistemológico sentó las bases para la ciencia moderna, influyendo en Kant y en el desarrollo de la teoría del conocimiento. La pregunta sobre cómo conocemos sigue siendo central en la filosofía contemporánea.
El escepticismo fue un desafío clave en la Revolución Científica. Descartes lo usó estratégicamente en su **duda metódica**, cuestionando todo conocimiento que pudiera ser falso, incluyendo la percepción sensorial y la existencia del mundo externo. Sin embargo, su objetivo no era el escepticismo absoluto, sino encontrar una base indudable para el conocimiento: el cogito. Spinoza y Leibniz, aunque menos escépticos, compartían la idea de que el conocimiento debía ser racional y necesario. El escepticismo radical fue defendido por empiristas como Hume, quien dudó de la causalidad y la identidad personal. La tensión entre escepticismo y racionalismo influyó en la epistemología moderna, llevando a Kant a intentar una síntesis entre ambas corrientes en su Crítica de la razón pura. En el racionalismo cartesiano,
La idea es la representación mental de un concepto o realidad. Descartes distinguió entre **ideas claras y distintas**, que llevan a la verdad, e **ideas confusas**, que pueden inducir al error. Creía que algunas ideas, como las matemáticas, son innatas y no dependen de la experiencia. Spinoza y Leibniz ampliaron esta noción, considerando que la razón permite perfeccionar las ideas hasta alcanzar el conocimiento absoluto. La distinción cartesiana entre ideas verdaderas y falsas influyó en la filosofía moderna, especialmente en Kant y su teoría del conocimiento. La noción de idea se convirtió en un eje central de la metafísica y la epistemología, estableciendo el debate entre racionalismo e empirismo.
Descartes clasificó las ideas en innatas, adventicias y ficticias. Las ideas adventicias son aquellas que provienen de la experiencia sensorial, como la percepción de objetos externos. En su duda metódica, Descartes cuestionó su validez, ya que los sentidos pueden engañar. Sin embargo, aceptó que algunas de estas ideas podrían corresponder a una realidad objetiva si Dios, siendo perfecto, no nos haría vivir en un engaño permanente. Esta distinción influyó en la epistemología racionalista, ya que Spinoza y Leibniz consideraron que el conocimiento verdadero debía trascender la experiencia y basarse en la razón. Posteriormente, Locke y los empiristas argumentaron que todas las ideas son adventicias, derivadas exclusivamente de la experiencia.
Las ideas ficticias, según Descartes, son aquellas creadas por la imaginación sin base en la realidad, como los seres mitológicos. Son producto de la combinación arbitraria de ideas adventicias e innatas y no pueden considerarse fuente de conocimiento verdadero. En su método racionalista, Descartes propuso que solo las ideas claras y distintas pueden ser consideradas verdaderas, descartando las ficticias como ilusorias. Spinoza criticó esta distinción, argumentando que el error proviene de la falta de comprensión de la realidad, no de la imaginación en sí misma. Leibniz, en cambio, aceptó que la mente puede generar conceptos sin referente real, pero que la lógica y la razón permiten distinguir lo verdadero de lo imaginario.
Las ideas innatas fueron fundamentales en la epistemología racionalista. Descartes defendió que ciertas verdades, como las matemáticas y la existencia de Dios, son innatas en la mente humana y no provienen de la experiencia. Esta teoría se oponía al empirismo, que sostenía que la mente es una tabula rasa. Leibniz amplió esta noción, argumentando que la mente contiene principios lógicos innatos que permiten el conocimiento. En su Nouveaux essais sur l’entendement humain, criticó a Locke defendiendo que las ideas innatas no son conocimientos conscientes desde el nacimiento, sino estructuras racionales que emergen con el desarrollo del entendimiento. Esta noción influyó en Kant, quien distinguió entre conocimiento a priori y a posteriori en su Crítica de la razón pura.
