TEÍSMO
El teísmo y Rousseau. Rousseau se alinea en la orbita de la religión natural, variante teísta, en la “Profesión de fe de un Vicario saboyano”, pero imprimíéndole un giro personal. Toda la parafernalia del combate ilustrado se encuentra ahora en su cenit: error, ignorancia, prejuicio, impostura, ilusión… Pero Rousseau se enfrenta, por un lado, a la corriente atea y materialista de la Ilustración: va a ver en ellos «ardientes misioneros de ateísmo y dogmáticos muy imperiosos». Por otro lado, Rousseau también quiere liberar a la religión de los prejuicios y del fanatismo pero sin acabar con ella, así que se enfrentará a la ortodoxia fanática.
En este texto de sus Cartas escritas desde la montaña expone claramente su actitud ante el problema religioso: Lejos de atacar los verdaderos principios de la religión, el autor los pone, los afirma con todo su poder; lo que él ataca, lo que combate, lo que debe combatir es el fanatismo ciego, la superstición cruel, el prejuicio estúpido. Por otra parte, el Dios del deísmo, ese Dios de mínimos, del que nada podemos saber, que no es providente y que, por lo tanto, no tiene sentido entrar en contacto con él (oración), tampoco será el Dios de Rousseau.
El Dios de Rousseau será un Dios providente además de creador, con el que tendrá sentido entrar en contacto, pero contacto directo sin mediadores -iglesias-, al que accede más a través del corazón que de otras instancias
De ahí que para Rousseau la religión natural es algo más que una construcción artificial de carácter intelectualista. En Rousseau el problema reviste una mayor radicalidad al hacerse algo más íntimo y vivencial. Por ello puede rendir al evangelio un homenaje insólito en el Siglo de las luces. En boca del Vicario saboyano: Os confieso también…, que la santidad del Evangelio habla a mi corazón. Mirad los libros de los filósofos con toda su pompa. ¡Qué pequeños son al lado de éste! (Párr. 172). Frente a la crítica ilustrada y frente a la ortodoxia tradicional, Rousseau va a seguir su vía propia. De lo anterior se sigue que el teísmo es como el intento de ocupar un espacio intermedio entre el fanatismo y el deísmo. Rousseau reprocha a los fanáticos su falta de actitud crítica respecto de la religión positiva -asumen los dogmas de fe de la religión por mucho que contradigan todos los principios de la razón-. Por otro lado, no consideraba ateos a los filósofos deístas, como habían hecho los fanáticos, pero no compartía con ellos su idea de Dios como el resultado de un artificio intelectual, de un procedimiento deductivo que sólo puede llegar a afirmar su existencia porque «es necesaria en el orden de las causas» pero que no puede conducimos a admitir ni afirmar ninguna de sus propiedades, ni siquiera las que parece reconocerle cualquier religión positiva como, por ejemplo, su bondad y su sabiduría infinitas. Por lo tanto, el deísmo convierte a Dios en una mera explicación última, en la justificación que es necesario dar del sistema mecánico del universo. Esquemáticamente, el razonamiento deductivo vendría a ser como sigue: si el universo entero es como una tremenda máquina en la que unas piezas ponen a otras en marcha, tendrá que haber algo, o alguien, que ponga en marcha toda la máquina, lo mismo que en el motor de un coche todo está relacionado con todo y se necesita a alguien para poner al coche en marcha. Pues bien, Dios jugaría en el mundo el papel de quien pone en marcha la maquinaria. Pero un deísta no puede, según sus principios, decir nada más que esto, que debe de haber una voluntad primera que pone en funcionamiento el mundo, pero nada acerca de cómo sea esa voluntad primera ni cómo actúa sobre el mundo. Rousseau rechaza esta forma de llegar a Dios, no le interesa una justificación de ese tipo. Para Rousseau Dios no puede ser el resultado de un razonamiento, es decir, un algo puramente intelectual, sino el objeto