criterio de verdad de Descartes es el de evidencia racional que se caracteriza por dos notas esenciales: claridad y distinción. Las cosas que concebimos clara distintamente son todas verdaderas. Una idea puede ser clara sin ser distinta pero no puede ser distinta sin ser clara. Lo contrario de una idea clara es una idea oscura, lo contrario de una idea distinta es una idea confusa. Tenemos ya una proposición absolutamente verdadera. Con esta proposición y los dos instrumentos, Descartes se lanzará a la producción de sus sistema filosófico. Sólo sé que soy pero aun no sé qué cosa soy –dirá Descartes. ¿Qué cosa? Una cosa que piensa (res cogitans). Hemos pasado del pensamiento como actividad a la cosa que piensa. ¿Qué es una cosa que piensa? Una sustancia. Sustancia es el sujeto inmediato de todo atributo del que tenemos idea real. Hemos pasado del pensar como actividad al pensar como sustancia. ¿Cuál será la próxima etapa? ¿La existencia del mundo o de Dios? Descartes sustenta el mundo en el conocimiento de Dios. Se explica así que sea un pensador idealista. Distingue tres tipos de ideas: innatas, adventicias y ficticias. Descubriremos que la idea de “Dios” es una idea innata, como la de “Yo” y la de “Mundo”. Los tres objetos de la Metafísica que Hume hundirá. Pero no nos anticipemos. Descartes presenta tres demostraciones de la existencia de Dios. 1ª) La primera es Dios como causa de la idea de Dios, su razonamiento es: si consideramos las ideas como imágenes que representan cosas, vemos que las que representan sustancias contienen más realidad objetiva que las que sólo representan modos o accidentes. Y las que representan una sustancia infinita más realidad objetiva que las que representan sustancias finitas. Lo menos perfecto no puede producir lo más perfecto. Dios Existe, pues sólo una sustancia verdaderamente infinita puede ser la causa de la idea de un Ser infinito que encuentro en mí; 2ª) Dios como causa de la existencia. Su argumento es el siguiente: no hay duda de que yo existo. Pero si no debo mi existencia a Dios, tengo que deberla a) a mí mismo;
B) a haber existido siempre; c) a causas menos perfectas que Dios. Bien. Si yo fuese la causa de mí mismo no carecería de perfección alguna, pues me habría dado a mí todas las perfecciones de que tengo ahora y me parecería a Dios. Yo no soy, pues, la causa de mí mismo; podemos descartar también la segunda posibilidad. No puedo haber existido siempre, pues si así fuera sería eterno y necesitaría una causa que me produzca, me cree de nuevo, me conserve. La necesidad de una creación continua permite descartar esta posibilidad; finalmente, ¿acaso deba mi existencia a mis padres o a alguna causa menos perfecta que Dios? Mis padres pueden haber sido tan sólo la causa de mi generación física, pero no de mi espíritu que es lo que constituye la totalidad de mi yo. 3ª) La tercera prueba es la del argumento ontológico. La existencia de Dios es inseparable de su esencia, luego Dios existe. Es imposible concebir a Dios sin su existencia. El último paso, es probar la existencia de las cosas materiales (mundo). Descartes echa mano de la doctrina de la veracidad divina. Tenemos una facultad pasiva de recibir o sentir las ideas. Tenemos una facultad activa capaz de producirlas. Esta facultad no puede estar dentro de mí puesto que las ideas se presentan sin que yo las produzca. Tal facultad se halla en Dios. La existencia de cada una de las cosas y de la totalidad del mundo físico supone la prueba anterior de la existencia de Dios y la imposibilidad de que Dios me engañe. El orden que hemos seguido es el mismo que siguió Descartes en sus tres obras metafísicas: Discurso del Método, Meditaciones Metafísicas y Los principios de la filosofía. Tal orden es el siguiente: comienzo por la duda metódica, afirmación de la primera verdad “Pienso, luego soy” –derivación de la evidencia como criterio de verdad y demostración de la existencia de Dios y de las cosas materiales. Descartes ha cultivado desde su juventud las matemáticas. Las matemáticas son verdades de razón. Están inmunes a cualquier desmentido de la experiencia. Se las ha llamado “verdades de razón”. En Reglas para la dirección del espíritu escribe: “No podemos adquirir ciencia perfecta de todo aquello que da pie a opiniones probables. De suerte que si calculamos bien, sólo quedan entre las ciencias ya descubiertas, la aritmética y la geometría”. El Método cartesiano está inspirado en las matemáticas, si se deja de lado la evidencia como criterio de verdad, obtenemos los siguientes pasos: 1º) dividir las dificultades hasta alcanzar los elementos o naturalezas simples, que se aprehenden por intuición (análisis); 2º) ascender por deducción de los elementos simples al conocimiento complejo (síntesis); 3º) examinar con todo cuidado la cadena deductiva para estar seguro de que no se ha omitido nada no se ha cometido ningún error (enumeración).