La inducción es un método de razonamiento que parte de la observación de casos particulares para llegar a principios generales. Durante la Revolución Científica, Francis Bacon impulsó la inducción como base del método experimental, pero los racionalistas como Descartes y Leibniz fueron más críticos. Leibniz, aunque reconocía su utilidad en la ciencia, argumentaba que la inducción solo proporciona conocimiento probable, no necesario. En su lugar, defendió la deducción y el uso de principios lógicos innatos. Sin embargo, la combinación de inducción y deducción permitió el desarrollo de la ciencia moderna. Newton, por ejemplo, usó la inducción para formular sus leyes del movimiento, mientras que Leibniz intentó reconciliar ambos enfoques en su concepción racionalista del conocimiento.
La intuición, para Descartes, es la capacidad de la mente para captar verdades evidentes de manera inmediata, sin necesidad de razonamiento complejo. En sus Reglas para la dirección del espíritu, la definió como un conocimiento claro y distinto que no deja lugar a la duda. El cogito es el ejemplo máximo de intuición: el sujeto se reconoce a sí mismo como pensante sin requerir pruebas externas. Spinoza también valoró la intuición, situándola como el nivel más alto de conocimiento en su Ética, ya que permite comprender la realidad de manera directa. Leibniz, en cambio, la combinó con el análisis lógico, argumentando que la intuición es válida solo si se basa en principios racionales universales.
La libertad fue un concepto central en la filosofía racionalista durante la Revolución Científica. Para Spinoza, la verdadera libertad no consistía en actuar sin restricciones, sino en comprender la necesidad de la naturaleza y vivir en armonía con ella. En su Ética, rechazó el libre albedrío y defendió que todo en el universo sigue leyes deterministas, pero que el ser humano es libre cuando actúa según la razón y supera las pasiones. Leibniz, en cambio, sostuvo que la libertad era compatible con la necesidad lógica y la armonía preestablecida: los seres racionales eligen lo mejor posible según su naturaleza. Ambos enfoques influyeron en la filosofía posterior, especialmente en Kant, quien intentó conciliar determinismo y autonomía moral.
El libre albedrío, entendido como la capacidad de elegir entre diferentes opciones, fue un tema clave en la filosofía racionalista. Descartes afirmó que la voluntad humana es infinita y puede decidir incluso más allá de lo que comprende el intelecto, lo que puede llevar al error. Creía que el libre albedrío era un reflejo de la perfección divina en el ser humano. Leibniz, sin negar la libertad, argumentó que las elecciones humanas están determinadas por la razón suficiente: siempre elegimos la mejor opción según nuestra comprensión, aunque parezca que podríamos haber elegido otra. Su concepción del libre albedrío influyó en el debate entre determinismo y libertad, anticipando discusiones modernas sobre la compatibilidad entre causalidad y decisión moral.
El mecanicismo es la idea de que la naturaleza funciona como una máquina regida por leyes matemáticas. Durante la Revolución Científica, Descartes fue uno de sus principales exponentes, sosteniendo que el mundo físico podía explicarse en términos de movimiento y extensión. En su Tratado del hombre, describió el cuerpo humano como una máquina compleja sin necesidad de alma para su funcionamiento. Su física mecanicista influyó en Newton, aunque este introdujo la noción de fuerza gravitatoria, que Descartes rechazaba. Spinoza también adoptó el mecanicismo, aplicándolo a la ética y la política. Leibniz, aunque aceptaba el mecanicismo en lo físico, criticó su incapacidad para explicar la conciencia, proponiendo en su lugar la teoría de las mónadas.
La metafísica es la rama de la filosofía que estudia la naturaleza del ser y la realidad. Durante la Revolución Científica, Descartes, Spinoza y Leibniz desarrollaron sistemas metafísicos racionalistas. Descartes estableció el dualismo entre sustancia pensante (**res cogitans**) y sustancia extensa (**res extensa**). Spinoza rechazó esta separación y propuso un monismo donde todo es una única sustancia divina. Leibniz, por su parte, desarrolló una metafísica pluralista basada en las mónadas, entidades indivisibles que componen la realidad. Su metafísica intentó reconciliar la ciencia con la teología mediante la armonía preestablecida. La metafísica racionalista influyó en Kant, quien la reformuló en su teoría trascendental del conocimiento.
