Razón i fe:
Agustín vivíó con gran intensidad el problema de la relación entre la razón y la fe. En su juventud, la supuesta incompatibilidad entre ambas le apartó de la Iglesia; al volver a su seno, insistirá en lo contrario: el intelectual, para creer, no tiene que abdicar de las exigencias racionales.
a) Para Agustín no hay más que una sola verdad de las cosas, iluminada por dos fuentes de luz:
La razón y la fe; pero es la fe la más potente de las dos, y la que permite alcanzar la plenitud de la verdad.
b) Razón y fe están armónicamente compenetradas, pero son distintas y no se confunden.
Agustín tiene muy claro lo que es una y lo que es otra (distinción que, por otra parte, está al alcance de cualquiera).
c)
Razón y fe colaboran armónicamente en el descubrimiento de la única verdad
La fórmula de Agustín es: «Intellige ut credas. Crede ut intelligas.» («Entiende para creer. Cree para entender»).
Iluminación primera o impresa:
La iluminación metafísica comporta, pues, dos momentos. El primero es el de la iluminación impresa, que es natural o necesaria, tanto en los cuerpos como en los espìritus.
a) En los cuerpos es impresión de lo que llama números físicos, espaciales y temporales. Los números son principios de orden, de proporción, de regulación. El número dice necesidad, determinismo, y significa que los seres materiales obran según leyes necesarias (es decir, tienen un «número», un modo de ser que les hace comportarse siempre de una manera fija y determinada).
b) En los seres espirituales es impresión de números espirituales, que son de dos clases: números lógicos y números éticos.
1/ Los números lógicos son el preconocimiento, en la memoria, de las nociones y primeros principios de la ciencia (scientia) (p. Ej., la noción de unidad, o el principio de no contradicción). Gracias a los números lógicos impresos en la memoria puede el ser racional conocer los números impresos en las cosas (= su modo de ser), y alcanzar ciencia acerca de ellas.
2/ Los números éticos son a su vez de dos clases: las reglas de la sabiduría y las luces de las virtudes.
Segunda o expresa:
Esta iluminación o formación segunda deriva de la primera, y consiste en las formas adoptadas por cada ser al manifestarse y actuar.
Se da de diferente modo en los cuerpos y en los espíritus:
a) En los cuerpos es natural o necesaria.
Los números físicos impresos imponen necesidad, determinismo. Los seres materiales obran según leyes necesarias.
b) En los seres espirituales (como el alma humana) los números éticos no son necesarios.
Regulan la acción moral, pero no la determinan. Por tanto, en ellos la iluminación o formación expresa es libre y personal; es decir, puede darse o no darse, según que la opción de la persona sea positiva o negativa.
1/ Opción positiva.-
A la opción positiva la llama Agustín conversión («vuelta hacia dentro»), porque el hombre se vuelve hacia su propia naturaleza, es decir, «es él mismo». Por ella alcanza el hombre la iluminación o formación segunda, y se convierte en una criatura formada y perfecta
2/ Opción negativa.-
A la opción negativa, en cambio, la llama aversión («separación», «alejamiento»), porque el hombre se aleja de su propia naturaleza, «no es él mismo». Con ella el hombre queda privado de la formación segunda, y se convierte en una criatura deforme. Es el caso del hombre que se ama a sí mismo por encima de
Conocimiento intelectual:
Según Agustín, lo que ocurre es lo siguiente:
a)
Las cosas han sido hechas y formadas por Dios, el cual ha dejado en ellas un reflejo de su propia perfección.
Dios actúa inteligentemente, según un plan o modelo, y ese modelo son las ideas que se hallan en su propia Mente. Las cosas imitan por tanto, aunque imperfectamente, las ideas de la Mente divina, y se parecen a ellas.
b) Por otra parte, ese mismo Dios está infundiendo en lo hondo de nuestra memoria las ideas de todas las cosas.
c) Delante de nosotros tenemos las cosas reales; p. Ej., un árbol. Lo captamos sensiblemente, con la vista, el tacto, el olfato… Ahora bien, como lo que captamos por los sentidos se parece a las nociones que están en lo hondo de nuestra memoria (ya que ambas cosas son copia de las ideas que hay en Dios), la percepción sensible de aquel árbol hace que se despierte en nosotros la noción correspondiente (la de ‘árbol’), y así yo puedo comprender lo que es esa cosa (esto es, puedo comprender que ‘eso es un árbol’) (). Así, el conocimiento implícito se vuelve explícito, y lo que era una noción recóndita en lo profundo de la memoria pasa a ser un concepto manifiesto en el presente de la inteligencia.