[1. Introducción]
Esta redacción plantea el problema de la relación entre el conocimiento de la verdad y el buen gobierno de la ciudad: ¿Se requiere algún tipo de conocimiento especial para gobernar un Estado? ¿O, por el contrario, cualquiera está capacitado para asumir tareas de gobernante?
Por otra parte, ¿qué se entiende por conocimiento de la verdad? ¿Es posible acaso acceder al conocimiento verdadero de lo real? ¿Y de qué manera puede ser útil este conocimiento para gobernar una ciudad? A lo largo de esta redacción intentaremos contestar a algunos de estos interrogantes, siguiendo a Platón. Partiremos de las circunstancias histórico-políticas en las que vivíó y el núcleo de nuestra exposición será la doctrina política del filósofo–
Gobernante, que nos remitirá inevitablemente a la Teoría platónica de las Ideas.
[2. Desarrollo]
En la “Carta VII” Platón nos confiesa que desde muy joven su verdadera vocación fue la política, pero que muy pronto renunció, decepcionado por la política de su tiempo, a participar en la vida política de su ciudad; la juventud de Platón coincidíó con una época de gran inestabilidad política en Atenas y en esta carta nos habla de decepciones y desilusiones, de revueltas y cambios constantes de gobierno, de luchas por el poder, etc… Descontento tanto con la democracia como con la oligarquía, Platón llega a la conclusión de que todos los Estados de su tiempo estaban “enfermos” y de que su enfermedad consistía en que estaban mal gobernados. Y así decide dedicarse por entero a la filosofía para hallar en ella el remedio o la “medicina política” que necesitan los Estados enfermos de su época.
El remedio político que Platón acaba proponiendo es la doctrina del filósofo gobernante, que consiste en formar en la filosofía a los gobernantes, o bien, que los verdaderos filósofos asuman la dirección del gobierno. La propuesta de Platón es, en pocas palabras, un gobierno de sabios o filósofos, una especie de “meritocracia” o aristocracia del saber y de la virtud (gobierno de los mejores). Pero ¿Por qué un gobierno de filósofos? Para responder a esta pregunta es fundamental tener en cuenta la influencia del intelectualismo moral de su maestro Sócrates, pues la propuesta política de Platón resulta de aplicar en el terreno de la política la doctrina ética de su maestro. En efecto, Platón está convencido de que para gobernar con sabiduría y justicia el Estado, los gobernantes deben acceder primero al conocimiento de la verdad sobre lo justo, lo bello y lo bueno, pues sin este conocimiento, un gobernante es como un ciego dirigiendo a un ejército de ciegos, o como un piloto que dirige una embarcación sin conocer el arte del pilotaje. En opinión de Platón sólo la filosofía puede proporcionarnos un conocimiento objetivo sobre lo justo y lo bueno; de ahí su propuesta de un gobierno de filósofos, y de ahí que la ciencia política que el gobernante necesita conocer sea para Platón la filosofía.
Pero podemos preguntarnos ¿Acaso es posible alcanzar un conocimiento verdadero y objetivo sobre lo justo, lo bueno y lo bello? Frente al relativismo y al escepticismo de los sofistas Platón está convencido de que es posible alcanzar conocimiento verdadero sobre cierto ámbito de la realidad, pero para ello es necesario suponer la existencia de ciertas realidades eternas, no sometidas al devenir, pues de las cosas cambiantes y perecederas que nos muestran los sentidos, no es posible hallar un conocimiento firme. Platón acaba, en efecto, postulando la existencia de ciertas realidades inmutables, eternas, trascendentes e inmateriales, inaccesibles a la vista y a los demás sentidos, pero accesibles a la inteligencia
. A estas realidades les dio el nombre de Ideas o Formas y son las esencias de las cosas materiales, cambiantes y visibles, pues son los paradigmas o modelos perfectos e ideales que estas cosas copian imperfectamente, y por eso son su esencia y la causa de su ser. Platón acaba así distinguiendo dos ámbitos de realidad: la realidad auténtica, a la que llama mundo inteligible, formado por las Ideas y también por los objetos matemáticos (que comparten carácterísticas con las Ideas); un nivel inferior de realidad, la que nos muestran los sentidos, y al que llama mundo sensible, que copia imperfectamente las realidades inteligibles. Gracias a que existe un ámbito de la realidad de esencias eternas e inmutables, es posible obtener conocimiento verdadero (episteme); pero de las realidades sensibles y cambiantes que los sentidos nos muestran sólo podremos alcanzar, como mucho, opiniones relativas y diversas.