El método cartesiano, expuesto en el Discurso del método (1637), fue un intento de Descartes por establecer un sistema de conocimiento basado en la razón. Se fundamentaba en cuatro reglas: no aceptar nada sin evidencia clara, dividir los problemas en partes, ordenar los pensamientos de lo simple a lo complejo y revisar el proceso para no omitir nada. Este método influyó en la ciencia moderna al enfatizar el análisis lógico y matemático. Descartes lo aplicó en su metafísica, comenzando con la duda metódica hasta llegar a la certeza del cogito. Aunque criticado por empiristas como Locke, el método cartesiano marcó el inicio del racionalismo y la filosofía moderna.
La mónada es el concepto central de la metafísica de Leibniz, desarrollado en su Monadología (1714). Son entidades simples, indivisibles y autosuficientes que componen toda la realidad. A diferencia del mecanicismo cartesiano, Leibniz postuló que las mónadas no interactúan físicamente, sino que siguen una armonía preestablecida por Dios. Cada mónada refleja el universo desde su propia perspectiva y tiene diferentes grados de percepción, siendo Dios la mónada suprema con percepción absoluta. Esta teoría buscaba explicar la relación entre mente y materia sin recurrir al dualismo cartesiano. Aunque compleja, la teoría de las mónadas anticipó ideas sobre la individualidad, la percepción y la estructura de la realidad en la filosofía y la ciencia.
Para Leibniz, lo necesario es aquello que no puede ser de otra manera, en contraste con lo contingente, que depende de circunstancias externas. Su **principio de razón suficiente** establece que todo debe tener una explicación, ya sea lógica o causal. En su metafísica, las verdades necesarias son aquellas que derivan de la lógica pura, como las matemáticas, mientras que las verdades contingentes dependen de la armonía preestablecida. Descartes también empleó el concepto de necesidad en su argumento ontológico de la existencia de Dios. Spinoza, por otro lado, consideraba que todo en la naturaleza es necesario y que el libre albedrío es una ilusión. Leibniz intentó conciliar la necesidad lógica con la contingencia del mundo creado.
El racionalismo es la corriente filosófica que sostiene que la razón es la principal fuente de conocimiento. Descartes inauguró el racionalismo con su método basado en la duda metódica y la certeza del cogito. Spinoza llevó el racionalismo al extremo con su sistema geométrico en la Ética, donde toda realidad sigue leyes racionales inmutables. Leibniz desarrolló el racionalismo en su lógica y metafísica, postulando la existencia de verdades innatas y la armonía preestablecida. A diferencia de los empiristas, que confiaban en la experiencia, los racionalistas creían que el conocimiento verdadero debía derivarse de principios racionales y matemáticos. Su influencia se extendió hasta Kant, quien intentó sintetizar racionalismo y empirismo en su epistemología trascendental.
La res cogitans es el concepto cartesiano que define la mente o la sustancia pensante. En su dualismo metafísico, Descartes distinguió entre la res cogitans, que es inmaterial y consciente, y la res extensa, que es material y ocupa espacio. Según Descartes, la esencia del ser humano es el pensamiento, y la mente existe independientemente del cuerpo. Este dualismo planteó el problema de la interacción mente-cuerpo, que intentó resolver mediante la glándula pineal. Spinoza rechazó esta distinción y propuso un monismo donde mente y cuerpo son dos aspectos de la misma sustancia. Leibniz, por su parte, sustituyó la res cogitans por las mónadas, entidades espirituales que explican la percepción y la conciencia sin dualismo.