del sentimiento. Dios es algo que se siente, no algo que se piensa, entendiendo por sentir tener algún tipo de afección, ser impresionado por algo, en el mismo sentido en que influye en nosotros una melodía que nos deleita o un gesto de otra persona que nos alegra o nos decepciona. Dios es algo que tiene que ver con nuestros problemas morales, vivenciales, de existencia, no con nuestros problemas de física o de geometría. Por este motivo el concepto de Dios cobra un significado práctico o también axiológico, a saber, relativo a los valores. Dios se nos presenta como algo parecido a la guía de nuestra conducta con los demás, siempre en el marco de la razón, porque movernos en el ámbito del sentimiento no quiere decir que aparquemos la razón cuando nos relacionamos con nuestros semejantes. Veremos que la moralidad conjuga ciertos sentimientos con nuestra racionalidad (capacidad de distinguir entre lo correcto y lo incorrecto). El teísmo considera que Dios se justifica en nuestros actos, porque sentir a Dios es como sentir que estamos haciendo las cosas bien o mal. No es suficiente con afirmar la existencia de Dios, como los deístas, pero tampoco es necesario asumir sin rechistar hasta los dogmas más absurdos y contrarios a la razón por el hecho de creer en la existencia de Dios, como hicieron los fanáticos. Así se comprende que Rousseau considere que es posible conocer ciertos rasgos de la naturaleza divina: Dios es una voluntad inteligente y bondadosa que anima la naturaleza, aunque, como Voltaire, reconozca nuestros límites al respecto, pues sólo podemos conocer estas notas o caracteres de Dios y poco más. En este sentido, decíamos al principio que el teísmo pretende ocupar una posición intermedia entre el deísmo y el fanatismo. Para un teísta como Rousseau el deísmo peca de excesivo intelectualismo, de modo que acaba resultando insuficiente para abordar los verdaderos problemas de la vida humana. Es un intelectualismo excesivo porque considera que el intelecto o la razón se bastan para resolver los problemas morales. Por otro lado, los fanáticos se abandonan en exclusiva al sentimiento, algo que ellos denominan fe, sin tener en cuenta el componente racional que según Rousseau interviene en la moral.En consecuencia, el teísmo pretende abordar el problema de Dios y su relación con la moral sin dejar de considerar los dos aspectos que tanto fanáticos como deístas interpretan mal: razón y sentimientos. Esta es la única forma de responder racionalmente a lo que nos concierne, a lo que verdaderamente nos importa. Lo más importante en nuestras vidas es lo que tiene que ver con los asuntos prácticos, es decir, morales, vivenciales, y no con los asuntos teóricos o científicos, y en el dominio de la moral es donde encuentra Dios su justificación. Por eso la filosofía debe ayudamos en estos asuntos, como los consejos del Vicario saboyano en el texto que nos ocupa al adolescente que no sabe conducirse, inmerso en los problemas propios de su edad. El teísmo rousseauniano pretende ofrecer una respuesta a nuestra búsqueda de una guía práctica o moral, porque la filosofía debe dejar quizás de reflexionar en tomo a las leyes y las causas que gobiernan el universo, puesto que ya hay otras ciencias que las estudian, como la física. En esto consiste el llamado giro práctico que el teísmo de Rousseau supone para la filosofía. En definitiva, ¿a qué pretende responder nuestro autor con este nuevo enfoque? Muy sencillo: la Profesión de fe del Vicario saboyano intenta contestar a las preguntas de un adolescente atormentado: ¿debo entregarme sin freno a mis pasiones o más bien habría de contenerme?, ¿no es, en última instancia, mucho mejor el vicio que la virtud?, ¿qué bien puede reportarme la entrega a los demás?, ¿no debería guiarme mejor por mis propios intereses? En resumen, la generosidad, el altruismo, la piedad, ¿no son un gran error?
