Tales de Mileto
Creía que la tierra descansaba sobre agua, que el agua es el principio único de todas las cosas, y que todas las cosas están llenas de dioses. Muy probablemente Tales recogió estas ideas de la cosmología egipcia y babilónica, además de sus observaciones personales. Cuando afirma que todas las cosas están llenas de dioses probablemente se refería a que toda la naturaleza, compuesta básicamente de agua, tiene vida y movimiento propios; en ella, todo está vivo y animado (hilozoísmo).
Anaximandro de Mileto
Discípulo de Tales. Construyó una esfera celeste, descubrió la inclinación de la eclíptica y fijó los solsticios y los equinoccios. Supuso que la tierra tenía una forma esférica y ocupaba una posición central. Consideró que todos los seres debían provenir de una sustancia que fuera indeterminada y pudiera adoptar cualquier determinación. Por eso la llamó ápeiron, es decir, ilimitado, infinito. Este mundo evoluciona sin cesar porque los contrarios se invaden continuamente. Entendía las invasiones como actos de injusticia que debían ser reparados según una ley invariable. Esta dinámica de invasiones hace que todo esté en evolución constante; el mundo no ha sido siempre igual. Los mismos hombres provenían de otros animales, concretamente, de los peces. El gran mérito filosófico de Anaximandro es que su planteamiento del problema de la Physis supone un cierto avance abstracto frente al de Tales: afirmar que el arjé es algo indeterminado viene a significar que no es un elemento concreto y observable por los sentidos.
Anaxímenes de Mileto
Discípulo de Anaximandro, pensaba que todo tenía un principio único e infinito, pero no indeterminado, sino concreto: era el aire, del que todos los seres derivaban por rarefacción o condensación. Concibe el mundo como algo vivo. La concepción de Anaxímenes será muy positiva para el pensamiento posterior, ya que la ciencia se basa en el supuesto de que todas las diferencias cualitativas pueden ser explicadas en términos cuantitativos, medibles y cuantificables.
Heráclito de Éfeso
Se sitúa en el tiempo entre Pitágoras y Parménides. Su obra se nos muestra como una invitación a la reflexión sobre la realidad y el conocimiento que tenemos de ella. La realidad es múltiple y cambiante: múltiple, porque se nos presenta una pluralidad de cosas; cambiante, porque la experiencia de la generación y la destrucción de las cosas forma parte de nuestra observación diaria y porque todas las cosas, sin excepción, están sometidas al cambio y a la alteración. No hay nada que permanezca siempre igual. La realidad se transforma continuamente, es variable, inestable. Aristóteles sintetizaba esta visión cósmica de Heráclito con la fórmula griega panta rei (todo fluye, todo cambia, todo pasa). El ser de las cosas parece consistir en dejar de ser continuamente lo que eran, en ser modificadas y convertirse, así, en otras cosas.
El conocimiento implica estabilidad y el cambio implica la imposibilidad del conocimiento. Pero esto no significa que Heráclito considerase que no se podía conocer nada. Encontró la solución mediante la introducción de un nuevo concepto: el logos. Según Heráclito, el logos es lo que hace que las cosas, aunque cambian y son múltiples, tengan unidad y, al mismo tiempo, y por eso mismo, permite que podamos conocerlas. Es cierto que todas las cosas cambian; pero justamente, si no lo hicieran, no podrían ser lo que son. El único conocimiento verdadero y firme es el conocimiento de ese orden, de ese logos, del plan de la naturaleza en el que todas las cosas tienen su lugar. El logos, el plan que la naturaleza dispone para todas las cosas, Heráclito también lo llama Pólemos, que en griego significa guerra. El conocimiento consiste precisamente en esto, en conocer la ley interna de la naturaleza y no en que las cosas son, puesto que dejarán de ser inmediatamente.
Con esta concepción del logos, el pensamiento de Heráclito alcanza una dimensión antropológica y ética: los humanos participamos del logos y tenemos nuestro logos particular. Heráclito utiliza la metáfora que posteriormente utilizará Platón: distingue entre los dormidos, aquellos que actúan y piensan conforme a un logos privado, como si solo ellos tuvieran razón, y los despiertos, los que conocen el logos común y saben que las cosas son lo que son y no pueden ser de otra manera. Este logos común nos dice que la realidad es contradictoria y armónica al mismo tiempo, una y múltiple, estable en el cambio; los contrarios y opuestos se exigen unos a otros: no hay vida sin muerte; ni belleza sin fealdad; ni bondad sin maldad; no hay luz sin sombra, ni orden sin caos. El pensamiento de Heráclito se le reconoció como el filósofo del cambio o devenir.