La res extensa es el concepto cartesiano que define la sustancia material, caracterizada por su extensión en el espacio. En su dualismo metafísico, Descartes distinguió entre res extensa (materia) y res cogitans (mente), argumentando que la primera opera bajo leyes mecánicas. Este concepto influyó en la Revolución Científica al inspirar una visión mecanicista del mundo, en la que los cuerpos son como máquinas sujetas a las leyes del movimiento. Sin embargo, el problema de la interacción entre res extensa y res cogitans generó debates filosóficos. Leibniz criticó esta separación y propuso que la materia está compuesta por mónadas, entidades simples sin extensión. Spinoza, por su parte, rechazó el dualismo y defendió un monismo en el que mente y materia son atributos de una única sustancia.
La res infinita es el término cartesiano que se refiere a la sustancia infinita, es decir, Dios. En sus Meditaciones metafísicas, Descartes argumentó que la idea de un ser perfecto e infinito no puede provenir de la mente finita del ser humano, por lo que debe haber sido puesta en nosotros por Dios mismo. La existencia de la res infinita es fundamental en su filosofía, ya que garantiza la veracidad de las ideas claras y distintas y evita el escepticismo radical. Leibniz aceptó la idea de Dios como sustancia infinita, pero la integró en su sistema de mónadas y armonía preestablecida. Spinoza, en cambio, identificó a Dios con la naturaleza, negando su separación del mundo material.
La sensibilidad es la facultad humana de percibir el mundo a través de los sentidos. Durante la Revolución Científica, los racionalistas como Descartes y Leibniz la consideraban inferior al entendimiento, ya que podía inducir al error. Descartes afirmó que los sentidos pueden engañarnos y que el conocimiento verdadero debe basarse en la razón. Leibniz distinguió entre percepción y apercepción: la primera es la sensibilidad inconsciente que poseen todos los seres, mientras que la segunda es la conciencia reflexiva propia de los seres racionales. Para él, la sensibilidad es solo el nivel más bajo del conocimiento, superado por la razón y la intuición intelectual. Su teoría influyó en Kant, quien diferenció sensibilidad y entendimiento en su epistemología.
El concepto de ser fue central en la metafísica racionalista. Spinoza, en su Ética, desarrolló una visión monista del ser, identificándolo con la única sustancia existente: Dios o la naturaleza. Para él, el ser no se divide en múltiples sustancias independientes, como sostenía Descartes con su dualismo, sino que todo es expresión de una misma realidad infinita con diferentes atributos. Leibniz, en contraste, defendió un pluralismo metafísico, sosteniendo que la realidad está compuesta por una infinidad de mónadas individuales, cada una con su propio ser. La concepción de Spinoza influyó en el idealismo posterior, mientras que la de Leibniz anticipó ideas sobre la individualidad y la estructura relacional del universo.
La síntesis, entendida como la unificación de elementos opuestos en un sistema coherente, fue un principio clave en la filosofía de Leibniz. En su intento de conciliar racionalismo y empirismo, desarrolló una epistemología que combinaba ideas innatas con el conocimiento adquirido por la experiencia. Su principio de razón suficiente sintetizaba causalidad y contingencia, explicando cómo el universo sigue un orden racional sin eliminar la libertad humana. Leibniz también buscó la síntesis entre la metafísica cartesiana y la física newtoniana, proponiendo su teoría de la armonía preestablecida. Aunque el término «síntesis» se asocia más con Kant, Leibniz fue un precursor en integrar visiones aparentemente opuestas dentro de una estructura lógica y coherente.
La sustancia es el concepto central en la metafísica racionalista. Descartes postuló un dualismo de sustancias: res cogitans (mente) y res extensa (materia), separadas e independientes. Spinoza rechazó esta distinción y argumentó que solo existe una sustancia infinita: Dios o la naturaleza, del cual mente y materia son atributos. Leibniz, en su Monadología, propuso un sistema pluralista, en el que la realidad está compuesta por mónadas, sustancias indivisibles con diferentes niveles de percepción. Estas tres concepciones marcaron el debate filosófico sobre la naturaleza del ser y la relación entre mente y materia, influyendo en el pensamiento posterior de Kant y en el desarrollo de la metafísica idealista.
