4. CONCEPTO DE SUBSTANCIA EN Descartes Y SUS TIPOS. ARGUMENTOS DEMOSTRATIVOS DE LA EXISTENCIA DE Dios Y DEL MUNDO
¿Qué soy yo
? Una cosa que piensa dirá Descartes.
¿Y qué es una cosa que piensa?
. Una cosa que siente, que quiere, que imagina… Descartes atribuye al pensamiento los caracteres de una sustancia, haciendo del yo pienso una «cosa», a la que han de pertenecer ciertos atributos. La duda sigue vigente con respecto a la existencia de cosas externas a mí, por lo que el único camino en el que se puede seguir avanzando deductivamente es el del análisis de ese «yo pienso» al que Descartes caracteriza como una sustancia pensante, como una cosa que piensa. ¿Qué es lo que hay en el pensamiento? Contenidos mentales, a los que Descartes llama «ideas». La única forma de progresar deductivamente es, pues, analizando dichos contenidos mentales, analizando las ideas.
4.1 Concepto de idea en Descartes y sus tipos
Distingue Descartes tres tipos de ideas: unas que parecen proceder del exterior a mí, a las que llama «ideas adventicias»;
Otras que parecen haber sido producidas por mí, a las que llamara «ideas facticias»;
Y otras, por fin, que no parecen proceder del exterior ni haber sido producidas por mí, a las que llamará «ideas innatas». Las ideas adventicias, en la medida en que parecen proceder de objetos externos a mí, están sometidas a la misma duda que la existencia de los objetos externos, por lo que no puede ser utilizadas en el avance del proceso deductivo; y lo mismo ocurre con las ideas facticias, en la medida en que parece ser producidas por mí, utilizando ideas adventicias, debiendo quedar por lo tanto también sometidas a duda. Sólo nos quedan las ideas innatas.
4.2 Argumentos demostrativos de la existencia de Dios
4.2.1 Desde el análisis de las ideas innatas a la existencia de Dios
Las ideas innatas son pocas pero muy importantes. Son las ideas que posee por sí mismo el pensamiento. El innatismo de Descartes no afirma que todos nazcamos con esos conocimientos de modo consciente. Son ideas que brotan de manera natural y espontánea en nuestro pensamiento, ideas cuya existencia corresponde a nuestra naturaleza. Ejemplos de ideas innatas son el pensamiento, la existencia, la idea de infinito etc. Éstas son conocidas por una percepción inmediata de la intuición.
La afirmación de la existencia de las ideas innatas son las que permitirán salir de la existencia del sujeto pensante a la realidad extramental. Efectivamente, si entre las ideas innatas, a las que se llega por intuición, encontramos alguna de la que podamos deducir su existencia objetiva a partir de su existencia subjetiva como idea, entonces podemos resolver el problema con el que se encuentra Descartes. Entre las ideas innatas descubre nuestro autor la idea de perfección-infinito, que se identifica inmediatamente con la idea de Dios. Para Descartes la idea de finitud ya presupone la idea de infinitud (no podríamos distinguir lo que es finito si no poseyéramos antes la de infinito). La idea de infinito debe ser entonces una idea innata.
Y si la idea de infinito sólo puede ser la idea de Dios, pues es el único ser del que se puede concebir tal predicado, concluye que la idea de Dios es también una idea innata.
Este punto es fundamental en todo el proceso de deducción cartesiano. Partiendo de la idea de Dios, Descartes podrá demostrar la existencia del mundo y la aceptación de la veracidad de los sentidos. Hay que recordar que Descartes quería partir de una idea que implicara necesariamente su existencia como realidad objetiva. Descartes afirma que esta idea es la idea de Dios. Ahora tendrá que demostrar la existencia de Dios a partir de la misma idea de Dios.
4.2.2 Demostración/es de la existencia de Dios
La demostración de la existencia de Dios en Descartes se basa en uno de los más conocidos y controvertidos argumentos para demostrar la existencia de Dios: el llamado argumento ontológico de San Anselmo de Canterbury (Siglo XI). Lo novedoso y controvertido de este argumento es que pretende ser una prueba de la existencia de Dios partiendo de la misma idea de Dios (por eso Descartes recurre a él para su argumentación). Dice así: todos los hombres tienen una idea de un ser tal que es imposible pensar un ser mayor que él (al que llamamos Dios). Ahora bien, un ser tal debe existir no sólo en nuestro pensamiento sino también en la realidad, pues si no fuera así, podríamos pensar un ser mayor que él, o sea un ser que poseyera la perfección de la existencia, y entonces caeríamos en contradicción. En consecuencia, Dios debe existir no sólo en el pensamiento, sino en la realidad.
Como ya se ha dicho en varias ocasiones Descartes debe acudir a este tipo de argumentos, porque hasta ahora sólo tiene seguridad de la existencia del yo como “cosa que piensa”, de la existencia de las ideas y de los tipos de ideas que ha descubierto. Utilizar otra argumentación distinta hubiera sido incoherente por su parte. Sin embargo Descartes intenta completar y modificar este argumento añadiéndole el concepto de causalidad.
Descartes para su demostración parte de la teoría de la realidad objetiva de las ideas, que viene a decir que la idea como realidad objetiva o representación de una cosa, ha de tener necesariamente una causa real que sea proporcional a la idea (porque no puede nunca haber más realidad en el efecto que en su causa). Contando con ello Descartes afirma que en mi mente hay una idea de perfección infinita. Si yo fuese la causa de la realidad objetiva de la idea de perfección, mi realidad debería ser proporcional a esa idea. En ese caso podría darme a mí mismo la perfección que deseo y que es evidente que no poseo. Por tanto, si poseo la idea de perfección, y sin embargo no poseo la perfección que pudiera ser su causa, yo no puedo ser la causa de esa idea. Por lo tanto el causante de la idea de perfección que yo poseo no puede ser causada más que por un ser perfecto y este no puede ser más que Dios. (Veáse el argumento en Discurso del Método (IV).
Una vez demostrada la existencia de Dios, dado que Dios no puede ser imperfecto, se elimina la posibilidad de que me haya creado de tal manera que siempre me engañe, así como la posibilidad de que permita a un genio malvado engañarme constantemente, por lo que los motivos aducidos para dudar tanto de la verdades matemáticas y en general de todo lo inteligible como de la verdades que parecen derivar de los sentidos, quedan eliminados.
Puedo creer por lo tanto en la existencia del mundo, es decir, en la existencia de una realidad externa mí, con la misma certeza con la que se que es verdadera la proposición «pienso, existo», (que me ha conducido a la existencia de Dios, quien aparece como garante último de la existencia de la realidad extramental, del mundo
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