Ahora que hemos expuesto la postura de Platón sobre la posibilidad de lograr un conocimiento objetivo y verdadero sobre lo justo, lo bello y lo bueno, volvamos a su propuesta política. El mundo de las Ideas representa para Platón el orden y la armónía trascendente que copian imperfectamente el mundo sensible y el mundo de los asuntos humanos (el de la sociedad y la política). De modo que para el gobernante es de la mayor importancia conocer ese orden trascendente, para poder imprimir orden y armónía en el Estado y en su propia alma. La expresión máxima de ese orden trascendente es la Idea suprema de Bien, que se halla en la cima de todas las demás Ideas, y que es la meta última del conocimiento. Por todo esto, la base de la propuesta política de Platón se basa en educar a los gobernantes hasta permitirles que alcancen la visión de dicha Idea. Con este fin, Platón diseñó un complejo programa educativo que debía seleccionar a las mejores naturalezas para irlas educando en el conocimiento de la verdad y del bien. Las principales materias que compondrían este programa serían las 5 disciplinas matemáticas (aritmética, geometría plana, geometría de volúMenes, astronomía y armónía) que conformarían la parte introductoria (“el preludio”); en la importancia que Platón otorga a las matemáticas detectamos clara influencia de los pitagóricos. Pero la materia fundamental en la educación de los gobernantes será la dialéctica, esto es, la ciencia de las Ideas y de sus relaciones, y particularmente de la relación de cada Idea con la Idea de Bien. Gracias al poder dialéctico de la razón el filósofo irá ascendiendo de Idea en Idea, hasta contemplar las Ideas de Justicia, de Belleza y de Bien, las cuales deberá luego tomar como modelo y guía para gobernar su propia vida y a la sociedad, ya de regreso al mundo de los asuntos humanos. En el mito de la caverna esto último está representado por el descenso del prisionero liberado al interior de la caverna, y tras haber contemplado las cosas del mundo de arriba y el sol (Ideas e Idea de Bien), deberá volver al mundo de las sombras para gobernar y discutir sobre las sombras del bien y de lo justo a la luz del nuevo conocimiento que ha hallado.
[3. Conclusión]
EN CONCLUSIÓN, descontento con otras formas de gobierno (y particularmente con la democracia ateniense), desilusionado con la política de su época, Platón acaba proponiendo como forma ideal de gobierno el gobierno de los mejores en conocimiento y en virtud, esto es, un gobierno de filósofos. Y es que sólo la filosofía puede proporcionar al gobernante el conocimiento necesario sobre lo eternamente justo, bello y bueno para dirigir su propia vida y el Estado con sabiduría y rectitud. Para combatir el relativismo de los sofistas, Platón necesita suponer la existencia de un ámbito de realidades eternas, perfectas e inmutables, de las que sí es posible obtener conocimiento gracias a la filosofía. Por ello, el gobernante, deberá conocer el orden y la armónía del mundo de las Ideas, y las Ideas de Belleza, Justicia y Bien, para tomarlas como modelo y guía en su vida privada y cuando llegue el momento de gobernar, para lograr así que el Estado y la sociedad acaben copiando, aunque sólo sea de manera imperfecta, la armónía y el orden eternos del Mundo de las Ideas.