Los universales son conceptos generales que pueden aplicarse a múltiples individuos, como «humanidad» o «triángulo». Durante la Revolución Científica, el debate sobre su existencia dividió a racionalistas y empiristas. Leibniz defendió que los universales existían en la mente de Dios como verdades eternas, y que la razón humana podía descubrirlos mediante el análisis lógico. En oposición a los empiristas como Locke, que consideraban los universales meras abstracciones basadas en la experiencia, Leibniz argumentó que son necesarios para estructurar el conocimiento. Su teoría influyó en la lógica moderna y en Kant, quien desarrolló su noción de categorías del entendimiento como estructuras universales del conocimiento.
La voluntad fue un tema central en la filosofía racionalista. Descartes la definió como la facultad infinita del alma para elegir y decidir. Para él, el error ocurre cuando la voluntad se extiende más allá del conocimiento claro y distinto. Leibniz, en cambio, argumentó que la voluntad siempre sigue la razón suficiente: elegimos lo que creemos mejor, aunque nuestra comprensión sea limitada. Su concepto de voluntad racional conciliaba libertad y determinismo dentro de su sistema de armonía preestablecida. Spinoza rechazó la idea de una voluntad libre en términos absolutos, sosteniendo que todo sigue leyes necesarias de la naturaleza. Estos debates influyeron en la filosofía posterior sobre la libertad y la toma de decisiones.
Sensación: Es la experiencia inmediata producida por estímulos externos. Para Locke, las sensaciones aportan las primeras ideas a la mente, que es una tabula rasa al nacer. Hume distingue entre impresiones de sensación (experiencias directas) e impresiones de reflexión (derivadas del pensamiento). Kant reconoce la importancia de la sensación como materia prima del conocimiento, pero argumenta que debe ser organizada por las formas a priori de la sensibilidad (espacio y tiempo). Para los empiristas, las sensaciones son la fuente última del conocimiento, mientras que los racionalistas consideran que la razón tiene un papel más fundamental.
Experiencia: Es el conocimiento obtenido a través de la interacción sensorial con el mundo. Para los empiristas como Locke y Hume, la experiencia es la base de todo conocimiento. Locke argumenta que nacemos sin ideas innatas, y la experiencia moldea nuestra mente. Hume distingue entre impresiones (experiencias vívidas) e ideas (recuerdos más débiles de las impresiones). Francis Bacon impulsó el método empírico basado en la experiencia y la observación. Immanuel Kant, aunque crítico del empirismo radical, sostuvo que la experiencia se organiza a través de estructuras a priori como el espacio y el tiempo, lo que permite el conocimiento.
Tabula rasa: Es una metáfora utilizada por John Locke para describir la mente humana al nacer, vacía de conocimientos o ideas innatas. Según Locke, toda la información proviene de la experiencia sensorial o la reflexión. Esta idea se opone al racionalismo de Descartes, quien defiende la existencia de ideas innatas. Para los empiristas, el conocimiento se construye a partir de las impresiones sensibles. La tabula rasa también influyó en teorías pedagógicas, sugiriendo que el entorno moldea al individuo. Hume amplía esta visión al argumentar que todo el contenido mental deriva de la experiencia, distinguiendo entre impresiones e ideas.
Empirismo: Es una corriente filosófica que sostiene que el conocimiento proviene de la experiencia sensorial. John Locke defendió que la mente es una tabula rasa, sin ideas innatas, y David Hume distinguió entre impresiones (vivencias directas) e ideas (copias débiles de las impresiones). Empiristas como Francis Bacon promovieron el método inductivo, basado en la observación sistemática para formular leyes generales. El empirismo se opone al racionalismo, que prioriza la razón como fuente de conocimiento. Para Hume, el conocimiento se divide en cuestiones de hecho (basadas en la experiencia) y relaciones de ideas (verdades lógicas independientes de la experiencia).