Pues bien, Dios jugaría en el mundo el papel de quien pone en marcha la maquinaria. Pero un deísta no puede, según sus principios, decir nada más que esto, que debe de haber una voluntad primera que pone en funcionamiento el mundo, pero nada acerca de cómo sea esa voluntad primera ni cómo actúa sobre el mundo. Rousseau rechaza esta forma de llegar a Dios, no le interesa una justificación de ese tipo. Para Rousseau Dios no puede ser el resultado de un razonamiento, es decir, un algo puramente intelectual, sino el objeto del sentimiento. Dios es algo que se siente, no algo que se piensa, entendiendo por sentir tener algún tipo de afección, ser impresionado por algo, en el mismo sentido en que influye en nosotros una melodía que nos deleita o un gesto de otra persona que nos alegra o nos decepciona. Dios es algo que tiene que ver con nuestros problemas morales, vivenciales, de existencia, no con nuestros problemas de física o de geometría. Por este motivo el concepto de Dios cobra un significado práctico o también axiológico, a saber, relativo a los valores. Dios se nos presenta como algo parecido a la guía de nuestra conducta con los demás, siempre en el marco de la razón, porque movernos en el ámbito del sentimiento no quiere decir que aparquemos la razón cuando nos relacionamos con nuestros semejantes. Veremos que la moralidad conjuga ciertos sentimientos con nuestra racionalidad (capacidad de distinguir entre lo correcto y lo incorrecto). El teísmo considera que Dios se justifica en nuestros actos, porque sentir a Dios es como sentir que estamos haciendo las cosas bien o mal. No es suficiente con afirmar la existencia de Dios, como los deístas, pero tampoco es necesario asumir sin rechistar hasta los dogmas más absurdos y contrarios a la razón por el hecho de creer en la existencia de Dios, como hicieron los fanáticos. Así se comprende que Rousseau considere que es posible conocer ciertos rasgos de la naturaleza divina: Dios es una voluntad inteligente y bondadosa que anima la naturaleza, aunque, como Voltaire, reconozca nuestros límites al respecto, pues sólo podemos conocer estas notas o caracteres de Dios y poco más. En este sentido, decíamos al principio que el teísmo pretende ocupar una posición intermedia entre el deísmo y el fanatismo. Para un teísta como Rousseau el deísmo peca de excesivo intelectualismo, de modo que acaba resultando insuficiente para abordar los verdaderos problemas de la vida humana. Es un intelectualismo excesivo porque considera que el intelecto o la razón se bastan para resolver los problemas morales. Por otro lado, los fanáticos se abandonan en exclusiva al sentimiento, algo que ellos denominan fe, sin tener en cuenta el componente racional que según Rousseau interviene en la moral. En consecuencia, el teísmo pretende abordar el problema de Dios y su relación con la moral sin dejar de considerar los dos aspectos que tanto fanáticos como deístas interpretan mal: razón y sentimientos. Esta es la única forma de responder racionalmente a lo que nos concierne, a lo que verdaderamente nos importa. Lo más importante en nuestras vidas es lo que tiene que ver con los asuntos prácticos, es decir, morales, vivenciales, y no con los asuntos teóricos o científicos, y en el dominio de la moral es donde encuentra Dios su justificación. Por eso la filosofía debe ayudamos en estos asuntos, como los consejos del Vicario saboyano en el texto que nos ocupa al adolescente que no sabe conducirse, inmerso en los problemas propios de su edad. El teísmo rousseauniano pretende ofrecer una respuesta a nuestra búsqueda de una guía práctica o moral, porque la filosofía debe dejar quizás de reflexionar en tomo a las leyes y las causas que gobiernan el universo, puesto que ya hay otras ciencias que las estudian, como la física. En esto consiste el llamado giro práctico que el teísmo de Rousseau supone para la filosofía. En definitiva, ¿a qué pretende responder nuestro autor con este nuevo enfoque? Muy sencillo: la Profesión de fe del Vicario saboyano intenta contestar a las preguntas de un adolescente atormentado: ¿debo entregarme sin freno a mis pasiones o más bien habría de contenerme?, ¿no es, en última instancia, mucho mejor el vicio que la virtud?, ¿qué bien puede reportarme la entrega a los demás?, ¿no debería guiarme mejor por mis propios intereses? En resumen, la generosidad, el altruismo, la piedad, ¿no son un gran error?