Descartes y Francis Bacón son los dos filósofos que a principios del Siglo XVII proporcionan al pensamiento los dos pilares que los sostendrán. Descartes (1596-1650) impulsa la filosofía –y también la ciencia- por el camino de la razón, Francis Bacón (1561-1626) encamina, por el contrario, el pensamiento moderno por la ruta de la experiencia. A pesar de representar uno y otro los dos extremos de la filosofía moderna –con Descartes se inicia el Racionalismo y Bacón es el precursor del Empirismo- concuerdan ambos, sin embargo, en sus críticas al silogismo, al que hacen responsable del atraso de la ciencia. Francis Bacón escribe en el Novum Organon, publicado en 1620 y cuyo título revela la intención de la obra, pues los escritos de lógica de Aristóteles llevan el título de Organon, que la lógica aristotélica, entonces en uso “es inútil para la invención científica” y “sirve más para fijar y consolidar errores, fundados en nociones vulgares que para inquirir la verdad, de tal modo que es más perjudicial que útil”. Sostiene que “el silogismo no es aplicable a los principios de las ciencias” y sólo sirve para imponer “el asentimiento, pero no aprehende la realidad”. Igual actitud asume Descartes que escribe en El discurso del método (1637) que los silogismos de la lógica y “la mayor parte de las demás instrucciones que da, más sirven para explicar a los otros las cosas ya sabidas o incluso, como el arte de Raimundo Lulio, para hablar sin juicio de las que se ignoran, que para aprehenderlas”. Ambos filósofos coincidieron en señalar la escasez de conocimientos auténticos logrados por la humanidad en siglos de búsqueda se debía a la falta de un método seguro. Señala Bacón que los descubrimientos alcanzados se deben más al azar y que “la causa y raíz única de casi todos los males de la ciencia es ésta: que mientras admiramos y ensalzamos sin razón las fuerzas de la mente humana, no le procuramos los auxilios apropiados”, es decir, un método adecuado y fecundo. “Ni la mano desnuda ni el entendimiento abandonado a sí mismo pueden mucho” y “del mismo modo que los instrumentos impulsan o guían los movimientos de la mano, así los de la mente humana inspiran el pensamiento y le previenen”. La actitud de Descartes no es menos entusiasta que la de Bacón. Es tan grande la fe que ambos han depositado en el método que llegan a restar importancia al talento y la capacidad racional. Escribe Descartes: “No basta con tener buen entendimiento: lo principal es aplicarlo bien…; los que caminan lentamente pueden llegar mucho más lejos si van siempre por el camino recto, que los que corren y se apartan de él”. Bacón había descrito algo parecido: “El cojo dentro del camino adelanta al corredor fuera de él. Y también es claro y manifiesto que el que corre fuera del camino tanto más se desvía cuanto más hábil y veloz es. Nuestro método pone los talentos e ingenios a un igual. Pues así como para trazar una línea recta o describir un círculo perfecto importa mucho la firmeza y entrenamiento del pulso si se hace por medio de la mano, pero poco o nada si se emplea una regla o compás, lo mismo sucede con nuestro método”. Finalmente, El Discurso marca una nueva actitud en el pensamiento europeo. Con él se inicia la Filosofía Moderna ¿Dónde radica su novedad? En dos elementos: la afirmación de la razón como criterio de verdad y fuente principal de conocimiento y el descubrimiento de la conciencia como realidad primera y punto obligado de partida de la filosofía. Por tal razón, Descartes está a la cabeza de dos movimientos fundamentales de la filosofía moderna: Racionalismo e idealismo. Su aporte no consiste en haber iniciado estos dos movimientos sino en haber expuesto ideas que se incorporaron al patrimonio común de la filosofía. El pensamiento de John Locke, por un lado y el abandono del Realismo ingenuo así lo prueban. Buena parte de la filosofía moderna se nutre de sus ideas: Spinoza (1632-1677), Malebranche (1638-1715) y Leibniz (1646-1716) y al propio Kant (1724-1804) a quien no pocos consideran un racionalista que se esfuerza por salvar la ciencia y con ella todo conocimiento racional de la crítica escéptica de Hume (1711-1776). Su influencia llega hasta el Siglo XX con la reaparición del cartesianismo revisitado por Edmund Husserl (1859-1938) fundador de la Fenomenología.
