La filosofía de Platón
El conjunto de la obra de Platón, cuya producción abarcó más de cincuenta años, ha permitido formular un juicio bastante seguro sobre la evolución de su pensamiento. De las obras de juventud consagradas a las investigaciones morales (siguiendo el método socrático) o a la defensa de la memoria de Sócrates, pasó Platón a desarrollar sus ideas filosóficas y políticas en los diálogos constructivos o sistemáticos, y luego a revisar y completar sus propias teorías en las difíciles obras de su etapa final.
El contenido de estos escritos es una especulación metafísica, pero con evidente orientación práctica. Dos son los temas permanentes que prevalecen sobre los demás. Por un lado, el conocimiento, esto es, el estudio de la naturaleza del conocimiento y de las condiciones que lo posibilitan. Y por otro, la moral, de fundamental importancia en la vida práctica y en la realización de la aspiración humana a la felicidad en una doble vertiente individual y colectiva, ética y política. Todo ello se resuelve en un verdadero sistema filosófico de gran alcance ético basado en la teoría de las Ideas.
La teoría de las Ideas
La doctrina de las Ideas se fundamenta en la asunción de que más allá del mundo de los objetos físicos existe lo que Platón llama el mundo inteligible (cósmos noetós). Tal mundo es un reino espiritual constituido por una pluralidad de ideas, como la idea de Belleza o la de Justicia. Las ideas son perfectas, eternas e inmutables; son también inmateriales, simples e indivisibles.
El mundo de las Ideas posee un orden jerárquico; la idea que se encuentra en el nivel más alto es la del Bien, que ilumina a todas las demás, comunicándoles su perfección y realidad. Le siguen en esta jerarquía (aunque Platón vacila a veces en su descripción) las ideas de Justicia, de Belleza, de Ser y de Uno. A continuación, las que expresan elementos polares, como Idéntico-Diverso o Movimiento-Reposo; luego las ideas de los Números o matemáticas, y finalmente las de los seres que integran el mundo material.
El mundo de las Ideas, aprehensible sólo por la mente, es eterno e inmutable. Cada idea delmundo inteligible es el modelo de una categoría particular de cosas del mundo sensible(cósmos aiszetós), es decir, del universo o mundo material en que vivimos, constituido por una pluralidad de seres cuyas propiedades son opuestas a las de las Ideas: son cambiantes, imperfectas, perecederas. En el mundo inteligible residen las ideas de Piedra, Árbol, Color, Belleza o Justicia; y las cosas del mundo sensible son sólo imitación (mímesis) o participación(mézexis) de tales ideas, es decir, copias imperfectas de estas ideas perfectas.
El mito de la caverna
En su obra La República, Platón ilustró esta concepción con el célebre mito de la caverna. Imaginemos, dice Platón, una serie de hombres que desde su nacimiento se hallan encadenados en una cueva, y que desde pequeños nunca han visto nada más que las sombras, proyectadas por un fuego en una pared, de las estatuas y de los distintos objetos que llevan unos porteadores que pasan a sus espaldas. Para esos hombres encadenados, las sombras (los seres del mundo sensible) son la única realidad; pero, si los líberásemos, se darían cuenta de que lo que creían real eran meras sombras de las cosas verdaderas (las Ideas del mundo inteligible).
Sólo el mundo inteligible es el verdadero ser, la verdadera realidad; el mundo sensible es mera apariencia de ser. Dado que el mundo físico, que se percibe mediante los sentidos, está sometido a continuo cambio y degeneración, el conocimiento derivado de él es restringido e inconstante; es un mundo de apariencias que solamente puede engendrar opinión (doxa) mejor o peor fundamentada, pero siempre carente de valor. El verdadero conocimiento (epistéme) es el conocimiento de las Ideas.
En el Timeo, Platón explicó el origen del mundo sensible a través de la figura de un poderoso hacedor, el Demiurgo, una divinidad superior que, feliz en la perenne contemplación de las Ideas, quiso, por su misma bondad, difundir en lo posible el bien en la materia. El Demiurgo, disponiendo del espacio vacío y partiendo de la materia caótica y eterna, modeló poliedros regulares de los cuatros elementos (tierra, fuego, aire y agua), y, combinándolos, formó los distintos seres del mundo sensible tomando las Ideas como modelos; tales seres, obviamente, no podían ser perfectos por las mismas limitaciones de la naturaleza de la materia. Hay que subrayar que el Demiurgo, partiendo de la materia, formó cosas materiales;
el alma humana, que es inmaterial, no es obra suya.
El alma
Existe pues un mundo inteligible, el de las Ideas, que posibilita el conocimiento, y un mundo sensible, el nuestro. Esa misma dualidad se da en el ser humano. El hombre es un compuesto de dos realidades distintas unidas accidentalmente: el cuerpo mortal (relacionado con el mundo sensible) y el alma inmortal (perteneciente al mundo de las Ideas, que contempló antes de unirse al cuerpo). El cuerpo, formado con materia, es imperfecto y mutable; es, en definitiva, igual de despreciable que todo lo material. De hecho, la abismal diferencia entre el nulo valor del cuerpo y el altísimo del alma lleva a Platón a afirmar (en el Alcibíades) que «el hombre es su alma».
Frente a la tosca materialidad del cuerpo, el alma es espiritual, simple e indivisible. Por ello mismo es eterna e inmortal, ya que la destrucción o la muerte de algo consiste en la separación de sus componentes. Las diversas funciones del alma confluyen en sus tres aspectos: el alma racional (lógos) se sitúa en el cerebro y dota al hombre de sus facultades intelectuales; del alma pasional o irascible (zimós), ubicada en el pecho, dependen las pasiones y sentimientos; y de la concupiscible (epizimía), en el vientre, proceden los bajos instintos y los deseos puramente animales. Platón explicó el origen del alma mediante el mito del carro alado, que se encuentra en elFedro. Las almas residen desde la eternidad en un lugar celeste, donde son felices contemplando las Ideas; marchan en procesión, cada una de ellas sobre un carro conducido por un auriga y tirado por dos caballos alados, uno blanco y otro negro. En un momento dado el caballo negro se desboca, el carro se sale del camino y el alma cae al mundo sensible. Es decir, las almas se encarnaron en cuerpos del mundo sensible por una falta de su aspecto concupiscible (el caballo negro; el blanco representa el pasional o irascible), que la razón (el auriga) no pudo evitar.
El alma, pues, se halla encarnada en el cuerpo por una falta cometida; de ahí que el cuerpo sea como la cárcel del alma. La uníón de alma y cuerpo es accidental (el lugar natural del alma es el mundo de las Ideas) e incómoda. El alma se ve obligada a regir el cuerpo como el jinete al caballo, o como el piloto a la nave. Sin embargo, su aspiración es liberarse del cuerpo, y para ello deberá aplicar sus esfuerzos a purificarse. Las almas que logren tal purificación regresarán al mundo de las Ideas tras la muerte del cuerpo; las que no, irán a la regíón infernal del Hades, donde, tras un período de tormentos (específicos para cada alma según las faltas cometidas), se les permitirá elegir un nuevo cuerpo en el que reencarnarse.