1. Lo apolíneo, lo dionisiaco y el problema de Sócrates. Lo apolíneo y lo dionisiaco. En 1871 apareció El Origen
de la Tragedia en el Espíritu de la Música. En dicho libro, Nietzsche reinterpreta el mundo de la antigua Grecia
desde dos valores contrapuestos, el apolíneo y el dionisiaco: • El apolíneo hace referencia a la belleza formal,
la mesura, la simetría, el orden. Tiene como referente al dios Apolo y representaba tanto una parte de la realidad
griega, como sobretodo el punto de vista de exaltada devoción de la política alemana de la época. • El dionisiaco
hace referencia a la embriaguez, la desmesura, la belleza sensual y los ditirambos musicales. Tiene por referente
al dios Dionisos, un dios agrario que se creía ajeno al panteón olímpico. Nietzsche propone una imagen de los
griegos en que ambos valores, apolíneo y dionisiaco, se enlazaban llegando a su máxima expresión en la tragedia
griega, que interpretaba como radical afirmación de la vida. En El Origen de la Tragedia, Nietzsche se percata de
que sus contemporáneos proyectan la filosofía socrática sobre la totalidad del mundo griego, construyendo
una imagen del mismo reducida a la visión apolínea que desean ver en sí mismos. Sin embargo, los valores
dionisiacos tienen para Nietzsche un papel fundamental en el modo de ser de los griegos, su jovialidad, alegría
y sensibilidad no deberían ser condenados a la insignificancia. El problema de Sócrates. El segundo capítulo de
El Crepúsculo de los Ídolos se titula “El problema de Sócrates”, quien para Nietzsche es un síntoma de la decadencia
cultural griega, y con él Platón. Sócrates, que convive con los sofistas, se distingue de ellos principalmente por su
rechazo del relativismo y su entrega al reconocimiento de verdades absolutas y universales. Con ello Sócrates, según
Nietzsche, sacrifica los valores dionisiacos (sentidos) en favor de los apolíneos (razón)
, despreciando la vida terrena en
nombre de un divino más allá reservado a los sabios. Nietzsche se erige en defensor del sentido de la tierra contra los
que la sacrifican en nombre del más allá. Los idólatras de la razón la han corrompido usándola como un medio para
imponer valores universales en nombre de las cuales poder sacrificar todo aquello que dignifica la única vida que tenemos.
El nihilismo es para Nietzsche la historia de la filosofía occidental a partir de Sócrates. El mundo verdadero de los filósofos
no es sino la nada, una ficción humana que no es sino expresión de una corrupta voluntad de poder. La voluntad de poder
es el impulso vital de toda forma de vida, un impulso de expansión, de dominio de sí y de la circunstancia. Esta voluntad de
poder, se manifiesta en el ser humano más que en ningún otro animal, quien por ser el más astuto, la oculta bajo el manto
de la razón. El ser humano ejerce su voluntad de poder creando ficciones como el más allá, mediante las cuales someter la
voluntad de los demás por medio de la servidumbre a un ideal. El cristianismo, religión fundada en la creencia de que el
sentido de la vida es la resurrección en un mundo del más allá, no solo continúa la división entre mundo verdadero y mundo
aparente, sino que además arruina la jovialidad e inocencia de la antigüedad clásica para hacer del hombre un pecador, un ser
nacido culpable y arrojado a un mundo maldito que solo puede despreciar. Pero ni hay más allá, ni hay pecado original, tan
sólo humanidad, que sin carácter para algo mejor se degrada por ideales que no son más que el reflejo de su impotencia.
Humanidad que se odia a sí misma lo suficiente como para inventar ídolos en nombre de los cuales justificar su desprecio.
La nada, es lo que se oculta tras el mundo verdadero de los filósofos. Esta corrupción llega a la modernidad a través de Kant,
adalid de la razón y los valores apolíneos, que continúa con la defensa de los valores cristianos revestidos con el aura de la razón
secular. De hecho, Kant es el inspirador de los librepensadores, estos son unos filósofos dedicados a la interpretación racional de los
hechos religiosos. Nietzsche estudió los acercamientos al Jesús histórico de Dostoievsky, Renan y Strauss. Del primero, a quien
admiraba, tomó ideas acerca de cómo debió ser el cristianismo primitivo. A los otros dos, los despreciaba por ser la salvaguarda
de un cristianismo protestante de segunda en un momento histórico apropiado para renunciar al cristianismo. Para Nietzsche lo
que realmente tiene lugar es la muerte de Dios. El absurdo de pretender hacer una ciencia de la fe, genera filósofos que
ambicionan ejercitar un sacerdocio moral fundamentado en el mantenimiento de un comportamiento moral cristiano, que
paradójicamente prescinde de su fundamentación en la fe y la revelación. Nietzsche se da cuenta de que en su época, en el siglo
XIX, Dios simplemente empieza a dar igual. Por ello nihilismo descubierto tras la razón se convierte en la posibilidad de que la
voluntad de poder cree nuevos valores. La razón no es ningún Dios que determine el sentido de la nuestra existencia. El ser
humano, por ser un animal inacabado, es libre de buscar y encontrar el sentido de su existencia por el camino que estime oportuno.