B) a haber existido siempre; c) a causas menos perfectas que Dios. Bien. Si yo fuese la causa de mí mismo no carecería de perfección alguna, pues me habría dado a mí todas las perfecciones de que tengo ahora y me parecería a Dios. Yo no soy, pues, la causa de mí mismo; podemos descartar también la segunda posibilidad. No puedo haber existido siempre, pues si así fuera sería eterno y necesitaría una causa que me produzca, me cree de nuevo, me conserve. La necesidad de una creación continua permite descartar esta posibilidad; finalmente, ¿acaso deba mi existencia a mis padres o a alguna causa menos perfecta que Dios? Mis padres pueden haber sido tan sólo la causa de mi generación física, pero no de mi espíritu que es lo que constituye la totalidad de mi yo. 3ª) La tercera prueba es la del argumento ontológico. La existencia de Dios es inseparable de su esencia, luego Dios existe. Es imposible concebir a Dios sin su existencia. El último paso, es probar la existencia de las cosas materiales (mundo). Descartes echa mano de la doctrina de la veracidad divina. Tenemos una facultad pasiva de recibir o sentir las ideas. Tenemos una facultad activa capaz de producirlas. Esta facultad no puede estar dentro de mí puesto que las ideas se presentan sin que yo las produzca. Tal facultad se halla en Dios. La existencia de cada una de las cosas y de la totalidad del mundo físico supone la prueba anterior de la existencia de Dios y la imposibilidad de que Dios me engañe. El orden que hemos seguido es el mismo que siguió Descartes en sus tres obras metafísicas: Discurso del Método, Meditaciones Metafísicas y Los principios de la filosofía. Tal orden es el siguiente: comienzo por la duda metódica, afirmación de la primera verdad “Pienso, luego soy” –derivación de la evidencia como criterio de verdad y demostración de la existencia de Dios y de las cosas materiales. Descartes ha cultivado desde su juventud las matemáticas. Las matemáticas son verdades de razón. Están inmunes a cualquier desmentido de la experiencia. Se las ha llamado “verdades de razón”. En Reglas para la dirección del espíritu escribe: “No podemos adquirir ciencia perfecta de todo aquello que da pie a opiniones probables. De suerte que si calculamos bien, sólo quedan entre las ciencias ya descubiertas, la aritmética y la geometría”. El Método cartesiano está inspirado en las matemáticas, si se deja de lado la evidencia como criterio de verdad, obtenemos los siguientes pasos: 1º) dividir las dificultades hasta alcanzar los elementos o naturalezas simples, que se aprehenden por intuición (análisis); 2º) ascender por deducción de los elementos simples al conocimiento complejo (síntesis); 3º) examinar con todo cuidado la cadena deductiva para estar seguro de que no se ha omitido nada no se ha cometido ningún error (enumeración).
Descartes y Francis Bacón son los dos filósofos que a principios del Siglo XVII proporcionan al pensamiento los dos pilares que los sostendrán. Descartes (1596-1650) impulsa la filosofía –y también la ciencia- por el camino de la razón, Francis Bacón (1561-1626) encamina, por el contrario, el pensamiento moderno por la ruta de la experiencia. A pesar de representar uno y otro los dos extremos de la filosofía moderna –con Descartes se inicia el Racionalismo y Bacón es el precursor del Empirismo- concuerdan ambos, sin embargo, en sus críticas al silogismo, al que hacen responsable del atraso de la ciencia. Francis Bacón escribe en el Novum Organon, publicado en 1620 y cuyo título revela la intención de la obra, pues los escritos de lógica de Aristóteles llevan el título de Organon, que la lógica aristotélica, entonces en uso “es inútil para la invención científica” y “sirve más para fijar y consolidar errores, fundados en nociones vulgares que para inquirir la verdad, de tal modo que es más perjudicial que útil”. Sostiene que “el silogismo no es aplicable a los principios de las ciencias” y sólo sirve para imponer “el asentimiento, pero no aprehende la realidad”. Igual actitud asume Descartes que escribe en El discurso del método (1637) que los silogismos de la lógica y “la mayor parte de las demás instrucciones que da, más sirven para explicar a los otros las cosas ya sabidas o incluso, como el arte de Raimundo Lulio, para hablar sin juicio de las que se ignoran, que para aprehenderlas”. Ambos filósofos coincidieron en señalar la escasez de conocimientos auténticos logrados por la humanidad en siglos de búsqueda se debía a la falta de un método seguro. Señala Bacón que los descubrimientos alcanzados se deben más al azar y que “la causa y raíz única de casi todos los males de la ciencia es ésta: que mientras admiramos y ensalzamos sin razón las fuerzas de la mente humana, no le procuramos los auxilios apropiados”, es decir, un método adecuado y fecundo. “Ni la mano desnuda ni el entendimiento abandonado a sí mismo pueden mucho” y “del mismo modo que los instrumentos impulsan o guían los movimientos de la mano, así los de la mente humana inspiran el pensamiento y le previenen”. La actitud de Descartes no es menos entusiasta que la de Bacón. Es tan grande la fe que ambos han depositado en el método que llegan a restar importancia al talento y la capacidad racional. Escribe Descartes: “No basta con tener buen entendimiento: lo principal es aplicarlo bien…; los que caminan lentamente pueden llegar mucho más lejos si van siempre por el camino recto, que los que corren y se apartan de él”. Bacón había descrito algo parecido: “El cojo dentro del camino adelanta al corredor fuera de él. Y también es claro y manifiesto que el que corre fuera del camino tanto más se desvía cuanto más hábil y veloz es. Nuestro método pone los talentos e ingenios a un igual. Pues así como para trazar una línea recta o describir un círculo perfecto importa mucho la firmeza y entrenamiento del pulso si se hace por medio de la mano, pero poco o nada si se emplea una regla o compás, lo mismo sucede con nuestro método”. Finalmente, El Discurso marca una nueva actitud en el pensamiento europeo. Con él se inicia la Filosofía Moderna ¿Dónde radica su novedad? En dos elementos: la afirmación de la razón como criterio de verdad y fuente principal de conocimiento y el descubrimiento de la conciencia como realidad primera y punto obligado de partida de la filosofía. Por tal razón, Descartes está a la cabeza de dos movimientos fundamentales de la filosofía moderna: Racionalismo e idealismo. Su aporte no consiste en haber iniciado estos dos movimientos sino en haber expuesto ideas que se incorporaron al patrimonio común de la filosofía. El pensamiento de John Locke, por un lado y el abandono del Realismo ingenuo así lo prueban. Buena parte de la filosofía moderna se nutre de sus ideas: Spinoza (1632-1677), Malebranche (1638-1715) y Leibniz (1646-1716) y al propio Kant (1724-1804) a quien no pocos consideran un racionalista que se esfuerza por salvar la ciencia y con ella todo conocimiento racional de la crítica escéptica de Hume (1711-1776). Su influencia llega hasta el Siglo XX con la reaparición del cartesianismo revisitado por Edmund Husserl (1859-1938) fundador de la Fenomenología.